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28 de febrero

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2 de marzo

2 de marzo

Hacía rato que habíamos abandonado el perímetro del convento y ahora caminábamos por los senderos del monte. Habíamos dejado atrás los árboles y el terreno se había vuelto pedregoso. Llegamos a una cerca de rocas y, justo cuando nos íbamos a sentar para continuar nuestra charla, apareció mi amigo con gesto compungido: ya era tarde, estábamos lejos del monasterio y, lamentablemente, había llegado el momento de partir. Me di cuenta que no quería despedirme del hermano Rosendo; entendí, entonces, que tarde o temprano tendría que regresar al monasterio.

Eso ocurrió, como he dicho, hace un par de meses, y ahora aquí estoy de vuelta. Desde mi llegada hace tres días he estado meditando sobre Fernanda, mis papás, la residencia y todo lo que se avecina; en resumen, he meditado sobre la vida. La increíble lentitud con la que pasa el tiempo en este lugar no hace más que acentuar la noción de paz y tranquilidad que se siente cada instante, y que tanta falta me hace en este momento de mi vida.

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Estoy emocionado por lo que se avecina; mi mente no está ya en el pasado, en la escuela de medicina, en el internado ni en el servicio social, sino en el futuro, en la Ciudad de México, en ese monstruo que me causa terror y excitación a la vez, en ese océano tenebroso que esconde aventuras insospechadas: mi mente ya está en la residencia médica.

28 de febrero

Pues nada, mañana es primero de marzo, el gran día. Fecha temida y, a la vez, anhelada por tantos; temida por los sensatos, anhelada por los ingenuos. Recuerdo las palabras de un amigo que ya terminó medicina interna: “Hay que estar mitad loco y mitad pendejo para querer ser residente”. Vaya palabras de inspiración; bastante ineficaces, por cierto, pues no parecieron disuadir a nadie. ¿Cómo convences a alguien que lo que ha añorado por tanto

tiempo es un acto insensible de masoquismo o, en el mejor de los casos, un disparate? Que no se piense que hablo de más. Repito lo que he escuchado una y otra vez. ¿Alguien puede escarmentar en cabeza ajena?

En las semanas previas, sobre todo cuando estaba en el monasterio, el sentimiento que predominaba era el de una excitación anhelante: recordaba que había pasado el examen nacional y volvía sentir la misma felicidad y el temblor de manos que me inundaron cuando me enteré que iba a ser R1 en marzo; ahora, sin embargo, no queda sino puro miedo. Especialmente después de haber conocido al jefe de residentes, un soberano cabrón llamado Christopher. Me cayó mal desde que se presentó en el curso de inducción, pero no le di demasiada importancia, pues supongo que todos los jefes de residentes del mundo son así. Tienen un papel que cumplir, ¿no es cierto? Es parte del teatro de la vida. Nos dio un pequeño discurso, típico: habló de las diferentes rotaciones, de nuestras obligaciones (no recuerdo que hubiera dicho algo de nuestros derechos) y de las enormes expectativas que estaban puestas en nosotros, residentes de nuevo ingreso del Centro Hospitalario de Enfermedades Cerebrales. Al final del día nos presentó en los servicios en los que rotaremos el primer mes: comenzaré en urgencias, bajo la supervisión del doctor López y el doctor Sotomayor. Primera impresión: Sotomayor, vestigio andante, tiene todo el aire de vaca sagrada. Su garbo es más notorio durante los pases de visita, que lleva liderando medio siglo. López, en cambio, tiene aire de subordinado espantadizo.

Ahora que lo pienso, me pregunto si no hubiera sido una mejor idea hacer la residencia en el Centro Médico del Norte. Adolfo y Rebeca están allá y me dijeron que harán guardias ABCD; aquí haremos ABC. Pero vamos, ¿hay mejor lugar en México para hacer la especialidad de psiquiatría? No, el mejor lugar es el Centro Hospitalario de Enfermedades Cerebrales.

Hemos estado viniendo desde la semana pasada para el curso de orientación. Se presentaron los jefes de cada departamento y nos presumieron sus currículos antes de contarnos la historia del Centro Hospitalario; hablaron después las enfermeras, las trabajadoras sociales y algunos médicos adscritos, antes de que un residente nos diera un tour por el hospital. Cuando desayunábamos en la cafetería al final del tour (momento en el que conocí a Laura, Francisco y Santiago) escuché los cuchicheos de las mesas vecinas. Los residentes y los adscritos nos veían sin disimulo: –Como que los nuevos se ven muy fresitas. –Yo creo que el güerillo no aguanta vara: le doy dos meses. –¿Ya vieron las teclas de la de rojo? –¿Cuál de rojo? –Ahí, al lado del pelón, fíjate bien. –¡Aguas, pendejo! No señales, ¿no ves que anda volteando para acá? –Creo que se llama Laura. Escuché que hay que estar abusado con ella.

