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Luis Echeverría y AMLO
por: Marcela Valles
Echeverría y AMLO
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las semejanzas
Luis Echeverría, presidente de México en la primera mitad de los años setentas del siglo pasado, llegó este 17 de enero a la edad de 100 años, lo que es algo un tanto mítico y sin duda excepcional. Alcanzar el siglo de vida le ha permitido asistir al entierro de toda su generación y gran parte de la siguiente, por lo cual se requiere tener hoy más de 60 años de vida para haber sido testigo de lo que ocurrió en el llamado “echeverriato”, que está considerado como el parteaguas por el cual se descarrilló el modelo de desarrollo mexicano, denominado como “desarrollo estabilizador”, para entrar en un periodo de crisis sucesivas y de niveles de crecimiento muy bajos, entre otros fenómenos sociales y políticos cuyas consecuencias nos alcanzan hasta hoy.
En el apogeo del “echeverriato” llega, a los 19 años de edad, un joven tabasqueño a la ciudad de México para inscribirse en la UNAM y cursar una licenciatura en ciencias políticas y administración pública, de 1973 a 1976; era un entusiasta admirador del priismo de Luis Echeverría y un activista, que se incorpora formalmente al partido antes de concluir su estancia en la Ciudad de México, para, henchido de fervor social, volver a su tierra y convertirse en un activista político profesional. Toda su juventud está marcada por el priismo de los años setentas y milita muy activamente en su estado nativo, para regresar a la Ciudad de México en 1984, a los 31 años de edad, ya casado, donde desempeña un cargo burocrático y diversas tareas al interior del PRI, tal vez la más importante de ellas como capacitador de cuadros juveniles. No será hasta 1988, ya con 35 años de edad, cuando rompe con el PRI y se incorpora a lo que sería el PRD. Lo demás ya es historia muy conocida.
MUCHAS SEMEJANZAS
Luis Echeverría es el primer presidente populista del periodo postrevolucionario, quien heredó una economía que crecía con tasas de entre el 6 y el 7% anual, en lo que se denominaba como “el milagro mexicano”. También heredó una inflación controlada, un peso estable y un país en proceso de industrialización, ya con varios sectores encarrilados hacia una economía de mercado moderna. En ese periodo, países como Japón y Corea del Sur, entre otros emergentes, se lanzaron a la exportación, en busca de colocar en los mercados internacionales sus productos, que originalmente eran considerados “chatarra” o vistos con
recelo por los consumidores, como posteriormente le ocurriría a China. En lo político, Luis Echeverría llevó hasta sus últimas consecuencias el presidencialismo, reprimiendo y descalificando cualquier forma de oposición, lo mismo viniera de los grupos y movimientos izquierdistas que del PAN o cualquier otro movimiento de derecha. Usó sin titubeos la represión armada y liquidó, literalmente, a todas las organizaciones de extrema izquierda, desde la guerrilla hasta los movimientos urbanos de tendencia más moderada. Terminó, también de manera violenta con lo que quedaba del movimiento de rebeldía estudiantil del 68 y cooptó, con cargos públicos, a varios de los líderes más importantes. Todo el aparato electoral estaba en manos del estado, así que no había que confrontar a ninguna institución, sólo reprimir a los grupos y partidos opositores, a través de la llamada “guerra sucia”. Su prohibición para la disidencia alcanzó niveles surrealistas cuando a raíz del Festival Rock y Ruedas de Avándaro prohibió el rock en México, ordenando que ningún grupo mexicano podía grabar este género musical, mucho menos transmitirlo por la radio y la insipiente televisión, algo que duró en vigencia al menos por todo su periodo y fue extendido muchos años más por grupos radicales. En 1976 había barrido con toda forma de oposición, al grado que su candidato, José López Portillo, no tuvo ningún opositor formal, lo que se repitió en Coahuila con el caso del controvertido exgobernador Óscar Flores Tapia. Pero la mayor controversia del “echeverriato” se dio en la economía y otras políticas públicas que aplicó durante su sexenio.
EL NACIONALISMO REVOLUCIONARIO
En lo que pareciera estrambótico, Luis Echeverría se declaró como un presidente de izquierda, y la emprendió contra la mayor parte del medio empresarial, declarándoles como “reaccionarios”, contrarios al “nacionalismo revolucionario”. Y aquí es donde comienzan las semejanzas entre Luis Echeverría y Andrés Manuel López Obrador: la polarización del país entre “nacionalistas” y “reaccionarios”, que hoy se maneja como “conservadores” y “progresistas”, pero de fondo se trata básicamente de una idea semejante, sólo con cambio de términos. Echeverría estaba convencido de la rectoría económica del Estado; del control de todos los sectores estratégicos del país para mantener la soberanía y el “interés nacional”, por lo que se dio a la tarea de multiplicar hasta por 10 el número de empresas paraestatales, fideicomisos y demás organizaciones que le garantizaran el control económico al Estado.
Se compraron empresas de todo tipo, incluidos cines, teatros, hoteles, ingenios, siderúrgicas, financieras; en fin, de todo.
