CUENTAN QUE OCURRIO NOCHE EN UNA NOCHE FANTASMAL

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Este libro pertenece a:

Guillermo Barrantes, 2021. Quipu, 2021. Patricio Oliver, 2021. Quipu, 2021.

1a edición: 2023.

Murcia 1558, Buenos Aires Tel.: +54 (11) 5365-8325 consultas@quipu.com.ar www.quipu.com.ar @quipulibros /QuipuLibros

Dirección editorial: Macaita

Edición: Andrea Morales

Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Libro de edición argentina

Printed in Argentina

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Barrantes, Guillermo

Cuentan que ocurrió en una noche fantasmal / Guillermo Barrantes ; Ilustrado por Patricio Oliver. – 1a ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Quipu, 2022.

80 p. : il. ; 22 x 24 cm.

ISBN 978–987–504–496–8

1. Narrativa Infantil y Juvenil Argentina. 2. Leyendas. 3. Mitos. I. Oliver, Patricio, ilus. II. Título.

CDD A863.9282

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Impreso en Latingráfica

Rocamora 4161, CABA, Argentina

En el mes de marzo de 2023

©

CUENTAN QUE OCURRIÓ EN UNA

NOCHE FANTASMAL

GUILLERMO BARRANTES PATRICIO OLIVER

06 - PRÓLOGO.

08 - EL GESTO DEL ESPECTRO (GRECIA). Basado en un relato de Atenas.

14 - EL ESPÍRITU DEL ÁRBOL (ETIOPÍA). Basado en una leyenda africana.

20 - SALVAJE, SALVAJE NAVIDAD (ALEMANIA). Basado en relatos de la mitología germánica.

28 - EL ROSTRO MÁS TEMIBLE (JAPÓN). Basado en un relato popular de Kioto.

34 - LAS CARTAS ESTÁN ECHADAS (ESCOCIA). Basado en una leyenda de Glamis.

42 - EL SILENCIO DEL OCTAVIUS (INGLATERRA). Basado en una leyenda marítima inglesa.

50 - EL PEOR DE LOS FANTASMAS (ESTADOS UNIDOS). Basado en un relato popular de Tennessee.

56 - LA DAMA DE BLANCO (ARGENTINA). Basado en un mito urbano de la Ciudad de Buenos Aires.

62 - YAYA (URUGUAY). Basado en un mito urbano de Mercedes.

68 - EL AUTOBÚS Nº 40 (MÉXICO). Basado en un mito urbano de Ixtapan de la Sal y Toluca.

76 - A LA ALTURA DE LOS MUERTOS (ESPAÑA). Basado en un mito urbano de Madrid.

¿Qué es un fantasma?

La mayoría de nosotros cree conocer la respuesta a esta pregunta. Pero cuando lo pensamos mejor, nos damos cuenta de que el asunto no es tan simple como suponíamos.

Según la Real Academia Española, un fantasma es la "imagen de una persona muerta que, según algunos, se aparece a los vivos".

Bien. La primera parte de la definición parece obvia. La condición primordial para ser un fantasma es haberse muerto antes. Claro, es absurdo pensar en el fantasma de alguien vivo. ¿Seguros? Es que en realidad, si uno investiga lo suficiente, tarde o temprano se encontrará con historias sobre personas agonizantes (o sea, aún vivas) cuyas imágenes fueron vistas por familiares o amigos a kilómetros del hospital donde se hallaban internados, como una especie de señal de que pronto morirían. Algo así como una despedida.

Sigamos con el análisis de la definición. Lo de “según algunos” nos confunde aún más. ¿Quiénes son esos algunos? ¿Cuántos son? ¿Seis, diecinueve, ciento setenta y cuatro millones? ¿Y por qué son tan importantes como para que incluyan su opinión como la definición oficial de “fantasma”? Uno razona que debe haber “otros”, que no son estos “algunos”, que piensan diferente. ¿Por qué no encontramos también la opinión de esos “otros” en el diccionario?

