Cuando nuestros ojos recorren los renglones impresos, los arrepentimientos son invisibles. Las tachaduras y los borrones los desaparecieron por completo. En muchas ocasiones, éste se transforma en un fantasma que se diluye o nos persigue sin piedad: nos pone delante de conceptos como el pecado, el error, lo que no debimos hacer y hemos de esconder. La idea de “corregir es de sabios” puede ser cierta, pero siempre se muestra como indeseable. Nuestra autoestima nos obliga a ocultarla.
El arrepentimiento es humano: tú y yo lo hemos padecido, sólo la causa que los provoca nos hace distintos. Sin embargo, nunca podemos escapar de él: estamos condenados a no conocer todas las consecuencias de nuestras acciones; por eso fallamos. Lo que parecía perfecto se convierte en un esperpento, y lo que imaginábamos correcto mutó en una falsedad absoluta. Es cierto, desconocer el futuro nos condena a padecerlo. Pero, ¿qué podemos hacer para escapar de sus garras? Nada, absolutamente nada.