¡Una nena, dos lobos y tres cerditos! - Kirikoketa

Page 1


2

C

uenta la historia que tres cerditos hermanos vivían en el bosque:

Pancho, Panceto y Paté. Les gustaba mucho jugar, pescar,

correr y derribar nueces de los árboles. Pero los tres vivían en una cueva oscura, húmeda, llena de hongos y cada tanto aparecían algunos murciélagos para molestarlos. No soportaron más esas condiciones de vida, y por eso decidieron mudarse; irse lejos para comenzar una nueva vida. Juntaron sus pertenecias –tres patinetas, algunos pantalones, desodorantes, sus zapatillas para correr, dos bolsas de caramelos, palas, baldes y otras cosas más–, y se alejaron de aquella caverna.


3


4

Caminaron durante horas bajo un sol brillante y caluroso. Transpiraban como cerditos. Y en un claro del bosque, se sentaron a descansar. Árboles frondosos y altos daban sombra; el césped no muy elevado formaba una alfombra muy confortable; la brisa fresca hacia cosquillas en sus colas enruladas. Parecía el sitio perfecto para vivir. —Hermanos –dijo el mayor–. Este es un hermoso lugar para vivir, ¿no les parece? —Lo mejor que podemos hacer es comenzar a construir nuestras casas –sugirió el hermano menor.


5

Los tres miraron hacia el cielo y vieron que los árboles los protegerían de posibles lluvias y del fuerte sol. Cada uno tomó un camino, y se alejaron un poco para construir su casa. Habían decidido independizarse, ya no querían vivir juntos. Al mayor le gustaba escuchar música clásica, y cada vez que lo hacía, sus hermanos –amantes de la cumbia y el rock–, se quejaban sin parar. Por eso terminaban peleados y sin hablarse. Así fue como cada uno comenzó a construir su nuevo hogar.


26

L

a pequeña mano de piel tersa, blanca y juvenil golpeó la puerta de madera. Toc Toc, sonó. Toc toc, volvió a sonar.

-Adelaaaaanteeee… –se oyó desde el interior una voz anciana. La niña de caperuza roja empujó la puerta y se encontró con la abuelita tendida en la cama. Caperucita cargaba una cesta de caña con sabrosos alimentos que había preparado su madre. Debía entregárselos a su abuelita, y no debía distraerse en el camino.


27

La anciana intentó descubrir quién había entrado a la habitación.

-¿Quién eres? —Soy yo…

-¿Quién, quién eres? —Yo, tu nieta –respondió la niña con una sonrisa. -Qué alegría! –se emocionó la anciana. —Te traje algunas cosas… Traje para que pruebes una tarta de verdura.


28

—Gracias, pero trato de mantener mi figura. Tortas de gordura ya no como… —Tarta de verdura, no de gordura, abuelita. Estás rara hoy –dijo la niña que era muy observadora, tanto que podía distinguir la diferencia entre veintisiete tipos de lobos. Había hecho un doctorado por si alguna vez se cruzaba con alguno. -¿Rara? ¿Rara como qué? –preguntó la abuela intrigada. —¿Por qué tienes la voz tan ronca hoy? —Es la faringitis. Estuve fatal toda la semana –respondió desde la cama. —¿Por qué no me reconociste cuando entré?


29

—Es que tengo los lentes muy sucios. No diferencio entre una lata de tomates y una mermelada de frutilla. —¿Y por el gusto? —¿Susto? Si, de noche da miedo aquí, pero uno se acostumbra. —El gusto, el sabor, abuelita. Es distinto el sabor del tomate y de la frutilla. —No, no distingo. Mis papilas gustativas han perdido toda sensibilidad.



Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.