"Resuelve tu Huella de Abandono"

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K Bienestar Integral

Valeria Pérez Fraga • Foto de Alfonso Ruiz Soto®: Ana Paula Otegui

tu Huella de Abandono

Alfonso Ruiz Soto® habla de este interesante concepto, cómo se forma, sus implicaciones y cómo se puede resolver para lograr una mayor paz contigo misma. ¿Qué es la huella de abandono? La huella de abandono es la conciencia escindida, separada de sí misma. Una discordia interna. Produce dos emociones centrales: la angustia existencial y el desamparo. La angustia existencial proviene de no saber quién soy; y el desamparo, de la falta del sentido de pertenencia: no saber dónde están mis más profundas raíces afectivas. Este desamparo se genera desde la infancia profunda entre los 0 y los 3 años, y en la infancia media entre los 3 y los 7. Son los años más importantes en la vida emocional de una persona, ya que su estructura psíquica preserva niveles muy profundos de experiencia. ¿Cómo se forma esta huella? La huella de abandono se configura a lo largo del proceso de individuación por medio de la conciencia de la separatidad. El feto habita en un principio de placer y seguridad extraordinario en el útero de su madre. En el momento del parto, viene el paso de una dimensión a otra: la expulsión del vientre. Una explosión emocional. De inmediato, se inicia un nuevo contacto, ahora con el seno materno, que se prolonga durante la lactancia. Entonces, viene otra experiencia de separatidad: el destete. Posteriormente, el bebé se incorpora a una vida familiar, se adapta a la casa y de pronto… a la escuela. Ahí tenemos parte de la expresión de esta huella de abandono y esta conciencia de la separatidad. Son momentos clave en la configuración de la huella de abandono, en los que se siente esa separación, que van provocando los rompimientos, la falta de pertenencia. ¿Cómo experimenta el bebé estas separaciones? El bebé incorpora la experiencia de separatidad a través de la construcción incipiente de la nociones espaciotemporales. El bebé tiene un sentido de inmediatez y de presencia de lo que existe como una totalidad plena,

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y cuando desaparece de su percepción, no existe; no hay construcción de la continuidad de una forma, de un objeto. El bebé no busca los objetos detrás de una servilleta cuando cubrimos una cuchara delante de sus ojos. No la percibe, no existe. Cuando estira la manita y levanta la servilleta para buscar la cuchara, ya hizo una construcción espacio-temporal importantísima.

El impacto del abandono ¿Cómo influye esta construcción espacio-temporal en el bebé? Esta construcción impacta al bebé miles de veces a lo largo de sus primeros 3 años, en donde la mamá lo deja un momento para realizar sus actividades. En esa sensación de “ya se fue, ya regresó y ya se volvió a ir”, se viven muchos impactos emocionales de abandono. El bebé lo experimenta como un rechazo, porque no tiene la certeza de que mamá va a regresar. Niños o niñas han sido abandonados en la escuela por sus padres que olvidaron pasar a recogerlos a la hora de la salida. El mensaje es claro: “Cualquier cosa es más importante que yo”. Hay una sensación de pérdida de la autoestima, de rechazo, de negación. Ésta es la forma crucial en donde se va configurando la huella de abandono, a través de los procesos reiterados de separación y de padres ausentes.

Las 7 fuentes ¿Intervienen otros aspectos en la huella de abandono? La huella de abandono tiene una configuración a partir de siete fuentes fundamentales. La persona que no experimenta a su plena satisfacción los valores de las siete fuentes del sentido de pertenencia, va a experimentar la necesidad de una restitución afectiva, de una reposición de lo perdido. La persona está en busca de lo que no recibió. Estos siete valores son: afecto, apoyo, comprensión, placer, inspiración, conocimiento y reconocimiento. Pero nadie vive esa experiencia completa. En la medida en que una persona tiene una carencia de estos valores, va formando el perfil de su huella de abandono. Afecto y apoyo. Aun cuando los padres den mucho afecto,

se puede experimentar que hizo falta. En las dinámicas familiares encontramos esas dos posiciones, los papás que dicen: “Pero si le he dado todo el cariño”; y el hijo que dice: “No me quisieron lo suficiente”. También puede haber papás que dan mucho apoyo económico, práctico, pero no dan afecto, no abrazan, no apapachan, no dan besos. Ese contacto y esa emoción de sentir la piel, la caricia, la respiración, el cariño en la voz, en la mirada. Son dos elementos que se complementan: el afecto y el apoyo. Comprensión. Casi nadie recibe la comprensión adecuada por una sencilla razón: los papás no comprenden lo que es un bebé, lo que es un niño. No comprenden sus necesidades, su psicología, sus miedos, sus anhelos; entonces, el niño no recibe la comprensión adecuada. Hacemos una lectura adulta de las necesidades y los comportamientos de los niños; y les exigimos desde nuestra perspectiva adulta, en lugar de respetar su niñez. Los atosigamos con la escuela y las clases extra: “Tienes que estudiar karate, piano y tienes que ser bueno en todo”. Los niños están sometidos a un estrés increíble.

Placer. Se nos olvida que las familias no son correccionales, se nos olvida que las familias tienen que ser fuentes de afecto y de placer, que tienen que ser divertidas y procurar el bienestar de todos los que conviven ahí. La familia se convierte en una especie de correccional, en donde los papás asumen tres roles: policía (investigan qué hiciste), juez (juzgan lo qué hiciste mal) y verdugo (te castigan por haberlo hecho). En lugar de mantener una relación ejemplar: con reglas claras y mucha empatía, con cariño y respeto, responsable y creativa, de gozo. Inspiración. La educación se transmite por inspiración. Cuando la mamá o el papá son cariñosos, amables, ordenados, responsables, alegres; el hijo quiere ser como ellos, lo inspiran. La inspiración es aquello que produce en nosotros una respuesta donde nos permitimos la posibilidad de ofrecer lo mejor de nosotros mismos, es una motivación profunda, genuina, desde dentro. La inspiración tiene que ver con el ejemplo. Una persona inspira cuando su conducta es admirable, es decir, cuando se le admira porque encarna los valores que uno anhela.

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