mi hermana crece todos los sabados 3 4eso

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MI HERMANA CRECE TODOS LOS SÁBADOS por La resinera Las noches estrelladas, en las sillas de plástico al lado de nuestra caseta, las noches de 4 de Julio viendo los fuegos artificiales de mil colores y cientos de formas. Cada año desde un lugar diferente pero siempre con la misma ilusión. La primera vez que fui consciente de lo que estaba viendo, fue un 4 de Julio, 730 días después de que mi madre me sacase de entre sus piernas en el baño de la caseta. Aquel 730º día de mi vida fuera de mi madre, tuve mi primer recuerdo. Al principio no se oye ni ve nada, todo está mudo. Oigo una llama encenderse una chispa insignificante. Suena un pitido agudo y prolongado como el del silbato del abuelo. El pitido sube rápidamente hacia el cielo, mis ojos sensibles se ponen a llorar a causa del fogonazo de luz. Unos segundos de espectáculo visual dan paso al auditivo, todos los estallidos de colores me llegan pocos segundos más tarde Todos los años con cada estallido pido algo. Con 2 años uno no suele saber lo que quiere, yo lo sabía; quería un hermanito u hermanita para no ser el único niño en aquellas noches de mi cumpleaños al lado de la caseta. Toda la gente que me acompañaba aquel día era gente mayor de edad, y no gente con los dieciocho recién cumplidos ni veinteañeros. Yo vivía con mis padres, mis abuelos y con todos los ancianos de nuestra residencia. Antes la llevaban mis abuelos pero con grandes pérdidas de memoria y por culpa del Parkinson se unieron a sus clientes sin darse cuenta, la residencia pasó a las manos de mis padres. Los ancianos de la residencia eran gente abandonada por su familia, enfermos, incluso locos, les habían echado de otros asilos por falta de dinero o por revoltosos. Sólo buscaban un lugar en el que sentirse bien durante lo que les quedase de vida. No todos se referían a que les quedase poco tiempo, si no que querían volver a tener ganas de vivir para terminar su vida tranquilos. No era fácil vivir con ancianos de todo tipo. Todos eran importantes en la residencia, desde los amargados suicidas hasta los ángeles caídos del mismísimo cielo. Al final de mes siempre nos dejaba alguien y a mí me tocaba llevar mi traje negro.


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