Esto creó un enorme aparato paraestatal, muy improductivo, costoso y a mediano plazo corrupto, como fue el caso del Banrural en La Laguna, por citar sólo un ejemplo regional. López Obrador está persuadido también de la rectoría económica del Estado, pero como no puede hacer lo mismo que Echeverría (adquirir una enorme deuda), ha destinado más de la mitad de los recursos públicos disponibles a “rescatar” PEMEX y la CFE, bajo el argumento de la “soberanía nacional” o “interés nacional”, que es lo mismo. Como Echeverría, AMLO cree que los empresarios privados son una especie de mal necesario, cuando hoy representan el 80% de la inversión nacional. Ni la pandemia del COVID-19 ha podido ablandar este recelo hacia la empresa privada, ni siquiera la micro y pequeña. Luis Echeverría lanzó una reforma agraria agresiva: repartió las tierras que aún estaban por repartir y lanzó programas con los cuales afirmaba que finalmente el medio rural saldría de su pobreza ancestral; pero al final con el paso de los años, la mayoría de esos programas fracasaron. López Obrador ha retomado la vieja idea de “la marcha hacia el sur” y la mayor parte de sus inversiones están


orientadas a programas asistenciales hacia estados sureños, una gran parte de cuya población vive de una agricultura de subsistencia. Como el de AMLO, el gobierno de Luis Echeverría era el de un solo hombre, quien ya entonces mostraba unas aptitudes físicas de atleta, capaz se sostener reuniones de gabinete que se prolongaban hasta por ocho o más horas ininterrumpidas. López Obrador es un hombre mermado físicamente, pero el gobierno es él, en lo que es una repetición autoritaria y absolutista. Echeverría fue un viajero incasable y buscó ocupar el liderazgo de naciones con gobiernos considerados socialistas. López Obrador no viaja, pero su secretario de relaciones exteriores, Marcelo Ebrand, tiene la misma indicación de buscar apuntalar una especie de nueva internacional socialista, especialmente en Latinoamérica. Todas las relaciones internacionales cercanas de AMLO son con mandatarios de corte izquierdista, a la cabeza de los cuales está Cuba. En lo económico, Echeverría buscó orientar la economía mexicana hacia el interior y desdeñó la apertura y el buen momento para impulsar las exportaciones. López Obrador tiene la misma tendencia aun en un mundo irreversiblemente globalizado, algo que no existía en el periodo echeverrista. A base de endeudamiento, debido en parte a la crisis del petróleo en ese periodo, Luis Echeverría logró un crecimiento económico del 6.1% anual, pero llevó la deuda de 6,000 millones de pesos, de aquellos pesos, que le había heredado Gustavo Díaz Ordaz, hasta 20,000 millones al término de su periodo. El dólar, que tenía décadas con una valuación de 12.50 pesos, pasó a 25 pesos por dólar al final del periodo echeverrista, quien acusó a los “reaccionarios” (“conservadores”) empresarios de haberlo “saboteado”. El “nacionalismo revolucionario”, por lo el cual se trata de impulsar las tradiciones populares, la cultura nacional y el “mexicanismo”, motivado ahora por las sesgadas interpretaciones de la historia de México impulsadas por la esposa de López Obrador, Beatriz Gutiérrez, es otra característica que comparte con el periodo echeverrista. Incluso las reuniones diplomáticas internacionales eran ambientadas en los años setentas con decoraciones folklóricas. Los banquetes que se ofrecían eran a base de comidas regionales, como tamales, buñuelos, agua de jamaica, corundas y todo tipo de antojitos mexicanos. La primera dama, Guadalupe Zuno, no tenía pretensiones históricas académicas, pero vestía de china poblana, de güipil y todo un repertorio de trajes regionales. Echeverría no tenía un estilo ladino, como el hombre de Macuspana; era mucho más directo y sin un verbo tan coloquial y envolvente, pero sus discursos, a 50 años de distancia, parecen fuente de inspiraciones para muchas de las ideas y planteamientos de López Obrador, quien es un orador bastante mediano, pero un conversador apabullante y con una floridez verbal que flota en una realidad fantástica, imaginaria, en tanto que Echeverría no adornaba su agresividad verbal. Hay, ciertamente, varias diferencias, pero son muchas más y más importantes las coincidencias. ¿Quién dijo que infancia y juventud son destino?

