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De amores, libros y lecturas

Por Francisco Delgado Santos

Al igual de lo que muchas veces sucede en el amor, un libro puede presentársenos lujosamente impreso y bellamente empastado, de tal suerte que induzca al potencial lector a que lo adquiera y lo lleve a su hogar. Pero una vez empezada su lectura, puede revelársele como superficial en su contenido, dogmático en sus propuestas, aburrido en su temática, agresivo en sus expresiones, arcaico en su adjetivación, descolorido en sus imágenes, afectado en su estilo...

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Al igual de lo que ciertas veces acontece con el amor, hay lecturas que se nos ofrecen sin dificultad y que, al declararles nuestros sentimientos, se nos entregan sin que tengamos que esforzarnos por vencer sus resistencias y pudores. Pero al empezar a tratarlas nos dejan ver cuán chatas y llanas han

Al igual que en el caso del amor –y como ya nos lo advirtiera el maestro Borges– ,la lectura se nos presenta como una forma concreta de la felicidad.

sido: su conversación es vulgar y perogrullesca y, después de muchas jornadas, no nos dejan nada que valga la pena.

Otras, en cambio, se nos van revelando de a poco. Nos exigen que volvamos sobre ellas: lenta, paciente, esforzada, sabia, morosamente. Pero al final, cuando se nos brindan sin reservas, la recompensa es increíblemente rica: todo un mundo de dimensiones ocultas, de significados infinitos que golpean nuestra sensibilidad, ensanchan nuestra visión del

Y precisamente porque podemos escoger, deberíamos tornarnos selectivos: de antemano sabemos que estamos condenados a no poder leer todo lo que querríamos; que apenas si lograremos disfrutar de una reducidísima porción de esas obras amadas

mundo y nos hacen mejores seres humanos.

Al igual que en el caso del amor –y como ya nos lo advirtiera el maestro Borges– , la lectura se nos presenta como una forma concreta de la felicidad. Quizás no la única, pero sí una de las más auténticas e intensas, capaz de transformar y dar sentido a la vida de las personas.

Al igual que para el amor, nadie nos fuerza a escoger las lecturas que hemos de hacer nuestras (salvo contados casos de hogares decimonónicos en los que aún se eligen y se imponen novios o novias para sus hijos, o el de algunos padres o maestros equivocados de buena fe, que no han logrado entender el rol que juega la libertad en la increíble aventura de leer). Y precisamente porque podemos escoger, deberíamos tornarnos selectivos: de antemano sabemos que estamos condenados a no poder leer todo lo que querríamos; que apenas si lograremos disfrutar de una reducidísima porción de esas obras amadas que, desde hace largo rato, hacen lista de espera en los pasillos de nuestros anaqueles, cuando no en los escaparates de nuestras librerías favoritas... Al igual de lo que sucede en el amor, también al interior de nuestras lecturas vivimos sentimientos encontrados que nos hacen reír y llorar por la suerte de los personajes a quienes acompañamos y que hemos pasado a ser nosotros mismos; ante el dolor y la injusticia que los (nos) agobia, sufrimos, nos angustiamos, derramamos abundantes lágrimas, desempolvamos nuestra vieja armadura, nuestro flaco rocín y juramos que jamás hemos de tolerar situaciones semejantes a las que acabamos de vivir (leer). Y al igual que puede hacerlo el amor, una lectura también puede transformarnos. Después de leer un buen libro maduramos, crecemos espiritualmente. Parafraseando a Neruda, podríamos decir que después de una buena lectura (lo mismo que después de un gran amor), “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”...

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