En 1996 el director Brian DePalma (Carrie, Scarface) trajo a la pantalla grande el clásico de la televisión semanal de los 70s: Misión: Imposible, una serie tan aburrida como monótona, donde Peter Graves y Martin Landau salvaban al mundo en misiones que tomaban lugar en sets viejos de Star Trek y bodegas abandonadas. De Palma construyó una cinta sólida y sobria, que catapultó a la fama al personaje de Ethan Hunt, que es interpretado ahora por Tom Cruise, y aunque la primera parte de Mission: Impossible es entretenida, no se compara a la locura y desenfren que emanarían de las subsecuentes secuelas. En el 2000 fue el turno del director chin John Woo (Hard Boiled, Face/Off) para dirigir la segunda parte, la cual trajo de vuelta a Tom Cruise y a casi el resto del elenco en una película tan mala que ni el nuevo peinado de Cruise o palomas volando de lugares al azar pudo salvar, pero sirvió para definir el tono surreal y por supuesto, la locura de Tom Cruise de querer realizar todas sus acrobacias para compensar su vejez.
En el 2006, J.J. Abrams (Lost, Star Trek) tomó la franquicia bajo su ala y la elevó a los blockbusters/crisis de la mediana edad de Tom Cruise que disfrutamos tanto ahora. No solo mejoró la formula trayendo a actores de alto calibre como Phillip Seymour Hoffman y Laurence Fishburne, también se deshizo de cualquier pizca de coherencia en el guión, puso de escenas de acción por doquier y transformó la película en una montaña rusa con un Tom Cruise ligeramente más viejo y más suicida. De nuevo en el 2011, ahora posicionado como una franquicia respetada y llena de explosiones, fue el turno de Brad Bird (The Incredibles, Ratatoullie), quien con el nuevo molde creó Ghost Protocol, otra montaña rusa mucho más grande y peligrosa para Tom Cruise, con una historia