por:Álvaro González
Los retos de Román Cepeda

Román Cepeda, ya en funciones como nuevo presidente municipal de Torreón, enfrenta grandes retos políticos y gubernamentales. Tendrá algunos retos inmediatos, que deberá resolver en un periodo relativamente corto y otros al mediano plazo, que serán también ineludibles. La herencia que le ha dejado Jorge Zermeño no es nada favorable, pero además debe revisar cuidadosamente lo que sucedió con el veterano político panista, quien llegó al gobierno municipal con niveles de aceptación ciudadana muy altos, pero dilapidó todo su capital político a lo largo de su gobierno, hasta terminar con una fuerte desaprobación, que le llevó inclusive a perder de una manera vergonzosa la elección por una diputación federal. Román Cepeda llega con una aprobación importante y lo más prudente es que cuide de la misma en el desempeño de su función pública. Se tendrá que desempeñar bien en un periodo difícil y en medio de la coyuntura de la transición estatal que se dará el próximo año de 2023. El primer reto de Román Cepeda, aún con las exigencias políticas de su partido encima y los compromisos que pudo generar en su campaña, es meter la escoba a fondo en la nómina municipal, que está plagada de “aviadores” y de gentes que llevó consigo Jorge Zermeño por compromisos y compadrazgos, no porque fueran los mejores perfiles y tuvieran un desempeño profesional adecuado. Después de la nómina están la Dirección de Obras Públicas y la de Mantenimiento Urbano, que se convirtieron, en el periodo panista, en un nido de nepotismo, corrupción y falta de orden institucional, lo que significó el mal uso y el desperdicio de una gran cantidad de recursos financieros. En prioridades le sigue el SIMAS, que bajo la gerencia de Juan José Gómez siguió siendo otro nido de corrupción e ineficiencia, que hizo crisis en el verano pasado. La tónica fue la falta de planeación, el tráfico de influencias, el incumplimiento de promesas de campaña en relación al drenaje y al abasto de agua y la prolongación de todo un listado de corruptelas, a las cuales no fue ajeno el Consejo, el cual debe ser renovado, no sólo de nombres sino principalmente de vicios. Se heredan deudas; se heredan obras inconclusas o no cumplidas; se hereda el caso de ECOAGUA, sobre el cual no se ha dado hasta la fecha la información oficial de cuál es el estado jurídico y financiero del pleito legal que se tenía con esta empresa fraudulenta, que fue contratada precisamente por Jorge Zermeño Infante. Al margen de qué haya hecho o no haya hecho anteriormente, Lauro Villarreal va a tener que realizar un
desempeño destacado en SIMAS y, de entrada, enfrentará su primer reto en este verano, tomando en cuenta que en el verano de 2021 hizo crisis el abasto de agua potable en varios sectores de la ciudad, de todos los niveles socioeconómicos. Si se considera que las campañas por la gubernatura iniciarán en enero de 2023 formalmente (aunque en la práctica ya han iniciad), la Dirección de Obras Públicas y de Urbanismo tendrá también que emplearse a fondo en el transcurso de 2022 y tener ya resultados concretos al cierre de este año e inicios del próximo.
AL MEDIANO PLAZO
En el mediano plazo, esto es en 2023 a más tardar, Román Cepeda enfrentará retos como el del Metrobús, que puede considerarse como la obra más estratégica para transformar la movilidad urbana de la ciudad, que ya está terminada en su parte física, pero hay que implementar el modelo de negocios y ponerlo a funcionar. La ciudad requiere de un proyecto de infraestructura mayor, especialmente en esta misma área de la movilidad. Ya en coordinación con el gobierno estatal, Román Cepeda deberá participar en proyectos viales como el de Cuatro Caminos y en un reordenamiento vial en algunos sectores de la ciudad que se están volviendo caóticos. Dos áreas que están urgidas de resultados son las del deporte y la de cultura, que están semiparalizadas y en las que se dio mucha corrupción, sobre todo en el área deportiva, donde se desaprovechan una gran cantidad de instalaciones. En cultura los resultados de Jorge Zermeño fueron pésimos. Justificándose en la pandemia de COVID-19 hubo una parálisis casi completa de las recintos y actividades de cultura, sobre todo para los sectores populares y en general para toda la ciudad. Se requiere, con urgencia, de un buen programa de cultura y también de un buen proyecto para el fomento deportivo en el municipio. Todo gobierno suele tener de una a tres obras emblemáticas, no hay tiempo ni dinero para más en una ciudad del tamaño de Torreón y en un periodo de crisis económica, así que este gobierno deberá pensar con detenimiento que obra u obras emblemáticas le agregará al municipio, que sean de provecho colectivo y de una duración a largo plazo. Cuando hoy se pregunta qué le agregó en sus gobiernos Jorge Zermeño a la infraestructura de la ciudad, no hay manera de responder. Fue, si se le resume, un gobierno de pequeñas obras decorativas, y eso es todo. Adicionalmente, un aspecto al que le debe poner especial atención el nuevo gobierno es a su área de comunicación. Además de todos los errores que cometió, el gobierno de Jorge Zermeño perdió su presencia en los medios y también terminó perdiendo su presencia en las redes sociales, cuando había iniciado, como ya se mencionó, con un muy alto nivel de aceptación, lo que le llevó a la idea de que podía prescindir de los medios de comunicación y de una eficiente labor de comunicación gubernamental, algo que al final le salió carísimo para su imagen.
La herencia de Jorge Zermeño no es nada favorable para el nuevo alcalde. Dejó opacidad, corrupción y deterioro en múltiples dependencias, nulas obras de infraestructura y decepción y repudio ciudadanos.

