2014 01 siria yijad 5 estrellas

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El espejismo de la guerra santa La tendencia crece de manera alarmante: cientos de jóvenes occidentales acuden a combatir en las filas de Al Qaeda en la guerra civil en Siria. Acuden pensando que combatirán en una “yihad de 5 estrellas” con mujeres, albercas y casas de lujo. Pero sólo encontrarán muerte y violencia.

¿Qué pasará cuando regresen a casa? por témoris grecko / cilvegözü, turquía

foto: AFP

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D Donde la avenida Atatürk se encuentra con la Cumhuriyet, hay una pequeña rotonda triangular, con un falso tronco de árbol, que marca el centro de la ciudad de Reyhanlı, en la frontera con Siria. Es también el sitio del mayor acto terrorista que haya sufrido Turquía: 51 civiles muertos y 140 heridos, hace sólo siete meses. Las autoridades culpan al gobierno sirio, pero otros reportes apuntan a grupos de yihadistas que pelean en Siria y están ligados a la organización Al Qaeda. Esto no intimida al chico de unos 18 años de edad que viene hacia mí: se acerca con confianza a compartir su entusiasmo porque está a punto de cruzar la frontera hacia el país que lleva casi tres años en guerra. Ahí el se incorporará a la guerra santa, la yihad. Una yihad, dice él, de 5 estrellas. Él se ha convencido de que muy pronto también me sumaré a ella: “Yo sé que dios te puso aquí porque también has escuchado la llamada, hermano, lo veo en tus ojos, no te avergüences de sus sabias decisiones”. Piensa que todo es parte de un plan divino: si la policía turca se ha endurecido y les ha negado a él y su grupo el paso a Siria, forzándolos a seguir una de las rutas ilegales, es por algo bueno. Dios lo ha querido así porque “Él promueve encuentros que definen tu vida y por eso nos ha puesto aquí, para que tracemos nuestros caminos hacia la purificación”. La gente nos ve hablar. Me siento incómodo porque parezco ajeno a este sitio y para sus ojos, como para los de este adolescente, podría ser otro extranjero aspirante a yihadista: un converso que ha hallado el din (el sendero correcto) y busca la consumación de su fe eliminando murtadün (apóstatas), un candidato a takfiri (un musulmán que se arroga el derecho de juzgar quién es un buen musulmán y quién es un traidor). Es lo que ha asumido este muchacho rubio, que dice llamarse Mohamed pero a mí me da más bien pinta de que se llama James o John. Si los paseantes sospechan que los autores de esa terrible matanza fueron yihadistas, y nos ven conversar con descuido en este lugar de mártires, podrían actuar con violencia. Mi atención sigue enfocada en este joven de ojos azules, quien asegura ser sirio aunque sea evidente que no comprende las nada amistosas frases aisladas en árabe y turco que nos dirigen 108

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algunos hombres al pasar. Su ingenuidad se hace más patente cuando imagino en lo que se convertirá en unas pocas semanas, si logra sobrevivir: uno más de los despiadados hombres que cortan cabezas a prisioneros de guerra y a civiles sospechosos, y que matan a adolescentes por supuestas ofensas al Profeta. Alguien como quienes nos tuvieron secuestrados —a mí y a otros periodistas— en Alepo, a tan sólo unos 40 kilómetros de aquí, hace casi un año. No parece que esto pase por su mente. Él me sigue pintando una fantasía que — no lo dudo— cree a cabalidad: todo lo que me hace falta, según él, no es traer un fusil o un chaleco antibalas, sino… ¡un iPad! John (o bueno, Mohamed) aclara que “es bueno colaborar con los hermanos y, si dios te ha dado la capacidad para adquirir equipo, debes hacerlo. Pero si no es así, los hermanos tienen todo lo que necesitas: hay armas de alto poder, casas de descanso con piscinas y manjares, todo es halal (alimentos que cumplen los requisitos religiosos), hay entrenamiento y, hermano, hay mujeres para que tengas un buen matrimonio, no una kafir (infiel) que es una sucia. Hay buenas mujeres que te darán el amor y los cuidados que necesitas y procrearán muchos hijos… es una yihad 5 estrellas. Por gracia de dios”.

toda simpatía por mí: “No vuelvas… ¡y quítate esa jafía, fanático!” Fue entonces que John-Mohamed salió de otra tienda, con cuatro compañeros suyos que mostraban muecas de decepción porque también los estaban echando. Sólo ese chico rubio sonreía con aspecto de inocencia. Más tarde, en un salón de té, un muchacho del lugar me explicó que la Policía les daba problemas a los dueños de las tiendas cada vez que aparecía un reportero, porque las autoridades turcas quieren dar la apariencia de que están actuando contra esta migración de radicales. La ciudad está llena de informantes y, una vez que la gente veía una cámara, no quedaba más que evacuar a los clientes y perder las ventas del día. Más que Mohamed Tarik, en ese momento me sentí Osama Bin Laden.