Y en otra mesa. –Ese güey se sienta como puto. –¿Cuál? –Ese, el pelón, mira cómo cruza las piernas como si no tuviera huevos.

Hablaban de Francisco. –Así se sienta mi jefe. –En los ancianos no cuenta güey, así se sientan nomás los viejitos, las mujeres y los putos. –Hablando de putos, creo que el peloncito (de nuevo Francisco) está bueno para el Christopher. Ya ves que dicen que es closetero, especialmente ahora que es jefe de residentes y nadie lo soporta. –Pobrecitos de estos güeyes, Christopher se los va a atorar parados.

Así les gastan los doctores del honorable CHEC. Me pareció un poco agresivo todo esto contra Christopher, pero luego tuve oportunidad de confirmar su mala leche cuando nos dio las últimas “palabras de aliento” antes de presentarnos en los servicios correspondientes.

“Bienvenidos, muchachos” comenzó. “Espero que vengan con muchas ganas de trabajar. Si los aceptamos en este Centro Hospitalario es porque siempre fueron los más inteligentes de su salón, los mataditos: por eso no les va a costar trabajo aprenderse las reglas del hospital. Son las reglas no escritas, pero valen lo mismo, o tal vez más, que las que les entregarán en los boletines del departamento de enseñanza. Tal vez haya una que otra que se me escape en este momento, pero ya las aprenderán en el transcurso de la especialidad. ”Para empezar, le hablan de usted a su R2, lo mismo que al R3. Al R4 no le hablan si él no les dirige primero la palabra. Si un R superior está de pie, el R1 no tiene derecho a estar sentado (hacía pequeñas pausas entre regla y regla, como para recargar su inspiración). ”Tienen que llegar al menos una hora antes que su jefe inmediato para tener en orden las indicaciones, las notas de ingreso, los expedientes y, si así se les ordena, el desayuno de su R2. Su R superior siempre tiene la razón. Si cometen cualquier error que comprometa a un R superior: guardia de castigo. Si por una falla de ustedes (y, por regla general, las fallas son del R1), su R superior es castigado con una guardia, les tocará a ustedes hacer tres guardias extra. ”Su salario de los primeros dos meses les pertenece a los R4. Si lo creemos necesario, este periodo se alargará. Cualquier incumplimiento: guardia de castigo. ”Los R1 no tienen derecho a dormir en las guardias, no importa si urgencias y hospitalización están tranquilos, tienen que estar siempre despiertos; para asegurarnos del cumplimiento de

esta regla hemos asignado un grupo especial de R2 que hará rondines durante la noche, sin previo aviso. Cualquier R1 que esté descansando los párpados: guardia de castigo. ”En cuanto a las comidas, tendrán tiempo de realizarlas de acuerdo al juicio de su R superior siempre y cuando, claro, ellos ya hayan comido. No pueden ir a ningún lugar, ni ir al baño a tirarse un pedo, sin el consentimiento de sus superiores. Si encontramos un error ortográfico en sus notas de evolución o en los ingresos: guardia de castigo. Si hay una falla en el diagnóstico: dos guardias de castigo. Los errores en los medicamentos se pagan mucho más caro. De la revisión de los expedientes me encargo yo. ”Hay otras reglas, como ya les dije, que en este momento no recuerdo, pero que irán aprendiendo con el paso del tiempo. Puedo darles mi palabra que, si no las cumplen al pie de la letra, nunca serán especialistas egresados de esta institución. ”Una cosa más. Habrán estudiado mucho para el examen nacional y creen que por eso son muy chingones. O seguramente las viejas están muy buenas y por eso, recuérdenlo, sólo por eso, son residentes de este hospital. Pues bien, todo a eso a mí me vale madres. Sus diplomas de excelencia me los paso por los huevos. Lo único que me importa es que entiendan que aquí vienen a chingarle y que el que manda soy yo. El título se los damos por aguantar vara durante muchos años, no por jugar al doctor o por saber neurociencias. Vienen a sobrevivir, no a aprender, y si no se cuadran sepan que afuera hay cientos, tal vez miles de médicos que darían lo que sea por estar en sus lugares. Recuérdenlo bien, en este hospital hay sólo dos platillos: pan y verga. Y hace mucho que se acabó el pan”.

Así que este hijo de la chingada será el jefe de residentes. ¡Vaya manera de recibir a los nuevos R1! Llegando al departamento, después de terminar los tours y las presentaciones de rigor, me quedé acostado un buen rato en mi cama: imaginaba lo que me depararían los próximos cuatros años. Me puse a ver el techo

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