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El normalismo en crisis?

Heber Sánchez Palencia Escuela Normal de Tejupilco Tejupilco, Estado de México

El presente artículo resalta el papel que juegan las escuelas normales en la formación docente inicial, opinión basada en la experiencia de 31 años de servicio en la Escuela Normal de Tejupilco rescatando los problemas más recurrentes que, a juicio propio, han desvirtuado la imagen del normalismo; además, se exponen algunas ideas a manera de sugerencia que tienen el firme propósito de resignificarlo, ayudando a clarificar el papel tan importante que tienen estas Instituciones de Educación Superior (IES) en la formación de los maestros.

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Lo dicho aquí puede resultar atractivo a tres figuras del ámbito educativo: estudiantes normalistas, docentes en servicio formados en escuelas normales y formadores de docentes, por ser ellos los verdaderos protagonistas del normalismo.

Bien es cierto que el referente para externar los comentarios es la Escuela Normal de Tejupilco; pero en realidad se abordan situaciones que son comunes a todas las normales del país, y en especial a las de la entidad, que integran en su conjunto lo que llamamos normalismo.

Se aspira a que los docentes la interpreten como una “sacudida” y valoren el papel tan importante que juegan en la formación de los futuros maestros.

¿El normalismo en crisis? Es una interrogante que según la posición que asuma quien lea este texto puede responder sí o no, y formular sus propias conclusiones.

Es innegable que ninguna institución educativa o de cualquier otra índole está exenta de problemas y en su dinámica, la gestión escolar entendida como “el conjunto de procesos de decisión, negociación y acción comprometidos en la puesta en práctica del proceso educativo, en el espacio de la escuela, por parte de los agentes que en él participan” (Fierro, Fortoul y Rosas, 1999, p.23) puede reducirlos o acrecentarlos.

En este sentido, cobra relevancia el accionar de los docentes cuyo único fin debe estar centrado en la formación de los alumnos; sin embargo, esta aspiración no se ve reflejada en la realidad, sino que son “otras cosas” las que adquieren prioridad en quienes forman parte de la comunidad académica. Desde esta óptica parece ser urgente reaccionar y buscar la resignificación del normalismo, considerando que somos los maestros quienes debemos de hacerlo, ya que trabajamos en el aula y tenemos la posibilidad de coordinar o dirigir, o en pocas palabras somos los que formamos parte de la escuela, sin buscar justificaciones para no hacerlo, aunque también habrá cosas que no dependan de nosotros. Se han detectado una serie de problemas que demeritan a las escuelas normales, sin tener la intención de incomodar a alguien, sino con el propósito de compartir y tratar de buscar alternativas de solución.

Un caso muy acentuado es cierta apatía que existe hacia las actividades de corte académico en las que se advierte más entusiasmo por parte del personal interino que el de base, lo que hace pensar que el aseguramiento de las plazas en vez de favorecer el trabajo institucional lo afecta. Asimismo, es evidente que el personal que ingresa por primera ocasión a la institución muestra un alto sentido de compromiso, responsabilidad, actitud positiva y participación en el trabajo académico; pero conforme avanza el tiempo esa actitud se va transformando, hasta llegar al grado de mostrar indiferencia hacia las actividades que se generan en la escuela, por lo que una parte del personal se limita a simular, contradecir, cumplir con un horario y tratar de sobrevivir. Esto trae como consecuencia la pérdida de identidad y compromiso con la educación, aspecto que influye y repercute en toda la dinámica de la institución y que desafortunadamente se refleja en el comportamiento del alumnado. ¿Por qué razón se da esa pérdida de profesionalismo?, ¿qué factores influyen?, ¿cómo despertar en los maestros una actitud positiva?, son planteamientos difíciles de resolver.

La incongruencia entre el decir y el hacer y utilizar el discurso para convencer en vez de accionar, son situaciones comunes y cotidianas en el ámbito de las escuelas, aspectos que dificultan y limitan los procesos de formación docente. Tomando en cuenta que el objetivo esencial es el de formar en y para la docencia, queda claro el rol que debemos asumir los que en ello laboramos; pero desafortunadamente, esto es lo que menos preocupa, y se dedica más atención a tareas desvinculadas de las necesidades formativas que, en algunos casos, responden más a intereses particulares que a la realidad institucional.

