Revista Sapo Cuentos 06 Eroticos

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¡SAPO 6 CUENTOS! Erótico ¿Por qué no? Ya es Sapo Cuentos 06 y con el fin de seguir experimentando, en ésta edición especial, hemos decidido realizar una revista de cuentos eróticos, con la participación especial de nuestros amigos de México, los “Fractales Literarios” y como siempre nuestros colaboradores y escritores del mundo. Esperamos que con éste volumen se agrande el abanico literario y sigan enviando sus cuentos para ser compartidos por el mundo. Muchas gracias y sigan Revista Sapo en las redes sociales.

Marcelo Díaz S. Revista Sapo.

Revista Sapo Chile DIRECTOR GENERAL: Marcelo Díaz S. EDITOR: Danthe Thenad, Costa Rica. Alejandro Rivera, México.

DISEÑO: Marcelo Díaz Soto. Pancho Hidalgo. Contacto contacto@revistasapo.com revistasapo@gmail.com www.issuu.com/revistasapo

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A propósito de la escritura, Sigmund Freud decía que nadie que está conforme con lo que vive, escribe. Ahora bien, no es que la escritura se limite a no estar conforme. Cualquiera puede escribir pero no todos lo hacen bien. Por ello, ser un ser sexual, erótico o sensitivo no es un pretexto para escribir erotismo. Para esto, hay que recordar que en la antigüedad griega, el amor tenía tres representaciones: el amor familiar, el de pareja y el sexual. De allí que, por ejemplo, la atracción sexual hacia personas de igual sexo no haya sido vista como algo negativo. Entonces, escribir de erotismo es una labor de arqueología que, como todo ejercicio de escritura, implica un estudio de la tradición. Es un hecho que al escribir erotismo no debe bastar con diferenciar pornografía y erotismo (labor que ha ocupado siglos de las reflexiones de teóricos). La escritura erótica debe tender a la innovación. Es redundante, toda escritura es la innovación de cosmovisiones. Por ende, al escribir erotismo se tiene encima escritores ingeniosos como los del Kamasutra o como Sade. Se tiene la tradición eclesiástica y miles de millones de poemas que ligan la sexualidad con recorridos de la tierra o lo que llamo “anatomía frutal”. Lo erótico al ser algo transversal en el interés humano, debe abordarse con un cuidado quirúrgico. Como conclusión, se debe pensar el erotismo como un concepto performativo, cambiante, que necesita un estudio histórico y que está lleno de lugares comunes. Cualquier escritor sensato sabrá que es algo que no se limita al quehacer erótico. Es algo, en efecto, que debe tomar en cuenta todo escritor que tome en serio la idea de escribir. Danthe Thenad @danthenad Berrinchesdedanthe.tumblr.com

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La diferencia entre pornografía y erotismo es sutil y fácil de romperse. Lo erótico va emparejado con la estética narrativa, que es el embellecimiento casi idealizado de cualquier situación, persona o cosa. Un relato erótico describe el preámbulo al coito; cuando detalla el acto sexual, aun adornando finamente, ese relato se mueve ya en las fronteras del erotismo. Así las cosas, entre mas burdo y poco adornado sea un relato, más camina hacia la pornografía textual. Por el contrario, en el extremo “light”, una narración que “entre líneas” tímidamente se refiere al sexo, quedaría como un relato “sensual”. Los trabajos plasmados en este número especial de la revista SAPO, unos eróticos y otros tratando de salvar la frontera porno-textual, intentan plasmar en letras algo tan común como lo es el sexo, convirtiéndolo en algo memorable en tu cabeza, amable lector. Así que, en la medida que al leernos consigamos cualquiera de estas tres cosas: (1) excitarte y activar tu libido, (2) mantenerte interesado(a) en terminar nuestros relatos o (3) dejarte algo en que pensar, habremos conseguido nuestro objetivo cuando, como escritores, ejercitamos la imaginación para hacer nuestros relatos trascendentes y extraordinarios. No me queda más que agradecer a la revista SAPO, el arriesgarse en esta aventura erótica, junto con Fractales Literarios, un grupo de escritores noveles o emergentes latino americanos que nacimos y habitamos en Facebook, y con los demás compañeros escritores que aquí aportaron su trabajo. Alejandro Rivera, Líder espiritual de los @Fractales literarios.

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COLABORAN EN ESTA EDICIÓN: Internacional. Fractales literarios, México. Janialely, Chile. Alejandro Rivera, México. Angélica Ramos, México. Beatriz Calderón, México. Liah Annh, México. Fabro Torres, México. LAC, Chile. Damían Solano, México. Orden Aleatorio, México. Jorge Yáñez Medina , Chile. J. Epitafio, México. Victoria Ramos, Chile. I. Martínez, México. Emma Muñoz, México. Matias Lamarque, Chile. H. K. Michael Ayala Alva, Perú. Alfredo Murillo Rivas, México. Lisa Ferre, México. Luis Herserv, México. Lucia Bueno, México. Luz Alcocer , México. Alejandra Calderón, México.

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ÍNDICE SAPO CUENTOS

09 Amante furtivo 15 #Solo cuatro citas 19 A los ojos de una mecedora 24 Hasta las últimas consecuencias 28 Rosario 31 Hoy desperté pensando en eso 34 Suegra 42 Laura 45 Caramelo 50 El instante 54 Frenesí rojo 57 Insomnio 60 Lo que Norma me hizo 65 Virgen de los deseos 68 Crónica de una noche 73 Mudanza hormiga 77 A cada segundo tuya 80 Sea la mujer cap 01 84 El Mar 86 El vecino 89 Aventura 93 Desnudo 95 El banquito rústico 98 Ella 102 Amor en Cristo

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ADVERTENCIA Esta revista tiene contenido para adultos. EstĂĄ pensada para gente con criterio formado y mente abierta. TambĂ­en Revista Sapo no recibe dinero, los que la realizan, lo hacen por amor al arte.

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AMANTE FURTIVO

El psicólogo ya me ha dado su diagnóstico. Mi personalidad “nueve” en el eneagrama, se asomó nuevamente. ¿Cómo iba a entender él, con su ciencia, lo que yo traía en el pecho?, él no había sido sometido a aprender desde pequeño el arte de callar, de ceder, de siempre ceder, de hacer lo bueno aunque el mundo se hiciera aburrido y lleno de hastío. Por primera vez en mucho tiempo me sentía libre, de no necesitar sacrificarme por nada ni por nadie, de medirme con la tara de lo que quería y no de lo que merecía, ese envase

que podía llenar a mi antojo, sin preocuparme de que se derramara. Cambié mi piel de cordero, porque me salió el gusto por medirme la piel de lobo y me lucía mucho mejor. Dispuse entonces de dos horas de ausencia en mi vida intachable de casada, tan solo para regalarme la dicha que hacía tiempo no se asomaba a mi cara. Nos encontramos, y eras el mismo, con dos o tres arrugas más. Tus brazos largos y torpes, tu sonrisa desencajada, la historia de mi pasado en tus ojos verdes, mi boleto de viaje directo a lo que mas me asustaba.

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Tu barba espesa y lanuda, tus dos metros de altura que se clavaron en mi alma, esa alma mía sin fondo, dispuesta a beberse de un trago la culpa, después de reencontrarme con aquel viejo amor que convertiría en mi amante durante una tarde de otoño a cambio de toda una vida presuntuosamente feliz, y que en realidad era una vida frustrada. Que patético mi mundo de “mujer perfecta de casa”, cuando meses mas tarde me enteraba, que el peso en mis hombros no era mas que la carga del pañuelo de papel que mi marido usaba para secar el sudor, cuando con una compañera de su trabajo, hacía piruetas en una cama, sin el más mínimo pudor. Sin querer justificarme, lo mío era diferente. No era el deseo de tenerte entre mis piernas lo que me motivaba, era mi necesidad de ternura, mi hambre de besos profundos y salivados, mi sed de sentirme amada. Llegamos al sitio del encuentro, tú con las manos sudorosas y yo con el manojo de nervios asomando en mi cara. No quería echar a perder las cosas, no quería arruinar el momento, pero era tal mi tensión, de saber que iba a pecar en cualquier momento, que tenía miedo de no superarlo “con el tiempo”, como todos dicen que se arreglan las cosas. www.revistasapo.com 10


Me senté en la cama, con la puerta entreabierta te miré mientras subías los peldaños de las escaleras sigilosamente, uno a uno y cada paso que tú dabas, perturbaba mi mente. Giraste el cerrojo de la puerta. Te acercaste, dirigiéndome una mirada algo extraña, que vacilaba entre un seductor consumado y un soñador adolescente, me arrojaste de lleno en la cama y tu cuerpo apretó mis senos hacia mi pecho cuando tu peso descansó sobre mí. Me besaste el cuello con cierta ternura y mordisqueaste el lóbulo de mi oreja varias veces, esos juegos tuyos tan traviesos e irónicos, que comenzaban a disparar mi libido de manera estridente. Se erizó cada uno de mis vellos del brazo al sentir tus labios hurgar por encima de mi blusa… para cuando llegaste a mi ombligo, el viaje había comenzado mas allá de mi mente. Y fue así como recordé que, bajo mis pantalones de mezclilla ajustados y más allá

del encaje blanco de un bikini que cubría mi vientre, se encontraba todo un mundo que había sido abandonado algún día y que tú venías a revivir tocando una sinfonía, cual pianista estrenando piano de cola, no era yo instrumento nuevo, y sin embargo, me sentí relucir con tan solo desempolvar mis acabados de madera fina, madura, pero aún resplandeciente. Tu lengua nadando en mi entrepierna, tus besos de espuma hacían piruetas entre círculos polares y caricias intermitentes. Cuando mi clítoris se halló descubierto no pudo más y estalló. Y mientras yo gemía en medio de un trance, dejé de apretar los ojos solo para verte y te encontré con la mirada clavada en mi rostro, con esos ojos color de mar mirándome fijamente, mientras seguías abriéndote paso por entre mi cuerpo, con los dedos húmedos, a causa de mi recién despreocupado torrente.

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Mi rostro suplicaba entonces por tu presencia en mi cuerpo, y tú leíste aquella mueca mía inmediatamente. Cuando subiste por mi pecho y quitaste mi blusa, para después zafar mi sostén con los dientes. Lo que tu lengua dibujó en mis areolas, solo lo saben tú y tu insana imaginación, que planearon llevarme al profundo abismo para perderme y lo lograron justo cuando el rose de tu piel con la mía, entre lo firme de mis pezones y tu parte más llena de sangre hirviendo y de vida, se hizo inminente. Tuviste tiempo de susurrarme al oído, mientras nos balanceábamos encadenados esperando el final de aquel encuentro furtivo; “Estás hoy aquí y es lo único que pido”. Bendita oración que desató todo el parque de juegos artificiales que llevaba en mi interior dormido.

Al terminar, sintiendo con tal vehemencia que habías sido mío, recargué mi cabeza en tu pecho desnudo, mientras dibujaba garabatos con mi dedo índice alrededor de tu ombligo. Una vez relajados del clímax previo, sentados en la tina con burbujas, bebiéndonos la prisa, la culpa y uno que otro recuerdo, mezclado con alguna vivencia reciente, tratando de conectar en el presente de aquel momento, dándonos cuenta de que aunque podíamos hablarnos de cualquier cosa, por esa conexión tan estrecha que le da a uno haber desnudado su alma y su cuerpo, había sin embargo entre mi hombro pegado al tuyo, una brecha sin puente; entre mi papel de madre cuarentona y tu papel de príncipe de un cuento diferente.

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Y así nos vestimos mientras hablábamos de cosas tan triviales como el hecho de no estar seguros de estar con quien realmente queremos, como si nuestra especie fuera lo suficientemente malévola para herir el presente y marcharnos lejos, como si en verdad pudiéramos ser valientes y buscar el lado nuevo de la costumbre y coincidir de nuevo. Pero la raza como la nuestra no es de animales salvajes, somos viejos amantes que sólo en un lejano universo paralelo, bailan la danza de ser felices y plenos. En esta dimensión donde habitamos, nuestro destino es envejecer con quien estemos, viviendo felices a medias y soñando de vez en vez despiertos. Sí, fui infiel. Fui capaz de serlo y hoy

lamento no haberlo disfrutado mas, como ameritaba el caso, pero la pasión es una combinación peligrosa y compleja entre realidad y subconsciente, y si la parte irreal gana terreno en nuestra mente, la coherencia nos abandona y no hay vuelta hacia el presente. Un adiós inevitable, previo abrazo de despedida. No contuve la necesidad de volverme a mirar tu rostro. Dibujaste un ceño fruncido, la frente arrugada como casi siempre, con una extraña tristeza asomando en tus ojos. — Hasta siempre amor mío, — Dijo mi parte Quijotesca. — Hasta luego recuerdo mío, — Respondió mi presente a cuestas.

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Volví en sí en la sala de la parte baja de la casa, subí a los dormitorios en medio de la madrugada, besé a mis hijas dormidas en sus literas, caminé hacia mi cuarto y miré mi lugar en la cama donde mi cuerpo dormía plácidamente al extremo opuesto de donde mi marido descansaba. La noche llena de estrellas sólo sabía de lo ocurrido, qué va a saber mi psicólogo, que cada sesión me aconseja hablar con mi marido, como si no le hubiera confesado ya las suficientes veces que muero de hastío, de costumbre, de tristeza, de desuso y de olvido, qué va a saber un hombre como el que duerme

en mi cama, que prefiere acostarse con su compañera joven y fácil del trabajo por no renovar día a día lo que tiene conmigo, qué va a saber un hombre tan hostil y simple de lo que una mente como la mía puede hacer durante un viaje astral, con un amante como tú lo eras, como yo te recuerdo, apasionado y furtivo. Por: Emma Muñoz, México. Fractales literarios

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#SÓLOCUATROCITAS Antes de compartir mi historia, acentuaré dos cosas: Primero, quisiera que quienes me lean sean mujeres, o al menos posean un alma femenina, ya que este relato es tan íntimo e inocente que puede estar fuera de su alcance, mis queridos hombres. Segundo, señalarles que abriré mi corazón, mis complejos e intimidad hacía vosotros. Lo conocí por aquellos instantes en que el encuentro, al menos para mí, era sólo una cita más de tantas que había tenido, sin ninguna expectativa. Cuando lo vi, no sé si realmente me gustó, era tan solo una cita, disfrutar de una agradable compañía, una rica comida, una cálida y sensual atmósfera y una charla tan trivial y casual como cualquiera, pero no tan simple, debido a los ingredientes que la rodeaban. Me despedí, y todavía sin ninguna emoción hacia él. Un beso en la mejilla, que al parecer a él le hubiese gustado un poco más labial.

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Mi segunda cita con él, fue un poco más clara para mí, ya que en los días previos solía despertarme en las mañanas con un sentimiento y unas ganas enormes de besarlo, sí, así como cuando alguien de la escuela te atrae mucho y quieres que llegue luego ese día, ya que sabes que podrán concretar esa anhelada acción de besarse sin parar. Es extraño, pero así de drásticas y cambiantes fueron mis emociones. Calmen, ya sé que se están preguntando, ¿A qué se debió este tan brusco cambio emocional?, pues bien, se los explicaré más adelante de este relato.

Ese día había sido un día tan especial para mí en el área profesional que casi había olvidado que tenía este segundo encuentro. Yo, una chica que justo en ese día sentía la adrenalina del éxito a mis pies y que cuya emoción sobrepasaba cualquier otra del campo del corazón. Y bien, el resultado de aquello es que había olvidado por completo el plan para esta segunda cita. ¿Cuál era este plan? Pues, agarrarlo a besos y dejarlo “knock out”. Cuando lo vi, sólo pude manifestarle mi alegría de mi gran triunfo, olvidando lo que había programado para él. Entonces nos fuimos a un lugar más común y, acorde con lo que me pasaba en esos momentos, sí, a un pequeño bar de Providencia. La atmósfera era más cálida, más cercana, más calurosa. Los coqueteos eran más pronunciados y directos, un ambiente mucho más ardiente. Sentía que no quería que se acabara ese instante, sentía que quería detenerlo y guardarlo en mi memoria por siempre. Bueno, y finalmente le di el gran beso, no obstante odié eso, porque siempre me lo habían dado a mí. ¿Qué era esto? ¿Un juego? ¿Una apuesta de quién iniciaba primero? Bueno, desde aquí partió el game. Me fui a mi casa y nos despedimos con otro gran beso, final de capítulo. www.revistasapo.com 16


Para nuestro tercer encuentro ya estaba un poco confundida, sentía que me encantaba de una forma que nadie lo había hecho y esto, si bien me asustaba un poco, aún no tenía ninguna expectativa, pues la vida te enseña a que es la forma más sana de que tú corazón no salga lastimado. Recuerdo que fue uno de los días más calurosos de primavera y mi humor, por extrañas circunstancias, ya no era tan lindo, pues dale, que conozca mi lado B, ¿por qué no? Recuerdo que tenía tan poco tiempo ese día, pero aún así quería verme y yo a él. Nos fuimos a un nuevo bar, en donde nuestras emociones y coqueteos comenzaron su nuevo juego y las palpitaciones del sentir se hicieron tan presentes, que deseaba que en ese momento no hubiese público, ni meseras, ni nadie, sólo los dos dejándonos llevar por las sensaciones, conociéndonos un poco más, sintiéndonos mucho más en el plano íntimo, en donde ya no hablábamos, porque quizás susurrábamos. Después de este cercano tercer encuentro, lo dejé, ya que mis

compromisos me llamaron. Las expectativas de nuestra cuarta cita, ohhh! guau! ya tenía expectativas, pero éstas se enmarcaban más en lo sexual que en otra cosa. Era la cita perfecta, él debía irme a buscar a las 21.30 en punto a mi lugar de trabajo. Pues, no llegó. Me escribió diciéndome que se demoraría y que lo esperara, con tan sólo esta frase se desencadenaron hechos confusos, pero excitantes, cosas locas de las que me gustan a mí. Y cuando ya había decidido no esperar más por él, apareció no sé cómo, casi como persiguiendo mis pasos llegó frente a mí e hizo que todo pareciera de lo más heroico. No obstante, ni ganas de abrazarlo ni nada, sólo de reprocharle por toda la espera, pero de verdad tuvo un encanto que me conquistó, poco a poco, y dio vuelta toda la situación y logró convertir esa noche, en una noche desorbitante de placer. Sí chicas, sólo me entregó placer del más intenso y exquisito que había sentido en mi vida sexual.