Sea como sea, lo que aseguran esos “algunos” es que la mencionada imagen de una persona muerta debe aparecerse ante los vivos. Entonces un fantasma necesita que, sí o sí, alguien lo observe para poder existir. ¿Esto quiere decir que si al fantasma se le ocurre materializarse en una habitación vacía o en medio del desierto de Sahara, sin beduinos ni camellos que puedan verlo… no existe? ¿Cómo lo llamaríamos en ese caso? ¿Un No-Fantasma?

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A estas preguntas podemos agregarles otras más: ¿tienen conciencia los fantasmas o son solo huellas de una persona que existió, huellas sin ningún tipo de voluntad? Supongamos que sí, que tienen conciencia… ¿Puede decirse, entonces, que poseen alguna clase de… vida? ¿Un fantasma vivo? ¿Cómo podemos entender semejante contradicción?

Aquí volvemos al comienzo, a la pregunta que contiene todas estas otras: ¿qué es un fantasma? Si llegaron hasta acá puede que, ahora, no estén tan seguros de tener la respuesta. Al menos no una única respuesta.

Esto mismo les pasó a nuestros antepasados a la hora de querer comprender semejante misterio. Y ante la falta de una respuesta clara, muchos de ellos recurrieron a lo que sí tenían, y en cantidad: historias.

Algunas de esas historias estaban contadas por aquel que las había vivido, otras por una persona que la escuchó de alguien que aseguraba haberla leído en los manuscritos de la esposa de un amigo. Todas las historias servían. Cada una mostraba un matiz diferente, una característica nueva, una posible explicación al misterio de los fantasmas.

Y eso es lo que intentaremos en este libro. Perdernos en un bosque olvidado, refugiarnos en las ruinas de una cabaña, prender un fuego en algún rincón y recorrer once relatos de las más diversas culturas. Once relatos que ocultan espíritus vengativos, almas en pena que necesitan resolver algún asunto, espectros que se mezclan entre los vivos, muertos que buscan compañía, entidades que asustan y entidades asustadizas.

Si atravesamos esta larga noche, y llegamos sanos y salvos a la última página, imagino que estaremos más cerca, mucho más cerca de entender lo que es un fantasma. O tal vez no, tal vez quedemos más confundidos y con ganas de seguir investigando.

De lo que sí estoy seguro es de lo que ocurrirá la próxima vez que escuchemos a alguien decir que aquellos ruidos nocturnos, aquella silla que se mueve sola, aquellos susurros que surgen de la nada, son, sin duda, un fantasma… sabremos que, en realidad, no ha resuelto nada, que solo ha intentado explicar un misterio con otro misterio mucho más profundo.

El sol se hunde bajo el horizonte. Las sombras se preparan para abrazar el mundo. La frontera con el "más allá" se debilita. Sola falta que te animes y des vuelta la página. Y entonces la noche fantasmal dará comienzo…

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Guillermo Barrantes

Basado en un relato de Atenas, Grecia.

El filósofo Atenodoro llegó a Atenas y, como pensaba permanecer un tiempo allí, buscó algún lugar donde hospedarse. Luego de no quedar satisfecho con las primeras ofertas, dio con un anuncio que lo llenó de asombro. Se trataba de una casa con un costo de alquiler muy bajo… una casa enorme, de varias plantas y con un gran patio. ¿Por qué entonces seria tan barato alquilarla?

Otro no cuestionaría tanto su suerte y, antes de que el dueño se arrepintiese, firmaría el contrato de alquiler. Pero Atenodoro se preguntaba acerca de prácticamente todo, y esta no fue la excepción.

—¿Por qué cuesta tan poco? –interrogó al ofertante – . La casa se ve espaciosa y bien cuidada. Si me hubiera pedido usted el triple, no lo vería mal.

El hombre abrió la boca, dispuesto a responder rápidamente… pero pareció arrepentirse, negó con la cabeza y al fin dijo:

—Mire, estuve a punto de hablarle acerca de mi espíritu solidario y lo bien que me hace brindar tan lujoso hospedaje a quienes lo necesitan. Pero algo me lleva a contarle la verdad: la casa está habitada.