Como resultado de lo descrito se produce una desatención a los procesos de enseñanza. Desde esta perspectiva detectamos una evasión de responsabilidades, desempeñando un trabajo personalista y disperso que no favorece el logro de las competencias profesionales.

En este contexto es indudable que la actuación de las escuelas normales es un verdadero reto para quienes tienen la encomienda de dirigirlas y buscar la manera de que la trascendencia de las actividades se refleje en la formación de los normalistas, evitando así la “activitis”, entendida como la actividad por la actividad misma, el realizar la actividad sólo por cumplir, sin ver en ella el sentido educativo.

Llama la atención la forma en cómo algunos maestros aparentan participar en actividades colegiadas en donde proponen y participan, pero difícilmente se involucran de manera personal, asumen compromisos, establecen acuerdos, pero todo queda en el discurso, por lo que el trabajo colegiado es sólo simulación.

Es frecuente escuchar de los maestros en los diversos espacios académicos y escolares, la importancia que tiene la lectura como elemento primordial de la formación docente; la responsabilidad, el compromiso, la actitud, el profesionalismo, la actualización permanente y otras necesidades; sin embargo, muy poco de ello se refleja en la práctica docente.

La autonomía que antaño ejercían las escuelas normales se perdió con las nuevas políticas educativas producto del neoliberalismo como un modelo eficientista y privatizador, así como la intervención de organismos internacionales.

Sus egresados deberían ser quienes formaran parte de la planta docente; pero egresados con una trayectoria académica y/o profesional excelente, cuya característica principal fuera el placer de la docencia y una vocación e identidad atingentes a la profesión.

Sirva la recomendación producto de la 45ª. Conferencia Internacional de Educación de la Unesco, que si bien hace alusión a los egresados aplica muy bien a los aspirantes a incorporarse a las escuelas normales:

Los criterios de contratación de los futuros docentes no deberían depender solamente del nivel de conocimientos de los candidatos. Las cualidades personales, tales como el rigor moral, el sentido de responsabilidad y de solidaridad, la motivación, la predisposición para el trabajo en equipo y la aptitud para comunicar también son condiciones necesarias. (SEP, 1997, p.18) Por ello, es importante que los directivos de las escuelas normales ejerzan más autonomía en la toma de decisiones.

Afortunadamente, aún existe personal con un amplio sentido profesional, una clara identidad normalista, una actitud de entrega y servicio, comprometido y responsable. Maestros que no han quebrantado sus principios profesionales, que han sobrepuesto los intereses institucionales a los personales, que no están sujetos a sólo cumplir un horario de trabajo, que ponen todo su esfuerzo para lograr los propósitos institucionales, compañeros que basan su accionar en el trabajo colaborativo, en el trabajo colegiado, maestros cuya prioridad está puesta en la formación docente. Aquí radica la posibilidad de proyectar y poner en alto al normalismo.

Conclusión

Tal parece que las posibilidades de modificar el estado actual de las normales son remotas; sin embargo, con la decisión de todos es posible, y en ese “todos” quedamos incluidos quienes estamos directamente desarrollando actividades dentro de ellas: profesores horas clase, pedagogos, investigadores y directivos, obviamente no podemos olvidar a aquellos que indirectamente tienen injerencia en la dinámica de las escuelas, pero podemos lograrlo aunque “aquellos” no lo sugieran, peor sería si “aquellos” lo decidieran y nosotros no quisiéramos intentarlo.

Ante todo, para lograr el cambio es necesario que cada maestro tome conciencia de la importancia que tienen las escuelas normales en el desarrollo de nuestro país. Tal como lo apunta Navarro (2016) al manifestar que las normales han asumido un papel muy importante en la formación del magisterio, cuya característica principal es defender la educación pública como un patrimonio colectivo de los mexicanos. Expresa que la identidad con la profesión docente se logra en gran medida desde la cuna normalista.

