En algunas ocasiones, las palabras se desgastan y pierden toda su fuerza. Se transforman en una caricatura de sí mismas y terminan significando cualquier banalidad. La idea de romper paradigmas —que nació en la filosofía de la ciencia para dar cuenta de las grandes revoluciones del pensamiento— es uno de los ejemplos más extraños de esta degradación. Hoy, en cualquier escuela o en cualquier trabajo, se habla de “romper paradigmas” con el mismo desparpajo que tendría una conversación sobre preparar huevos con jamón. Se dice que un color distinto, un botón de más o una innovación tecnológica condenada a ser superada en dos días implican una ruptura de paradigmas. Evidentemente, entre las obras de Copérnico, Kant, Shakespeare, Picasso y esos hechos existe una distancia que sólo podría medirse en años luz; sin embargo, los estudiantes y los oficinistas están convencidos de que rompieron un paradigma y que su quincalla transformará la historia.