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El filósofo se lo quedó mirando, confundido. El sujeto continuó.

—Y el problema es que el habitante… no es un ser humano. Es un fantasma. Atenodoro estudió el semblante de aquel hombre y supo que hablaba en serio.

—¿Un fantasma? ¿Y cómo es que está tan seguro de semejante cosa?

—Los anteriores inquilinos lo padecieron. Todos vivieron lo mismo: a mitad de la noche escuchan ruido de cadenas, y luego se les aparece. Es la aterradora figura de un anciano. Las personas dicen que su sola presencia basta para matar de miedo al más osado. Y que lo peor es el gesto que hace.

—¿Gesto?

—Sí, los inquilinos temblaban al contarlo. El viejo, de pronto, hace un gesto de amenaza con sus manos… o con lo que sea que tenga un espectro por manos. Ese gesto, el ceño fruncido, la mirada penetrante… nadie lo pudo soportar, todos huyeron de la casa en ese mismo momento. Todos menos uno. El único que permaneció la noche entera en la mansión terminó en el manicomio. Parece que el espectro lo atormentó hasta el amanecer, haciendo ese gesto una y otra vez.

Atenodoro se mantuvo pensativo. El ofertante respetó el silencio del filósofo durante un tiempo que le pareció prudente, y luego, con delicadeza, le comentó:

—No debe preocuparse. Entiendo que, luego de saber todo esto, rechace el hospedaje. Puedo recomendarle una casa muy cómoda, aunque tres veces más chicas que esta, en…

—La alquilo.

—Pero si todavía no le dije el lugar de mi recomendación.

—No, no. Quiero alquilar esta casa.

El hombre no podía creer lo que acababa de escuchar.

—¿A pesar del fantasma? –le preguntó a Atenodoro.

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—La alquilo precisamente por el fantasma.

Por dentro, la casa parecía más grande. Atenodoro tardó poco más de una hora en recorrerla, y cuando vio que afuera empezaba a oscurecer, se acomodó en la sala delantera, distribuyó sobre la mesa principal un estilete y unas tablillas1 , y bajo la luz de una lámpara de aceite, se dispuso a escribir. Quería mantener la mente ocupada para que la sugestión no lo llenara de vanos temores. Pero fue justamente la sugestión a la primera que le echó la culpa cuando lo escuchó. Era un sonido metálico y lejano, como si alguien entrechocara unas cadenas en alguna habitación de la planta alta. Sin embargo, siguió concentrado en su escritura, hasta que volvió a escuchar las cadenas, pero esta vez, sin dudas, en la planta baja… ¡y acercándose!

Entonces, por primera vez, el filósofo Atenodoro Cananita tuvo miedo. Trató de controlarse, se dijo que la escuela filosófica a la que pertenecía se basaba en el control de los hechos a través de la valentía y la razón, que por eso había alquilado esa casa, porque la veía como una gran prueba para él.

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EL PRIMER FANTASMA DE LA HISTORIA

El espectro al que se enfrenta Atenodoro…

¡Se trata del primer fantasma del que se tiene registro! Sí, este relato fue encontrado en una carta de principios del siglo II de nuestra era, redactada en la antigua Roma por el escritor conocido como Plinio el Joven. La carta estaba dirigida a su amigo, Licinio Sura. Plinio quería saber qué opinaba Licinio sobre la naturaleza de los fantasmas.

Cuando empezaba a tranquilizarse, Atenodoro tuvo miedo por segunda vez. Mucho miedo. Pues ahora un anciano raquítico y sucio, con barba y cabellera de un gris amarillento, con grilletes en las piernas y cadenas en las manos, había entrado a la sala y se había detenido frente a él. De haber sido humano ya hubiera causado espanto, pero la transparencia sobrenatural de aquel pellejo descascarado, el movimiento caótico tanto de sus largos pelos como de su apolillado ropaje, y el detalle de que sus huesudos pies no tocaban el suelo, lo convertían en una presencia absolutamente terrorífica.