UN CRUCE FACILÍSIMO

Alepo se ha convertido en una zona de muerte. El 18 de diciembre una bomba mató a 71 personas (arriba). Raphael Gendron (izquierda) es un musulmán francés acusado de pertenecer a Al Qaeda. En tiempos recientes cada vez más europeos como él acuden a combatir en la guerra civil siria.

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TIENDA DE CACERÍA

l rostro de Mohamed me pareció conocido de inmediato. Tiene una sonrisa bella y fraternal. ¿Dónde la había visto antes? Pensé en el vuelo de Estambul a Antioquía, que toman muchos de los aspirantes a yihadistas en su ruta a Siria. Aunque estuve revisando a los demás pasajeros, me costó trabajo establecer quiénes podían ser radicales islámicos, pero no fui capaz de llegar a una conclusión. Y no, no fue ahí donde lo vi por primera vez. En mi segundo día en Antioquía, mientras exploraba su enredado bazar y empezaba a afinar mi detector de simpatizantes extranjeros de Al Qaeda, me di cuenta de algo: yo mismo podía semejar uno. En esta ciudad, cuya tradición de cosmopolitismo y tolerancia tiene más de dos mil años, la mayoría de la gente viste a la manera occidental. Yo había asumido que podría identificar fácilmente a los islamistas extranjeros por sus

barbas largas y descuidadas, los labios superiores rasurados al estilo salafista, y sus túnicas y gorros tradicionales… el problema es que no van así por la calle. Muchos utilizan las mismas ropas que en sus casas de Londres, Chicago o Madrid. La clave está en los detalles: es el estilo, los colores, la calidad de las prendas e incluso la manera de usarlas lo que revela su procedencia foránea. De manera que cualquiera como yo podría ser un nuevo yihadista. Lo que parecía delatarme fue que me protegía del frío invernal con una jafía [el pañuelo blanco y negro que hizo famoso el líder palestino Yasir Arafat] y que es poco utilizado en Antioquía. Cuando un occidental aparece por ahí fotos: AFP

con una al cuello, es muy probable que los lugareños no comprendan al instante que se trata de un periodista que suele trabajar en Medio Oriente y, en cambio, sospechen que es uno más de esos forasteros que, antes de transformarse en auténticos muyajidín (combatientes por la religión), ya quieren lucir como ellos. Resulta peor, todavía, si a uno lo ven merodeando por la zona del centro donde están las cinco o seis tiendas de artículos de cacería y que es, precisamente, uno de los sitios donde estos nuevos yihadistas vienen de compras. Buscan desde máscaras antigás hasta generadores solares, ropa de camuflaje y telescopios, además de banderolas y parafernalia de los principales grupos armados rebeldes. “No me interesa saber de dónde eres ni qué haces aquí, estoy a tu servicio”, me dijo Amar, el dueño de uno de los negocios, quien pensó que venía a surtirme antes de entrar a Siria. “Esos no te interesan, ¿verdad?”, agregó mientras señalaba unas gorras de colores verde y caqui con emblemas del rebelde Ejército Sirio Libre (esl). “Tendré que tirarlas o algo, ya

nadie se las lleva. Te interesará más algo así”, dijo mientras me mostraba piezas de tela negra con el logo de la organización Estado Islámico de Irak y Al Sham (eiis), la más poderosa de las dos milicias afiliadas a Al Qaeda. No me encantaba ser confundido, pero tenía que justificar mi presencia ahí y, por precaución, tampoco quería revelar cuál es mi trabajo. En dos ocasiones anteriores, en Níger y Kurdistán, algunos religiosos me pusieron un nombre musulmán (coincidieron en elegir el mismo), y de esa forma me presenté: “Mohamed Tarik”. El tipo sonrió con cara de “sí, lo que tú digas, Mohamed Tarik”. Fue bueno que no revelara que soy periodista. Le dije que regresaría y, al salir, saqué mi cámara para fotografiar las tiendas desde el exterior: de inmediato se armó un alboroto, varios hombres me empezaron a gritar y el mayor, de unos 60 y tantos años, exigió revisar mis imágenes: mezquitas antiguas, el río Orontes, una señal de tráfico… nada incriminatorio. Me dejaron ir o, más bien, me exigieron irme. Amar había perdido

