Romanticas 034

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»Como amante de la escritura, cuando estaba en el colegio. Ya en ese tiempo me encantaba inventarme historias y desarrollarlas. No se me daban mal las asignaturas, pero reconozco que más de una vez me tuvieron que llamar la atención en la clase de Historia porque se me iba el santo al cielo. Y es que no podía remediarlo: estábamos hablando de Felipe II y yo me imaginaba una aventura en esa época. Luego me tocaba quedarme sin dormir antes de los exámenes para poder aprobar. Cuando empecé a trabajar, hasta conseguí liar a un compañero para ir a hacer unas fotos tétricas con las que ilustrar una novela de terror. Las pasamos canutas y la novela era un churro la miraras cómo la mirases, pero nos lo pasamos estupendamente. Mi madre me llamaba Antoñita la Fantástica porque siempre estaba soñando. »Como autora en serio, al publicar mi primera novela. Entonces me di cuenta de una cosa: no todo era cuestión de escribir una historia y se acabó. Había que pulirla, corregirla cien veces y, aunque era un entretenimiento, implicaba la responsabilidad de hacerlo lo mejor posible porque ya no iba a ser sólo mía, sino de las lectoras que me dieran su confianza y la leyeran. Y ellas se merecen lo mejor. ―Si no me equivoco llevas publicando desde el año 2006 desde que tu Opera Prima, Lo

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que dure la eternidad, viera la luz gracias al sello Vergara de Grupo Zeta. ¿Fue casualidad? ¿Fue consecuencia de muchos años de intentarlo? ¿Hubo algún padrino o madrina que te allanara esa primera vez? Porque el resto de publicaciones (que no son pocas) desde luego te las has ganado a pulso. ―Gracias a Dios, así es, no he parado desde que Marisa Tonezzer tuvo el valor de apostar por mí (nunca se lo podré agradecer bastante). Todo lo que ha venido después fue debido a esa oportunidad. »La vida está repleta de casualidades. Tal vez, yo tomé el tren cuando pasó por mi lado y por eso ahora puedo dedicarme a lo que me gustó siempre. Lo que desde luego no fue, es haber estado tiempo intentando publicar. Yo no tenía intención de hacerlo, me era suficiente con escribir mis aventuras y que algunas compañeras y amigas las disfrutaran (o las sufrieran). Lo he contado más veces, pero fue una de esas pacientes víctimas la que me «obligó» a mandar Lo que dure la eternidad a un concurso. Nunca me han gustado las competiciones, lo hice para que dejara de volverme loca. Y la novela acabó en manos de Marisa, le gustó y me escribió diciéndome que quería publicarla. »¿Una madrina? Sin duda la hubo: la persona que le recomendó a la editora que echara un vistazo a mi novela.


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