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Editorial

Con el soporte legal de las reformas introducidas al artículo 3 constitucional y la aprobación de las leyes secundarias por los órganos legislativos del país, la Secretaría de Educación Pública transita en estos días hacia la construcción de un nuevo modelo educativo que será aplicado en las escuelas de todo el país para dar forma al Acuerdo Educativo de la presente administración federal.

Por lo pronto, se están introduciendo cambios preliminares en los programas y procedimientos del sistema, así como en la estructuración de nuevos libros de texto y otros aspectos que dan forma al nuevo esquema escolar.

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El modelo adoptado gradualmente en todos los rincones del país lleva esta vez el nombre de Nueva Escuela Mexicana para significar que no se trata de un modelo perfecto y acabado, como sería una nueva reforma educativa, sino de un sistema abierto y flexible que enriquezca continuamente sus recursos con los progresos que registre el pensamiento educativo y que no se agote por sí mismo, es decir, un modelo sin fecha de caducidad.

Los pilares de la Nueva Escuela Mexicana serán la excelencia y la equidad, lo cual significa que el cambio es para todos, que se trata de ofrecer la mejor educación y que los niños y las niñas de México están en el centro y no son un factor más.

En cuanto a los maestros, se propugna una reforma a la educación normal que proporcione a los nuevos guías de la enseñanza-aprendizaje modernos recursos didácticos y pedagógicos que vayan de acuerdo con el nuevo esquema de la educación.

El principal eje de cambio no es ya la evaluación –que de todos modos seguirá existiendo, para mejorar– sino la formación, un proceso que capacite a los maestros no solo para responder un examen, sino para mostrar cualidades avanzadas en el arte de enseñar y conducir el aprendizaje de sus alumnos.

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