Homilía del funeral de la niña Emilia Benavides Cuenca Loja, 22 de diciembre de 2017 Estamos aquí, queridos hermanos, como un pueblo creyente, para anunciar, desde el dolor, ante la partida prematura de Emilia, nuestra fe en la Resurrección. Quizás muchos piensan que estamos aquí para celebrar la misa por la muerte de Emilia, pero no es así: celebramos la Vida, la Vida Eterna de la que participa Emilia. Como diremos en una oración: “aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. Porque la vida de los que en Ti creemos, Señor, no termina, sino que se transforma”. Esta fe en Cristo Resucitado no nos niega el derecho al llanto. Jesús también lloró ante la tumba de su amigo Lázaro y compartió el luto y el llanto de esa familia. Pero nuestro llanto como familia, como amigos, como comunidad ciudadana, debe convertirse en semilla de esperanza y de vida. Y hoy quiero proclamar ante todos ustedes esta semilla de Resurrección en Emilia, ése ángel que acompaña a sus padres y acompaña a todos nosotros. La muerte es una bofetada a las promesas, a los dones y sacrificios de amor alegremente entregados a la vida que los padres han hecho nacer. La muerte toca, y cuando se trata de un hijo, la muerte toca profundamente y como que toda la familia queda paralizada y desesperanzada. Tú, querido Ángel, el otro día decías que estabas seguro de que Dios te devolvería a Emilia, que Él te iba a devolver con vida a quien tú diste vida. Sí, Él te la ha devuelto, pero no a la vida de este mundo, te la ha devuelto a la Vida Nueva, a la Vida Plena, a la Vida con Dios y desde allí, Emilia estará acompañándote a ti, a tu esposa, a tus hijas y a toda tu familia. Sé que este es un camino duro de vivir, pero es un camino que ya están recorriendo ustedes, sobre todo tú Ángel que has llamado a todos a sembrar amor en nombre de Emilia, a construir caminos de esperanza y a creer en la vida ante la dura realidad de la muerte. Has sido un testimonio para muchas personas por tus palabras serenas, cristianas y de perdón. La muerte es una experiencia que afecta a todas las familias, sin excepción alguna, puesto que es parte de la vida. Y hoy la muerte nos afecta a toda una ciudad y creo yo, a todo un país. El Papa Francisco nos dice que “incluso cuando toca a los queridos familiares, la muerte nunca es capaz de parecer natural” Y además, para los padres, “el sobrevivir a los propios hijos tiene algo particularmente angustioso, que contradice la naturaleza elemental de la relación que da sentido a la misma familia” Muchas familias afrontan la muerte de un ser querido con fe. Tú Ángel, junto con tu esposa Olga y toda tu familia, nos están dando este testimonio de saber tomar, en el durísimo paso de la muerte, también el paso seguro del Señor, crucificado y resucitado, con su irrevocable promesa de la resurrección de los muertos. ¿Qué debemos hacer hoy ante la muerte de Emilia Alejandra? ¿Cuál debe ser nuestra actitud de cristianos? ¿Qué nos pide el Señor hoy a nosotros? Nos pide asumir el AMOR, el amor de un Dios que es Vida, que nos ama, que nos llama a la vida y que nos invita a no perder nunca la esperanza. “El trabajo del amor de Dios es más fuerte que el trabajo de la muerte” (Francisco). De ese amor es del que debemos hoy hacernos “obreros”, trabajadores con nuestra fe, porque al final la muerte, “ha sido derrotada en la cruz de Jesús” y Él “nos resucitará en familia a todos”.