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PERFIL

Cheo

FELICIANO

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“El niño mimado de Puerto Rico”: Una voz inquebrantable

Por Elena Chafyrtth

LLa voz del cantante puertorriqueño Cheo Feliciano se apagó el jueves 17 de abril de 2014 debido a un accidente automovilístico al estrellarse contra un poste en Cupey, San Juan de Puerto Rico. La causa de su muerte instantánea fue no llevar puesto su cinturón de seguridad. El gobernador de Puerto Rico declaró tres días de luto tras la partida de una de las mejores voces del mundo.

Me encontraba en el colegio y mi mente divagaba por otros lugares, aunque estaba de cuerpo presente. Era apenas lunes y desde ese momento ya estaba pensando en cuál vestido escogería para mi día favorito de toda la semana. El sábado era el único día que me resultaba realmente fascinante, pues se reunían tres familias que se apoderaban del escenario —el cual resultaba ser la sala de mi casa— para llevar a cabo aquellas parrandas que se volvieron inolvidables. Allí se escuchaban los grandes soneros del momento. Yo observaba todo desde una esquina, así podía deleitarme con gran admiración del sonido que provocaban las manos de mi primo al golpear las congas y disfrutaba, al mismo tiempo, ver el movimiento rápido de los pies de mi tía al bailar con mi padre y descrestar de esta manera a cada uno de los invitados. Por un momento me había quedado dormida. Fue tan solo el sonido del tema “A las seis” de Joe Cuba y su sexteto lo que me despertó. Aquel tema era interpretado por el gran Cheo Feliciano. Fue el sonido de la charanga el que logró que saliera de mi cuarto y que mi familia me viera bailar por primera vez con tan solo seis años de edad. Esa misma noche, mientras cogía su cigarrillo con una elegancia única, mi abuelita Carlina me contó que el señor que me había cautivado con su ritmo era uno de los mejores cantantes de la tierra, además que no solo cantaba charanga, pues tenía un bolero hermoso el cual se llamó “Amada mía”. La abuela me cantó con su voz dulce y afinada aquel bolero esa madrugada. Le encantaba decirme las cosas a modo de secreto. Al terminar la fiesta me abrazó y se acercó a mi oído “Si te portas bien, el siguiente domingo te contaré la vida del rey de la charanga y de los boleros”.

José Luis Feliciano Vega —más conocido como “Cheo Feliciano”— nació un lunes 3 de Julio de 1935 en Puerto Rico, en el municipio de Ponce o también llamado La Perla, aquel mismo lugar donde se crearon ritmos como la bomba y la plena, melodías autóctonas que se apoderan de las noches puertorriqueñas. Siendo tan solo un niño de siete años sonreía cuando se acercaba el domingo, pues era el día escogido por su padre Prudencio Feliciano para dejar su trabajo como carpintero y dedicárselo a su familia. Mientras preparaba el almuerzo le ordenaba a su esposa Crescencia Vega que se arreglara el pelo y se pusiera el vestido de flores amarillo, el mismo con el que años atrás lo había enamorado. Encendían la radio, y de repente sonaba la canción “Rayito de Luna” del “Trio los panchos”. Entretanto, su padre cortaba los tomates y empezaba a cantar mientras que del otro lado del cuarto su madre le hacía el contra canto. Así, Cheito como solían decirle de cariño se deleitaba en un concierto que duraba más de cuatro horas. Una noche recorriendo las calles de Ponce, se encontró unas maracas debajo de una caja dorada. Corrió sorprendido a mostrárselas a Don Prudencio. Desde ese momento, se apoderó de las melodías que tanto le ilusionaba tocar en las tardes nostálgicas y románticas de los domingos´, y al mismo tiempo imitaba la segunda voz gruesa y potente del cantante Chucho Navarro.

Cuando cumplió diez años creó su propia orquesta llamada “Las Latas”, en la que cada uno de los miembros de la banda debía robarse ollas y tapas. De esta manera, se reunían para crear nuevos ritmos y recorrían cada cuadra del barrio cantando algunos villancicos o los boleros que estaban de moda. Cuando

Cuando cumplió diez años creó su propia orquesta llamada “Las Latas”, en la que cada uno de los miembros de la banda debía robarse ollas y tapas.

