5 minute read

Gracias, yo creo en vosotros

Les miro cada día. Veo sus ojos expectantes, despiertos como nunca, atentos, alertas, pero, a la vez, tristes, desanimados, apáticos... No comprenden, pero se muestran increíblemente dóciles.

Pienso en ellos y una corriente de empatía me conmueve el alma.

Advertisement

Con tan sólo 12,13,14,15,16 y 17 años están conociendo aquello que, descaradamente, les ocultamos tanto tiempo...¡que la vida no es un camino de rosas y que todos sufrimos, tarde o temprano!.Que hay reveses que no esperábamos y obstáculos que tenemos que aprender a sortear por muy “alelados” que esos momentos, nos encuentren.

Les habíamos hecho creer que “tenían el mundo bajo sus pies”, que todo era posible y que si, se lo proponían, podrían con todo. Que la vida era fácil, que podían disponer de todo lo que deseaban sin tenerlo que agradecer. Que los padres “estaban obligados” a brindarles una vida cómoda, confortable, que debían estar pendientes de sus caprichos y deseos y que el bienestar era exigible.

Ahora, han tenido que enfrentarse a la VERDAD.

La vida no es fácil, la felicidad no nos llueve del cielo, el esfuerzo es imprescindible para el crecimiento personal y el mérito nos descubre nuestras capacidades y límites.

El mundo no se construye en cubículos aislados, sino que es un puzzle donde todas las piezas importan. Que nada está hecho y todo debe ser recreado. Que estamos conectados y las consecuencias de todo, las pagamos todos. Que el sufrimiento y la muerte son universales y que éramos mucho menos de lo que les hicimos creer.

Hace años que no vivía la docencia ( mi vocación) con tal plenitud.

Están atentos, interesados, a la escucha.

Se están interrogando por lo que pasa y por lo que les pasa.

Se les acusa de “irresponsables y egoístas” y yo me rebelo ante tales acusaciones.

Trato de ponerme en “su piel”. Encerrados, aislados de todo aquello que les importaba, de sus amigos, pero también de sus familiares, sobre todo “sus abuelos”.

Abuelos a los que echan de menos. Abuelos a los que añoran. Abuelos de los que se preocupan pues dicen, que están solos, que ya no los pueden visitar y que se encuentran muy tristes.

Esta pandemia les ¡ha abierto los ojos!.

En la escasa TV que veo, me llamó la atención la estadística que, recientemente, había publicado una editorial donde aseguraba que los jóvenes, han cambiado sus valores y donde estaban sus “amigos y las redes sociales”, ahora, están SUS FAMILIAS, como valor primero. ¡Con la labor tan minuciosa de descrédito que esta sociedad se había impuesto, respecto a la familia! Y ahora, un bichito minúsculo ha invertido la tendencia: ¡La familia vuelve a su primera posición gracias a los jóvenes!

Resulta que caos y desorden ¡han vuelto a ordenarlo todo!

Califico de heroico la actitud de aquellos adolescentes y jóvenes que han asumido su responsabilidad “quedándose en casa”, “poniéndose las mascarillas”, “lavándose las manos mil veces al día”, renunciando a sus fiestas, a sus amigos, a una vida despreocupada.

Pero lo noticiarios televisivos, a veces, se empeñan en acusarlos. En señalarlos como autores de la extensión del virus cuando, en realidad, he percibido en muchos de ellos, una conciencia tan radical que les convierten en talibanes de la distancia social y la ventilación en las aulas.

Se han vuelto conscientes y responsables de golpe.

Añoran el mundo exterior ya que les hemos arrebatado todo aquello que les gratificaba encerrándolos en las clases y exigiéndoles que permanezcan “inamovibles” a todo lo que sucede fuera ya que deben obtener buenos resultados académicos.

Ellos luchan por responder a tales demandas, a pesar del peso que cargan y que se les prohíbe comunicar junto a una nostalgia que se les invita a ocultar y una tristeza, que se les obliga a disimular.

Después de un año de renuncias, muchos intentan responder a la altura de las expectativas que les pesan obviando sus sentimientos de pena, apatía y desesperanza.

Deben ignorar que el mundo que conocían se ha dado de bruces y nadie conoce el resultado final de todo ésto, con vacunas o sin ellas.

Se muestran escépticos ante los eslóganes frívolos que en otros momentos, querían creer y se muestran asustados ante un futuro que nadie se atreve a explicarles.

Me siento muy unida a ellos. A su mundo roto y a sus almas errantes en busca de respuestas anhelantes de VERDAD.

Están madurando, siendo tallados con el crisol de la incertidumbre .

Toda una generación se está curtiendo en la farsa de una sociedad decadente e ilumina el futuro de una generación más inconformista y menos propensa a la ingenuidad de la farsa publicitaria.

TODOS A LA VEZ, y poco a poco, van despertando del sueño aberrante del rico Epulón. De la embriaguez de una vida corrupta que conducía a la destrucción.

Para vislumbrar esta realidad, extraigo unas líneas de dos alumnas de 3º ESO que, redactando sus proyectos de vida, me sorprendieron compartiendo sus reflexiones y anhelos:

«¿Realmente las cosas caras y de»mucho valor» pueden hacerte feliz por el resto de tu vida?¿O, simplemente, son para presumir de riquezas y de un mayor nivel social?

A mí de qué me sirve obtener una gran cantidad de dinero si tengo una enfermedad difícil de tratar o, incluso si vivo sin tener comunicación con mi familia....¿Pueden «las cosas» calmar el dolor, hacerme feliz?... Lo dudo, la verdad». (Irene Vera)

Mientras otra alumna, relata:

«Mi vida ideal no es muy complicada. No quiero tener un montón de dinero, ni tener coches ni mil cosas más. Lo más importante que necesito siempre en mi vida es a mi familia y mis amigos». (María Nieto)

DIOS NO QUIERE EL MAL, pero sabe sacar provecho de él.

El despertar de las conciencias más jóvenes, a los que creíamos tener controlados, quizás sea la sorpresa que florecerá cuando menos lo esperemos.

Ya se sabe que no vemos fermentar el grano de levadura, pero vemos sus efectos duplicando el volumen de la masa...

Gracias por vuestra fuerza, por vuestra resistencia, gracias por vuestra responsabilidad.

Yo, creo en vosotros.

Colaboraciones

María Mercedes Lucas Pérez

This article is from: