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Cuánto espacio ocupa el amor?
from Reflejos 105
Había una vez una abogada que tenía tres hijos, dos varones y una niña muy hermosa que estudiando mucho y poniendo mucha voluntad se recibió de médica en Buenos Aires.
La abogada, a quien todos llaman Pelusa, era secretaria del Instituto de Derecho Comercial del Colegio de Abogados de La Plata, como tal iba a Encuentros y Congresos llevando Ponencias para ser tratadas en esos eventos.
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La médica o sea, su hija Malena se casó y tuvo una niña a quien llamaron Abril, así fue como Pelusa viajaba a Buenos Aires casi todas las semanas a cuidar a esa niña que era su nieta, la cuidaba con un amor infinito y jugaba como si ella también fuera una niña. Abril creció, fue al jardín y por esas cosas de la vida, Pelusa no tuvo que cuidarla más.
Volvió a concurrir al Instituto, a presentar Ponencias…, pero era tan grande el amor que sentía por su nieta que todas las noches lloraba antes de dormir porque extrañaba mucho los viajes a Buenos Aires. Esa abuela llegó a pensar que en su mente no cabía más lugar para querer a nadie que no fuera Abril.
Pero –de pronto- apareció Malena con una pancita bastante grande en la cual había otra niña creciendo día a día, hasta que un 21 de agosto esa pequeña niña abandonó la panza de Malena o sea, nació y se llamó Felicitas.
Así fue como la abuela al tener entre sus brazos a Felicitas comprendió que en su mente –algunos dicen en el corazón- había lugar para más de una nieta, cabían las dos: Abril y Felicitas.
Abril -su niña ojos color de cielo sin nubes que le enseñó a jugar como una niña- y Felicitas -la pequeña con grandes ojos color azul profundo- están ahora por siempre jamás en la memoria emocional de esa abuela a quien Abril bautizó: Abuela Miska.