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Era como si yo guiara con mi mente lo que debía hacer, como si conociese mi cuerpo más que yo ¿Es posible esto? ¿A alguien le ha pasado? y no soy una chiquilla con poca experiencia para impresionarme tan fácilmente. Penetró exactamente cuando debía y en los momentos que tenía que permanecer, y cuando creía un descanso... sólo sopló mi piel para que mis orgasmos volvieran a fluir, enseguida volvió a acariciarme como si no descansara y que su único objetivo era que sintiese más placer aún, quería más y sabía que podía generar más, volvió a tocarme y excitarme cómo la primera vez, besarme, encantarme y envolverme en una nueva sinfonía erótica para que el momento culminara nuevamente en más orgasmos y placer. Ni siquiera quiero seguir hablando de este momento, es más, siento que sería totalmente egoísta si lo quisiera sólo para mí, es loco, lo sé. www.revistasapo.com

Finalmente, estoy en un crucigrama, en un dilema del que quiero escapar, sí, porque prefiero no continuar ¿Por qué? No lo sé, no tengo idea ¿Será que prefiero huir?. Ohhhhh sí, creo que sé porque huyo, porque me he topado con un mujeriego ¿Recuerdan que les dije que no sabía cómo llegue desde un punto de no sentir nada a ésto? Pues, me fue conquistando poco a poco, con sus palabras, con sus gestos, y su conquista probablemente haya terminado con éste cóctel de placer. Si bien me sigue escribiendo, justo en este momento que escribo estas líneas he decidido bloquearlo de mi vida ¿Por qué? porque es un don Juan y no puedo lidiar con esto. He sufrido demasiado en mi historial amoroso, por tanto la retirada es lo mejor para mí. No me juzguen, no tienen el contexto. Sólo creo que es mejor para mi dejarlo hasta acá. Por: Janialely, Chile.

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A LOS OJOS DE UNA MECEDORA No recuerdo los detalles anteriores a mi llegada a su departamento en Polanco -entiéndase que “Polanco” es una de las mejores zonas de la Ciudad de México. No conocía a este hombre que llamaré Adam. Es una de esas aventuras muy locas de mi vida en las que no había garantía de nada, en las que todo podía salir muy mal...o muy bien. Me recibió. Alto, de tez blanca, de buena pinta. ¿Su departamento? De soltero, ¿Me explico? Un poco vacío y algo desordenado, pero ubicado en Polanco, se le podía disculpar casi todo. Me invitó algo de tomar. Me llevó a su recámara. En el camino me saludó un hombre que estaba en otro cuarto. No hubo gran preámbulo. Comenzamos a besarnos y a tocarnos. La puerta de su cuarto estaba abierta de par en par y de reojo ví que la otra persona se asomaba. Mi amigo le dijo que pasara –así sin más y sin consultarlo conmigo. Sin embargo, no me molestó. Alguien podría decir que eso constituía un abuso de la confianza que yo le había conferido…yo también pensé eso un segundo, pero decidí no darle importancia, estaba pasándolo muy bien con Adam ¿Qué importaba si alguien nos veía o no? El amigo de Adam pasó, algo tímidamente. Se sentó en la mecedora que estaba a un lado de la cama y se quedó viendo cómo hacíamos el amor. Mi amigo era bueno en hacer sexo, así que realmente no puse mucha atención al observar de su amigo. Mi atención estaba en alinear tiempos, intensidad y movimientos para disfrutar a la par, lo más posible. Terminamos. Yo estaba extasiada. www.revistasapo.com

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Adam entonces, –sin consultarlo conmigo-, invitó a ese otro hombre de la mecedora a estar conmigo, yo sonreí. ¿Cómo no sonreir? ¡Era un plan maravilloso! Adam tomó el lugar de su amigo en la mecedora y se dispuso a ver el espectáculo que crearíamos el otro hombre y yo. Adam se veía verdaderamente complacido, cómodo, se tocaba y hasta tomaba algo. En esta ocasión yo sí estaba muy consciente de que estaba siendo vista...y me gustó. Adam no nos quitaba los ojos de encima y su amigo no quitaba sus labios, sus manos y su cuerpo entero de mí. ¡¿Habrá manera de explicar con palabras las implicaciones de este acontecimiento?! Aunque es difícil, lo intentaré: 1. Descubrí que me gusta ser vista haciendo el amor. Bien vale la pena parafrasearlo: Disfruto saber que alguien –entiéndase ese alguien como una persona que no está participando conmigo en el acto

sexual-, está viéndome desnuda, gimiendo, tocando, besando, chupando; en diferentes posturas que dejan ver lo más íntimo de mí, en diferentes momentos en los que viviendo la excitación soy completamente transparente y estoy claramente vulnerable. Y a pesar de estar siendo vista, no me detengo al irme atreviendo a tocar y besar a mi compañero. 2. No me distrae la compañía que nos observa. En vez de eso, mi conciencia de su presencia en el cuarto jugaba las veces de un aliciente para lograr una experiencia sexual aún mejor, me llevaba a esforzarme más, y como resultado, lo gozamos muchísimo más, creo yo. Por otro lado, aunque no alcancé a ver a nuestro observador mientras hacía el amor con Adam, sí me lo imaginaba tocándose. En mi mente estaban Adam y sus manos, sus besos, su cuerpo, sus piernas, su espalda, su pene…y así también cómo podría estar erecto el pene de nuestro observador mientras nos veía.

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3. Resulta que “mi hacer el amor” constituye un espectáculo digno de ser visto, disfrutable y excitante. No me cabe duda de que Adam, este hombre de Polanco, había tenido múltiples experiencias sexuales, y estoy convencida de que si yo no le hubiera gustado, no me habría “recomendado” o tal vez “compartido” con su amigo. Aún más, no se habría quedado a vernos hacer el amor mientras él continuaba su disfrute tocándose él mismo. 4. Mis inseguridades parecen desaparecer ante mi capacidad erótica. A partir del tiempo que tuve sexo por primera vez a este momento, calculo que he compartido caricias, besos y cópulas sexuales con alrededor de treinta hombres distintos. He aprendido mucho y también así he adquirido mucha confianza. He aprendido el arte de leer los movimientos del otro, interpretar sus gestos, entender su ritmo, identificar si le gusta dirigir o ser dirigido, si le gusta que lo mame o también lo muerda un

poco, si le gustan los gritos o el silencio, si lo enciende ver porno antes de hacerlo conmigo o si le gusta tanto cómo me vengo con sólo frotar mi clitoris que le parezca secundario penetrarme, y tanto más. En fin, todo esto parece superar por mucho cualquiera que sea mi inseguridad. Yo digo: ¡fantástico! 5. Me sorprende sobre manera cómo es que cuando estoy puesta y dispuesta a tener sexo, no hacen falta muchas palabras, soy suficientemente atractiva y deseable. Es curioso, cuando aparezco vestida para el trabajo profesional en las altas esferas empresariales, no parezco agradar a nadie lo suficiente como para invitarme una copa. Tal vez soy yo la que me predispongo y los alejo. Sin embargo, cuando la “Mujer Maravilla” se transforma, todo es diferente, sorprendente, ¡Excitante! ¡Sobre todo excitante! Esta mujer maravilla que soy yo, ignora todo lo que pueda distraerla de verse y sentirse digna del hombre más atractivo y más hábil en el arte de amar. www.revistasapo.com 21


6. Soy capaz de romper mis límites en pro de sentir más, mejor, por más tiempo y en nuevas maneras. Yo cedo ante la oportunidad de nuevas formas y nuevos lugares, en fin, nuevas experiencias. Sin embargo, necesitaría más tiempo para compartir algunas de ellas en este espacio. Así que cerraré diciendo que el sexo es una de las cosas qué más me hacen sentir viva y que por eso me he atrevido, he disfrutado y experimentado tanto.

Como he dicho, yo lo gozo al cien, y cuando algo se goza no se anhela su fin, sino que se disfruta y paladea hasta la última gota, como con el vino...se sirve hasta la última gota y se dice que son...las gotas de la felicidad. Sin lugar a duda, las gotas del sexo en mi vida son gotas de felicidad ¡Salud!

Por: Lisa Farre , México.

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HASTA LAS ÚLTIMAS CONSECUENCIAS La niña duerme profundamente, sus ojos son bailarinas inquietas que marcan compases; una sonrisa se dibuja en la boquita inocente de tres años. Selene, su madre, despliega un biombo entre las camas, pretendiendo aislarla del mundo carnal. Se muerde los labios, y marca desde su celular: “Ya puedes entrar”. La puerta se abre, su bata cae al suelo, está hambrienta de ser explorada. Selene mueve las caderas rítmicamente, hace círculos suaves que suben de intensidad hasta hacerse vertiginosos. Los generosos senos cuelgan de su torso, en vaivén frenético. Daniel lucha por alcanzar los pezones rosados, esos deliciosos manchones que

se extienden, hermosa y descaradamente. Las tetas brincan a centímetros de la boca de su amante. Selene acerca sus redondos senos, y luego se aleja; su mirada es traviesa y maliciosa. Él se estira cuanto puede, pero sus caderas son impedidas por el peso de Selene, que teniendo el control, cabalga, dirigiendo el compás con el que el falo se muestra, asomando y hundiéndose en la vagina; los fluidos chorrean sobre el pubis de Daniel, como la nieve que resbala de un cono de helado. Es una cascada de placer, torrente de lujuria, salvaje unción entre vagina y pene, batiéndose ambos hasta desfallecer, como animales desbocados en el sinsentido, como bestias de un dios insano.

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El orgasmo los alcanza; se abrazan extenuados. Ella, la princesa árabe, agotada por ese baile de caderas. Él, rendido, por los intentos malogrados de alcanzar esos frutos maduros. Ronronea alrededor de los pezones, para terminar encajando su rostro sudoroso entre los codiciados senos. Solo suspiros de los amantes, hasta que la calma es rota por unos berridos descontrolados; la niña esta parada al final del biombo. Los mira desnudos, y desconoce al hombre enredado en los brazos de su madre, a quien mira con ojos desencajados. ... meses mas tarde ... Por favor, nunca olvides nuestra historia ¡Es tan intensa! ¿Recuerdas lo que te dije aquella vez? : “¡Daniel, esto es una locura, pero iré a la playa contigo!” Huía de mi realidad, y apostaba por ti, por una vida a tu lado, sin importar las consecuencias. ¡Reapareciste tan oportunamente! Removiste tantas cosas, aclaraste mi mente. Yo ya estaba marchita, mi corazón ya estaba seco, y tú salpicaste gotas de esperanza a mi alma. Por eso me armé de valor, le grité a mi marido lo harta que estaba, y que necesitaba un tiempo a solas con mi hija, lejos de él. Ansiaba revivir nuestra aventura juvenil.

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Cargando con mi niña, hicimos el viaje, osado pero memorable… fue un déjà vu. Nos remontamos quince años, a aquella primera vez, cuando inventé una mentira a mis padres, para tener una luna de miel secreta, solos tú y yo ¡En la playa! Tú estrenabas tu carro deportivo y me invitaste a Acapulco. Así escapé contigo, cuando aún éramos libres. Mientras conducías, subí mis pies desnudos en el panel de tu carro. Mis pies níveos, largos, de modelo, y mis uñas pintadas de rojo encendido. Con cuanto cariño me decías: “patas bonitas”. Siempre me dijiste que mis pies te enloquecían. Me confesaste horas después, que tuviste el impulso de orillarte y tomarme ahí en la carretera, pero querías que la primera vez fuera especial. Desde ese primer día, te amé con locura. ¡Cómo ciega el amor! ¡La calentura, dirán algunos! Y sí… esa siempre me la provocaste. Y así fue como, atrevida, me disfracé de adulterio, y pasamos los días más felices de nuestra existencia, mi hija, tú y yo. Por eso no me arrepiento, aunque me ignores mientras te hablo. Durante la mañana era yo tu novia, tú y yo a solas. Nos inundaron los recuerdos, nos sorprendió la nostalgia. Mirándonos en las parejas que disfrutaban de la playa, los jóvenes que fuimos hace ya muchos ayeres, brincoteando en las olas, tirados en la arena, y amándonos en la habitación a todas horas,

explotando la fogosidad que da el tener “veintitantos”. Caminando en la arena, encontré una caracola, la acerqué a mi oído, y en su sonido atrapado, escuché mi voz hace años, diciéndote que quería una vida a tu lado, que hablaras con mis padres a nuestro regreso. Tú, con lágrimas en los ojos reconociste que desaprovechaste esa oportunidad; la que años más tarde, en cada pelea con tu esposa, te arrepentirías de no haber tomado. Me dijiste que te imaginabas como habrían sido nuestros hijos, que de haber existido, en ese momento cursarían ya la universidad. Sin embargo, en nuestra realidad, no había hijos mutuos, solo mi cómplice inocente, que permanecía en la guardería del hotel, mientras me robabas para caminar en nuestro pasado, solos tú y yo.

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Durante la tarde me convertía de nuevo en madre. Jugaba en la alberca con mi hija, mientras tú vigilabas nuestros movimientos, echado en un camastro, como un desconocido, matando la soledad con un trago y unos snacks. Ya en la tarde nos tocaba reunirnos con “mi amigo”. Al que casualmente me cruzaba en el elevador, y fingía: “¡Qué coincidencia que te encuentro en este hotel!… ¡Cuánto tiempo sin verte!… ¡Claro, con gusto cenamos contigo!”. Y “mi amigo” se colaba por las noches en nuestra habitación, y me hacía el amor. Así trasnochábamos en compañía de la lujuria, amanecías conmigo y te esfumabas en la mañana; así mi pequeña hija no me vería amanecer abrazada a ti, al hombre que siempre he amado, pero que no es su padre.

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Daniel, debo irme, pero antes frotaré mis pies desnudos sobre tus muslos, juguetearé con el bulto en tu entrepierna, luego treparé a tu cama, y ya erguida, sobre tu rostro, me quitaré la tanga, me hincaré sobre ti haciéndote un close up de mi intimidad, esa que te extraña, que punza, pidiendo sentirte dentro. Me levantaré de nuevo y desataré los botones de tu camisa con los dedos de mis pies. Después hurgaré en tu pecho. Luego frotaré mi tanga en tu cara; desearía amordazarte con ella, pero eso no es posible, así que imagina esto: en la orilla de la cama levantas mis piernas, y yo poso los pies en tus hombros, flexionando mis rodillas, mientras tú disparas a mansalva en mi vagina y jugueteas con tu lengua entre mis dedos. Ya me voy, amor mío. Tres meses llevas aquí postrado, entubado. ¿Cuántos más seguirás así?, yo esperaré por ti. Qué mala fortuna, cuando queriendo escapar de la mirada de mi pequeña, allá en Acapulco, saliste al balcón de la habitación y resbalaste. Al menos estás vivo, y creo que sí me escuchas. Mi marido ya no cuenta, lo saqué de mi vida apenas regresé de nuestro viaje. Yo vendré cada tarde, seré tu Sherezada, la que te cuente nuestra historia, para que nunca olvides cuánto nos amamos, y te susurraré al oído lo que te gustaba hacer conmigo ¡Te amaré por siempre! Por: Alejandro Rivera, México. Fractales literarios

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ROSARIO Eran cinco años que llevaba Rosario en el convento, Rosario tiene 27 años de edad y es una monja de claustro. Son cinco años que no sale del convento, son cinco años de entrega a Dios, son cinco años de sacrificio, son cinco años sin tener sexo. La vida de Rosario, es una rutina, se levanta en las mañanas, reza junto a las otras monjas del convento, almuerza, luego cada una se va a su celda y estudia la Biblia, más tarde, hay una liturgia, de ahí, se cena y se agradece el pan de cada día, luego, nuevamente se ora en comunidad y en la noche, cada una se va a su celda a dormir, apagando la luz. Ésta vida es una rutina, pero cada día se acerca más a Dios. Las celdas son muy pequeñas, solo está la cama y un velador, donde está la Biblia que se lee todos los días. En una de las cuatro paredes, hay un crucifijo, desde ahí, Cristo cuida a Rosario y ella le reza a diario por la paz en el mundo.

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Todo empezó cuando Rosario buscaba un libro entre sus cosas y encontró unas fotos, que la llevaron a recordar, los momentos difíciles y los momentos más felices de su vida, como la muerte de sus padres, o como los momentos inolvidables de sus amigos en la adolescencia, recordó su primera fiesta, recordó su primera relación sexual, que marcó su vida. Esto le quedó dando vueltas en su mente y su vida empezó a cambiar. Desde esa noche, ya por varios meses, todas las noches, cuando los grillos comenzaron a cantar y las luces de las celdas se apagaron, Rosario descolgó el crucifijo y empezó a masturbarse en su cama, se metió la cruz entre sus piernas y comenzó a excitarse, empezando un juego sexual. Ya no solo usaba sus dedos para acariciarse, sino que su ninfomanía la llevó a usar la mismísima cruz para masturbarse. Desde aquella noche, la actividad hormonal de Rosario había empezado a cambiar rotundamente. Cada mañana, en los baños, Rosario, veía a las otras monjas ducharse, los cuerpos desnudos de las demás, la hacía excitarse, era algo que no podía controlar.

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Todas las noches, recordaba los cuerpos desnudos de las mujeres, y se masturbaba con Cristo en la cruz. Rosario se había convertido en lesbiana. Una noche, ella empezaba su fogosa actividad, estaba en la cama como de costumbre, introduciéndose en sus carnes el cuerpo de Cristo, esa noche fue especial, sus manos acariciaban su ardiente y mojado cuerpo. Ella gemía y no se daba cuenta que podía ser escuchada, cuando llegó al clímax, gimió más fuerte; una de las monjas que no podía consolidar el sueño, la escuchó. Era la

monja Francisca, tenía aproximadamente la misma edad que Rosario. Ella se levantó y salió de su celda silenciosamente, vio que las demás monjas dormían, de pronto, abrió lenta y silenciosamente la puerta de la celda de Rosario y la vio masturbándose. La observó por algunos segundos, mientras sin saber que la estaban observando, empezó a excitarse y entró a la pieza; Rosario se asustó, pero francisca se desnudó y se acostó junto a ella, comenzando una nueva aventura. Por: Mads.