Su manera de acoplarse a todos los ritmos descrestó a los grandes soneros, especialmente por su sensibilidad al momento de interpretar un ritmo difícil de cantar como el bolero

sus padres no se encontraban en casa solía poner el radio a todo volumen y mover los dedos de sus manos al son de la música, como si estuviese tocando el trombón, ya que, de todos los instrumentos, la sonoridad de éste lo había hipnotizado. A los catorce años su padre decidió inscribirlo en la Academia Libre, un lugar para que las personas de escasos recursos de aquella zona pudiesen estudiar música. Eran alrededor de cuarenta estudiantes y había un solo trombón, por lo que debían turnarse y tenerlo entre sus manos solo unos cuantos minutos. Luego de tres años de madrugar cada viernes había llegado la noticia que la Academia recibiría varios instrumentos donados por compañías americanas. Sin embargo, al salir de su clase, su padre lo esperaba para darle la nostálgica noticia de que debían irse a vivir a los Estados Unidos. Una vez más la vida lo alejaba de tener un encuentro más duradero con su amado instrumento.

Conoció los lugares donde se presentaban los grandes músicos de aquella época, como Tito Puente, Arsenio Rodríguez y Francisco “Machito” Gutiérrez. Hubo dos o tres conciertos a los que pudo asistir con sus ahorros, pero ante la falta de dinero decidió trabajar como maletero de las grandes agrupaciones, así tampoco se perdería los rumbones de aquella época. Hubo una noche donde el musico Mongo Santamaria —quien tocaba para el gran Tito Puente— deseaba descansar un poco de la tarima y tomarse unos tragos con algunos amigos del público, así que lo llamó para que le remplazara con las congas. De esta manera, aprendió a tocar percusión. Pensaba que ya había cumplido su sueño, pues desde pequeño se había imaginado tocar varios instrumentos; sin embargo, la vida le tenía deparado algo mejor. Noche tras noche el niño mimado de Puerto Rico se fue ganando el respeto de los músicos. “Maestro ¿le va a dar una oportunidad a Cheo Feliciano en el escenario?” le dicen sus músicos al cantante Tito Rodríguez. Molesto por tanta insistencia de sus amigos, éste le preguntó si era cierto que cantaba. Con su sonrisa inocente y su voz temblorosa él contestó: “Maestro, yo soy el mejor cantante del mundo”. Sin creer mucho en su talento, Rodríguez le dijo que se lo comprobara esa misma noche en el Palladium, lugar donde se presentaban los mejores artistas del momento. Esa noche debutó con el tema “Chango Ta´veni”, composición de Justi Barreto.

Su manera de acoplarse a todos los ritmos descrestó a los grandes soneros, especialmente por su sensibilidad al momento de interpretar un ritmo difícil de cantar como el bolero, ya que la síncopa es una de las características más fuertes del género—es decir, intervienen ritmos muy suaves y al mismo tiempo muy sonoros y fuertes—, difícil de lograr para muchos artistas de la época. A los pocos meses el vocalista del sexteto de Joe Cuba, Willy Torres renuncia y llaman a Feliciano para realizarle una prueba de voz en el estudio de tan famosa agrupación. A las once de la mañana del 5 de octubre de 1957 le confirmaron que sería el vocalista de la orquesta. Dos horas antes se había casado con la bailarina Socorro “Coco” Prieto León, con quien compartiría una historia de amor durante sesenta años de incondicionalidad. Junto con su amigo y hermano —como consideraba al musico Joe Cuba— grabó más de 17 álbumes. Entre los temas más sonados estaban “El pito” y “A las seis”, dos composiciones del gran Jimmy Sabater.