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Será posible que James-Mohamed mantenga esa sonrisa en medio de la guerra? Según me explica, a él y sus compañeros les habían dicho que pasarían por el puesto fronterizo de Cilvegözü —a cinco kilómetros de Reyhanlı— sin mayor problema. Les dijeron que sólo hacía falta entregarles 40 o 50 liras (20 o 25 dólares) por persona a los guardias turcos, y del lado sirio ya los esperaban sus camaradas. Sin embargo, el gobierno turco busca muchas formas de desmentir las repetidas denuncias que han convertido al país en un trampolín yihadista. No hubo manera de arreglar el cruce. “Lo haremos por las rutas de contrabando, ¡dicen que tienen tanto tránsito como el puente de Brooklyn!” No sólo el marcado acento del nordeste de Estados Unidos traiciona al supuesto Mohamed. Para demostrar su dicho, transfiere unas imágenes de su teléfono celular al mío. Una de ellas muestra un alambre de púas y lo que parece ser un grupo de combatientes, con un texto que reza: “Línea fronteriza entre Siria y Turquía… ¿no parece facilísimo?” El grupo espera la noche en Reyhanlı para emprender el trayecto clandestino. Estaban aburridos, en una pequeña fonda en la avenida Cumhuriyet, JohnMohamed salió a pasear sin limitación alguna: no sienten que sea necesario ESQ

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Las víctimas primarias de estos yihadistas son personas de otras sectas o religiones, militares y sospechosos de colaborar con el régimen, pero en los hechos persiguen a cualquier persona que rete su autoridad. Han prohibido la música, golpean a las mujeres que no se cubren el cabello escrupulosamente y les prohíben atenderse con médicos hombres. También apalean a quienes fuman. Aunque eiis ha establecido cortes religiosas donde se deben decidir los

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LA RUTA TAKFIRÍ

La propaganda yihadista que se transmite por Internet, y de boca en boca, señala que cruzar la frontera entre Turquía y Siria es cosa de niños (arriba). Sin embargo, la zona está custodiada por militares armados (derecha).

tomar medidas de seguridad. Mi intento de convencerlo de que me permitan acompañarlos para ver por dónde iban a ir fracasa: su ingenuidad no llega a tanto. Además, seguramente no está en sus manos y yo también debo pensar si quiero verme rodeado de radicales en un sitio aislado y oscuro. Recitar en árabe el shajadaj, el primero de los cincos pilares del Islam (“no hay otro dios más que dios y Mohamed es su profeta”), me ganó la confianza de James-Mohamed, pero la suerte no es a prueba de tercos. De manera que, después de prometerle meditar en soledad con dios para decidir de qué forma contribuir a la yihad, me marcho a Cilvegözü. A lo largo de dos kilómetros, el dolmu (transporte colectivo menor que un microbús) transita al lado de tres filas de camiones que esperan poder pasar a Siria, incluidos al menos 40 transportes nodriza de vehículos, cada uno con 14 camionetas usadas tipo van y suv. Ese tipo de comercio intenso no es lo que esperaba ver en la frontera con un país en donde la economía está en cenizas, que ha sido retornada al siglo xix por las bombas y la locura. O al menos eso es lo que prevalece en las zonas controladas por la oposición (o por los yihadistas afiliados a Al Qaeda, para ser precisos). Los soldados turcos tienen problemas para controlar las vías de acceso: decenas de jóvenes turcos y sirios manejan operaciones de movimiento de coches, personas y mercancías, y son miembros de una o varias mafias. Curiosamente, 110

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sobre los uniformes militares portan chalecos antibalas con los colores rojo, blanco y negro, los mismos de la bandera del régimen del presidente sirio Bashar al-Assad. Hombres y mujeres de todas las edades llegan desde Siria con las vértebras desalineadas en cuerpos enflaquecidos y exhaustos, mostrando el peso de tragedias de las que ya no les quedan fuerzas para hablar.