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HOY ME DESPERTÉ PENSANDO EN ESO Me regañé porque siempre me prometo que el siguiente día será diferente. Dicen que se necesitan 21 días para crear un hábito o cambiarlo, y 21 días parecería poco tiempo, son tres semanas, y como siempre la primera semana es la más difícil. Se supone que la fuerza de voluntad es parte de nosotros, que solo habría que invocarla y aparecerá. Como si fuera el angelito de la guarda. Pero últimamente me da la impresión de que uno la va perdiendo con la edad. Cada vez es más difícil levantarse temprano, es casi imposible seguir una dieta, decir que no a algo, que en realidad quieres decir que si. Pero esto debería ser fácil, solo dejar de pensar en él ¿Sería pedir demasiado? Me vestí y salí, llegue al mercado, recorrí los puestos e intenté pensar en otra cosa,

pero como una obsesión me regresan las imágenes de su sonrisa, de sus brazos con esos vellos rubios rizados tan tupidos que parecen las mangas de un suéter. De ese dije de plata que siempre lleva en el cuello. Y de ese aroma que marca su piel, que con solo cerrar los ojos me llega a bocanadas. “Linda ¿Qué va a llevar linda?” Me repite insistentemente el marchante de la fruta, lo cual me trae de regreso a donde estoy. Muevo la cabeza como si con eso pudiera espantar los pensamientos. Compro fresas, mangos, un poco de todo y bromeo con el marchante que me chiquea, me da probaditas de higos, me dice piropos y hace todo lo que puede para hacerme reír ¿Se notará que estoy triste?

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¿Debería perdonarlo? No, las traiciones no se deben de pasar, cuando alguien te es infiel es porque ya ha dejado de quererte, entonces para que le perdonas, además ¿Qué le perdonas? ¿Las promesas incumplidas? ¿El desamor? ¿Los celos? -Chale. Me detengo frente a las flores, y sale el tendero, me conoce, así que me saluda. –Güerita, ¿Por qué no ha venido? El otro día vino ese su amigo, el que tiene cara de gato risón. Le pregunté por usted, pero como que se enojó, compró unos claveles y yo le advertí que a usted le gustan los girasoles. Me vio feo y se fue. Quise matarlo, ¿Para qué me cuenta eso? -Deme unas azucenas don Edgar. -¿No va a querer Girasoles? Mire aquí tengo de los grandes, que siempre lleva. -No - Me mira sorprendido, pero no insiste. Regreso al auto, me pongo los lentes y busco algo alegre, pongo a The police.

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Revolviendo en la cajita de los discos encuentro unos chicles, yo no masco chicles, forma parte de las huellas que me voy topando en todas partes de la presenciaausencia del hombre. En el primer semáforo se los regalo a un limpiaparabrisas. Conduzco portándome mal, voy rápido metiéndome con poco cuidado entre los coches. Llego a casa y bajo las compras. Las dejo con descuido por ahí botadas. Cierro los ojos y vuelvo a ese beso, ese que forma parte de la colección de besos que no se olvidan, ni en otros labios, ni en otra vida. Han pasado ya los 21 días, y sigo viéndolo en todas partes. Muy quedito, me digo a mi misma, ya sin regañarme -cierra los ojos, ¡deja de pensar, tente paciencia! Toño es biólogo, siempre esta de viaje, en todo este tiempo juntos, habíamos logrado una suerte de equilibrio entre su trabajo y el mío. No era fácil. Mientras mis amigas salían cada tarde con sus novios, nosotros solo podíamos estar juntos cada 10 días, a veces menos. Pero cada día me llamaba, hablábamos horas cada noche, y aún lejos, era compañía. Por: Lucia Bueno, México. Hasta que llego ese mal momento.

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SUEGRA Mi suegra es una mujer robusta y trabajadora. Ha tenido una vida no exenta de dificultades; acarrea sobre sus hombros una buena carga de sinsabores. El más grave de ellos, que duda cabe, fue la muerte de don Alejandro. Mi suegro fue muerto por un rival de amores hace cinco años; el trágico suceso que tuvo amplia repercusión en la prensa local, sobre todo a través de un diario popular, produjo en la señora Inés una honda depresión. No obstante, mi suegra al cabo de un par de años, ya estaba de vuelta en su local del Mercado Central, laborando afanosamente y dando, dicho sea de paso, trabajo a un par de fieles empleados. Ester, su única hija y mi esposa, es profesora básica. Tenemos dos hijos: una dama y un varón. María Elena, de diez años, cursa cuarto año de básica; Ernesto, de cuatro años, aún asiste al jardín infantil. Ambos niños son la nota de inocencia y ternura que ilumina la

casa que compartimos con la señora Inés. Cuando falleció don Alejandro y dado que mis cuñados estaban asentados en el extranjero, mi suegra nos invitó a compartir su casa con el objeto de mitigar su pena y atenuar la inesperada soledad. En ese entonces, el sueldo de mi señora y el mío, como empleado bancario, no eran tan deslumbrantes como para rechazar un ofrecimiento tan generoso. Desde entonces, hemos compartido en sana convivencia y como matrimonio cooperamos en la medida de nuestras posibilidades con la manutención de la casa. Tan buena es la relación que mi suegra, sin mediar presión alguna y tomando el parecer de sus dos hijos en el extranjero, los cuales tienen un buen pasar, decidió dejar la casa a nombre de mi señora. De modo que todo en apariencia es muy armónico y digo en apariencia, porque lo que voy a relatar ahora, escapa a toda lógica.

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Ester se va con los niños, todos los veranos, a una casa en Pichilemu, propiedad de uno de mis cuñados. Retorna a Santiago a fines de enero a cobrar su sueldo y vuelve a su descanso. Yo realizo viajes esporádicos que nunca pasan de dos días, los del fin de semana para ser más preciso, y siempre regreso frenético a las oficinas del banco. El hecho es que hace tres veranos, nos quedamos en casa, mi suegra y yo. Es obvio que convivir con mi suegra no era entretenido; pero, debo confesar que todo era muy apacible. La situación era muy normal, hasta que la lujuria metió la cola, y todo se tornó turbio. Una tarde, llegué a casa más temprano de lo acostumbrado. Un calor insoportable invadía todas las habitaciones y ni una sola brizna de airecillo atenuaba el ardor; opté,

por ende, por desnudarme y me acosté sobre la cama de la pieza matrimonial, la puerta quedó entreabierta, accidentalmente confieso. En algún minuto de la tarde, ingresó la señora Inés y la sentí trajinar por la casa; percibí que buscaba mi presencia y que se acercó a la puerta de mi habitación; no hice absolutamente nada por cubrirme ni volteé mi cuerpo hacia la puerta, simulé dormir profundamente. Me sentí largamente observado; posteriormente, sus pasos tenues me indicaron la retirada. Al cabo de una hora, me calcé unos viejos pantalones y una polera delgada y me presenté en el living: mi suegra me saludó con un beso en la mejilla, como una madre que besa a uno de sus hijos.

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Sin embargo, en la noche, cuando ambos nos enterábamos de las noticias en la televisión, me miró de manera diferente: una mirada de hembra a macho. Capté claramente ese cambio y en forma premeditada, yo también cambié mi forma de mirarla. Una incomodidad placentera se apoderó de nosotros y, tanto ella como yo, buscamos pretexto para prolongar ese momento de íntima familiaridad frente al televisor. Tenía sus pies sobre un pequeño piso acolchado y un delgado vestido le cubría hasta la rodilla; por primera vez, disimuladamente, fingiendo ver el programa con sumo interés, me dediqué a examinar sus pies desnudos, cuyos dedos, cuidados y fuertes, se encogían y distendían con maliciosa regularidad. La visión de sus pies, su delgado vestido y lo que se escondía bajo él, más mi potente imaginación, fueron exacerbando mi carne, a tal punto que ya era imposible disimular en mi pantalón mi abultada virilidad. Ella, en tanto, que había seguido en forma atenta mi desasosiego; en vez de aminorar la intensidad del juego, lo aumentó deliberadamente. Los prejuicios morales y familiares, en ese instante, se diluyeron en forma absoluta: sólo quedó la carne en su manifestación más natural y espontánea.

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Cerca de medianoche, mi suegra se levantó del sofá, con sus dos manos frotó, de arriba hacia abajo sus piernas; después se levantó el pelo por la nuca y mirándome intensamente, me dijo: - Me iré a la cama, mañana hay que trabajar - asentí y se retiró, cadenciosa y tranquila, hasta su pieza. Se apoderó de mí la indecisión y ya me aprontaba a emprender la retirada cuando un hecho fortuito vino a reavivar una situación que tendía al enfriamiento. Mi suegra, al encender la luz, quemó la ampolleta de su pieza; inmediatamente buscó una bombilla de repuesto en su cómoda y subió a la cama a destornillar la antigua. Yo desde el living, al verla sobre la cama en tales afanes, le dije: - Le ayudo, señora Inés-

- ¡Por favor, Víctor! - contestó en forma atenuada y afectuosa. Ingresé a la pieza y desde arriba de la cama mi suegra me ofreció la bombilla quemada para dejarla sobre la cómoda. Al acercarme para recibirla, mi mano derecha se dirigió a su pierna y no a la ampolleta, y suave y firmemente la deslicé por su pierna robusta y suave hasta llegar a apoderarme de su enorme nalga; con mi mano izquierda acaricié la rodilla de su otra pierna. La sentí estremecerse; sin embargo, no hubo rechazo; porque, ella y yo, sabíamos que lo que estaba pasando, era algo esperado y secretamente anhelado por ambos. Habíamos cruzado el límite, el paso vital estaba dado. Todo lo que venía, estaba gobernado por la carne.

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La tumbé suavemente sobre la cama y las bombillas fueron a dar al piso; la pieza quedó levemente iluminada por la luz proveniente del living, el televisor había quedado encendido, pero su ruido no alcanzaba a perturbar la paz de la casa. Miré a mi suegra y le dije: - No se mueva... déjeme - Ella no contestó,

en ella mis besos. La señora Inés comenzó a participar y retorcerse por el placer de mis caricias, llevó sus dedos a los bordes de su prenda íntima y los bajó levemente; me dejó a mí la tarea de llevarlos hasta la base de sus pies, y luego volaron para quedar encima del velador. Me paré atrás de la cama, tiré las pantuflas, me saqué el pantalón, voló

pero toda su quietud era asentimiento puro. Le besé los dedos de los pies y después mi lengua fue subiendo por todos los rincones de sus piernas; en forma ávida, pero con una calma tierna fui recorriendo cada pliegue, cada curva, cada lunar, cada vello, hasta llegar a su vulva grande y velluda. Sentí el olor de su sexo y, sin sacar aún su negro calzón, puse mi boca y mi nariz sobre su vagina y refregué

también mi calzoncillo y; a pesar de mi gran excitación no quise poseer aún esa carne generosa que se me ofrecía. Volví a recorrer sus piernas con besos y caricias, le pedí que volteara su cuerpo y quedó boca abajo, y mi lengua se dedicó a viajar por la parte trasera de sus piernas y sus nalgas grandes y redondas.

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En forma espontánea y sin mediar orden de mi parte, ella se hincó sobre la cama y me ofreció su enorme culo: mi lengua bajó desde la base de su espalda hasta su ano oscuro y sabroso y allí concentré todas mis caricias. Mi suegra comenzó a gemir y a emitir cariñosas palabras, dado que el placer se había apoderado de todo su cuerpo. Repentinamente, se alzó, se sacó presurosa su delgado vestido y su enorme sostén y se rindió desnuda a todas mis caricias, recostada en la cama y mirando ansiosa mi erecta virilidad. Me paré al costado de la cama, saqué mi camiseta y también quedé completamente desnudo. Me incliné sobre mi suegra y tomando su nuca con mi mano derecha la acerqué a mi rostro y estampé en su boca, un beso largo y lujurioso. Me retiré levemente y puse mi pene al alcance de sus labios; ella no tuvo duda alguna de lo que yo quería y comenzó una maravillosa succión que logré frenar a tiempo para no eyacular en su boca , tan prematuramente. Me subí en la cama y mi rostro quedó frente a su generosa vagina. Ensortijados y suaves vellos de color negro cubrían la piel aledaña a esos labios húmedos y brillantes de placer; posé mi boca en su sexo y mi lengua comenzó a trabajar en forma pausada y con delicadeza. La metía al interior, besaba su clítoris, cubría su sexo con todo el ancho de mi lengua, iba y venía, de pronto llegaba hasta el ano y desde allí, nuevamente al centro mismo de su sexualidad. Mi suegra, ante mi experto trabajo, comenzó a gimotear de deseo y a emitir afectuosos apelativos hacia mi persona; luego tomó mi cabeza con sus dos manos y la apretó fuertemente contra su vagina mientras repetía: - más, más, más, no pares -. Sentí que sus labios vaginales crecían y enrojecían, pequeños temblores me indicaron que un orgasmo feroz se avecinaba, y estaba en lo cierto. Mi suegra, frenética ya, me exigió que no cesara en mis caricias, se arqueó, emitió un gruñido atenuado y expulsó su placer en torrentes de flujos que inundaron mi boca y mi barba: le había causado un orgasmo maravilloso.

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Mi suegra quedó aletargada, exhausta. Entretanto, yo subí besando su vientre y sus senos hasta llegar a su boca nuevamente. -Le gustó, suegrita- susurré en su oído, mientras refregaba en su boca el olor y el sabor de su propio sexo. -¡Sí, Víctor, sí!- me contestó casi imperceptible. Entonces, abrí sus piernas e introduje mi pene en su vagina tibia y humedecida; metí mis manos bajo sus glúteos y los tomé firmemente ejerciendo una presión uniforme y permanente. Así permanecimos durante un lapso maravilloso,

en que uno y otro, sólo buscábamos sentirnos y palparnos. Poco a poco fui acelerando el ritmo, porque ya sentía que venía otro orgasmo en ella. Y, en efecto, mi suegra se colocó rígida, tembló y llegó a otro orgasmo; yo, por mi parte, al sentirla gozar de esa manera, enardecido de placer, aceleré mis movimientos y no fui capaz de controlar la eyaculación feroz que sobrevino e inundó su vulva.

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Después de la intimidad, absolutamente relajados, iniciamos un coloquio amoroso en el cual evitamos a toda costa el análisis de lo que estaba aconteciendo. Desterramos la palabra, pecado, moral e hija; y nos dejamos caer hacia la noche, enredados nuestros cuerpos en caricias y besos, hasta la saciedad. A la pasión desbocada, sobrevino el letargo y el sueño profundo y reparador. A la mañana siguiente, desperté en la cama de mi suegra y surgió en mi espíritu un sentimiento de culpa angustioso. Me levanté veloz, porque estaba ya atrasado; y me refugié en mi cuarto, donde me vestí con premura. Mi suegra, por su parte, y después de ducharse, se había vestido y había dispuesto el desayuno en la mesa de la cocina, adiviné que me esperaría en la mesa. Cuando me senté frente a ella, la

noté seria y preocupada. Consumimos el desayuno con desasosiego y en silencio. No hubo recriminaciones mutuas; y lo poco que conversamos en la mesa, fueron frases evasivas y triviales. No obstante; cuando me despedía de mi suegra, con un beso en la mejilla, ella se atrevió a susurrar, casi inaudible en mi oído: - Esto no se puede repetir, Víctor. - Está bien, señora Inés. No volverá a ocurrir – y después salí de casa, acelerado más por la zozobra que por el atraso, rumbo al tren metropolitano. Sin embargo, en la estación, no podía dejar de pensar en ella, y la maravillosa noche que nos habíamos regalado; y en lo mentirosas que son las palabras, ya que ella y yo sabíamos perfectamente... que volvería a repetirse. Por: Jorge Yáñez Medina, Chile. www.revistasapo.com

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LAURA Me terminé convirtiendo en su mejor amigo. El cariño mutuo, era incondicional. El lazo que se había forjado entre nosotros, era todo un acontecimiento, pues la personalidad de Laura era indómita, obstinada y huraña. Yo en cambio, oscilaba entre el salvajismo y la mansedumbre. Éramos muy jóvenes cuando nos conocimos. Era hermosa, aunque mi naturaleza infantil no me dejaba verla en todo su esplendor. Recuerdo que al principio, cuando empezábamos a tener acercamiento, me inquietaba verla a oscuras, sus ojos eran diminutos, y a veces daba la horrible impresión de que carecía de ellos. Laura era majestuosa, pulsión incesante de la naturaleza que florecía sin parar. Con el

paso del tiempo, creció de una manera considerable. Tanto, que dejó de pasar desapercibida para quienes la rodeaban. No para mí, porque yo la quería con el más puro cariño del que era capaz. Ella era un misterio, yo sólo sabía que vivía sola en una enorme casa, sumergida en un lugar inhóspito. Sus hábitos a veces me parecían los de una ermitaña, de alguien que no está habituada a la convivencia con el entorno y sin embargo, pareciera dominar al mundo. Como si fuera la única mujer en él. Yo era un ejemplar capaz de domar las voluntades ajenas, demasiado atrevido para una chica de su edad.

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Una tarde, me llamó. La puerta estaba abierta, entré sigilosamente. Recuerdo bien cómo el brillo de sus majestuosos iris marrones con matices verdosos, cambiaron radicalmente su insistente brillar al observarme. Mis ojos respondieron, fijándose en ella, casi acechándola. Era la primera vez que me veía de esa manera, a tal grado, que su mirada me estremeció. Se me acercó poco a poco, dejándome ver con todo detalle cada una de sus largas y tupidas pestañas que parecían delinear espesamente el contorno de sus ojos, su profundidad era dominante. Se levantó frente a mí, pasaba sus manos por el contorno de su cuerpo. Yo seguía con atención cada movimiento. Me preguntaba si iba bien vestida, si la ropa le sentaba bien. A través de su vestido, se asomaban sus nacientes senos, entallando deliciosamente su diminuta cintura y acentuando su prominente cadera. El color resaltaba el matiz cobrizo de su piel, y aclaraba más sus enigmáticos ojos. Después de ese largo rato viéndonos en silencio, se apartó de mí y empezó a tirar del vestido, hasta quitarlo por completo. Al verla desnuda, me perdí rotundamente en sus caderas, una curva se formaba en el cruce con su cintura. La veía, con más curiosidad que deseo. Tanto así, que eso no me provocó nada en absoluto, hasta que de repente, un dulce aroma me atrajo. Emanaba de su tierno cuerpo. Entonces perdí el control, y me abalancé como si estuviera en celo, a su pelvis, para olerla, lamerla y mordisquearla.

