Intravenosa 14

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por Alejandro Morandini

E

ntre las muy activas interpretaciones a la obra de Juan Carlos Dávalos, me parece oportuno agregar estas líneas que colectan un momento, si al menos no decisivo, altamente significativo de su marca testimonial en la extensión de su prosa; leyendo siempre el elemento histórico como crítica del presente y con la intensión de consumir una deriva sesgada en su literatura. En el prólogo a sus tempranos, Cantos Agrestes, Juan Carlos Dávalos, expresa taxativamente lo siguiente: “Si la liberación de dolor relativo nos proporciona un relativo goce, yo afirmo que escribir versos es un placer. Los que confiesan, con displicencia, que sus versos son producto de sus ratos de ocio, dicen una gran mentira, o no saben lo que dicen, o no debieran de haber escrito. La poesía no es un juego de niños. Yo he puesto en estos versos toda mi alma, mis cinco sentidos, mis horas más íntimas y más bellas, mis alegrías más caras, mis pesares más hondos. No los escribí tampoco por puro amor a lo bello, por hacer arte. No soy ni

quiero ser poeta de profesión. En efecto, no bebo vino, ni ajenjo, ni me inyecto morfina para que la vida – ya de suyo trágica- se me aparezca como un delirio de beodos. Admiro la obra de los genios desequilibrados, el amargo pesimismo de algunos. Pero creo que un poeta debe ser un hombre, no una “hoja muerta”; una superior afirmación de humanidad, de belleza y de bien, no una neurastenia más o menos adrede.” Juan Carlos Dávalos, hijo pródigo de la oligarquía provinciana, no hizo de las drogas tema literario. Salvo en algún ocasional pasaje de su obra, la referencia al uso de drogas no ocupa su atención ni la de sus personajes; por el contrario, sí posee pasajes que mencionan el uso frecuente de hoja de coca y vino. Queda por realizarse un estudio sobre la función del vino en los textos davalianos. (Jacobo Regen, ha referido que siendo él un niño y asiduo visitante de la casa del patriarca de las letras salteñas, éste le indicaba, “andá vos, Pila”, y el pequeño poeta traía arrastrando del almacén con sus escasos 11 años, la damajuana y las morcillas). Es imposible 55


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