Atenodoro estaba paralizado del horror. El estilete cayó de su mano. Y sin embargo, surgió una voz en su mente, el eco de las palabras de Posidonio, su maestro, diciéndole que con la razón podría dominar todas las cosas, aún las más extrañas, que siempre había una explicación, un propósito…

Y en ese preciso instante, el fantasma hizo el gesto. Sin dudas se trataba del movimiento que le advirtiera el hombre que le alquiló la casa. La mano esquelética del anciano tembló en el aire, haciendo entrechocar las cadenas, y luego estiró el dedo índice severamente.

El filósofo sintió que sus músculos salían de la parálisis, y se preparaban para sacarlo de aquella casa lo antes posible. Pero la voz de Posidonio resonó una vez más en las paredes de su cráneo.

Siempre hay una explicación, un propósito…

El espectro volvió a hacer aquel gesto, las cadenas volvieron a quejarse.

Y Atenodoro pensó que más que una amenaza, ese movimiento parecía una indicación.

Con el ceño fruncido y la cabellera movida por un viento que no era de este mundo, el fantasma volvió a agitar su mano y a extender su índice. Y de inmediato comenzó a deslizarse fuera de la habitación.

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Atenodoro lo siguió hasta el patio. El anciano flotó un tramo más, giró en el aire, le clavó una mirada tan fría como suplicante y se desvaneció. El filósofo se apresuró en marcar el lugar donde el fantasma se había esfumado con hierbas y hojas, y se fue a dormir.

Al día siguiente, Atenodoro, ante el asombro del locador, le pidió que ordenara realizar una excavación en el sector del patio que él había marcado. Y cuando el pozo estuvo terminado, a varios metros de profundidad, encontraron los restos de un esqueleto con los brazos y piernas encadenadas.

—El gesto del espectro no era de amenaza –explicó el filósofo–. Quería que lo siguieran. Estaba desesperado. Necesitaba que alguien encontrara su cuerpo.

Los huesos fueron recogidos y se les dio sepultura pública. La casa, así, quedó libre de fantasmas. Y el locador triplicó su precio.

Este relato sirvió de base para casi todas las historias de fantasmas. Muchos, incluso, lo tomaron como una especie de receta para asustar, en donde no podían faltar tres ingredientes: una casa grande y espaciosa, las cadenas arrastradas por el alma en pena y el marco que solo puede brindar la noche.

RECETAS PARA ASUSTAR
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1. Estilete y tablillas En la antigüedad, para escribir, se utilizaba una vara alargada y estrecha, llamada estilete, con la que se presionaba y marcaba una tablilla de cera.

EL ESPÍRITU DEL ÁRBOL

Basado en una leyenda africana de Etiopía.

Las cosas iban de mal en peor para la pobre Ayana. Cuando la joven todavía no se había repuesto de la inesperada muerte de su madre, comenzó a sufrir los maltratos de la que ahora era su madrastra. Es que su padre era muy trabajador y como casi nunca estaba en la casa, se había vuelto a casar para que ella no estuviera tanto tiempo sola.

El único consuelo que encontraba la muchacha era correr hasta el monte donde se hallaba la tumba de su madre y, una vez allí, llorar, confesar todas sus angustias y rogarle al espíritu de la mujer que tanto extrañaba que encontrara la manera de volver del más allá.

Pasado un año y una semana de la muerte de su madre, Ayana descubrió un grueso tallo que crecía junto al sepulcro. ¿Tantas lágrimas derramadas habrían regado alguna semilla oculta?

Mientras tenía esos pensamientos, la joven creyó oír una voz, muy, muy débil, que parecía traer el viento:

…no es nada fácil... pero lo estoy intentando... mantén sano ese tallo...