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Me sumergí en su vientre hasta que sentí asfixiarme, era deliciosa. Ella acariciaba sus pechos sobre el encaje negro del sostén, los jalaba hacia mi rostro, invitándome a probarlos, hasta que con mi lengua empecé a chupar sus pequeños y erizados pezones. Un instinto repentino, hizo que mis dientes arrancaran el encaje, dejando sus pechos al aire. Laura gemía indudablemente. Bajé mi rostro, hasta quedar entre sus piernas, sentía un calor húmedo que invadía mi olfato. Me acerqué para aspirar su aroma tibio, penetrante y femenino. Gimió, al tiempo que mordía su labio inferior. Otra vez mi instinto reaccionó, y arranqué su liguero de un tirón, dejando en sus caderas una marca roja. Con gula frenética lamí su vulva impregnada de un sabor dulce, afrutado. Mi lengua abría paso entre sus labios y mi nariz rozaba su clítoris, toda ella se estremecía, asegurándome, entre gemidos, que su primer orgasmo lo tendría conmigo. Fue en ese www.revistasapo.com

instante, que sentí cuánto la amaba, y ella a mí. Era mi primera vez, al igual que la suya. En mi lengua sentía las contracciones de Laura, ella sonreía. Tuve una erección descomunal que fue a dar entre sus piernas. La penetré profundamente, y me quede inmóvil en su espesor interior, sintiendo sus espasmos, mientras ella se masturbaba. Terminamos juntos y ella se recostó exhausta, no dijo más; yo me salí de la habitación. Desde entonces hemos hecho lo mismo cada noche, o cada tarde cuando ella me llama. He querido hacerle saber cuánto la amo, contarle de esta intensidad que me desata, cuando su mirada se clava en mis voraces ojos. He querido hablarle, porque al contrario de lo que ella supone, yo sí entiendo cada una de sus palabras, pero no puedo, es una lástima que los humanos aún no puedan entender el lenguaje de los lobos. Por: Liah Annh, México. Fractales literarios

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CARAMELO El reloj de pared marca las doce quince mientras el lápiz de madera se mueve vertiginosamente sobre el examen de cálculo. El profesor aguarda impaciente, quiere salir temprano; más tarde tendrá una cita, con una de las amigas de su hermana. —¿Te falta mucho, Marina? La joven preparatoriana alza la mirada en dirección al maestro, sonríe y vuelve su atención a las ecuaciones. Cinco minutos después, Marina toma el examen, se levanta de la butaca y camina en silencio al escritorio de su profesor. —Aquí está mi examen, sólo me faltaba comprobar los resultados. El maestro toma el documento. Le enfada ser el último en irse. Por eso odia la semana de

recuperación al final del semestre. Debido a ello, siempre trata de disminuir el número de reprobados en sus grupos… pero Marina, es un caso inusual. —¡Ay, Marina!... ¿Cómo pudiste descuidar tus calificaciones? Pueden afectar tu próximo ingreso a la universidad. —La chica se sienta sobre el escritorio, y antes de poder contestar, el profesor la regaña. —¡No, no, no! ¡Bájate de ahí! Marina, en un gesto de enfado gira los ojos para sus adentros, y desobedeciendo la orden replica. —¡Relájese, ya terminó el semestre! —Aún no terminamos, mañana tienes que venir por tu calificación, y si no aprobaste, el viernes harás el examen extraordinario.

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—Pues… todo esto es su culpa, si me hubiera aceptado en el grupo de regularización, en lugar de mandarme con la maestra Anita, yo no hubiera reprobado. —La chica estaba en lo correcto, el maestro le había negado la asesoría alegando que el cupo había sido cubierto. Esto, con el afán de evitar estar cerca de ella. Desde que inició el semestre el profesor tenía la platónica idea de que Marina gustaba de él, pensamiento que le avergonzaba, ya que le parecía absurdo que una jovencita de diecisiete años tuviera interés en un insípido pelirrojo y treintañero pedagogo de cálculo. Aunque sus sospechas comenzaron a solidificarse conforme avanzó el ciclo escolar. Durante el transcurso de su clase era común el toparse con la mirada incitadora de la joven, sus grandes ojos negros enmarcados

por unas pestañas kilométricas, dejaban la incógnita de un posible deseo carnal, más aún, cuando en el receso el profesor dedicaba unos minutos a la contemplación de Marina, mientras ésta le devolvía el gesto y degustaba de su paleta. La forma en que sus labios besaban el esférico dulce, causaba un cosquilleó pélvico en el recatado maestro. Marina se inclina hacia el profesor de una forma felinamente sigilosa. —Tal vez, si hubiéramos pasado más tiempo juntos… Hoy no estaríamos aquí. —Le dice al oído en voz baja. La chica toma entre sus manos el rostro del incrédulo hombre y le regala el beso más tierno, uno que jamás ha experimentado en toda su vida.

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Bastó un par de segundos para que el maestro fuera poseído por un deseo animal, devolviendo un enérgico beso en los tersos labios de su alumna. La dulce saliva de Marina, sabor cereza, embriaga sus cinco sentidos. La humedad de aquella boca escolar calma la sequía de sus deseos prohibidos. Pero un momento de lucidez obliga al profesor a poner distancia entre sus cuerpos. La culpa comienza a ser más grande que su excitación. El hombre baja a la chica del escritorio. Estaba a punto de decirle que se fuera, cuando Marina comienza a besarle el cuello. —Está bien, esto es lo que quiero. —Afirma la joven, derribando la muralla de culpabilidad que los apartaba de su cometido. El maestro besa a su pupila de manera descomunal, mientras sus afanosas manos acarician los rebosantes senos que apenas se asoman entre la blusa blanca. Marina con su manoderecha bajapor elabdomen de sumentor hasta llegar al cinturón, desabrochándolo sin problema alguno, prosigue en el encuentro de aquella visible erección. Cuando libera el duro miembro del maestro, pasea sus dedos de arriba abajo, sobre la suave piel rosada de aquel excelso pene. Entonces, guiado por una confianza nunca antes mostrada, el profesor toma su miembro mientras se acomoda en su silla, convenciendo a Marina de ponerse de rodillas.

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—Hazlo con la boca. —dice jadeante, el excitado hombre. —No sé cómo hacerlo. —responde la joven, con un tono de falsa inocencia. —Imagina que es un caramelo, cómo las paletas que tanto te gustan. —Está bien, profesor. —Dime Bruno. —No, profe. Marina toma el pene y con su lengua comienza el recorrido, desde la base hasta la punta, degustando cada centímetro de piel y cada relieve venoso, prueba de la erección que se alza en su nombre. Al llegar al glande forma círculos con su lengua, mientras masajea

el resto inferior del falo. Entonces, con una devota apacibilidad introduce el miembro en su boca, succionando con sutilidad aquella férrea carnosidad. Bruno se siente en un paraíso felativo, y justo antes de eyacular en esa boca novicia, sale de ella. Quiere prolongar el momento lo más que se pueda. De un solo movimiento sienta a Marina en el escritorio, alza su falda escolar y baja sus pantaletas moradas. La excitación de la chica emana aromas hormonales. Su pecho no puede contener los jadeos producidos por la adrenalina de la carne.

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Bruno acaricia el afelpado pubis mientras libera los tiernos senos de Marina. Las desesperadas manos del profesor acarician aquella vulva, hasta que sin previo aviso introduce sus dedos índice y medio en la vagina de su alumna. Marina, sobresaltada, retrocede la cadera. Mira a Bruno a los ojos, lo toma de la mano y lo guía en búsqueda de su clítoris, indicándole la presión y la velocidad que tiene que usar sobre éste. Bruno obedece sin replicar, de un momento a otro los papeles se invirtieron; el profesor se había convertido en pupilo. Marina se cuelga del cuello de Bruno, mientras éste la lleva al borde de un abismo placentero, la lubricación de su vagina comienza a mojar el escritorio, inundando las ecuaciones de un examen echado al olvido. Marina busca la mirada de su profesor, sus mejillas ruborizadas acompañan al gemido

jadeante que su orgasmo produce. Sus ojos se cierran, su cuerpo tiembla, y su boca se abre grande dejando escapar un suspiro al aire. Bruno, espera paciente a que la chica recobre el aliento… Marina observa el reloj de pared, marca la una en punto. Baja del escritorio, sube sus pantaletas, y acomoda su uniforme. —¿Qué pasa? —Cuestiona un Bruno insatisfecho. —Ya me voy, es tarde. —Pero… aún no terminamos. —¡Exacto!, mañana vengo por mi calificación. —Dice Marina. Guiña un ojo, y sale del salón. Por: Angélica Ramos, México. Fractales literarios

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EL INSTANTE Desde el sillón en la sala, escuchó los suaves golpes en la puerta de madera; fueron tres, como tres eran los minutos que pasaban, después de la hora acordada. El lugar se mostraba en calma, una vez acabado el caos de una mañana común, ajustada a horarios de escuela y de trabajo. Afuera, el cielo parecía montar una batalla con su espectáculo de nubes; el aviso de tormenta era claro, tan claro como el hambre de quien llegaba por otro cuerpo, nuevas caricias y con el ansia de someterse a la oscura osadía del deseo ajeno. Adentro, en el silencio intranquilo de lo desconocido, el sonido en el tono del teléfono avisa de un mensaje: “estoy aquí afuera”. Nunca se está listo hasta que llega el

momento, y el momento, era ahora. Caminó con paso apresurado a la puerta, con la ansiedad encima y una firmeza que escondía el temblor interno en sus manos; tomó la perilla para tirar de ella. El corazón brincaba acelerado. Al abrir, la luz natural permitió notar el conjunto de fotografías en la pared, así como dos rostros en vida a la deriva de sus decisiones; sólo entonces, la calma se apropió de ellos; bastó un “Hola” para ambos, pues en las pupilas y en sus sonrisas, el instinto se manifestó. Uno a otro se tomaron tras la puerta, que cerró prejuicios y ofreció la libertad de ser quienes eran. Fue un arrebato les aprisionó en el deseo de pertenecerse de inmediato.

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El dominio llegó por la espalda, y fueron las manos quienes se encargaron de explorar, violentas y atrevidas, cada centímetro en el contorno de aquel cuerpo expectante; un cuerpo mantenido en pie, empujado suavemente al frente, hasta adherirlo a la pared fría, en una fricción continua, mezcla de excitación y deseo. No hubo nada que les privara de sus ganas, ni nada que les interrumpiera. Era la nuca el primer centro de emociones que se exploraba y desde donde el cuerpo se abandonaba a los instintos de quien le poseía tras de sí. Los gemidos fueron inevitables y el arqueo surgió involuntario; la pared era testigo del calor en la piel y de la esquiva mirada a la vida, reflejada en aquellas fotografías: el viaje a la playa, la cena de navidad, la fiesta de cumpleaños, los abuelos, la boda…Las bocas se buscaban agitadamente para anclar su pasión en un contacto invertido y feroz, labio a labio, lengua a lengua, estimulando una dulce asfixia ante la presión del cuerpo sobre sí. Las entrañas hormigueaban de placer y girarse fue necesario para abrazar de nuevo sus lenguas húmedas, que reclamaban ya su encuentro frente a frente. Los labios comenzaron una nueva aventura, mordiéndose mutuamente, en un compás suave, sin daño alguno; la saliva corría en ambos y las manos, tocaron sin consentimiento, como midiendo el siguiente paso y alargando la sensualidad de un instante eterno.

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El derecho estaba ganado… la cabeza solo se inclinó unos centímetros hacia atrás y el cuello se declaró libre para ser explorado. El poder del corazón latiendo, se evidenciaba en esa pequeña fosa que hace culminar la garganta. Los teléfonos sonaban entre sus ropas continuamente; era el mundo queriendo distraer su atención, pero la fuga incluía ignorarlos, más cuando el torrente sanguíneo ya expulsaba una y otra vez el calor del cuerpo para exponerlo en pequeñas gotas que corrían placenteras sobre la piel. Afuera, las nubes cumplieron su labor de ocultar el cielo. Para entonces, la chispa era inevitable de contener dentro; la sangre quemaba en cada cual. El temporal presagiaba lo evidente. La fascinación les despojó de todo. La piel quedó entonces expuesta al tiempo, a las caricias, al deseo de acatar cualquier

sentencia. Aquel pasivo cuerpo se derrumbó con la delicadeza de los pulgares posándose suavemente en sus cálidos senos, acariciándolos hasta hacerlos endurecer, con movimientos delicados y bruscos, en una intensidad clara de quien quiere dejar grabada cada sensación en su pensamiento; después, dibujaron círculos sobre círculos en ellos, logrando provocar una respiración más agitada y un susurro apenas audible pidiendo más. Los ojos abandonaron la realidad, cuando aquellos capullos fueron succionados delicadamente entre la humedad de unos labios hinchados… entonces, el cuerpo se entregó, aceptando el arribo del otro entre su carne, centímetro a centímetro avanzando seguro, abriendo paso a las sensaciones únicas de sentirse parte de alguien.

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El sonido de las primeras gotas de lluvia llegó a ellos, mientras que la humedad goteaba adentro, en una cadencia uniforme, en un concierto placentero… recíproco, sometidos ya los dos sobre el tapete extendido con la ropa a sus lados, desde donde el repique de tonos en los teléfonos celulares, continuaban como un esfuerzo superior por conectarlos a la realidad de la que se habían apartado. La respiración les sofocaba, y a la par, pequeños gemidos se escapaban. No bastó la naturaleza y sus formas, sino el arte que les envolvió para hacerlos vivir como nunca, cada flexión, cada postura, cada secreción del deseo manifiesto. La lluvia pareció ser cómplice al arreciar su caída en el preciso momento de intensidad carnal, donde la compasión se hizo a un lado para dar salida a un salvaje momento de súplicas y plácidos embates, que exigen no detenerse y que llevan a embestir con fuerza a quien se acepta víctima del hechizo firme y viril de la sangre, en la búsqueda de ese final que eleva a la inmortalidad. De pronto, el mundo se pausó y como en cámara lenta, todo alrededor pareció no tener el sentido de lo que era; los corazones alcanzaron los niveles más altos en su latir; la explosión era en todas direcciones; los cuerpos despertaron a otra luz, las pupilas se dilataron, la piel se mostró rosada, viva,

las contracciones ocurrieron a la par, el amor pareció brotar entre ellos en ese momento y junto al olor a tierra mojada, se envolvieron en lo más profundo de la naturaleza misma, lo que les hizo notarse como parte de un todo, en armonía, llegando al nivel más sublime de la felicidad. Inmersos en el silencio, ambos fueron conscientes de sus espasmos, bajo una tormenta que se iba; uno a otro se reconocieron en la mirada, en la sonrisa mutua y en el gesto dulce de unas manos que recorren el cuerpo mojado. Se reconocieron como humanos, afortunados, dichosos de encontrarse ahí, juntos, ajenos y cercanos. El hechizo menguó; todo regresó a su sitio y a su momento... Cada quien tiene su camino formado… una dirección elegida… y de frente, lo habitual de un día común, en espera.

Por: Alfredo Murillo Rivas, México. Fractales literarios

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FRENESÍ ROJO “Por mirarte, prohibidas tentaciones afloraron. Por desearte, me perdí enajenado. Lunas y soles pasé urdiendo. Absorto por el anhelado encuentro. Quedamos atrapados entre ósculos. Y mordí tu aroma obnubilado. Con espasmo oscilante te buscaba. Me adentré y me estrechabas. Compartiendo vedadas fantasías. Liberamos una simiente de vida”. Te desvaneces mientras te sostengo entre mis brazos, tu cabeza descansa sin oponer fuerza en mi pecho. Te voy sintiendo con el toque de mis manos. El deseo nos encamina al lugar donde se liberan los sueños, las pesadillas. Te recuesto y tu cabeza cae en el almohadón de plumas. Tu mirada se va tornando ausente, vacía, empieza a perder luz, vida. Te contemplo y pareces ofrecer tu cuello, me acerco y tu perfume me vuelve loco; si fuera un vampiro te mordería hasta el fin de los tiempos. No lo resisto y me hago a un lado, no sin antes cerrar las persianas de tus ojos. Retrocedo para verte mejor y estás ahí como materia dispuesta a todo. Eres el sueño de cualquier mortal que tiene ante sí el objeto de su deseo. Sigo observándote,

¡el corazón me late tan fuerte que su ritmo es como el llamado de un tambor a cumplir un rito de apareamiento! Te deseo ahora, tengo el impulso de desgarrarte las ropas, pero me contengo. No te mueves, esperarías así eternamente. El tiempo apremia, no obstante me doy el deleite de recorrerte con la mirada, de tocarte toda. Te quito los escarpines que adornan tus pies. Tomo tus tobillos y lleno con besos el contorno de tus magnificas piernas, adornadas de seda negra. Llego hasta el borde de tu falda, la levanto y veo… ¿encaje? No importa, lo hago a un lado y muerdo tu aroma que obnubila todo. Aspiro profundo para dejar grabado en mi cabeza, en la piel, en el alma, tu esencia. Retiro el broche de tu falda y te libero de ella. www.revistasapo.com

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Sigo ascendiendo y desabotono tu blusa, quito el seguro que sujeta las cúspides de tu cuerpo. Las cubro con mis manos, las rozo con mis labios y un ligero cosquilleo me dice lo tersas que son. Te miro y tus labios ligeramente abiertos me muestran tu dentadura perfecta. Te beso y parece que escondieras tu lengua, porque no puedo alcanzarla. Me hago hacia atrás, me levanto, lamento no poder prolongar más el juego. La constante palpitación de mi pantalón y el dolor me dominan. Ya es momento de adentrarme en ti. Me despojo de la camisa, desabrocho el cinturón y el choque de la hebilla metálica con el suelo acaba por liberar las ansias que tengo de ti. Tomo tus piernas y abro camino hasta dar un salto de fe para besar y lamer tu monte de venus. Tomo entre la mano mi calor oscilante y penetro en tu mundo, tu universo, buscando tus secretos. Te observo entre cada acometida y parece una pena que en poco tiempo se perderá por completo tu calor y quedarás completamente fría. Un frenesí de placer interrumpe mis reflexiones hasta que comienzo a recobrar la calma. Intento retirar mi virilidad, pero no puedo. Algo me lo impide. Un espasmo me aprieta desde tu interior. Desconcertado, intento salir de ti y de nuevo otro espasmo, me aprieta con mayor fuerza, algo desde tu interior me chupa, me succiona sin detenerse, excitándome, provocando otra erección.

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No puedo detenerme a comprender lo que sucede, te miro y sigues inmóvil, tomo tu mano y no detecto pulso, empiezas a sentirte fría. Miro hacia el colchón y la mancha roja se sigue extendiendo por el lienzo blanco de algodón. Busco desasirme de ti con todas mis fuerzas, pero resulta imposible. Te tomo del cuello, lo aprieto con toda la fuerza de mi mano y te ordeno que me sueltes. Te abofeteo hasta teñir de rojo tus mejillas. Desespero y miro cómo las sábanas se han cubierto por completo con tu sangre. Te miro nuevamente y el terror me abraza al ver tus ojos abiertos con la mirada sin vida, mientras un nuevo frenesí se apodera de mí, me obliga a contraerme al sentir cómo libero mi simiente. No tengo cómo soltarme, no tengo más fuerzas, y no soporto el peso de tus ojos muertos sobre mí. Una sensación fría y húmeda recorre todo mi cuerpo. Todo parece oscurecerse y un vacío comienza a cubrirnos. ¡Quieres llevarme contigo! Me tragas, me llevas hacia adentro. Hago un último esfuerzo por resistirme, pero es fútil, se me está escapando la vida mientras me hundo. Me arrastras contigo hacia el inexorable encuentro con la muerte.

Por: Luis Herserv, México. Fractales literarios

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INSOMNIO Esta debe ser la última noche que lo hago. No puedo permitírmelo por mucho más, ni creo soportarlo. Han pasado novecientas treinta y cuatro lunas con sus respectivos grises días desde que te expulsara a ti; mi moderna princesa Psique, de mi templo, de mi vida, de mi panteón, incluso de mí. De ese perenne impulso idiota de destruirnos buscando eso que, con certeza, de hallarlo, sólo terminaría de consumirnos. Eso que te condené a buscar vagando por toda la tierra, aquello que sabes no hallaste con alguien más, eso que quienes esperan una última llamada, nombran amor. Han pasado tantas lunas desde tu exilio y sin embargo aquí estás, hambrienta, dispuesta a probarme, a alimentarte con todo el deseo que yo te quiera dar. Subes a la cama sigilosa y con actitud depredadora. Te miro idéntica a la última foto que robé de ti, no me importó que estuvieras con alguien más, eras tú todo lo que veía, y es como prefiero verte ahora. Como una mezcla de todas esas imágenes tuyas que atesoro; con esa bata traslúcida que llevabas cuando nos entregamos por primera vez, casi etérea, como tú, intocable, casi inexistente, apenas dibujada sobre tu silueta, sutil y sublime, impalpable, pero venenosa. Tienes esa mirada con la que finges inocencia, la que me sedujo desde la primera noche, con esa luz que usas para atrapar incautos a devorar, hipnotizando y causando esa falsa sensación de hogar, aquella a la que cual náufrago en medio de la noche más condenada vislumbra un faro, y sin importar que sea de una prisión a medio mar, se ha de abrazar, donde con toda certeza morirá; esa, aquella estrella refulgiendo en tus ojos en la que me consumí y en el que cientos más se perderán. www.revistasapo.com

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Ya estás sobre mí, cierro los ojos y recuerdo el mapa de tu cuerpo; trazado con cada lunar que noche a noche descubrí. Recuerdo haber marcado con una “X” y un ansiado beso mis favoritos. Abro los ojos y reconozco todos; el que delimita la línea divisoria entre tu escote y tu pezón, y ese pequeño, discreto, en tu mentón, imagino ese otro que desde esta posición no puedo ver, aquel pequeño letrero marrón de bienvenida entre tus piernas, colocado a milímetros de entrar en ti, ese que desconocías hasta que te lo compartí, porque yo lo descubrí, y el que lo encuentra se lo queda. Sigo recordando, construyéndote a mi gusto; carmín en los labios, carmín con el que prometiste marcarme, marcarme de tu propiedad y no de desgracia. Labios carnosos que ya juegan con mi oreja, gruesos parlantes que musitan una plegaria, “hazme tuya, hazme ya”, creo recordar tu voz. Término entonces de darte permiso y de construirte; acaricio tu lacio y negro cabello, cada uno me ata, todos juntos te unen a mí, tienen vida propia como por obra de fantasía, y esa ilusión, en realidad, es el único hilo que ha de atarnos jamás. Te has sentado en tu trono, te has sentado en mí. Arqueas la espalda y bajas sin piedad buscando la raíz, dejas escapar un gemido fantasma que entra y hormiguea en cada parte que pueda sentir en carne viva. Lo notas y lo sabes, soy tan tuyo como siempre, lo disfrutas y repites cada vez más rápido. Te enseñaron que el amor es un bonito sentimiento que sirve, sirve para matar, te hicieron asesina, aunque ya eras cazadora natural. Te enseñaron cómo usar, te hicieron pecar; pero, tú sola fuiste la que encontró en esa locura y suciedad, la única forma de poder amar. No dices mucho… No quiero que lo hagas, sólo me miras sudar, respirar cada vez más profundo, tan hondo como desees que llegue en ti, ahora casi saltas. Llevas mis manos a tus senos, aprietas, no únicamente con tus manos, me aferras a ti; me haces, como las otras noches, lo que yo quiera, todo cuanto me apetezca; todo, menos estar.

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Desearía más que cualquier riqueza o poder, poder explotar contigo dentro de ti. Perder por dos segundos el control de nosotros, dejarnos morir en ese instante nada más, despedazarnos en esa explosión conjunta, la que únicamente se siente por dentro; pero por dentro de dos personas conectadas. La que te hace venirte, sí, venirte es un término que algún vulgar acuñó sin saber lo que significa en realidad, venirse no es solamente eyacular en un vacío, venirte es dicho porque sales de lo profundo de ti para entregarte a alguien más. Quise más que otra cosa hacerlo; pero quise siempre más, que fuéramos reales en algún lugar. Después de novecientas treinta y cuatro lunas de mandarte a vagar, sólo puedo traerte a mí por invocación. Una, que como

con cada demonio tiene un precio alto a pagar. En todo rezo o pensamiento con el que te traigo, me quemo un tanto más, me dejo caer de nuevo un metro en tu locura, la de desearte, la de imaginar que es mutuo. Y me pierdo otro tanto de este mundo real, éste en el que he jurado a cada dios un adiós, éste en el que traerte cada noche me hace odiarte otra tonelada, equivalente a tu calor que me atrae, idéntico en tamaño a la tentación y pasión que nunca me dejaste desatar, igual de jodidamente corrosiva a la pregunta que antes de llegar me hace regresar, la pregunta que ni con mil fantasías se responderá, y que violado me hace soltarme, sintiendo asco al susurrar: ¿Dónde estás? Por: J. Epitafio, México. Fractales literarios

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LO QUE NORMA ME HIZO

“Dedicado a los adolescentes que en los años ochenta vivieron su primera experiencia sexual” Los limpia-parabrisas liberan el espeso fango del cristal. No hay mucha luz, mi cabeza da vueltas y mi vista se nubla. ¿Y esta tela en mis manos? ... ¡Es encaje! Y despide un exquisito perfume. ¡Son las pantaletas de Norma! Mientras vuelvo en mí, el tocacintas del auto reproduce la nostálgica canción de Queen “Those are the days of our lives”. Se inunda el auto, aunque en el interior hay una cápsula de aire, éste se escapa y el agua gana terreno. Me transporto una semana atrás. Norma Angélica, es la más joven y hermosa de todas las maestras de la escuela primaria donde mamá labora como secretaria, tiene veinticuatro años y francamente no sé qué vio en mí. Ella es una hermosa morena, de músculos torneados y curvas pronunciadas, atlética, y con un rostro de finas facciones. Seguramente le excitó provocar al niño que vio en mí. www.revistasapo.com

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Fue en mi casa, durante la última reunión de maestros, donde de manera intempestiva ella entró en mi vida. La “maestra bonita” no despegó los ojos de mí, yo lo notaba mientras hacia la tarea escolar en una mesita. Me guiñó el ojo, se mordió el labio inferior y soltó su jaibol: pedazos de cristal y ron corrieron por debajo de la mesa. “Yo me encargo” dije. Levanté los cristales debajo de la mesa, y observé su hermoso pie desnudo saliendo de su zapatilla. Ella levantó el mantel y asomó su rostro, el de un ángel que se transformó en demonio cuando, al tiempo que me decía “no te vayas a cortar, bebé”, presionó con intención su dedo pulgar sobre uno de los cristales, la sangre brotó de su pie, lo acercó a mi boca; me arriesgué y lamí su sangre. ¡Acerté! Ella se revolvió, sus manos buscaron con desesperación algo de donde asirse, y apretaron las patas de la silla, www.revistasapo.com

como si su vida misma dependiera de ello. Yo continuaba lamiendo. Ella se estremeció unos segundos, estiró sus piernas de una forma extraña. Su respiración se tornó agitada. Luego, relajada soltó la silla y acercó la palma de su mano a mi mejilla. Me acarició con ternura. La reunión terminó, y ella se despidió de mí. Jamás lo había hecho antes ¡Caray! Acercó su rostro a mi mejilla y sus labios carnosos susurraron en mi oreja: “¿Qué harás el sábado?” El fin de semana visité a Norma. En el fondo de su pequeña sala, el tocadiscos tocaba una canción de moda. Me tomó de la mano y me llevó al sofá. Mi miembro se blandía furioso, como un marlín atrapado en el anzuelo. Ella se deshizo de su sudadera ¡No traía sostén! Facilitaba así las cosas a un principiante como yo.

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Cual leona hambrienta saltó sobre su presa: sus hermosos y grandes senos aterrizaron sobre mi rostro, y me abofetearon a discreción, entonces entendí que esos pezones oscuros, firmes y erectos eran míos; mi lengua se dio un banquete, yendo y viniendo sobre sus hermosas areolas. Sentí estallar mi pene cuando me pidió que la mordiera. Con gran ansiedad, intenté quitarle los jeans, pero ella retiró mis manos y me dijo: “¡No! Mi mamá no tardará, mejor el próximo sábado me llevas a un hotel”. Reculé frustrado, ella lo percibió “Eres virgen aún, ¿Verdad, bebé?” Me tiró sobre el sofá y me dijo: “Esto es en compensación por la espera”. Con gula salvaje, se llevó mi miembro a la boca. Lo lamió con gran intensidad, a veces intercalando unas delicadas mordidas. En pocos minutos, me vacié en ella. El miércoles siguiente a la propuesta de la maestra bonita, mi tío Roberto nos visitó en la casa y en la primera oportunidad que tuvimos, me abordó: “Hijo, tú sabes que

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trabajo en el sindicato, quiero hablarte de la maestra Norma Angélica. Ella es muy buena amiga del jefe” ¿Buena amiga? le cuestioné. “¡Muchacho pendejo! Te lo diré con todas sus letras, Norma es amante del máximo dirigente de nuestro sindicato ¡Ella le da las nalgas al jefe!. Debes tener cuidado, desde que el jefe se agenció a la Norma, tiene a sus guaruras vigilándola”. Por fin llegó el día esperado. Pasé la mañana en casa de mi fiel amigo Memo lavando su auto, un Datsun. Él me avalaría con los amigos, cuando presumiera la clase de mujer que me haría hombre. Pasamos por Norma Angélica a eso de las tres. Memo nos condujo al hotel, no podía ocultar la envidia en su mirada, observaba por el retrovisor cómo nos revolcábamos en el asiento trasero. Al estacionarnos en la cochera de la habitación, Norma se quitó ágilmente las pantaletas y le dijo: “Tómalas Memo, te las regalo”.

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Apenas cruzamos la puerta, Norma se desnudó. Yo quería reclamarle el coqueteo y su “bello e innecesario gesto para con Memo”, pero su cuerpo de diosa de bronce me robó el aliento. Me ordenó que me hincara; y quedé a la altura de su pubis. Jamás había estado tan cerca del templo que es un cuerpo de mujer. Pasé mis manos trémulas por su entrepierna y toqué su vulva, su sexo estaba exageradamente mojado. La expresión de espanto que hice, delató mi novatez. ¡Pensé que sangraba! Ella cambio sus formas dominantes, y comprensiva me dijo: “¡Tontito! ¡Esto es signo de que me tienes bien caliente! Es la respuesta de mi cuerpo. Anda, abre mis labios y chúpame el clítoris”. De nuevo, detectó mi mirada ignorante, pero esta vez sí le arranqué una estruendosa carcajada “¡Bebé, no sabes qué es el clítoris! “ Yo clavé la mirada en el piso. Ella reaccionó: “¡No! Espera, papacito chulo, ¡No quise avergonzarte! ¡Es que tu ignorancia me excita! Sí, mi amor, así bien

pollitos me gustan ¡Como tú!” Con su mano izquierda guió mis dedos hacia su clítoris, mientras con su diestra abría sus labios “Éste es, conócelo, me gusta enseñar a bebés como tú, ¿Sabes? Desde que te vi la última vez allá en tu casa, ya crecidito, me dije, me tengo que coger a este chiquillo, antes de que se me adelanten… acuéstate en la cama, relájate y aprende”. Norma se dejó caer sobre mi falo, desapareciendo todos mis miedos. Ella me acercó sus senos y me pidió que mordiera sus pezones; era tanta su lubricación que se escuchaban chasquidos cuando mi miembro entraba y salía de su vagina. Fueron cuarenta minutos maravillosos; me indicaba cada posición y luego se dejaba llevar, alabando entre gemidos lo rápido que yo aprendía. Cuatro veces abandonó su cuerpo, lo supe por su mirada perdida. La última de esas ocasiones yo la acompañé en el viaje y, al ritmo de sus espasmos, me vacié dentro de ella. www.revistasapo.com 63


Le pregunté si era amante del viejo, el secretario del sindicato. Ella me dijo: “Bebé, te falta mucho por aprender, es una pena que seas desechable, aunque importante para mis fines, él viejo es solo un escalón, pronto lo sabrás. Por ahora bésame, cógeme por última vez, no quiero que digas que no valió la pena. Hasta la hora de tu muerte me recordarás ¡lo prometo!“ Norma revisó la hora en su reloj de pulsera “¡Qué tarde es! Tu amigo Memo debería ya estar aquí. Bebé, asómate a ver si lo encuentras, mientras me voy a bañar”. Salí del hotel en busca de Memo y vi el Datsun estacionado a una cuadra. Me embistió sin darme posibilidad de nada. Dos hombres recogieron mi cuerpo fracturado, perdí el conocimiento. Luego despierto siendo una masa sanguinolenta, apenas puedo abrir

los ojos, el auto se hunde en la laguna. En el estéreo suena “Who wants to live forever” también de la banda Queen, y en la situación que me encuentro, me anuncia la muerte. Comienzo a tragar agua. En el asiento del copiloto y con el cinturón de seguridad puesto, Memo me mira compasivamente, él ya no sufre, se ha ido. Antes de exhalar su último suspiro, me sonrió y puso en mi mano las pantaletas de Norma, ahora lo recuerdo. Esta cinta no es de Memo. ¿Qué dice la etiqueta? Fue escrito a plumón y el agua borra ya el texto. Dice, dice: “Gracias por colaborar conmigo, me has sido útil hasta el final. Atentamente ¡La Maestra Bonita!” Por: Alejandro Rivera, México. Fractales literarios

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CRÓNICA DE UNA NOCHE —Al aire en tres, dos, uno. “Este viernes fue encontrado el cuerpo sin vida de una mujer en su apartamento, con ella, suman cuatro las víctimas. El reporte forense indica que la víctima, al igual que las anteriores, presenta marcas de mordedura en el…” —¡Al fin, viernes! Vamos por un trago. — Le dije a Gaby, mientras ella encendía un cigarrillo en el estacionamiento, fuera del canal en donde trabajamos. —No lo sé, Liv. Esta semana fue muy pesada, me siento agotada. En vista de la negativa de Gaby, pronto respondí a su comentario: —No puede negarse la cara bonita de las noticias. Anda, complace a tu productora. ¿Acaso quieres que me quede soltera toda la vida?

—¡Está bien, me convenciste! Así fue como quedamos en salir por la noche para ir de antro —lo que comúnmente nosotras llamamos una noche de chicas. Desde hace tiempo yo me encontraba soltera y, por supuesto, extrañaba el sexo, así que el objetivo de esa noche era encontrar un buen prospecto. Al llegar al lugar, Gaby y yo charlamos un poco, bailamos y tomamos hasta el cansancio. El estrés de toda la semana desapareció por completo. Ya adentrada la noche, se me acercó un tipo —con el cual estuve intercambiando miradas desde que llegamos—, me invitó un trago y después de presentarnos, bailamos durante el resto de la noche.

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A decir verdad, bebí demasiado como para atreverme a llevar a cabo mi aventura sexual, así que a eso de las cuatro de la madrugada, Gaby me llevó a casa (no sin antes haberme insistido en que me quedara con ella, ya que le preocupaba la ola de recientes feminicidios). A pesar de que dormí plácidamente, tuve un sueño raro y a la vez excitante. Me encontraba en una habitación color marrón y los muebles de ésta eran estilo colonial, la iluminación del lugar provenía de unas velas que estaban esparcidas generosamente por todo el dormitorio. Yo tenía puesto un vestido blanco de seda, fresco, con un pronunciado escote que dejaba ver el

nacimiento de mis voluptuosos senos y abrazaba perfectamente la forma de mi cadera. La suave tela que ceñía mi piel me hizo sentir sensual y excitada. En ese momento percibí una respiración que chocaba con mi cuello, cada centímetro de mi piel se erizó e inevitablemente, cerré los ojos para disfrutar de esa deliciosa sensación. De pronto, unas fuertes manos me tomaron de la cintura, mi pulso se aceleró mientras presionaba mi cuerpo con el de aquel desconocido. No podía soportar la tensión y la curiosidad. Me giré despacio para tener de frente a aquel hombre. Mis ojos se llenaron de sorpresa al identificar el rostro de aquel extraño… era Benjamín, el chico del antro. www.revistasapo.com

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Mi respiración se agitó aún más, y en mi mente me pregunté si esto en verdad era un sueño. Viéndolo a los ojos y como si me lo hubiera ordenado, lo besé; sentir la forma de sus labios y la presión que ejercían en los míos, llenaba todo mi cuerpo de un incontrolable calor, su boca succionaba con fuerza la carnosidad de mi labio inferior, mientras yo me aferraba a su cuello para mantenerlo cerca de mí. Benjamín tocó mi espalda con sutilidad al bajar el cierre de mi vestido, me despojó de él al momento en que yo le quitaba el saco y desabotonaba su camisa.

