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la historia de un hombre que cantó al mar las anclas llenas de herrumbres, los arpones que lanzan sobre el lomo de los peces y los anzuelos que, en la madrugada, son recogidos por manos de pescadores, sacando a flor de agua un vivo temblor de escamas. Gesto bonachón el suyo de andar a grandes zancadas. Así caminaba en sus cuentos, a grandes pasos, como un viento desatado.”

en tanto que *Joaquín Balaguer, en su “Historia de la Literatura Dominicana” (1992) nos lo presenta como “un poeta de reconocida originalidad y cuentista de rica imaginación y de estilo ágil”

Trigueros de León, Cuadernos Dominicanos de Cultura No. 118, p.389, sept. 1952

(Tomado de “La poesía dominicana en el siglo XX, Alberto Baeza Flores, tomo II, edición UCMM, 1977, p.153)

*El poeta Ramón Emilio Jiménez, bastante conocido por sus famosos himnos escolares, en un soneto titulado “Tomás Hernández Franco”, le cantó de la siguiente manera a su amigo entrañable: *En un enjundioso perfil titulado: “Tomás Hernández Franco en el recuerdo”, el destacado escritor, historiador e intelectual mocano, doctor Julio Jaime Julia (1922 – 1993), afirma lo siguiente: «En enero de 1949, en compañía del fraterno amigo Doroteo A. Regalado, prócer de la Intervención Militar Norteamericana, tuve el privilegio de conocer y conversar brevemente con Tomás Hernández Franco en el acogedor ambiente de su hogar en Tamboril. La impresión de esa única oportunidad que se me presentó de verle físicamente fue desde luego imborrable, por la sencilla razón de que él era uno de esos personajes inolvidables. Alto, activo, dinámico, rebosante de vida interior, sorprendentemente talentoso, cordial, simpático, comprensivo, decidor, y amable, Tomás cautivaba desde el primer momento con la franqueza de su trato y el poder de su extraordinaria inteligencia…» Suplemento “Coloquio”, p.10, 20 de mayo de 1989.

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*Para el brillante poeta, académico y ensayista Mariano Lebrón Saviñón Tomás Hernández Franco “fue un poeta de originales encantos”,

causa, pues cuando nos encontrábamos siempre elogiaba mis poemas, especialmente, “La elegía por la muerte de Tomás Sandoval”. Personalmente su figura de campesino ilustre atraía desde el primer momento por el desparpajo de su franqueza atronadora; y en realidad, era un hombre bueno y generoso capaz de las mayores abnegaciones para sus amigos»

TOMAS HERNADEZ FRANCO Luces de ingenio, en ocasión geniales, fueron en él aliento vigoroso, poesía, inquietud, todo a raudales, bondad, locura, sueño, todo hermoso. Brilló en la prensa, defendió ideales, con actitud viril y ánimo airoso, lo saludaron músicas triunfales, y todo le sobró, menos reposo. Reposo espiritual para ser fuerte, serenidad de que se halló vacía, su joven alma por extraña suerte. Honda fiebre del mundo le absorbía, y vivió en esa fiebre hasta que un día, halló serenidad, pero en la muerte. Ramón Emilio Jiménez. (1886 – 1970) *Franklin Mieses Burgos (1907 – 1976), miembro fundador de la Poesía Sorprendida y uno de los poetas de mayor relieve de la lírica dominicana contemporánea, apunta acerca de Hernández Franco lo siguiente: «A Tomasito Hernández le conocí en el año de 1930, con el funesto advenimiento de la tiranía. Fuimos amigos pero no compañeros de tertulia. Sin embargo le tenía una gran admiración como poeta, él a mí también me la tenía por la misma

*Don Manuel del Cabral (1907 - 1999), en su libro autobiográfico “Historia de mi voz” nos presenta, acerca de su amigo e integrante como él de los llamados “Poetas Independientes”, un perfil que no podía ser más singular, fraterno y pintoresco. Un perfil en el que en armónica simbiosis de la palabra artística se funde lo lírico con lo épico; lo serio con lo humorístico; lo real con lo fantástico: TOMAS: « Inteligentemente alto. Eróticamente bajo. Cotidianamente absurdo. Dos zancos con talento sosteniendo su infancia. El andar de este muchachón se confundía con las escaleras cayéndose. Bebía sin reloj. Escribía desordenadamente cuerdo. No le falta ni un caballo en la cara ni una azucena en su niño. Cuando conversaba se desbocaba en metáforas y anécdotas que aumentaban y aumentaban hasta que Tomás quedaba sepultado bajo ellas sin saber cómo salir de un montón de cosas increíbles, milagrosas, fascinantes. Pero por fin encontraba el recurso: ordeñaba con paciencia la gota de la última botella, se la bebía, y al instante nos decía: “La cerveza embrutece y el vino da talento, la leche nos da vergüenza…” No se sabe de que murió Tomás. Pero se dice que lo obligaron a tomar leche. Entonces… se murió de vergüenza» Manuel del Cabral, “Historia de mi voz” (págs. 43/44)

Revista de Arte y Literatura


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