Una tarde después de salir de un ensayo quiso componer una canción que contara lo que les había sucedido semanas atrás: Al terminar uno de tantos conciertos con el sexteto, algunos cantantes y músicos se fueron a bailar con varias admiradoras del público. La esposa de uno de los trompetistas se enteró en qué sitio iban a estar, llegó de sorpresa al lugar y tras verlos tan cariñosos con aquellas mujeres decidió contarle a las demás esposas de los músicos de la agrupación. En medio de risas y con su letra enredada escribe en aquella libreta pequeña que le había regalado su padre “Mi gato se está quejando que no puede vacilar… si donde quiera que se mete su gata lo va a buscar…”. El tema “El ratón” de su autoría se convertiría en uno de los himnos de la salsa, pues cada vez que cantaba hacía gozar a miles de personas que atravesaban el continente para disfrutar su voz melodiosa.

Sin embargo, las largas giras, involucrarse con varias mujeres y los rumbones eternos lo habían vuelto adicto a la heroína. Esta adicción lo llevó a “tocar el infierno”, como lo afirmó en varias entrevistas. En 1965 tuvo que retirarse entre lágrimas de los escenarios, ya que no cumplía con sus presentaciones. Recorría agotado y sin esperanzas las calles de Nueva York, sintiéndose culpable de sus errores. Pensaba que la música había llegado a su fin, puesto que los años por fuera de los escenarios se iban acumulando inevitablemente. En ocasiones se preguntaba si alguien lo extrañaba, si alguna persona anhelaba escuchar su voz de nuevo. Eran los primeros días de enero del año 1970 cuando iba caminando por el edificio 23 de la ciudad de Nueva York —el mismo edificio que el cantante Arsenio Rodríguez inmortalizo con su tema “Hay fuego en el 23”—. Por este mismo lugar pasaba el compositor Catalino “Tite” Curet Alonso, aquel hombre que con sus letras había revivido la salsa, negándose a dejarla en el olvido. Desde ese día se consolidó una lealtad inquebrantable entre los dos. Se reunían en Puerto Rico y entre rones compartían sus penas, se desahogaban cantando en la playa y escribiendo en un papel uno que otro de tantos versos. Una madrugada —en medio de las parrandas en donde amanecían observando el alba y las olas del mar— el compositor le entregó a Feliciano un sobre que contenía composiciones para su amigo. Entre aquellas letras estaba el tema “Anacaona”, tema con el que el niño mimado de Puerto Rico anunciaría su regreso a los escenarios. Así fue como el “sastre” —como también llamaban a Curet Alonso— le compuso más de 45 canciones. Entre las más escuchadas estaban “Mi triste problema” “Sobre una Tumba Humilde” y “Pienso”. En ese momento llegó un punto de inflexión para la salsa, pues Jerry Masucci y Johnny Pacheco se encontraban escogiendo a los mejores músicos y cantantes para integrar las estrellas de la Fania. Fue Ray Barreto quien pronuncio el nombre de Cheo Feliciano. Desde ese momento el universo le regalaría una nueva oportunidad para crecer y llevar su voz a todo el mundo.

“Siempre que llegaba un nuevo género musical la salsa daba un paso al lado, para que esos nuevos ritmos pudieran hacer su agosto. La salsa siempre fue muy noble, se iba por un tiempo, pero luego volvía como las olas del mar con todas sus fuerzas”. Eso respondía Cheo cuando le preguntaban por los ritmos que había experimentado por varias décadas. Quizás igual que la salsa él también había heredado la fuerza del mar, había heredado el ruido y el replicar de las olas que no permitieron que desfalleciera, pues a pesar de sus altas y de sus bajas, de sus miedos, dudas e incertidumbres, nunca dejó de cantar en vida y de llevar la frase que siempre decía su padre al llegar a casa “¿Y cómo están familia?”. Cheo Feliciano logró enamorar al mundo entero con el son y los boleros, por su caminar pausado y su sonrisa de niño travieso, pero sobre todo, con su particular e inigualable voz.

Siempre que llegaba un nuevo género musical la salsa daba un paso al lado, para que esos nuevos ritmos pudieran hacer su agosto. La salsa siempre fue muy noble, se iba por un tiempo, pero luego volvía como las olas del mar con todas sus fuerzas”.