Debo aceptar que deseaba con ansia ser suya, ya que todo lo de él me atraía: sus ojos avellana, su piel morena, sus labios, su voz, sus fuertes brazos… era una atracción muy poderosa, irresistiblemente deliciosa. Me tendió sobre la cama, recorrió mi cuerpo semidesnudo con sus manos, y mi piel ansiosamente disfrutaba de ellas. Nos besamos apasionadamente, sus labios recorrían mi cuello mientras sus manos se divertían con mis esponjosos senos. Me miró a los ojos de forma desafiante, con una mueca sensualmente perversa en su rostro.

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Entonces con sus labios inició de nuevo el recorrido, comenzando por mi boca, hasta bajar al cuello y llegando al fin a mis senos. Su lengua jugó en círculos con mi delicado pezón. Su jadeante aliento secaba la saliva que dejaba en mi piel. Mordisqueó suavemente mis pezones y yo arañaba su fuerte espalda, mientras Benjamín deslizaba mis húmedas pantaletas por mis temblorosas piernas. Me besó nuevamente, esta vez un sabor metálico aderezaba su saliva. Su boca insistía en mi cuello, besando y saboreando mi piel, aspirando con frenesí el aroma que brotaba de mi cuerpo. Con su mano exploró mi ser, bajó por la reducida división entre mis pechos y llegó con suavidad a la piel de mi abdomen, para finalizar en mi aterciopelado monte de Venus; sus laboriosos dedos abrieron con cuidado mis labios mayores hasta encontrarse con mi clítoris, sus dedos índice y medio lo frotaban y presionaban al ritmo en que mi pelvis disfrutaba de los exquisitos espasmos.

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Mi mente estaba a punto de explotar, nunca había sido complacida con tal dedicación. Inmersos en un vórtice sexual, comenzamos a tocarnos sin control mientras él penetraba lentamente mi sexo; sentir como su duro miembro se abría paso en mi estrecha vagina hizo que me excitara aún más. Benjamín se balanceaba entre mis piernas una y otra vez, cada vez con más intensidad. Mi cuerpo empezó a ser invadido por unas oleadas de calor que, involuntariamente, me hacían apretar su torso con mis piernas al momento en que arqueaba mi espalda de placer. Una fuerza electrizante me recorrió de pies a cabeza, y cuando estaba disfrutando del éxtasis del orgasmo, sentí una mordida intensa pero placentera en el cuello. Entonces emití un

suave gemido, sus afilados dientes hacían presión en mi tibia y sudorosa piel. El aire me faltaba. Benjamín se separó de mí. Noté que en la comisura de sus labios había sangre, yo me toqué rápidamente el cuello y al mirar mi mano ensangrentada perdí el conocimiento. Esta mañana desperté en mi habitación, miré alrededor y todo estaba en calma, «sí fue un sueño», pensé. Al ver el reloj que se encontraba en el buró a un lado de mi cama, vi una nota. Extrañada, la tomé y comencé a leer. “Liv: nos vemos de nuevo esta noche… Benjamín.” Por: Angélica Ramos, México. Fractales literarios

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MUDANZA HORMIGA En aquellos años, el dinero escaseaba, por tanto la idea de tener donde vivir, daba material para ser creativos, mi morada de estudiante, estaba en un “casi departamento”, que si hubiera estado en nueva York, sería un loft, sin paredes, donde habíamos acomodado los muebles de cocina y de casa, pegados contra la pared, algo así como suelen acomodarse las sillas cuando tenemos una fiesta en casa, y las ponemos en el patio para los invitados. Y para hacerlo todavía más encantador, y entusiasmante, estaba situado arriba de un restaurantico, que por el día servía comida corrida y por las noches pasaba a ser un bar un poco clandestino, digo un poco, por que el volumen con el que solían amenizar

a sus comensales, era tan contundente que tendrías que haber sido parapléjico y sordo para no saber, por la cantidad de personas, ruido, música y tambora, que ahí se vendía alcohol. Honestamente, de no haber sido tan jóvenes y de no haber hecho nuestras propias fiestas cada noche, vivir ahí hubiera sido el infierno. Tenía un compañero de aventuras, que aunque fingía trabajar muchísimo, la realidad es que mas bien divagaba todo el día. Parecía el conejito que sale en el cuento de Alicia en el país de las Maravillas, ¿Recuerdan? Ese que todo el día tiene prisa, y que además dice siempre –que tarde es, que tarde voypero en la realidad nunca descubrí a que se dedicaba.

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Cuando lo conocí, llego con una botella de tequila y un porro. Y ese fue su equipaje, que llevaba a cualquier lugar a donde fuéramos, no importaba si era a jugar cartas a casa de amigos, a una fiesta con los primos o un bar elegantísimo. El siempre se las arreglaba para beber su propio alcohol y en algún momento lograba encender su bacha. Debo de confesar que un tiempo fue divertido, mas, como todas las cosas que vas convirtiendo en cotidianidad, con el paso de los días, si yo iba a tener examen al día siguiente, parecía una labor titánica intentar estudiar, entre el escándalo del antro, los humos de la quemazón y la múltiples invitaciones a beber tequila. Amén de que mis clases comenzaban a las 7 am, asi que acabar las jornadas-fiestas a las 4 am y levantarse a las 5, solo lo lograba por la juventud; creo que si lo hiciera ahora, moriría al tercer día. Todo lo anterior además estaba aderezado por la presencia de mi compañera de departamento, que hoy día le llamarían roomie. Era una mujer con ciertas convicciones extrañas por decir lo menos o tal vez peculiares. Vestía invariablemente de morado. Desde la pijama hasta la ropa de diario. Cuando alguien nos visitaba, encontraba que la mesa siempre estaba puesta como si fuéramos a recibir visitas para cenar, a Vero le gustaba tener la mesa puesta, invariablemente. www.revistasapo.com 74


Colocaba absolutamente lo que teníamos, copas, vasos, manteles, cubiertos (dorados), velas, flores de plástico, varios platos, todo propiedad de ella y de un mal gusto conmovedor. A Vero le gustaba jugar a la hermana mayor, así que cuando conoció a este compañero de aventuras, le pareció terrible, por decir lo menos. Cada día me ofrecía un abanico de motivos de porque debía yo de dejar de ver al tequilero: que si por ebrio, por loco, por poco coherente, etc. El asunto está en que cada noche acabamos los tres bebiendo, fumando y bailando. No sé si Vero lo hacía para cuidarme a mi, para cuidar la casa o para esperar a que el bar de abajo cerrara y poder dormir. El hombre, empleó la técnica de la mudanza hormiga, un día dejo unos zapatos, el otro un cepillo, de repente trajo sus discos y cuando

menos cuenta nos dimos, ya salía hasta con pantuflas por las mañanas. La verdad en esos días yo no paraba nunca por la casa, iba a la escuela, trabajaba, andaba de fiesta, así, que no pensaba mucho en que hacia este ser, en sus batallas diarias. Pero, un buen día, después de una reunioncita con los amigos, desveladisíma, saltando los vasos y botellas de cerveza que había por todas partes, abriendo las ventanas para intentar que los humos se dispersaran y buscando desesperadamente las llaves del auto, me encontré con un papelito sospechosamente bien doblado. Quiso mi curiosidad femenina, que dejara todo lo que estaba haciendo para reparar en él. Lo abrí, despacito, con cuidado. Me acerqué a la ventana para aprovechar la luz del día… y sí. Una carta de amor, dedicada.

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Mi sorpresa fue tal, que pase por todos los estado de ánimo, enojo, celos, decepción, asombro. Guardé la prueba fehaciente en mi bolsillo y salí dando tumbos a mis compromisos. Pase toda la mañana sin poder pensar en otra cosa. Recordé que la venganza es un plato que se come frio. Así que volví esa noche a casa y no dije nada, espere a ver si él me preguntaba por su papelito. Pero no dijo nada. Yo tampoco. Al siguiente día, hice como que me iba a la escuela pero

volví, un poco después, cuando sabia que la casa estaba vacía. Llame a un cerrajero, cambie todas las cerraduras y cual escena de película, abrí bien la ventana, lancé con gusto todas y cada una de sus pertenencias a la banqueta: discos, lociones, libros, ropa, lo último que tiré fueron ¡las pantuflas! quedaron, hasta arriba, vaya, para que no tuviera que buscarlas…. Nunca nos volvimos a ver. Por: Beatriz Calderón, México.

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A CADA SEGUNDO TUYA Te respiraba a cada segundo, el mejor momento era ver tu desnudez, después de hacernos el amor; contemplarte recostado en nuestra cama, con la satisfacción dibujada en tu rostro, suponía un placer. Recostada en tu pecho desnudo, escuchaba tu corazón latir tranquilamente, era un momento infinito para mí.

cruzaras en mi camino; era lejos el mayor regalo para mí. Nuestra habitación olía a mi perfume, y también a nuestros fluidos que al mezclarse en “El gran ¡oh!” producían ese esencia tan nuestra, respirarla profundamente en las cortinas, en las sabanas, y hasta en las paredes, era un pacto entre la eternidad y nuestro amor: sensualmente inquietante, y sin dudarlo

Tus brazos fuertes asiendo mi cuerpo junto al tuyo, me regalaban una seguridad indescriptible, solía pensar que ningún peligro me acechaba si estaba contenida en tu abrazo. Entonces respiraba profundamente y daba las gracias al amor, y la vida, “bendito destino” me repetía constantemente por planear este encuentro, que tú te

el mejor afrodisíaco. Despertar con un jalón de cabello, un beso descarado, y tu voz en mi oído diciendo “déjame penetrarte” era algo muy estimulante, amanecer sabiendo que morías por hacerme tuya, me trasportaba a imaginar fantasías inconfesables.

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Amaba ser investida, y acariciada por ti: respirar de tu boca y ser amada por tí, era suficiente para ir al cielo, pues tú eras el portal que me trasportaba a todos los paraísos. Esa madrugada no fue la excepción. Tu miembro erecto punzando mis glúteos me despertó. Un “Buenos días, bellísima”, y tu sonrisa cargada de picardía, fueron una invitación a viajar a nuevas sensaciones, una entrada abierta a explorar nuestros cuerpos sin barreras, ni pudores… Y me sumergí en deseos, ser una vez más tuya, ganas de tenerte, sentir todo tu potencial masculino, apetitos de fundirme en tu cuerpo, de beber de tus néctares, saborear

tus sudores, recorrer cada pliegue de tu piel, escudriñar todas tus aberturas con mi lengua afanosa y sedienta de ti, dominar cada gesto tuyo, cada mirada, cada sentido, ser la causante de tus desbordes, amarte incluso en lo inimaginable, hasta que mis muslos ya sin control, dominados por los temblores, hicieran evidente mi goce; bebernos paso a paso en cada descanso. Tus penetraciones siempre sobrepasaron mi cordura, me llevabas al límite, tu voz sensual musitando indecencias en mis oídos, rompían todo comportamiento de señora santa, para convertirme en una indecente mujer feliz, y satisfecha...Y como lo disfrutabas.

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Me deje llevar, esa mañana con todos mis arrebatos a flor de piel, respiré cada centímetro de tu cuerpo sudado... aún olías a mí… a nosotros. Me tomaste entre tus brazos, con frenesí curvaste mi cuerpo y te sentí detrás de mí, tu mano derecha jugueteaba con mis pezones, mientras que con la izquierda presionabas hacia abajo mi espalda, firme, pero delicadamente hasta bajarme a la altura de tu hombría, tu embestida magnífica y vigorosa, me llevaba al mismísimo edén en infinitas oleadas de supremo placer, un goce indefinible me embargaba por completo, sentía mi piel erizada y humedecida, sudaba placeres, gritaba incoherencias pidiendo más, y más, quiero más… tú suplías cada una de mis necesidades, con esmero y cuidadosa dedicación: “continúa” te supliqué, “no te detengas”. Tú enloqueciste al escucharme gimiendo; mi voz entrecortada de sublime llanto, mitad goce, mitad dominio, hizo que tu miembro por fin se rindiera al roce y ardor de mi vagina, y te hice mío. Los espasmos te hicieron prisionero dentro de mí, tu semen inundó mi madriguera, sentí la mezcla de nuestros fluidos escurriendo entre mis temblorosos muslos. Tu mano recia y firme aún acariciaba mi espalda, potenciando más el glorioso orgasmo, hasta que una frase sonó en la habitación: “ ¡ya! Por favor para” y entonces tu risa me despertó. Me contemplabas con lujuria contenida, estabas ahí, sentado a los pies de mi cama, te habías convertido en un espectador involuntario de mi erótica fantasía contigo, te habías introducido en mis ensueños y me habías hecho una vez más tuya. Por: Victoria Ramos, Chile. Fractales literarios

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SEA LA MUJER Capítulo 01. Hay personas que piensan que la mujer vive siendo víctima, que no se conforma con lo que vive y siempre utiliza su naturaleza de ser mujer para autoflagelarse y que todo es doloroso, triste, que todo lo malo les ocurre a ellas, que todos la desprecian y que por eso son lloronas y débiles... yo no creo que eso sea siempre así... Ju tampoco. Soy Ju, vivo con mis padres, soy la menor, y desde que tengo uso de razón he conocido un padre borracho, golpeador y desinteresado. Recuerdo cómo veía sufrir a mi mamá... despeinada, sucia y abandonada... no quería que fuese mi madre así, me apenaba,

encontraba muchas cosas injustas... Cuando entré a la pre básica, un informe del Kinder decía que yo no hablé a la tía durante todo el período escolar; tal vez para no molestarla, ni siquiera le preguntaba si podía ir al baño, me aguantaba hasta el recreo... a mi mamá le dijeron que debía llevarme al psicólogo. Sentí mucho odio por mi padre, sentí mucho odio de su espermio, me daba asco pensar que venía de parte de él... hubo noches en que los escuchaba juntos y deseaba arrancar... el sexo me producía asco...

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Mi madre estaba incondicional, por siempre para él y yo no entendía. También odié el matrimonio, dije que jamás me iba a casar, pero también dije que quería ser mamá, deseaba tener una hija. Vivir con odio a los 13 años, es tan dañino; vivir en un infierno constante, es suficiente para tomar muchas decisiones... “por suerte” me hablaron de Dios; mi abuela materna siempre me habló de Dios... mi madre también, pero habían muchas cosas que no me encajaban, y a veces era rebelde, otras pedía perdón... ¿Por qué Dios si me amaba me tenía viviendo en un infierno? Había veces que me llegaba el período y no tenía toallas higiénicas, no porque fuésemos pobres, sino porque mi padre no le daba más dinero a mi mamá; y en esas situaciones mi mamá debía hacer malabares, conseguirse o pedir fiado (la primera vez tuve que colocarme un género envuelto e ir así al colegio). Pasaba lo mismo con el desodorante, sostenes, ropa, etc. Tampoco usábamos papel higiénico, eso era un lujo, había que ocupar periódico. Mi madre, tal vez, para desahogarse, me contaba su vida... eran cosas que yo no debía saber... mi padre la violó y la dejó embarazada; yo no entendía por qué se había casado, ella me decía que lo amaba y que por otro lado mi abuela le dijo que no podía quedarse sin casar.

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Dios sí existía, pero yo no lo quería tener cerca de mí en ese momento, necesitaba vivir “mi vida”, no quería perdonar, no quería querer, no quería la vida que tenía, no quería mi casa, mi familia... no quería nada. Y “por suerte” la idea del suicidio nunca la concreté... aunque deseaba morir, siempre. Y llegó un momento que me pregunté: ¿Por qué la mujer vive todo esto? ¿Por qué Dios como que no ama a las mujeres? ¿Por qué tanta maldición?

Mi madre no tuvo papá, cuando le preguntaba a mi abuela por él, ella le decía: “tu padre fue un desgraciado” Y mi madre siempre se preguntaba ¿Dónde está mi papá?
¿Quién será mi papá? ... En el colegio le decían “guacha”.

Por: Lidia A. Corona, Chile.

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EL MAR La arena traza una suave caricia entre los dedos de mis pies mientras hago “puñitos” con ella. Tomo un respiro y miro alrededor admirando la belleza del paraje, debo reconocer que escogiste la mejor vista para regalarme un atardecer espectacular. —Hace tanto calor, que quisiera desnudarme. Tu frase me arrulla hasta tomar tus manos y besarte, me transportas a los años en que buscábamos la privacidad de tu auto, o la sala de tu casa cuando tus padres se marchaban a dormir, o la de las aulas vacías en la universidad, cualquier rincón era bueno para dar rienda suelta a nuestra lascivia. Te miro a los ojos y confabulo mis fantasías con lo que sé que vas a hacer. Las vísceras me dan un vuelco, vuelven esas mariposas que implantaste en mi abdomen mientras recoges tu cabello en una coleta y te pones de rodillas.

Siento la brisa del mar en cada milímetro de mi piel y, por momentos, el oleaje que rompe contra las rocas, me hace estremecer. No logro distinguir si es tu boca la que provoca que mis vellos se ericen o es la fuerza del oceáno tratando de competir con la pasión que liberas en cada movimiento. Tus manos se aferran firmemente, me aprietan contra tu rostro, me hundes muy dentro hasta tocar tu úvula, en un vaivén desesperado. Mi frenillo se atora entre tus dientes y me jalas un poco, me atormentas con sensaciones nuevas de dolor y placer. —Es parte del encanto. Me hablas adivinando la razón por la que te empujo de los hombros. El chasquido que produces al sacar mi pene, me arranca un gemido que ahogo por pudor. Ríes cándidamente y continúas.