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REALIDAD DISTINTA

l joven ingeniero no quiere decir su nombre ni acepta un seudónimo: “Si me pones Mahmud y alguno de (las milicias) eiis cree reconocer a otro Mahmud, van a cortarle la cabeza a alguien de su familia… mejor así”. Acaba de cruzar la frontera a Cilvegözü escapando desde Raqqa, una ciudad siria que, al ser la primera de la que las fuerzas del gobierno fueron totalmente expulsadas —el 4 de marzo de 2013— debería ser un símbolo heroico para la revolución. Pero es lo contrario: el retorno al oscurantismo medieval, al imperio de la religión sobre el sentido común, del fanatismo sobre la razón. La explicación, si es que hay alguna, es que el ejército rebelde nunca fue propiamente un ejército, sino apenas

caído en manos de sus asesinos cuando buscaba atención médica, y que pertenecía a una milicia aliada. Al comprender su error, eiis emitió un comunicado en el que pedía “comprensión y perdón”. “Cerraron los cafés donde se permitía que entráramos hombres y mujeres, clausuraron el cine, prohibieron los colores brillantes…”, lamenta el ingeniero, que ahora se ha convertido en uno más de los dos millones y medio de sirios que han buscado refugio en el extranjero. “Es una dictadura peor que la de Bashar [al-Assad].”

La milicia eiis ha coonvertido a Siria en un bastión de Al Qaeda. Abajo se ve al vocero de esa organización, Abu Mohamed al Adnani.

algo más que un paraguas bajo el que cabían los grupos que confiaban en obtener apoyo militar de varias potencias extranjeras —desde Estados Unidos y Gran Bretaña, hasta Catar, Turquía y Arabia Saudí— en la guerra contra el régimen de Assad. El problema es que a las divisiones que siempre plagaron al esl pronto se sumaron los abusos de poder y la corrupción. Raqqa debía ser la oportunidad para el esl de demostrar cómo quería gobernar al país. No tuvo mucho tiempo: apenas 71 días después de tomarla, el 14 de mayo, eiis atacó sus posiciones y lo derrotó en sólo 24 horas. Ahora, esta urbe de 250 mil habitantes es el mayor núcleo de población dominado por Al Qaeda en todo el mundo. A pesar de que tiene un brazo precariamente entablillado, el ingeniero es hábil con el teléfono móvil y me muestra el plano de su ciudad: el zoom nos aproxima hasta el céntrico edificio donde despacha el jefe de eiis. Después nos movemos para ver una plaza vecina: “Ahí asesinan a los civiles de la comunidad alauí que agarran de vez en cuando, o a soldados. Con un altavoz, llaman a la gente para que vean cómo les cortan la cabeza con una espada o les dan un tiro fotos: AFP

en la nuca. Una vez utilizaron un dushka (una ametralladora antiaérea) para destrozar a un hombre”. Fue en ese sitio, también, donde el ingeniero recibió 90 latigazos diarios durante cinco días: un castigo que unos adolescentes de eiis decidieron darle a un anciano cuando éste los reprendió. El ingeniero pensó que el hombre moriría y, para evitarlo, pidió recibir la sanción en su lugar. El espectáculo de las enormes cicatrices en su espalda es doloroso. Dice que le fue bien: “A mi hermano le cortaron una mano por haber abofeteado a uno de ellos”.

asuntos, en la calle y en el campo sus militantes aplican “justicia” en el acto: así asesinan a jóvenes acusadas de adúlteras, haya pruebas o no, y a sospechosos de haber bebido alcohol. El 13 de noviembre decapitaron públicamente a quien describieron como un chií que apoyaba al gobierno. Grabaron todo el espectáculo y subieron el video a Internet, como es su costumbre. Pero alguien reconoció a la víctima —o su cabeza, que mostraron como un trofeo— y denunció que en realidad habían asesinado a Mohamed Fares, un comandante que, tras ser herido en combate, había

ohamed Qataa, un vendedor de té de 15 años, tuvo la mala suerte de ser escuchado por un yihadista cuando pronunció las palabras equivocadas. Otro adolescente le pidió una bebida gratis y Mohamed respondió: “Ni siquiera si el profeta Mahoma desciende te la daría”. El grupo de combatientes extranjeros se lo llevó y amenazó a los parientes y vecinos que trataron de intervenir en su ayuda. Lo trajo de regreso más tarde: el muchacho tenía la camisa levantada sobre la cabeza y su cuerpo mostraba señales de latigazos. Los extremistas pidieron que la gente se reuniera en la calle. “Estimada gente de Alepo”, dijo uno de ellos, “usar en vano los nombres de dios o del profeta, o abusar de ellos, es una blasfemia. Cualquiera que lo haga será castigado de esta forma”. Frente a los padres de Mohamed, el hombre le dio dos tiros al adolescente. Uno penetró por la parte baja y frontal del cuello y otro le destrozó la boca. Los testigos detectaron que el origen de los asesinos era extranjero porque hablaban un árabe formal, de aprendizaje escolar, sin giros dialectales ni jerga callejera. Además, si hubieran sido sirios, no hubiesen juzgado lo que dijo su víctima como un insulto, porque se trata de un dicho popular frecuentemente utilizado en el país: así como lo sorprendieron a él al momento de utilizarlo, podrían haberlo hecho con cualquiera. Mientras el poder de las milicias de Al Qaeda se extiende en las zonas opositoras, en gran medida la angustia de la población radica en que la dirigencia y buena parte de los militantes de esas ESQ

