En la tradición japonesa antigua la experiencia plasmada en el haikú era, antes que todo, una voluntad espiritual de iluminación. No es la contemplación pasiva que a veces podríamos practicar los seres de Occidente, sino la posibilidad de obtener una revelación trascendente a través del paisaje o el movimiento que se despliega ante nuestros ojos. Maribel Urbina