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—No hay nadie, pero sigue vigilando. Puedo ver tu rostro volteando en varias direcciones antes de volver a postrarte. Tus manos se ajustan, una a mis testículos y otra al cuerpo de mi pene, mientras el glande queda a disposición de tus labios y tu lengua. El frenesí con que me sometes, me obliga a cerrar los ojos, pero hago un fuerzo para seguir contemplándote. Tu melena de tonalidades ocres y que el sol poniente matiza de rojizos ardientes, la delicada espalda desplantada en una poderosa cadera atlética, los pies anclados al piso, tensos, flacos, envueltos por pliegues de piel que dejan ver surcos pálidos y que se asoman por debajo de tus nalgas turgentes. La gama de colores tostados que el copioso sudor en tu piel resalta, me pierde en un torbellino de impresiones que son como destellos de luz. No puedo más, me arqueo mientras cojo tu

cabeza entre mis manos y naufrago todo lo profundo que puedo en el mar de tu boca. La sorpresa te hace clavarme tus uñas en las nalgas, no sé si para que te suelte o por efecto del placer, no me detengo a pensarlo, pero nos volvemos a acompasar, tú masajeas mi perineo y yo entro y salgo rítmicamente, despacio. La saliva que cubre mi miembro, provoca que el viento la enfríe, generando contrastes tan dramáticos como deliciosos, me arqueo, me pierdo, gimo como animal herido, me convierto en un místico Bioplasma de proporciones cósmicas que ahora escurre por tu garganta. Eyaculo en tí de mil formas nuevas y pierdo el contacto con la realidad en un postrer estremecimiento, cuando te escucho deglutir. Por: Fabro Torres, México. Fractales literarios

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EL VECINO Me topé con él en la escalera, era un tipo atractivo con una mirada penetrante y andar seguro. –Hola– me dijo, después de mirarme de pies a cabeza. –Hola– respondí, un tanto ruborizada por mi facha, venía del gimnasio sudada, sin maquillaje y otro tanto atolondrada por el cansancio. No lo volví a ver por varios días. Sólo oía el sonido de sus llaves al abrir la puerta por las noches. Confieso que ese hombre me había perturbado, no lograba sacar de mi mente esa mirada atrevida, intensa, recorriendo mi cuerpo ahí en la escalera. Indagando con el conserje me enteré que venía de Santiago; era constructor, vivía solo y estaba a cargo de una obra, luego se iría,

pues únicamente había venido a supervisar los acabados del edificio en construcción. Esa noche esperé que llegara; era sábado, me había arreglado meticulosamente y maquillado con esmero, deseaba coincidir nuevamente con él. Cuando sentí sus pasos, salí con mi mejor sonrisa y perfume, hasta encontrarlo en el tercer piso, él me miró distraídamente y saludó con la cabeza. –¿Todo bien? pregunté un tanto ansiosa. – Bien– respondió, sólo cansancio. Y siguió subiendo, como si yo no existiera. Esperé que llegara a su piso y cerrara la puerta, en silencio me devolví, me descalcé para que no escuchara mis pasos y no pude resistir la curiosidad de mirar por la cerradura.

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La luz era tenue y una balada de Mikel Erentxun sonaba de fondo; me pegué al ojo de la cerradura y lo vi: estaba semi desnudo, sólo con una toalla en su cintura, bebía una copa de vino. Embelesada lo observé, era tan vigoroso, sus brazos perfectamente marcados, sus azules ojos, resaltaban en su piel bronceada y bien cuidada, las incipientes canas en su rubio pelo lo hacían un Dios griego descendido del Olimpo, y estaba ahí detrás de una puerta, a una cerradura. Dejé de observar y me levanté para irme a mi departamento, con lo que había visto era suficiente para satisfacer mi curiosidad, claro que tendría que darme una larga ducha, para sacar de mi piel esa sensación a humedad y excitación. En ese momento se abrió la puerta. Él, con una sonrisa que dejaban ver una perfecta hilera de blancos dientes entre sus carnosos labios dijo: –¡Pasa! ¿Gustas una copa de vino? Avergonzada traté de justificar mi intromisión, él sonrió nuevamente mientras me servía una copa, mi respiración era cada vez más intensa, entrecortada. Él me miraba con sus azules ojos llenos de deseo, se paseaba con lentitud y seguridad.

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–Ven– me dijo –Bailemos–Yo me dejé guiar como una autómata, él dejó caer su toalla y pegó su desnudo cuerpo al mío, mientras lentamente desabrochaba mi blusa: sus manos suaves tocaban mis senos y su voz susurraba una canción que hablaba de amor y deseos reprimidos. Intrigada le pregunté cómo se había dado cuenta que yo estaba en su puerta, él contestó relajado mientras me guiaba al sofá con suavidad, y a la vez con firmeza: –Te delató tu perfume, ese delicado aroma que despertó todos mis instintos en la escalera, la misma esencia irresistible que se filtró

por debajo de mi puerta, como una invitación a ser cómplice de tus fantasías... Yo reí, mientras él sacaba mi blusa. Esa noche fue intensamente apasionada, sólo diré que lo vivido esa velada de seducción, me marcó para siempre, y sació abundantemente mis fantasías y sequías.

Por: Victoria Ramos, Chile. Fractales literarios

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AVENTURA Siento tu firmeza tocando mi entrepierna, al ras de mi ropa interior. Encima de mí, sobre un lecho improvisado, empujas hacia el centro, rozando y humedeciendo. El silencio de aquel espacio escondido nos envuelve junto con la negrura, apenas interrumpida por tintineos de luz que se cuelan por una que otra rendija; y por un momento pareciera que estamos flotando

así, mueve tu lengua, muerde mis labios, comienza este juego, vil y travieso— Te detienes y me miras a los ojos, tus pequeños ojos ardiendo. —Déjame arrancarte lo que te queda de ropa…— Me dices al oído y aprovechas para morder el lóbulo de mi oreja— Ay amor, que tibia es tu saliva— tu restriegas tu pene sobre mi vientre para que sienta que está a

sobre el vasto universo, así abrazados, sin tiempo, sin nada, percibiendo solamente el ruido armónico del ritmo cardiaco; entonces una brisa ligera y fría se cuela y nos eriza la piel de pronto. —Espera amor…— susurro apenas porque tu boca me calla con un beso largo y húmedo, fluyen lengua y saliva a través de los labios — Que rico besas amor, no puedo pensar, sigue

punto de estallar. Podría decirte que ya, pero quiero aguantar un poco más. Tus manos me rodean y deambulan por cada arista de mi figura. Sin aviso alguno, libero tu miembro erguido y lo aprisionó en mis manos, subiendo y bajando, sintiendo el fuego en aquella membrana de piel ligera, y te aseguro que se me hace agua la boca.

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—Espera, escucho algo…— Me dices mientras me detienes. Quietos, nos quedamos callados, con el susto sacudiendo nuestro corazón. El lugar está cerrado, nadie más debería estar aquí. —Creo que no es nada, quizás lo imaginé…— Me dices acercándote. Pero yo no estoy tan segura, tal vez deberíamos salir a ver, estar seguros para evitar cualquier situación embarazosa; así que te doy la espalda y comienzo a vestirme. Pero no cedes amor mío, llegas por detrás y me empujas hacia la pared, me aprietas, me muerdes el cuello, apuntas tu pene dispuesto y haces a un lado mi ropa interior; no esperas, tu falo busca el recoveco húmedo y lo encuentra. Apenas puedo emitir un sonido de sorpresa porque no veo nada, la oscuridad me confunde y me excita, entras fácil, resbalándote por todo el cauce viscoso de mis jugos. Siento tus venas

latiendo en mi interior. Me aprisionas y empiezas a martillar. Piensas hacerlo lento porque te mueves perezosamente. El ímpetu de mis entrañas me pide que seas salvaje pero esperaré mientras las cosquillas comienzan a sacudirse de mi vientre, para correr por todo el cuerpo a través de la sangre, a través de mis nervios. Se oye algo a lo lejos pero no te detienes. ¡Cómo me excita pensar que alguien pudiera estar viéndonos! A pesar de estar escondidos y a oscuras, alguien podría escucharnos e indagar en los muchos resquicios por los que se puede espiar y aprovechar la visión que provocan los destellos de luz que entran del exterior. El movimiento hace que la ropa que sobra se deslice, mis pezones tocan la frialdad de la pared.

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—Veo que esto te gusta— Me dices y comienzas a moverte más rápido, más fuerte. Y aquellos brillos de luz que irrumpen esta sinuosa oscuridad, dejan ver apenas tu rostro que comienza a cubrirse sutilmente de sudor. Pero tu ímpetu me sorprende y en un rápido movimiento me giras. Te vuelves a meter en mis entrañas mientras suspiras, tus ojos se han entrecerrado al sentirte de nuevo adentro. Ahora, aquel destello juega a iluminar mis pechos que se mueven con el vaivén de los movimientos. ¿Acaso los dos imaginábamos qué esto pasaría? Hace un año tú y yo ni siquiera hablábamos. Apenas cruzábamos palabra, mirada o saludo. Pero un día cualquiera en la hora de la comida, un libro sobre la mesa y el comedor vacío bastó para entablar una charla. Semanas después el romance iniciaba con un beso. Y ahora, desencadenas partículas de éxtasis por todo mi cuerpo con cada movimiento. Te beso, te pellizco, te muerdo… ¡Me vuelves loca cada vez que hacemos el amor! Y la gran química en el sexo nos obligó a enredarnos en estas demenciales aventuras de hacerlo en los lugares menos pensados ante la urgencia que nos asalta de repente. Una caricia en la espalda, un beso espontáneo, el nuevo color del lipstick, todo eso basta para encender nuestra imaginación pecaminosa y desembocar la creatividad necesaria para cumplir el delicioso cometido. Acariciando tu rostro, percibo tus pequeños ojos entrecerrados por el placer de sentirte atrapado entre los pliegues que se contraen, estrujando tu miembro. De pronto, cambiamos de posición y me monto sobre ti, capturando todo, los dos respirando fuerte. Tu mano en mi rostro parece dibujar símbolos secretos de un hechizo que enardece cada movimiento de cadera. Navegamos por aquellas olas por instantes perpetuos, por cada limerencia en nuestra historia descubrimos nuevos efectos al hacer el amor.

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El momento cumbre se está acercando, lo sabes por la manera en que tiembla mi cuerpo, sacudiéndose. Tus manos se adueñan de la frágil masa de mis senos y los pulgares acarician en círculo los pezones enarbolados. La culminación orgásmica llega estallando desde el núcleo hacia todo el ser, enmudeciendo el grito de mi garganta y aflorando tu simiente. Checas la hora en tu reloj y con una mirada me insinúas que es justo a tiempo, salimos de la bodega de papelería y me besas cortamente mientras yo me dirijo hacia mi puesto de trabajo, cruzando los pasillos vacíos mientras el vigilante se fuma un cigarrillo. Minutos después llegan los demás empleados y clientes e inicia un nuevo día de ventas en el trabajo. Y nadie ha descubierto nada, nadie sospecha algo; somos cómplices discretos que con la mirada nos decimos todo, sonriendo ante otra suculenta aventura realizada, una aventura secreta pactada a la misma hora casi tres veces por semana, y muy en el fondo mi conciencia me recuerda que eres un cínico… sin embargo, aún mantengo la esperanza de ser tuya completa. Por: Alejandra Calderón, México. Fractales literarios www.revistasapo.com 92


DESNUDO

Toda la tarde me sentí como Aleister Crowley cuando halló a su Mujer Escarlata. Sabía que por fin, había encontrado lo que necesitaba; y lo único que un hombre como yo necesitaba, era una mujer con cadencia demoníaca, sin límites, sin ataduras, una verdadera Mujer Escarlata, pero eso sí, con una capacidad de retórica corporal tan diestra como para poder ejecutar a la perfección los movimientos de un discurso erótico. Que supiera hablarle a mis labios, a mis manos, a mis ojos, a mis caderas… Minutos antes de su llegada, encendí las velas y apagué las luces, no sirvió de mucho. Me sentía hecho un nudo. Todo lo planeado se desvaneció de mi mente en un segundo. ¿Saben qué es sentirse como un nudo? Es como envolverse para sí mismo y quedarse atado. Lo que buscaba era ponerme erótico y no filosófico, pero no lo lograba. De pronto recordé el origen de una palabra: DESNUDO. Comencé a mencionárselo: “¿sabes qué significa la palabra “desnudo”? Realmente es muy sencillo, es quitarse los nudos o estar sin nudos. Hace muchos años atrás la vestimenta de las personas eran simples pieles o telas anudadas…” Era obvio que buscaba que ella dedujera que deseaba desatar nuestros cuerpos, desnudarnos en todos los sentidos. Como toda Dama Escarlata, lo entendió a la perfección. www.revistasapo.com

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Desde que cruzó la puerta, ella sabía que haríamos temblar de nuevo la cama. Caminó hacia mí como lo hace una fiera que vigila sigilosa su presa mientras mueve cada parte de su ser sin levantar la menor sospecha de lo que se avecina: un encuentro violento entre dos cuerpos que quieren formar uno, pero que sin duda, la física los hará rechazarse, sin embargo, la necesidad de pertenecer será tan fuerte que los hará aferrarse, tanto, que decidirán quedarse juntos el mayor tiempo posible. Ella lanzó la primera mordida y yo respondí con mis manos sobre su cintura, la acerqué con fuerza hacia mí. Quedamos hechos un nudo que buscaba desplegarse. Mis manos recorrieron su espalda, su cabello, sus senos, de nuevo la cintura. Sus manos sobre mis hombros parecían garras que se encajaban suavemente. Sentía su cuerpo pero no su piel. Mis dedos buscaron liberarla de aquel nudo en forma de vestido. Desplacé lentamente el vestido hacía arriba, mi mirada repetía el mismo recorrido hasta llegar a la altura en que nuestros ojos se quedaron atrapados por el fuego del deseo. Nos besamos sin duda con la intensidad que el caníbal reclama su alimento, nosotros nos alimentábamos de pasión. Manos que parecían pinzas apretaban su piel y la mía. Nos arrojamos al suelo, nuestras carnes eran cada vez más trémulas y nuestras respiraciones agitadas

llevaron el instinto a su destino: la humedad impregnó la dureza con su oscuridad. No hubo ya pausas. Ejecutamos una danza de ida vuelta. Me sentí realmente desnudo: sin palabras, sin pensamientos, sólo carne borrosa, deseo y más deseo, frente a la nada entregando el todo. Pues, ¿de qué otra forma podría estar con ella si no, desnudo? Por: Orden Aleatorio, México. Fractales literarios

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EL BANQUITO RÚSTICO Imaginar no es lo mismo que “hacer”. Veo por la ventana de nuestra habitación, el hermoso amanecer en este pueblo mágico. El espectáculo es indescriptible, sin embargo prefiero observarte mientras duermes. Confirmo la belleza masculina que posees. Muero por besarte, pero decido dejarte descansar; me refugio en el recuerdo de la deliciosa noche que me regalaste y esa estampa dibuja una sonrisa en mis labios. Me desnudo poco a poco frente a ti y me dirijo a tomar una ducha. Mis pies descalzos sienten el frío del piso, reclaman tus besos y caricias, los has convertido en adictos de tus perversiones. Me vuelvo a excitar

recordando las cosas que haces con ellos. Llego al lavamanos y me miro en el espejo, el baño es amplio y acogedor. Enciendo una vela aromática para relajarme, ahora mismo me conformaré con sumergirme en la tina, humedeceré mis ganas en el agua tibia. Veo en la esquina de la regadera, un rústico banquito de madera que compré para asistirme en una fantasía que no te he revelado y que hoy realizarás, aunque no lo sepas. Una risilla nerviosa se me escapa, se pierde con el sonido del agua que cae a la tina.

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Aprovecho el momento para colocarme bajo el chorro que cae, siento el caudal recorriendo cada rincón de mi cuerpo, es tan cálido, imagino que eres tú. Mis ojos están cerrados, con el cantar del agua no te escucho llegar y tus manos me sorprenden, se apoderan firmemente de mi cadera, me aprietas contra tu cuerpo, siento tu pene erecto entre mis glúteos e instintivamente trato de agacharme para facilitar tu penetración, caigo en la cuenta de que soy tu esclava, que mi voluntad obedece a tus deseos. Me empujas contra el muro, tu boca llega hasta mi cuello y tus besos comienzan esa danza que tanto me fascina. Me hablas lentamente al oído, mi piel se eriza sin control, besas mi cuello, bajas hasta los senos que son mi debilidad, chupas sin piedad mis pezones, enciendes mi intimidad con tal dominio que disfruto mi sumisión. Sigues bajando, acaricias mi cadera, tu boca llega hasta ese lugar prohibido donde tu lengua se posiciona dueña, marcando el territorio

con mis secreciones desbordándose. Siento tus dedos entrar y salir de mí, me obligo a contenerme porque quiero hacer de ese momento el prólogo de mi fantasía en el banquito. Te incorporas mientras beso tus magníficos muslos, que semejan unas definidas columnas del mármol más fino; veo tu miembro encendido y me dejo llevar por la fascinación. Te empujo levemente por el abdomen mientras mi boca se llena con tu erección. Tus manos aguijonean mi cabeza en un empele que me vuelve loca, pero quiero alargar el momento, así que me incorporo y vuelvo a besar tu boca, veo tu frustración, te enoja que me detenga, así que me devuelves el beso con brutalidad. Te siento desesperado por entrar en mí, aprieto los muslos para impedirlo, te provoco para que seas más agresivo y lo consigo, siento cómo tratas de ahogarme con tus besos, quieres que me falte el aliento para que te suelte, pero no cederé, esta fantasía es mía.

