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La Crisis de la Verdad: Consecuencias Psicosociales en la era Trump

Por Cristian Quintanar Castro

La era de Donald Trump marca un hito en la Historia contemporánea de Estados Unidos, no solo por su política exterior errática, su discurso divisionista o su relación conflictiva con la prensa, sino también por las profundas huellas que dejó en el tejido psicosocial del país. Esta dimensión, entendida como el entrelazamiento de estructuras sociales y procesos subjetivos, se vio profundamente afectada durante este periodo, dando lugar a nuevas formas de ansiedad colectiva, polarización afectiva, reconfiguración de identidades y erosión de los vínculos democráticos.

Uno de los principales efectos psicosociales de la era Trump es la intensificación del antagonismo político y afectivo. A diferencia de la mera divergencia ideológica, la polarización afectiva implica que las personas no solo discrepan de las opiniones de los otros, sino que desarrollan sentimientos intensos de desconfianza, desprecio o incluso odio hacia quienes piensan diferentemente. Esta transformación del antagonismo político en enemistad moral se vio acentuada por el uso constante de un discurso de “nosotros contra ellos”, donde los opositores no eran simplemente adversarios, sino enemigos de la nación. El lenguaje de Trump, muchas veces cargado de desdén hacia minorías, mujeres, inmigrantes o periodistas, funcionó como catalizador de emociones negativas que encontraron eco y resonancia en amplios sectores de la población.

Esta polarización afectiva no solo fragmenta el debate público, sino que también invade las relaciones personales. Numerosas encuestas y estudios reportaron un aumento significativo de rupturas familiares y amistades deterioradas por diferencias políticas.

Las cenas familiares y reuniones sociales se convirtieron en espacios potencialmente conflictivos, y muchos optan por evitar la conversación política como medida de autoprotección emocional. El coste subjetivo de este proceso es alto: Ansiedad, aislamiento, sensación de incomprensión e incluso síntomas depresivos. En este sentido, la era Trump deja una estela de malestar psicosocial difícil de medir en términos cuantitativos, pero ampliamente reconocida por la experiencia vivida de millones de ciudadanos.

Otro aspecto fundamental es el resurgimiento de discursos y prácticas abiertamente racistas y xenófobas. Si bien estas actitudes nunca habían desaparecido del todo, durante el mandato de Trump encontraron una nueva legitimidad discursiva. Al ridiculizar a inmigrantes, al minimizar la violencia policial contra afroamericanos, o al tratar con indiferencia los crímenes de odio, el presidente envió un mensaje tácito: El racismo ya no debía ocultarse, podía decirse en voz alta. Esto provoca un aumento en los crímenes motivados por odio, y generó en las comunidades víctimas de racismo una experiencia constante de inseguridad, hipervigilancia y angustia. Los efectos psicosociales de vivir bajo una amenaza latente y a menudo institucionalizada se traducen en estrés crónico, pérdida de confianza en las instituciones y sentimientos de exclusión del cuerpo social.

Asimismo, la relación de Trump con la verdad y la información tuvo consecuencias profundas en la vida psíquica colectiva. Su tendencia a emitir afirmaciones falsas o infundadas –registradas de forma sistemática por verificadores de hechos– instauró un clima de posverdad en el que el valor de la evidencia empírica fue sustituido por la fuerza del afecto, la fidelidad partidaria o la viralidad en redes sociales. Esta crisis epistémica afecta directamente la capacidad colectiva de discernir lo real, generando desconfianza generalizada, teorías conspirativas y una fuerte fragmentación del espacio simbólico compartido. La pandemia de COVID-19 agudizó este fenómeno: Frente a una amenaza común, lo que predominó fue la división, la negación de la ciencia y el escepticismo extremo, con consecuencias directas en la salud mental y física de millones.

Finalmente, es necesario mencionar la transformación del liderazgo político en espectáculo y entretenimiento. El estilo 'performativo' de Trump, su uso compulsivo de X (antes Twitter), sus declaraciones provocadoras y su constante apelación a la emocionalidad rompen con las normas tradicionales del debate democrático. Este modelo de liderazgo no solo erosiona el prestigio de las instituciones, sino que fomenta una cultura de cinismo, apatía o radicalización entre la ciudadanía. La política se convierte en un espectáculo polarizante donde el insulto desplaza a la deliberación y donde el escándalo constante fatiga la atención pública. A largo plazo, este fenómeno contribuye a una desafección democrática que pone en riesgo la cohesión social.

En conclusión, la era Trump no es solo un periodo de gobierno, sino un episodio de reconfiguración profunda de las subjetividades, las emociones y las relaciones sociales en Estados Unidos. El legado psicosocial de su mandato se expresa en el aumento del malestar afectivo, la polarización extrema, la inseguridad de las minorías, la crisis de la verdad y la degradación del debate público. Comprender estos efectos no es solo un ejercicio de crítica política, sino un paso necesario para reconstruir una sociedad más plural, empática y democrática.

  • Cristian Quintanar Castro: Doctorante en el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional (CINVESTAV) en el área de historia de la educación y del conocimiento. Profesor de asignatura en la UNAM en ciencias sociales. Licenciado en psicología, UAM Xochimilco. Interesado en los procesos psicosociales de la violencia y el uso de la etnografía para el estudio de fenómenos sociales.

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