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Ahuízotl
Por: Juan Martínez
El ulular del viento se esparcía por entre los árboles cercanos a la chinampa de Eduardo. El frío hacía notar su presencia en cada exhalación. Eduardo se frotaba las manos esperando recuperar algo del calor que había perdido luego de salir del lago. Su mirada estaba perdida, aún veía aquella mano en el agua.
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Todo había sucedido unos cinco minutos antes, mientras regresaba a casa luego de una noche ajetreada; le dolía la espalda después de haber cargado todos los costales de cemento en la obra. El estómago le rugía al no haber recibido comida alguna en todo el día. Después, se arrepentiría del atajo que cruzaba por la chinampa.
Fue ahí donde la vio, una mano temblorosa que pedía ayuda en el agua. Eduardo no lo pensó dos veces y corrió a socorrerla; pero en cuanto la tomó, sintió cómo le apretaba la mano y cuando menos lo pensó ya se encontraba arrastrado hacia el fondo del lago. Pudo distinguir un animal que parecía un perro, con orejas pequeñas y puntiagudas, una larga cola que terminaba en la mano que lo sostenía. Pataleó lo más que pudo y lo último que recordaba, era verse fuera del lago, mojado y con mucho frío.