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Te conduzco, entre suspiros y tropezones, hasta el pequeño banco; trato de controlar mis jadeos para ordenarte que te sientes, te muestro mis piernas abiertas, son alas que se extienden para permitirte remontar el vuelo en que nos fundiremos, subo en esa gruesa hombría que se exhibe con altanería, te introduzco en los labios de mi vagina, que ya no aguanta más, lo disfruto libremente, estacada, imposibilitada para moverme ante la oleada de placer, ¡eres tan firme y hermoso! Te escucho gemir, me gritas que me mueva, ¡estás muy dentro, lo siento en mi vientre! Nos besamos como si fuera la primera y la última vez que pasará. Siento tus manos en mis glúteos, los estrujas para levantarme, tus brazos hacen de mí un pelele que se deforma ante la fuerza de tus embestidas y cae desarticulado cada vez que lo sueltas. Ahora tomo el control, para que vuelvas a sentarte en el banquito, con frenesí

te aprisiono hacia abajo, te clavo en mí con violencia, con todo mi peso, ¡me vuelves loca! Hago un esfuerzo enorme para seguir, pero no puedo más, me detengo un poco para recuperar el aliento y cambiar de posición. Coloco mis aberturas en tu boca, te empujo contra la pared y te aprisiono, siento tus manos jalando mis pezones, duele pero me gusta y entonces te libero, sólo para dejarme caer sobre tu falo enrojecido y tenso para mí. Te sorprendo con algo que te gusta y que no esperabas, te tomo con mi ano, lo fuerzo con movimientos circulares y contracciones rítmicas, es la fusión del dolor y el placer; jadeo, lloro, grito de éxtasis y tu aprietas más mis senos, muerdes mi cuello, me haces tuya mientras el agua sigue recorriendo nuestros cuerpos, sentados en el banquito. Por: I. Martínez, México. Fractales literarios

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ELLA Es tan bella, de piel blanca y rasgos finos, me provoca. Sus clases me atrapan, es una docente única y además es artista, una pintora que enamora con trazo en sus tan peculiares obras. Recuerdo la primera vez que me habló en uno de los pasillos para preguntar mi nombre, yo no sabía que hacer, me puse nervioso y comencé a tartamudear las palabras que salían de mi boca. ¿Qué tipo de interés podría tener en mi una mujer como ella? Me dijo que desde que nos conocimos en clase había sentido la necesidad de pintarme, la nostalgia que reflejaba mi rostro le parecía atractiva y digna de ser retratada. Por supuesto acepté. Nos vimos una tarde después de clases en su casa para que pudiera plasmar mi imagen en uno de sus lienzos, mi corazón palpitaba a una velocidad peligrosa. Ella me pidió que me desnudara, quedé atónito y me asustó un poco pero terminé obedeciendo. Sabía que me gustaba y se aprovechaba de eso para verme ruborizado o espantado, o sintiendo cualquier emoción que pudiera reflejarse en mi rostro para favorecer su pintura, para estimular su arte. Ese día terminó pronto, me vestí cuando me lo ordenó y luego de eso me fue a dejar a mi casa. No dejaba de mirarme y sonreír conmigo de una forma morbosa, después de aquella tarde era normal lo que sentíamos, estábamos excitados. Los días subsecuentes no podía ni verla a los ojos, pero ella no dejaba de mirarme, y me decía que no podía olvidar mi cuerpo, tampoco mi rostro avergonzando, que eso la estimulaba. Mi profesora de treinta y cinco años a la que muchos aspiraban por ser poseedora de una belleza incomparable, por la que muchos perdían la cabeza, esa misma me había pintado desnudo y por alguna razón me consideraba hermoso. www.revistasapo.com

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Un par de semanas después me pidió ir a su casa de nuevo para repetir la sesión de pintura. Esta vez yo iba más seguro y con la idea de confesarle que me enloquecía tenerla cerca desde la primera vez que nos vimos. Llegamos a su casa, volvió a darme un banco, pero esta vez no me pidió que me quitara la ropa, esta vez me la quitó ella. Me desabrochó la camisa del uniforme sin dejar de verme a los ojos, e hizo lo mismo cuando me quitaba el pantalón y la ropa interior para dejarme completamente desnudo. No pude evitar mi erección ni mi respiración agitada, ella sonreía sin dejar de verme con esos ojos encendidos y esa sonrisa que me decía todo lo que sucedería aquella tarde de forma adelantada. Se recogió el cabello estando hincada ante mí pero se levantó en seguida, estaba jugando conmigo. Comenzó a quitarse la blusa, botón por botón hasta dejarla caer al suelo y quedar en sujetador.

Se dio la vuelta y se agachó mientras se deshacía de su pantalón mostrándome todo lo que quería ver desde hace mucho tiempo. Su ropa interior me dejaba ver todo lo que había debajo, los pequeños puntos en sus senos se habían endurecido, podía verlo, y en medio de sus piernas podía notar esa mancha pequeña de humedad que me daba la certeza de estar consiguiendo mi sueño, mi fantasía. Se desnudó por completo y comenzó a trabajar en su obra, me pidió que me tocará para que pudiera pintarme haciéndolo, y sin dudar lo hice, estaba sumamente excitado. Ella empezó a sudar y ruborizarse, lucía tan estimulada, tan pronta a dejar sus herramientas y hacerme hombre, porque si, yo desconocía totalmente los senderos del placer carnal hasta ese entonces. No tuvo fortaleza como lo esperaba, y cedió a sus deseos más íntimos y carnales.

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Dejó la pintura que estaba trabajando y avanzó hacía mi con una convicción que hubiera intimidado a cualquiera y por supuesto, estimulado a cualquiera también. Sentí endurecerse mi orgullo con una fuerza que me hizo sentir un alfa en esos momentos, se dejó caer de rodillas al llegar hasta mí y contempló mi hombría elevarse ante sus ojos. Me tomó con ambas manos mientras acercaba sus labios. El primer contacto me hizo tocar el cielo, sus labios aún no succionaban, estaban simulando un beso como si tuviera una boca enfrente (y no un miembro). Cada sensación me hacía poner los ojos en lo divino y contemplar mi alma, y cuando pensaba que no podía ser mejor sentí su cálida boca cubriéndome por

completo en un acto de protección corpórea. Y lo hacía tan bien, arriba y abajo, lento y rápido, esos cambios de ritmo me absorbían y me hacían sentir la muerte. Se levantó, me abrazó y sin darme cuenta se sentó sobre mí. Nada, nada, ni siquiera las experiencias más satisfactorias que había tenido hasta entonces me habían hecho sentir eso que sentí cuando estuve dentro de ella. Esa humedad cálida tan profunda y estimuladora hizo vibrar cada parte de mi cuerpo, eso era el sexo, eso era pasión y desenfreno carnal, y lo estaba viviendo en persona, lo estaba sintiendo y vaya que lo disfrutaba.

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Ella me tomó por el rostro mientras se movía a ritmo; yo sostenía sus glúteos con mis temblorosas manos, estábamos vibrando juntos, estábamos danzando a la par, entre océanos de sensaciones, entre sonidos y gestos incomprensibles por el sentido de la razón humana. Me besó,

arañaba mi espalda y me mostraba gestos de una especie de dolor placentero. Yo la apreté mientras sentía como mis muslos se fugaban a través de mí falo y terminaban en el interior de mi saciada amante. Así conocí el placer, así conocí a la mujer y me hice hombre, así aprendí a sentir y a hacer sentir.

mientras seguía moviéndose y pegando sus senos a mi pecho desnudo. Su lengua peleaba con la mía por entrar más en la boca contraria y de pronto empezamos a acelerar nuestros movimientos más y más, y más , y más hasta que un destello de gloria nos alcanzó al mismo tiempo. Ella emitió una especie de grito mientras

Y luego de eso nos acostamos incontables veces, tantas que ya no recuerdo, y en todas explotamos nuestros sentidos a más no poder. Hasta que aparecieron ustedes... — El juez pregunta si el menor tiene algo más que declarar— Eso fue todo de mi parte señor. Por: Damían Solano, México. Fractales literarios

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AMOR EN CRISTO Se amaron sin saberlo y Cristo fue el intermediario. El joven pastor hacía una campaña de evangelismo y David, tras la prédica, se acercó hacia el altar. Se acercó conmovido, con signos visibles de arrepentimiento, lágrimas y un profundo deseo de cambiar. Cristian, el joven pastor, no pudo evitar abrazarlo, pedirle que se calmara, que Dios ya lo había perdonado de todos sus pecados y que ahora era una nueva criatura. Tras la conversión, David gozó el primer amor, disfrutó de cada clase de “Verdades básicas” y participó en diversos ministerios. Su buen trato, facciones delicadas, cabello bien recortado y ropa siempre pulcra le generaron la admiración, respeto y amor de muchas

hermanitas; pero David evitaba cualquier relación con ellas. Esta decisión, en realidad, fue producto de una conversación secreta con el joven pastor, “Quiero entregarme a Cristo totalmente” – le dijo. No pudo evitar abrazarlo y al mismo tiempo sentir una descarga de emociones y un simulacro de erección que explicó como la acción del Espíritu Santo. Desde entonces, Cristian pidió a Dios que le brindara fuerzas para ayudar al nuevo creyente en su ministerio. David, progresivamente, fue aprendiendo diversos instrumentos y recibiendo clases de canto. De este modo, empezó a formar parte del ministerio de alabanza del cual se convirtió en líder. www.revistasapo.com

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El pastor Cristian no podía estar más contento. Todas las tardes, antes de los ensayos o los cultos, oraban para que Dios actuara con poder. Se tomaban de las manos fuertemente y con el tiempo aprendieron a adaptarse a la electricidad que sentían ambos en todo su ser, al anhelo de abrazarse infinitamente después de cada oración. Sentir el pecho del uno y del otro y compartir la calidez de músculos frágiles. La Iglesia no podía estar más contenta, los jóvenes llegaban en cientos y hacían falta cuatro cultos para saciar la sed de la palabra de Dios. Líder de jóvenes y líder de alabanza eran signo visible del actuar de Cristo. Tras dos años, el pastor principal esperaba que ambos grandes líderes pudieran encontrar a buenas esposas que consolidaran su trabajo eclesial. “Nos hemos consagrado a Dios”, decían. Salían a correr, iban al cine, tomaban un frapuccino de mocha en cualquier Starbucks cercano, paseaban cuando podían y, cada tres meses, viajaban a alguna parte del país a predicar el evangelio. Esos eran los momentos de mayores sonrisas y libertad, pues estaban lejos de las instigaciones de las hermanitas. Podían dormir en el bus, colocando su cabeza en el pecho del otro, compartiendo en ocasiones los mismos sueños.

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Dado que hacían los viajes sin que la Iglesia gastara, alquilaban una habitación con una sola cama y dormían allí. Al principio, usaban pijama; pero luego, consideraron que no habría problema en estar desnudos, contemplar sus cuerpos, reírse un poco, bañarse juntos, contar las historias de las cicatrices que tenían, comprar algo de comer, ver una película. A cada misión que instalaban o anexo que creaban le conseguían posteriormente víveres, ropa, ofrendas para felicidad de los recién convertidos. Una tarde, la líder de ujieres los vio orar de la mano en el templo. Luego, observó que se miraban demasiado durante el culto. No tardó en percatarse que tenían muchas amigas pero hasta el momento no habían enamorado a ninguna. “Eso no es normal, pastor”. El comentario empezó a pulular

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desde el Staff pastoral hasta el portero. De pronto, la sonrisa socarrona acompañaba cada saludo de las hermanas y en cada saludo masculino. La palabra “varón” era previo a cada expresión: “Varón, ¿Cómo está?”, “Varón, ¿qué canciones tocaremos hoy?”. Luego los susurros, las bromas, los sarcasmos, las vigilancias. David y Cristian debieron evitar mirarse y cruzarse lo más mínimo en el templo. Prefirieron rodearse de hermanas para evitar habladurías. Durante la semana, se turnaban para verse en sus respectivos departamentos y buscaban pasear en lugares donde no los encontraran. El pastor prohibió los viajes. De pronto, cada acción que querían tomar u opinión era cuestionada y, en el mejor de los casos, se hacía pero siempre buscando que lo hicieran por separado.

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Cristian recibió el aviso primero, debía casarse. Era condición indispensable si debía seguir en el pastorado. Nunca estuvo listo para decírselo a David. Lo citó en su cuarto una noche después del culto dominical. “Tengo que hacerlo”, dijo Cristian. David no se molestó; por el contrario, le pidió que oraran juntos y que, de ser necesario, había que obedecer la voluntad de Dios en la autoridad pastoral. Ambos se abrazaron y, por primera vez, rozaron sus labios al momento de separarse. El beso fue instintivo, las caricias desesperadas. Pasaron de la sala al cuarto donde gozaron de quitarse la ropa el uno al otro. Primero fue la camisa, luego el pantalón. La última prenda de ambos fue quitada al mismo tiempo en que mordidas y risas se combinaban mientras el sentimiento de culpa aún estaba ausente. David se entregó, rindió su cuerpo y se puso boca abajo mientras Cristian jugaba en sus glúteos y besaba su

espalda. Por alguna razón, pensaban en las noches de alabanza, las veces que se habían visto una y otra vez y no podían explicar la hecatombe de pasiones, las que habían pensado que era el actuar de Cristo. Cristian penetró a David, nada fue mejor ni más amorosamente brutal que ese momento. La furia y el miedo combinados contrastaban con el leve beso en el cuello y frases de amor mientras un “¡oh Dios!” exhaló de los labios de David, palabra que se repitió al principio a grandes intervalos hasta repetirse con más intensidad en ambos. Sentirlo y sentirse en él una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez. En el clímax, Cristian tuvo una epifanía sin culpa, pensó en el amor entre David y Jonatán, entre Jesús y el apóstol Juan, se convencía a cada momento de la penetración que el amor entre hombres también podía ser puro.

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Amanecieron abrazados, profundamente enamorados e inevitablemente culpables; dispuestos a pedir perdón a Dios y de rodillas frente al altar del templo. Pero, ¿qué pasaría con ellos? Habían visto numerosas veces la condenación que recibía todo hermano disciplinado, más aún si eran homosexuales. Sin embargo, ¿acaso no amaban a Dios? ¿Acaso no era amor lo que sentían? ¿Es que no podían amarse y también a Cristo? Conocían la Biblia, sabían que era pecado, pero ¿a quién hacían daño? ¿Quiénes se veían afectados? Eran líderes, trabajaban y daban su generosa ofrenda y diezmo, servían gratuitamente, no eran promiscuos ¿Por qué Dios no podía aceptarlos? ¿Acaso…? Otra vez, ¿qué pasó entre David y Jonatán? La multitud de preguntas creció en proporción a los problemas ministeriales que tuvieron. Progresivamente, fueron desplazados hasta convertirse en meros asistentes. Las excusas eran desde teológicas hasta ridículas. De pronto también hubo problemas en el edificio donde vivía David. La mujer que alquilaba los cuartos le prohibió que Cristian entrara, incluso algunos vecinos empezaron a hostigarlo hasta golpearlo una tarde en que se ofreció a subir una bicicleta a un niño. El acoso fue progresivo; se extendió hasta el trabajo, la familia, la gente del barrio, la iglesia. En dos ocasiones recibió la golpiza de unos adolescentes y más de una vez su habitación fue saqueada. Pero David optó por quedarse un tiempo más y, en caso de otro ataque, adquirió un arma. www.revistasapo.com 106


A pesar de las circunstancias, David y Cristian siguieron yendo a la iglesia. El joven pastor decidió finalmente casarse y, tras formalizar su compromiso, progresivamente retomó los cargos. David, en cambio, tuvo más dificultades. Aunque fue el padrino y asistió al matrimonio, los recuerdos de otroras tiempos se intensificaron con la progresiva ausencia. David no pudo tocar más canción alguna, dirigir las alabanzas o apoyar al grupo de jóvenes. Se fue alejando de la Iglesia hasta que no se le volvió a ver. Contra toda indicación, el pastor Cristian fue a interceptarlo en su trabajo después de un mes de ausencia. Hablaron, intentando sobrellevar aquello que sentían y disfrutar los retazos de una vida furtiva pero feliz. Caminaron por la avenida principal mientras tomaban su inefable frapuccino, buscando replantear su forma de vivir sin que ninguna

idea se les ocurriera. “Es pecado Cristian, es pecado lo nuestro. Más ahora que estás casado”. Caminaron el resto del trecho a casa de David en silencio, quien le invitó un café una vez que hubieron entrado a su departamento. La despedida, un abrazo, hizo inevitable la confusión de lágrimas y caricias, besos y abrazos, dulce e intensa repetición de la noche aquella de cariño profano. Se besaron con desesperación, se lamieron y mordieron el cuerpo en desorden tierno sin dejar de cubrir ninguna parte. En el caos y la culpa, tomaron el pene del otro y lo frotaron como en las noches adolescentes de masturbaciones bisoñas. David volvió a entregarse, Cristian volvió a poseerlo, penetrarlo una y otra vez mientras frases como “te amo” o “te he extrañado” se repetían y repetían hasta la madrugada.

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La mañana los sorprendió junto con la condena bíblica de expresiones que alguna vez defendieron en la iglesia. Cristian intentaba explicarle que podían amarse en secreto, que sí era posible, solo había que guardar ciertas apariencias. David no escuchaba, solo lloraba sentado. Los ruegos y los abrazos fueron inútiles. Tras enjugarse las lágrimas, esbozó una última sonrisa para dirigirse a la cómoda donde guardaba su ropa, su dinero y su arma. - Adiós amor. El disparo fulminó la sien de David. Cristian se alistó como pudo para salir lo más rápido posible. Las calles por donde corría lo devoraban. Sacó su móvil para llamar al pastor. Llorando, explicó al pastor principal sobre lo ocurrido. “Nadie se enterará, no te preocupes. Ven a mi casa en un par de horas”. Tiempo después, un fiscal y un perito declaraban que David – por razones misteriosas – se había suicidado. El sepelio fue realizado con la pertinente privacidad. Con los años, Cristian obedeció a todo lo que le mandó la iglesia y se convirtió en pastor principal de la denominación, candidato congresal y activista contra la “ideología de género”. Recientemente, un joven líder está siendo discipulado por él. Por: H. K. Michael Ayala Alva, Perú. Fractales literarios www.revistasapo.com

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EL ÚLTIMO ÁRBOL CADA SEGUNDO ERA CREACIÓN EN ESTE MUNDO. VIAJABA LEJOS DE MI CUERPO DENTRO DE UNA BURBUJA SIN ESPACIO, AFUERA ESTABA OSCURO SIN PENSAMIENTOS, NADIE CREÍA SOBRE ESTE LUGAR, SÓLO YO. CRECIENDO JUNTO AL ESPACIO, JUNTO A LOS CIELOS LLENOS DE ILUSIÓN, JUNTO A ESENCIAS QUE QUERÍAN SER HUMANOS. VIAJABA Y AVANZABA SIN TIEMPO Y SIN DESTINO. LUEGO UNA LÁGRIMA CAYÓ Y LAS TIJERAS LO RECORTARON TODO EN MILES DE MUNDOS Y EN MILES DE VIDAS SIN VIDAS.

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