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Ayana no pudo evitar volver a llorar, pero ahora las lágrimas eran de alegría, porque si no se había tratado de un engaño de su imaginación... esa voz era muy parecida a la de su madre. A partir de ese momento, la muchacha comenzó a visitar todos los días la tumba, sin olvidarse de regar aquel tallo, el cual crecía de manera extraordinaria. A la semana ya era una planta mediana, a la otra un arbusto y al mes un pequeño árbol. Y de vez en cuando el viento volvía a traer la débil voz de su madre:

…pronto dará frutos... comerlos te hará bien...

La voz estuvo en lo cierto, pues el árbol no tardó en dar unos frutos muy jugosos. Y la joven sentía que al comerlos no solo se atenuaba su tristeza, sino que podía oír a su madre cada vez más claro, más cerca:

…no es nada fácil... vengo desde muy lejos, hija... he encontrado este atajo...

Y Ayana volvió a sonreír.

Pero sucedió que a la madrastra no le gustaba esa nueva sonrisa en su rostro, y comenzó a sospechar de esas escapadas diarias. Así que un día la siguió, descubrió el árbol junto a la sepultura, y observó lo bien que la pasaba su hijastra comiendo de esos frutos. Entonces le dijo a su marido que la muchacha se distraía mucho en aquel lugar, y que en cualquier momento se indigestaría de tanto comer. Lo mejor seria talar ese árbol.

El hombre obedeció a su nueva esposa y Ayana volvió a convertirse en la joven más triste de la comarca.

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Sin embargo la pena no le duró mucho porque a los pocos días vio una pequeña calabaza asomándose entre la tumba y lo que quedaba del tronco talado. Y supo que era un nuevo intento de su madre por estar lo más cerca posible. A la semana, la calabaza ya tenía un tamaño considerable, y volvió a escuchar esa voz encantadora en el aire:

…me sigo acercando... come pequeños trozos de calabaza... te gustará...

Y así lo hizo, y con cada bocado su pena se apagaba.

Pero la gente cruel siempre está atenta, y la madrastra de Ayana era tremendamente cruel, así que volvió a seguir a la muchacha, descubrió la calabaza, la aplastó de un pisotón y luego la tapó bajo un montículo de piedras, mientras su hijastra lloraba y gritaba.

—Nada de comer esas cosas salvajes –le dijo la arpía–. Te pueden enfermar. Se ve que tu madre no te daba buenos consejos.

Ayana quiso contestarle, quiso decirle lo maravillosa que había sido su madre y lo lejos que estaba ella de esa bondad, de ese amor. Pero solo pudo llorar, llorar y llorar sobre la tumba.

Y ocurrió que cuando cayó la noche, mientras seguía derramando lágrimas sobre la fría lápida, Ayana percibió el indudable sonido del agua corriendo. La luz de la luna la ayudó a hallar, a unos metros de la tumba, apenas descendiendo por la ladera del monte, un arroyo que jamás había visto. Y cuando bebió de él para calmar su sed, sintió que su angustia se disolvía, como con los frutos del árbol, como con la calabaza. Y por si fuera poco, junto a su reflejo en la superficie del arroyo, había otro... otro reflejo... algo distorsionado por el constante correr del agua, sí, pero aún así supo que se trataba del reflejo de su madre.

…al fin he llegado, hija... siempre estaré contigo... nunca te rindas...

Así como Ayana podía comunicarse con el espíritu de su madre a través de un árbol, en África hay muchas leyendas que tratan sobre árboles que son capaces de hacer cosas asombrosas. Y de todos ellos, el más temible se encontraría en Madagascar. Según antiguos relatos, en aquella isla africana crece una especie de árbol que en vez de ramas tiene tentáculos, con los cuales atrapa seres humanos... ¡y se los come!

¿HISTORIAS DE AROBOLES O DE PULPOS? 19

Y los días dejaron de ser sombríos, y Ayana dejó de llorar, y no pudo evitar volver a sonreír. Sin embargo, su madrastra no descansó hasta dar con lo que originaba aquella nueva felicidad, y cuando encontró el arroyo no se detuvo hasta cubrir todo su cauce con tierra.

