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Sobre la necesidad de una Ley del Libro

Análisis Sobre la necesidad de una Ley del Libro

Por: Dr. César Rodríguez Asambleísta

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Es preciso empezar diciendo, ahora que la moda es relativizarlo todo, que esta maravillosa oración de Steinbek es, evidentemente, una imagen. No es una reducción del concepto de cultura; ni sugiere ninguna dirección eurocentrista que esconda alguna subvaloración de la sabiduría de las llamadas sociedades orales; no se presta para interpretaciones llenas de susceptibilidad.

Es una imagen poética sencilla, cruda y cuidadosamente construida por alguien que conoce el valor de los libros, porque los ha escrito, maravillosos, y los ha leído, liberadores.

Y es, al mismo tiempo, una suerte de dolorosa condena y desgarrador albur para nuestro país y nuestro pueblo, este país deshabitado de libros y de bibliotecas desierto, este pueblo sediento de derechos, de oportunidades. El polvo del que habla Steinbeck es evidencia del paso del tiempo, del olvido, de la inconsciencia, del descuido, de la pereza social, hasta de una profunda crítica ideológica definida por las correlaciones que existen entre sus elementos: la biblioteca como mediación de interacciones entre el individuo y el mundo; la responsabilidad del Estado en la difusión de la cultura; el significado poético del peso físico del polvo sobre los libros; la relación entre cultura, su transmisión y los pueblos; la construcción audaz y poética de una medida de magnitud capaz de revelar sinestésicamente la impotencia y la potencia de los pueblos en cadenas, en una suerte de perversidad dialéctica; entre otros muchos componentes.

Esos rasgos son, de hecho, más devastadores en el Ecuador, donde el polvo no puede, ni siquiera, querer depositarse sobre libros inexistentes en bibliotecas inexistentes.

“Por el grosor del polvo en los libros de una biblioteca pública, puede medirse la cultura de un pueblo”.

Steinbeck

y aún así no consiguen librarse del lastre de la racionalidad instrumental de la modernidad. ¿Qué decir de nosotros?

¿Qué decir de los 5000 caracteres que se me conceden para tratar de sintetizar una tristeza que arrastra cientos de años en medio de una brecha económica que parece un agujero negro en la historia?

Con certeza, la Ley del Libro no significará la transformación definitiva de esa realidad, pero si ella fuera capaz de abarcar algunos de los aspectos y problemáticas que me atreveré a citar a continuación, habremos dado un paso simbólico monumental para remover el polvo y las sombras que pesan sobre la historia y sobre el futuro.

En primer lugar, la implementación de una estrategia nacional relativa a la lectura debe empezar por constituirse, de ser posible, en una competencia legalmente sustentada atribuida al Estado y todos sus niveles de Gobierno, en el marco del Código Orgánico de Organización Territorial, Autonomías y Descentralización y los artículos relativos al Sistema Nacional de Competencias, en particular, de lo referente a las competencias residuales.

Esto significa, que se debería considerar una institucionalidad autónoma capaz de captar los recursos y concertar los esfuerzos de los diferentes Ministerios y entidades del Estado que tengan responsabilidades colaterales en el tema de promoción de la lectura; así como, junto a SENPLADES y los Gobiernos Autónomos Descentralizados, planificar la extensión de la medida desde lo local hacia lo nacional. Me refiero a la transversalidad de las herramientas lectura y conciencia, que debe interesar a todos por igual: la gente debe saber leer para adquirir conciencia política, para exigir sus derechos, para construir su medida del mundo, para emocionarse con la belleza, para no dejarse engañar; y en ello tienen deuda todas las instituciones del Estado y de la sociedad.

Debe, a su vez, concebirse e implementarse un plan nacional de lectura concurrente con los planes parroquiales, municipales, provinciales y regionales, y con la industria editorial, con visión de mediano y largo plazo.

Por último, la Ley deberá revisar la situación de los monopolios editoriales cuya reproducción, al controlar la cadena edición – distribución – comercialización, ha desplazado no sólo a la tradición editorial nacional sino al creador mismo, al editor y hasta a los lectores, centrando su quehacer en cinco líneas: producir libros objeto que reducen lo literario a su mínima expresión; producir libros de costos inaccesibles; producir necios y superficiales libros comerciales; producir textos oficiales, en muchos casos de calidad deplorable, bajo contratos con el Estado; y un último fenómeno de reciente ocurrencia, producir indiscriminadamente una literatura infantil nacional que poco de excelente, aunque existe, puede ofrecer.

Esto me lleva a un último punto: la Ley debe considerar la protección y el fomento de la creación.

Y se acabaron los 5000 caracteres… y aún tengo mucho que decir.

Foto: Sistema Nacional de Bibliotecas

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