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organizaciones no son sirios ni entienden las características del Islam que se practica en el país, de carácter más moderado y —a fuerza de convivir durante muchos siglos— tolerante hacia otras sectas y religiones. Los yihadistas llegaron tarde: en este conflicto, las manifestaciones pacíficas comenzaron en marzo y abril de 2011. Ante la violencia de la represión, a fines de julio de ese año se empezó a organizar el esl para lanzar la lucha armada. Fue hasta enero de 2012 que se formó Jabhat al-Nusra a partir del brazo de Al Qaeda en Irak, llamado Estado Islámico de Irak. Y este último grupo cambió su nombre, en abril de 2013, al de Estado Islámico de Irak y Al Sham. Sham es el nombre árabe de la región de Levante y representa las ambiciones de construir un califato que gobierne con la sharía, o ley islámica, sobre los territorios de Irak, Siria, Líbano, Jordania, Palestina e Israel. Consideran que todos los que no se sumen a él se oponen a dios: si se trata de infieles, son kafirs, y si son musulmanes, los consideran apóstatas. Unos y otros sólo tienen dos opciones: tomar el camino correcto uniéndose a su lucha o ser castigados fatalmente. Los hay de todo tipo. John-Mohamed, el rubio de sonrisa agradable —de quien sospecho que es neoyorquino— es un buen chico que no parece saber muy bien lo que quiere hacer en la guerra: ha escuchado la “llamada”, la que cree que también me trajo a mí, y va a cumplir con ella. Muchos yihadistas son musulmanes que provienen de Medio Oriente y las cercanías (saudíes, turcos, chechenos, jordanos, libios, tunecinos, etcétera), otros son descendientes de inmigrantes y crecieron en Europa o Norteamérica. No faltan, sin embargo, los casos como el de James-Mohamed, quien no parece sirio, como asegura ser, sino un anglosajón convertido al Islam. Es uno más en una nueva pila de reclutamiento para los yihadistas: el número de ciudadanos de países occidentales que está yendo a hacer la yihad en Siria es mucho mayor que en todos los casos precedentes. Los servicios secretos de varias naciones ya han dado la voz de alarma. Hay 220 de origen alemán, según la Oficina Federal para la Protección de la Constitución (con sede en Berlín), que advirtió el 13 de noviembre del año 112

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Arriba, otra de las propagandas que los yihadistas distribuyen para captar adeptos, donde señalan que los combatientes viven en grandes casas, llenas de lujo. A la derecha, el presidente estadounidense Barack Obama, a quien se le ha criticado en foros internacionales por permitir que escale el conflicto en Siria.

Pese a la presión internacional contra el presidente sirio Bashar al-Assad, éste permanece en el poder y los enfrentamientos entre su ejército y los rebeldes cada vez son más cruentos.

pasado que el “número real puede ser mucho mayor”. También hay entre 200 y 400 franceses, según un reportaje del diario Le Monde, y entre 10 y 60 estadounidenses, afirma The Daily Beast. Ambos medios se basan en fuentes de inteligencia de sus propios países (en notas publicadas el 16 de octubre y 12 de septiembre del año pasado, respectivamente). Hay otros 300 británicos, según el servicio de espionaje MI5 de Londres. Bilal Abdul Kareem, un documentalista estadounidense que vivió con islamistas en Siria por un año, afirma haber visto a unos 30 canadienses. El Norwegian Defence Research Establishment, un instituto de investigación de Oslo, cree que, además, hay 95 españoles, de 100 a 300 belgas, unos 100 holandeses y cifras menores de todos los países escandinavos, Austria y Bosnia. El peligro que se percibe está en que muchos de los yihadistas que van al conflicto regresarán radicalizados: este simpático John-Mohamed con el que ahora charlo, difícilmente será el mismo tras recibir todo el adoctrinamiento y