—No querrás que se inunden estos caminos –le dijo esa mujer, con la maldad bailándole en su mirada–. No podríamos salir de casa sin embarrarnos hasta el cuello.

Y sucedió que cierta tarde, un año y una semana después de que su madrastra secara el arroyo, mientras Ayana una vez más lloraba sobre el sepulcro, un cazador surgió del bosque y se acercó a consolarla. Sus palabras fueron honestas y la llenaron de calma. Ella se enamoró en ese instante y cuando él le declaró lo mismo, fueron hasta la casa de la joven. Esperaron a que el padre de Ayana llegara del trabajo, y entonces el cazador le pidió permiso para casarse con ella.

El hombre lo conversó con su nueva esposa y les dio su consentimiento... siempre y cuando el novio cazara doce búfalos para el banquete de la fiesta de la boda, fiesta que debía celebrarse en no más de tres días. Ayana observó cómo, mientras su padre anunciaba todo esto, su madrastra, detrás de él, se tapaba la boca con la mano para no estallar en carcajadas. Era claro que la siniestra condición había surgido de su mente.

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El cazador habló con su amada, le dijo que aquello era imposible, que en sus mejores faenas había cazado dos búfalos en una semana... ¿Cómo haría para cazar doce de esas bestias en menos de tres días?

Ayana lo abrazó y lloró, sabiendo que tenía razón y que su madrastra volvería a salirse con la suya. Pero entonces recordó la voz de su madre, lo último que le había dicho con su fantasma reflejándose en el arroyo:

…nunca te rindas...

Entonces la joven se secó las lágrimas y se puso a pensar en todo lo que su madre había hecho para estar cerca de ella, esos “atajos” que había encontrado para poder contactarla. Su esencia había habitado en ellos. Pero su madrastra no había dejado nada... nada, salvo...

Ayana arrastró al cazador hasta el monte y le mostró lo poco que quedaba del árbol muerto junto a la tumba.

—Usa la madera de ese tronco talado –le dijo a su amado–. Te alcanzará para construirte un nuevo arco y algunas flechas. Y luego trata de cazar con ellas.

—Es inútil, Ayana. Ni con cien flechas podría...

—Confía en mí –lo interrumpió–. Nunca te rindas.

El cazador la obedeció. La madera le alcanzó para fabricarse un arco y doce flechas. Y sin perder tiempo salió en busca de lo que, no tenía dudas, era una hazaña imposible. Pero cuando lanzó la primera flecha y un búfalo cayó, una pequeña, diminuta esperanza nació en él; y cuando con la segunda flecha mató a un segundo búfalo, su corazón latió emocionado. Entonces la tercera flecha surcó el aire y un tercer búfalo lanzó un último quejido.

Se necesitó la ayuda de varios hombres de la aldea para llevar los doce búfalos cazados a la casa de Ayana. La madrastra, llena de asombro y odio ante la docena de bestias muertas, abrió la boca de tal manera que se le trabó la mandíbula. Y con aquel gesto, como paralizada en un grito, estuvo toda la fiesta donde se celebró el casamiento entre un honesto cazador y Ayana, la joven más feliz de la comarca.

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SALVAJE, SALVAJE NAVIDAD

Basado en relatos de la mitología germánica de Alemania y alrededores.

Alguien rasguñaba la puerta en medio de la noche.

Winifredda había sentido miedo, verdadero miedo, una sola vez en sus nueve años de vida. Aquello había sucedido una tarde en que volvían del bosque con sus padres. La primera impresión fue que se encontraban frente al nacimiento de una tormenta, pues desde el horizonte avanzaban unas nubes negras, negrísimas, acompañadas de explosiones y chillidos. Winifredda pensó que las explosiones eran truenos y más truenos, y que los chillidos pertenecían a pájaros que escapaban de la tempestad. Pero cuando la niña observó bien… descubrió que esas nubes eran algo más que una amenaza de lluvia: estaban formadas por “cosas” que se movían, eran un hervidero de figuras oscuras y desafiantes que se retorcían. Y se acercaban.

