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FÍADUGRASA POEMA

FÍADUGRASA POEMA

Era sólo un ensayo, así que no había razón para sentirse nervioso. Se trataba de un baile especial para el evento más importante y tradicional que le ocurriría a su hermana: una quinceañera; con trajes elegantes y vestidos pomposos, con la visita de familiares que ni siquiera conocía de su existencia y un salón de pisos resbalosos perfectos para un vals. Lo que era más sublime, su papel en el baile sería sólo de apoyo, dicha de otra forma sería uno más de montón para que la verdadera cumpleañera destaque en la coreografía.

Pese a la sencillez del asunto, su amigo Efraín insistía en ser su compañero de baile, realmente no importaba si lo fuese o no porque sus papeles no les permitían llevarse el vals de pareja principal, sin embargo, durante los ensayos descordinaban y terminaban por pisarse o salvando al otro de una posible caída. Como también se veían en su trabajo de medio tiempo, el baile comenzó a entrar lentamente a sus conversaciones casuales; y sus conversaciones casuales tomaron el espacio de su tiempo de ensayo.

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–Antes de todo esto –mencionó el castaño de mechones rosas–, yo no sabía bailar. Bueno, tampoco es que sea un experto ahora, pero al menos ya no te piso tanto –finaliza con una risita. –Eres un mentiroso, Surem –responde el de ojos color miel–. Primero me sigues ensuciando los tenis con tus zapatos y segundo, te he visto bailar desde antes que esto.

Se encontraban camino a la casa donde ensayan, les faltaba apenas un parque y dos calles para llegar al lugar. Habían salido del trabajo de medio tiempo, por lo que llevaban un cambio de ropa de su uniforme.

–Pues sí, pero eso es diferente.

–¿Por qué sería diferente? –Efraín gira su cabeza hacia su compañero para verlo a sus ojos y obligarle a responder honestamente.

–Eres mi amigo, te tengo confianza –responde Surem con normalidad–. Eso te hace especial.

Como si algo hubiera llamado la atención, cambió el ritmo de caminar de más alto, para rápidamente recuperar los pasos perdidos.

–Especial, ¿eh? –dijo con altanería– Eso es como tener privilegios de ver cosas de ti que otros no verían.

Se encontraban ya a unos pasos de llegar al lugar y se escuchaba vacío. Justo en ese instante, ambos reciben un mensaje del grupo de ensayo; la mayoría llegaría tarde, siendo el par los únicos en estar en la pista de baile. La conversación que tenían momentos antes fue interrumpida por aquella noticia, divagando en que por primera vez eran los primeros en llegar, y que al menos podrían descansar un poco.

Después de un charla bastante trivial y mundana, el silencio tomo lugar por unos momentos, uno sentado en el suelo al lado del otro, pensando en cómo matar el tiempo. Hasta que el de pelo oscuro habló primero.

–Así que –hace una pausa para llamar la atención de su acompañante–, ¿no sabes bailar? –con un gesto de la cabeza niega el menor en respuesta– ¿Y mucho menos un vals? –es seguido por otra negación a su pregunta.

Rápidamente busca en su reproductor de música una melodía, enseguida se levanta y extiende la mano hacia su amigo.

–Permíteme ser entonces tu maestro de ceremonia.

Sorprendido por su propuesta, creyó que sería una clase de broma, esas de las que hacen los amigos para burlarse de su inexperiencia que contó hace unos minutos atrás.

–¿De verdad? –suelta un bufido de incredulidad– ¿Con “tiempo de vals” cantada por Miku?

Sonríe y voltea sus ojos hacia arriba, busca su mano y continúa incitán- dolo a bailar junto a él. Su estrategia funciona y Surem se levanta, aceptando la invitación por seguirle el juego. –Lo importante no es la canción –posiciona la mano derecha de su pareja de baile en su hombro, mientras que él agarra su cadera–, es quien lo baila.

Dicho esto, comenzó por dar los primeros pasos, contando en voz alta “uno, dos y tres, uno, dos y tres”, dando una vuelta en el número tres. Se dio cuenta que iba a un ritmo rápido, volviéndolo confuso para el castaño, por lo que disminuyó su velocidad, y le recomendó observar cómo pisaba él para complementarlo.

–Efraín, no puedo –comenta frustrado el de ojos oscuros al continuar equivocándose en sus pasos –. Eres muy bueno para esto y yo soy terrible, no creo que sea una buena idea que desperdicies tu talento en mí.

Un punto de quiebre que parecía no ser solamente sobre la danza, sino sobre su falta de confianza e inseguridad. Anteriormente había visto ya algunas actitudes que le parecían señales de esto mismo, no sería hasta ahora que puede refutar la idea. El mayor se preguntaba cómo podría un chico tan maravilloso e inteligente dudar tanto de sí mismo.

—No voy a dejar que termines creyendo eso que no es verdad —le toma las manos para sostenerlas, son cálidas y un poco ásperas, aún así, le transmite confianza—. Dijiste que soy especial, ¿no es cierto? —Busca con la mirada nuevamente a su acompañante que, con miedo, responde mirando de vuelta a los orbes que le observan con seguridad y ternura— Así que tendrás que creerme cuando digo que también eres especial —el más pequeño siente como si algo en su interior se encendiera y sus ojos se iluminaran como faros de noche— ¿Qué importa que los demás sean mejores? No es como si ellos tampoco se equivocaran, ni que fueran profesionales o estén en una competencia; y sobre todo estás bailando conmigo, no con ellos.

Con cada palabra que salía de aquella boca, sentía cómo llenaba su corazón lleno de miedo, disipando tantas preguntas que abrumaban su órgano que palpitaba cada vez más rápido. Por primera vez, no le dio temor mirar a los ojos de la persona que le inspiraba a volver a intentarlo. La canción terminó de sonar, enseguida comenzó otra melodía que era distintiva de reconocer; se trataba de MerryGo-Round of Life, la pieza que suena en una de sus películas favoritas. “Esto se siente como un sueño. ¿Esto es real?” se preguntó el castaño.

—Así que por favor —continúa el mayor, retomando posición para continuar el vals—, sólo mírame a mí.

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