Es un reto para quienes tienen la misión de formar docentes y, como consecuencia de su éxito, enaltecer el normalismo, formar excelentes maestros para garantizar la formación de excelentes ciudadanos. En este sentido la clave está en el deseo, el deseo de cambiar, un cambio de actitud. Sin él, ninguna propuesta avanzará.

En lo particular, se apuesta al trabajo colegiado, al trabajo colaborativo, al trabajo en grupo. El documento “Propuesta para el desarrollo del trabajo colegiado en las escuelas normales” (SEP) lo define como:

El medio fundamental para conformar un equipo capaz de dialogar y concertar, de compartir conocimientos, experiencias, y problemas en torno a asuntos y metas de interés común. Tiene como base la participación comprometida y democrática, que debe realizarse en un ambiente de respeto a la diversidad, en busca de la colaboración que se requiere para generar propuestas y solucionar problemas de carácter pedagógico que afectan al conjunto de la institución. (s/f) Para trabajar colegiadamente es necesario que los directivos de las normales ejerzan un verdadero liderazgo académico, que la prioridad de su administración se centre en la formación docente y la participación directa en las actividades sustantivas.

Si bien es cierto, que los diversos programas educativos en torno a la formación docente no han logrado cumplir de manera plena su propósito como estrategia de trabajo para transformar a las escuelas e introducir innovaciones para dar respuesta a los problemas propios de cada institución; sí han ayudado a que, por lo menos, se reconozca que hay problemas en la formación de maestros y, por tanto, dificultades en las escuelas. De esta manera, lo ideal será que hagamos nuestros los problemas, aunque en la realidad no ocurre así, ya que sólo nos ocupamos de lo que compete directamente a nuestras funciones.

Probablemente esto se interprete como indicador de que las escuelas normales no han cumplido su función como formadoras de docentes, tal como lo señala Schmelkes (como se citó en Poy, 2015) “la formación que imparten las escuelas normales deja mucho que desear, pues más de la mitad de sus estudiantes alcanzan resultados insuficientes en los exámenes que se aplican a la mitad y término de carrera” (p.4); pero más bien, parece que son comentarios interesados para canalizar su función a las universidades, en donde la misma autora propone que sea impartida la carrera magisterial. Bajo este esquema queda claro que el normalismo es criticado y anda en boca de toda persona porque al tratarse de un fenómeno social, creen conocer a fondo el trabajo del maestro, pero es evidente que quienes ejercen la profesión con un alto sentido ético y reciben los embates del desprestigio serán los que verdaderamente estén en posibilidad de transformar la educación, no a través del discurso y la demagogia, sino de los hechos, con actitud de servicio, compromiso y responsabilidad.

El paso por la escuela normal ha sido y será el espacio de formación docente por excelencia. Es aquí donde se despierta la vocación por la docencia. Es aquí donde se motiva al futuro educador. Es aquí donde se vive la docencia. Es aquí donde se humaniza al estudiante. En la postura de Ferry (1990) las distintas figuras que conforman la comunidad normalista se convierten en mediadores y brindan las mejores oportunidades para formarse.

Es compromiso moral, ético y profesional de los formadores de docentes, defender y poner en alto al normalismo.

Referencias Ferry, G. (1990). El trayecto de la formación. Los enseñantes entre la teoría y la práctica. México: Paidós. Fierro, C., Fortoul, B., y Rosas, L. (1999). Transformando la práctica docente. Una propuesta basada en la investigación-acción. México: Paidós. Navarro, C. (22 de abril de 2016). Maestros sustituibles y suplantados: Nueva estrategia de la reforma. Diario La Jornada. Recuperado de https://www.jornada.com.mx/2016/05/22/opinion/005a1pol Poy, L. (9 de abril de 2015). En 10 años México tendrá déficit sobre la formación de profesores. Diario La Jornada. Recuperado de http://www.jornada.com.mx/2015/04/09/sociedad/030n1soc Secretaría de Educación Pública. (1997). Fortalecimiento del papel del maestro. Biblioteca para la actualización del maestro. México. Secretaría de Educación Pública. (s/f). Propuestas para el desarrollo del trabajo colegiado en las escuelas normales. Recuperado de http://www.normalsuperior.com.mx/ens1/archivos/

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