después de haber aprendido a cortar cabezas. Habrá visto a sus amigos morir y cobrado brutales venganzas en soldados enemigos o en sospechosos civiles. Volverá con conocimientos de manejo de armas y explosivos. Y junto con el peso del odio, tendrá experiencia de combate. El 8 de noviembre, Vice publicó un video en el que dos yihadistas británicos en zona de combate, encapuchados y armados, advierten: “Estados Unidos, tu tiempo llegará y te desangraremos hasta morir”. Les exigen a sus compatriotas alzarse contra su gobierno si no quieren ser castigados con él por sus crímenes, y anuncian: “Restableceremos el honor del Islam hasta Palestina, y Gran Bretaña será la siguiente. Gran Bretaña quedará, si dios lo quiere, en el mundo islámico”.

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VIAJE PLACENTERO

arios factores explican la popularidad de la guerra santa en Siria. Uno es la simple facilidad de traslado y de integración: antes, para ir a pelear f o t o s : A F P, g e t t y i m a g e s

a las montañas de Pakistán, el recluta debía hacer un largo y complicado viaje en el que apenas se podía confiar en alguien, debido a la cantidad de espías de distintos países y la suspicacia de los habitantes. También le haría falta aprender los dialectos locales y habituarse a un complejo escenario de tribus y clanes enemistados, entre quienes él siempre sería el extranjero. Y debía habituarse a la dura vida de las cordilleras más altas del mundo, inhóspitas y desoladas. Siria es otro cuento: por ejemplo, un alemán sólo necesita hacer un vuelo de dos horas a Estambul, pasar los controles turcos tan sólo con mostrar su tarjeta de identidad —no necesita ni visa ni pasaporte— y subirse a un avión de una aerolínea barata que, por 50 dólares, en una hora y cuarto lo lleva a Antioquía. Ahí se encuentra con otros extranjeros que, mientras aprenden árabe, se comunican en inglés, y que serán sus compañeros de unidad. Esta sensación de campamento vacacional se acentúa con la campaña de reclutamiento que ha lanzado Al Qaeda a través de numerosos foros yihadistas en Internet. Existe, por supuesto, la motivación religiosa: “tienes que cumplir

con dios”. Pero también está el componente de indignación por la interminable serie de atrocidades cometidas por el régimen de Assad (los actos brutales de eiis y Jabhat al-Nusra son convenientemente ignorados). Pero también lo pintan como una apasionante aventura que se puede hacer en condiciones ideales. James-Mohamed, por ejemplo, sólo lleva una iPad y algunas cosas más. Él me confirma que del otro lado de la frontera, cerca del pueblo de Atmeh —en una colina desde la que se puede ver Reyhanlı— hay una villa que pertenecía a un sirio muy rico y en la que ahora se recibe a muchos de los nuevos reclutas: “Hay una gran piscina, Internet y canchas deportivas, ¡no te lo puedes perder!”. Como prueba, tiene otra imagen que transfiere a mi teléfono: en brillantes colores, hay una residencia con una camioneta lujosa al frente y un texto que juega con las palabras godly, de dios, y good, buena: “Yihad, la vida goodly”. Los tuits y mensajes de yihadistas en Siria son reproducidos en redes sociales para atraer a nuevos compañeros. JohnMohamed me muestra una larga lista de ellos. Por ejemplo, leo tuits de este estilo: “Un hermano que peleó en Mali pasó dos

meses sin bañarse ni poderse cambiar de ropa, que dios lo compense porque, en cambio, la nuestra es una verdadera yihad 5 estrellas”. Y también: “Honestamente, todo lo que digo es verdad… mira la belleza de todo esto. Esta mañana me senté frente a una chimenea que tenía fuego de verdad, subhan’Allah (alabado sea dios)”.

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EL REGRESO

n el vuelo de regreso a Estambul reconocer a los yihadistas extranjeros es mucho más sencillo para mí que en la ruta inversa. No lo logro sólo por las vestimentas: en sus rostros y en sus cuerpos están las marcas de la brutalidad recibida, de la brutalidad practicada. Es casi imposible no ver los ojos apagados, las profundas arrugas del rostro, la tensión en la quijada. Y muchos de ellos tienen la misma edad que John-Mohamed: la guerra transforma jóvenes alegres en viejos carniceros. ¿Qué le sucederá a su sonrisa, si le quedan dientes, si le queda vida? ¿Cuánto dolor habrá dejado tras de sí? ¿Qué hará con el odio acumulado al llegar a casa? Todo por gracia de dios. ESQ

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