Cuando sus padres percibieron lo mismo que ella, la alzaron y, a toda velocidad, se metieron en la casa. Y abrazados, esperaron a que eso, fuera lo que fuese, pasase.

Las explosiones, que eran mucho más que truenos, y los chillidos, que eran mucho más que aves asustadas, crecieron hasta hacerse ensordecedores. En el peor momento, toda la casa se estremeció, como si fuera a derrumbarse. Pero luego, lentamente, las paredes dejaron de temblar y el estrépito fue disminuyendo hasta desaparecer.

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INSTRUCCIONES PARA SOBREVIVIR

Cuentan que las personas que se cruzan con la cacería salvaje y no quieren que su alma sea atrapada, deben tirarse al suelo y soportar ser pisoteados por las gélidas extremidades de los caballos, perros y cazadores que la conforman.

Mientras aún la envolvía en un abrazo, su madre le dijo:

—Esa era la cacería salvaje.

—Nunca escuché unos cazadores así –objetó Winifredda.

—Es que estos cazadores, hija, no pertenecen a este mundo. Son jinetes fantasmales, montados sobre caballos espectrales, uno atrás de otro, cabalgando furiosamente en el firmamento, hasta donde alcanza la vista.

—¿Y qué buscan? –preguntó la niña abrazando aún más fuerte a su madre.

—Cazan almas –le contestó, ahora, su padre–. Si te ven, descienden del firmamento y te convierten en un nuevo espectro, en un nuevo jinete de esa cabalgata infernal. Y por si todo eso fuera poco, su líder no puede ser más aterrador.

Winifredda no se animó a formular la pregunta, pero su padre ya no podía callar aquel nombre.

—Bertha –dijo–. Ella es la que comanda esa tropa de muertos. Ella es la que cabalga al frente de la cacería salvaje.

Winifredda volvió a escuchar los rasguños en la puerta de su casa. Y entonces tuvo miedo por segunda vez.

¿Cómo no tenerlo? Su hogar estaba rodeado por árboles y montes. Los Becker, sus vecinos más cercanos, se hallaban a kilómetros de distancia, del otro lado del bosque. Y si alguno de ellos se hubiera aventurado a mitad de la noche para visitarlos, no acostumbraban a rasguñar la puerta para ser recibidos.

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Pero Winifredda era valiente y le gustaba resolver misterios, así que no esperó a que sus padres se despertasen. Tampoco fue a llamarlos. Ella sola salió de su cama, y fue hasta la entrada principal. Antes de que pusiera la mano en el picaporte, lo que parecían unas filosas uñas volvieron a arañar la puerta. La niña respiró hondo, tomó valor y, lentamente, abrió.

Confirmado, no era uno de los Becker. ¡Era un perro! Un sabueso hermoso… y un poco extraño. Su hocico rojizo, su mirada atenta, su pelaje movido por el viento, hipnotizaron a Winifredda.

—¡Wini! ¿Estás levantada?

La niña cerró de inmediato la puerta. El perrito podría aguantar un momento más afuera. Tenía que pensar en algo. Sabía que su padre no quería perros en la casa.

—¡Sí, papá! Vine a tomar un poco de agua.

No le gustaba mentir, pero no podía dejar abandonado a ese…

Winifredda pegó un salto, sorprendida: el perro estaba ante sus ojos, dentro de la casa. ¿Cómo había hecho para entrar? Tal vez ella no se dio cuenta y se había metido antes de que cerrara la puerta. Bueno, ahora lo importante era que no lo descubrieran, al menos hasta que pensara la mejor manera de contárselo a sus padres. Entonces alzó al sabueso y se lo llevó a su cuarto. La niña se entristeció por lo poco que pesaba aquel animal. ¿Cuándo habría sido su última comida?

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