Solsticio 2010

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Las aceras tienen orejas Las aceras tienen orejas, y los miradores, las cuestas y las baldosas. Son esa piel de cabra prensada y tensada sobre la que retumban los ecos del sonido de un mundo que habla aun sin darse cuenta. A la calle le tiemblan las cuerdas vocales cuando se abre alguna ventana, pasa el camión de la basura con las agujetas de sus elevadores, o un coche pone los cuatro intermitentes. Y el furgón del reparto descarga cajas, y el vidrio cristaliza el vacío de la mañana, y ruedan los barriles metálicos, entre bolsas de la compra y carteros repartiendo facturas a timbrazos. Se firman los albaranes, como si se rasgaran las cuerdas sin afinar, y los pitidos levantan las faldas a la segunda fila de vehículos, mientras los autobuses pasan insistentes y a destiempo, como el tubo de escape de una scooter en un encuentro feliz y casual a la puerta del estanco antes de comprar el pan. Habla la calle tras el bostezo inicial de la Bahía, y la gramática de Santander se pone en marcha. Acaso es necesaria una revisión de la misma, en estos tiempos retros y yeyés en los que la antigua ypsilón despierta 18

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instintos bélicos y pasiones en defensa del idioma de 450 millones de hablantes, amenazada por todo y por todos, hasta por sus propios académicos. Está en peligro el idioma, todos a una bajo la bandera de la corrección, la unidad, y el poder de los sofás mullidos. ‘Ye’ castallena, nada de griega, no sea que haya que rescatar más letras de la crisis. Y el idioma, único e incuestionable, identificable más allá del barrio o cuadra en el que pronuncie. Inquebrantable. No obstante, hay ciertos rincones de la ciudad que se abren, como párpados, hacia otro lenguaje, el de la palabra diversa, ecléctica y epicúrea, el idioma mestizo del encuentro y la reflexión, el recogimiento, la creación. Servido en versión original sobre las barras fijas o improvisadas al aire libre, ese lenguaje bien podría encuadernarse para salvaguardar la gramática de una población que se está acostumbrando a pronunciar sólo (o solo) un par de vocales. Ese otro lenguaje surge tras el calor que deja el sol; cuando una puerta se abre y tras ella se escapan los rumores de alguna conversación perdida, como se fuga el


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