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Para qué leer?

leer? ¿Para qué

Entrevista

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Por: Francisco Delgado Santos

francode6@hotmail.com

Leemos textos “utilitarios” para elevar nuestro nivel de conocimientos, para cumplir obligaciones funcionales de tipo laboral, académico o profesional; para resolver, generalmente, asuntos pragmáticos que nos plantea la cotidianidad.

Y leemos textos “dulces” para construirnos y reconstruirnos permanentemente. 1 Somos una especie de obra inacabada y perfectible que va siendo moldeada por una serie de factores que inciden sobre el ser que, finalmente, se llevará la muerte. La lectura se convierte en un instrumento incomparable para ese proceso de autoconstrucción.

La lectura nos ayuda a develar secretos de cuya existencia ni siquiera sospechábamos, a imaginar otros mundos posibles, a habitar lugares y tiempos diferentes; a encontrarle sentido a la

Véase Michèle Petit, Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura, Colección Espacios para la lectura, Fondo de Cultura Económica, México, 1999, en: “Primera jornada: Las dos vertientes de la lectura”, p. 17.

vida, allí donde parecía que todo había acabado para nosotros; a ejercitar nuestro pensamiento divergente y darle alas a nuestra creatividad; a aguzar nuestras capacidades de análisis y de síntesis; a mejorar nuestro poder de expresión y convertirnos no sólo en lectores de textos ajenos, sino en autores de nuestros propios textos, “no para que todos seamos artistas”, como decía Rodari, sino “para que todos seamos libres”. 2

La lectura nos acompaña, nos lleva a vivir vidas diferentes y a convertirnos en los héroes de nuestras aventuras textuales; nos permite conocer diferentes opciones de vida, para que podamos escoger la que deseamos hacer nuestra; nos señala, como en un espejo, las interioridades de nosotros mismos, nos enseña a vivir y nos permite ensayar el más alto y firme de los vuelos: el vuelo en libertad…

La lectura es el camino más expedito para la conquista de la autonomía. Leer -ha escrito Michèle Petit: ...puede ser también un atajo que lleve de una intimidad un tanto rebelde a la ciudadanía. No es que leer lo haga a uno virtuoso, no hay que ser ingenuos: es sabido que la historia es prolija en tiranos o perversos letrados. Pero leer puede volverlo a uno algo rebelde e infundirle la idea de que es posible apartarse del camino que le habían trazado otros, escoger la propia ruta, su propia manera de decir, tener derecho a tomar las decisiones y participar en un devenir compartido, en vez de remitirse siempre a los demás. 3 ¿Para qué leer? Para encontrar una forma concreta de la felicidad, como decía Borges (ese lectoescritor genial que imaginaba el cielo como una biblioteca y a quien su ceguera no le impidió seguir “leyendo” mediante los ojos y la voz de otras personas).

Leer para disfrutar, para alcanzar uno de los más exquisitos y refinados placeres a que un sibarita pudiera aspirar: el placer de la lectura. Placer extraordinario, indescriptible, inenarrable.

Placer, sí; pero placer que se conquista con esfuerzo, a veces con “sangre, sudor y lágrimas”, como sucede con esos amores que no se nos dan a la primera y que, sólo después de ofrecer una heroica resistencia, premian nuestra constancia, persistencia, fidelidad…

Toda lectura –ha manifestado Estanislao Zuleta– es ardua y es un trabajo de interpretación: fundación de un código a partir de un texto, no de la ideología dominante preasignada a los términos. El filósofo colombiano plantea que leer no es recibir, consumir, adquirir, sino trabajar (si nos referimos a la escritura en el sentido fuerte del término, y no “a las habladurías, que también se pueden escribir”). Lo cual quiere decir que no hay un código común al que hayan sido “traducidas” las significaciones que luego vamos a descifrar. Para Zuleta el problema de la lectura es que nunca hay un código común cuando se trata de una buena escritura. Interpretar –afirma– es producir el código que el texto impone y no creer que tenemos de antemano con el texto un código común, ni buscarlo en un maestro. El método –concluye– es pensar, interpretar, criticar:

Ilustración: Gustavé Doré

No hay textos fáciles; no busquen facilidad por ninguna parte, no busquen la escalera, primero Marta Harneker, después Althusser; eso es lo peor; no hay autores fáciles, lo que hay son lectores fáciles, que leen con facilidad porque no saben que no están entendiendo, por eso les parece más sencillo Descartes que Hegel. Toda lectura es ardua y es un trabajo de interpretación: fundación de un código a partir del texto, no de la ideología dominante preasignada a los términos.

