Entre Marías: reflexión disperso-diaspórica Nancy Bird-Soto
M
i madre decía si hubiera podido tener algún poder especial, le hubiera gustado poseer la habilidad de la bilocación. Lo decía en relación a su admiración por la vida del Padre Pío. Era mucho en lo que no encontrábamos terreno común. Ella no entendía mi preferencia desde pre-adolescente por la música rock (en inglés) en lugar de los boleros cantados por tríos, como
por horas y horas. Nada se asemeja a continuar en el encierro solamente para poder salir a hacer filas kilométricas —como le gustaba decir a mi madre, unionada jubilada— para conseguir efectivo, para entonces conseguir gasolina, para luego, por fin, comprar lo que quedara en el supermercado. Nada tampoco se asemeja a lidiar con las circunstancias de tener una enfermedad
tampoco, ya de adulta, mi entusiástico aval a las adopciones por parejas del mismo sexo. Era hipercatólica mientras que yo nunca he sido creyente. Para ella, no había nada como un título en Derecho, por lo que aún no mucho antes de su fallecimiento en 2016 todavía me preguntaba —ya yo con puesto de profesora— que por qué no tomaba “clasecitas de Derecho” así, por el lado, y me hacía abogada.
debilitante durante un periodo de emergencia extendida.
La experiencia del huracán María con todo y ramificaciones fue para quienes vivimos allende la isla, una, aunque no glamorosa de la bilocación, de gran angustia y de estar en mente y cuerpo en lugares dispares.
Eso sí, compartíamos el gusto por la música clásica, en específico la de Chopin. Lo que no supe hasta fines de septiembre 2017 es que compartíamos el deseo del don de la bilocación, rasgos de esa experiencia que a ella no le tocó vivir. Me refiero al embate del huracán María y lo que se suscitó durante los días y semanas luego de ese histórico 20 de septiembre. Por supuesto, nada se asemeja al estar allí, pasando por el encierro, sin luz ni servicio de agua, soportando el ruido imponente del viento 16
No será tanto lo que haya en común con quien está allí pasando por los efectos directos del fenómeno natural, pero hay un sentimiento que se extiende fuera de los confines isleños: la angustia, en este caso, la profunda angustia que nos provocó y nos sigue provocando María, ya pasados seis meses de su embate. Es una angustia compartida enlazando a cada persona puertorriqueña allá en su tierra —como diría mi madre, la yaucana velarizando la “r” en “tierra” como le era natural— y las que están afuera. Cabe recordar que “estar afuera” no solamente responde a una gama de razones y circunstancias, sino que nada tiene que ver con desdén, superioridad o desinterés. Entre esas razones y circunstancias están las encerronas económicas y políticas propias de la compleja situación colonial puertorriqueña. La experiencia del huracán María con todo y raUMET