Pregunta: ¿Pero yo me imagino que eso no se va a descubrir en un párrafo sino en el desarrollo mismo del texto?

Respuesta: Sí, en el desarrollo mismo del texto, pero hay que preguntárselo y no poner esta disyuntiva básicamente estudiantil: entiendo o no entiendo. Esa disyuntiva estudiantil quiere decir, “¿con esto podría presentar examen o no podría?”. Hay que dejarse afectar, perturbar, trastornar por un texto del que uno todavía no puede dar cuenta, pero que ya lo conmueve. Hay que ser capaz de habitar largamente en él, antes de poder hablar de él; como hacemos con todo, con la Novena sinfonía, con la obra de Cezanne, ser capaz de habitar mucho tiempo en ella, aunque todavía no seamos capaces de decir algo o sacarle al profesor – porque siempre hay para los estudiantes un profesor, ese es el problema– la pregunta, “¿y esto qué quiere decir?”. Ese profesor puede ser uno mismo, puede ser imaginario o real, pero siempre hay una demanda de cuentas a alguien, en vez de pedirle cuentas al texto, de debatirse con el texto, de establecer un código. 4

Y Graciela Montes, esa mujer a quien la lectura y la literatura–especialmente la literatura para niños y jóvenes– le deben un homenaje 5 ha escrito con enorme acierto: ¿Quién dijo que leer es fácil? ¿Quién dijo que leer es contentura siempre y no riesgo y esfuerzo? Precisamente, porque no es fácil, es que convertirse en lector resulta una conquista. Precisamente, porque no es fácil, es que no es posible convertirse en lector sin la “codicia del texto”. Si leer fuese sólo

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5 Estanislao Zuleta, “Sobre la lectura”, www. elabedul.net/Documentos/Zuleta, p. 9 No sólo ha escrito hermosas narraciones, sino ensayos iluminadores, y ha traducido con amor, paciencia y fidelidad la obra de un grande del siglo XX: Marc Soriano…

No hay textos fáciles; no busquen facilidad por ninguna parte, no busquen la escalera, primero Marta Harneker, después Althusser; eso es lo peor; no hay autores fáciles, lo que hay son lectores fáciles, que leen con facilidad porque no saben que no están entendiendo, por eso les parece más sencillo Descartes que Hegel.

vivir entre almohadones, los planes de lectura y otros afanes no tendrían el menor sentido. 6

Leer para encontrarle sentido a la vida y, a veces, para transformarla. Como le sucedió al capitán Castañón luego de su encuentro con la poesía de Vallejo:

Era el medio siglo de la muerte de César Vallejo, y hubo celebraciones. En España, Julio Vélez organizó conferencias, seminarios, ediciones y una exposición que ofrecía imágenes del poeta, su tierra, su tiempo y su gente. Pero en esos días Julio Vélez conoció a José Manuel Castañón; y entonces todo homenaje le resultó enano. José Ma

Graciela Montes, La frontera indómita. En torno a la construcción y defensa del espacio poético, Fondo de Cultura Económica, Colección Espacios para la lectura, México, 1999.

¿Quién dijo que leer es fácil? ¿Quién dijo que leer es contentura siempre y no riesgo y esfuerzo? Precisamente, porque no es fácil, es que convertirse en lector resulta una conquista. Precisamente, porque no es fácil, es que no es posible convertirse en lector sin la “codicia del texto”.

nuel Castañón había sido capitán en la guerra española. Peleando por Franco había perdido una mano y había ganado algunas medallas. Una noche, poco después de la guerra, el capitán descubrió, por casualidad, un libro prohibido. Se asomó, leyó un verso, leyó dos versos, y ya no pudo desprenderse. El capitán Castañon, héroe del ejército vencedor, pasó toda la noche en vela, atrapado, leyendo y releyendo a César Vallejo, poeta de los vencidos. Y al amanecer de esa noche, renunció al ejército y se negó a cobrar ni una peseta más del gobierno de Franco. Después, lo metieron preso; y se fue al exilio. 7 ¿Se ha preguntado usted, para qué lee? •

7 Véase Eduardo Galeano, El libro del los abrazos, Siglo Veintiuno Editores de Colombia, Bogotá, 1989, p. 9.

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