Quimera Revista de literatura | Número 451-452 | Julio-agosto 2021

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ciones periódicas para poder subsistir, María Zambrano parece estar prestando un servicio, por y para el cual en realidad escribe: «Qué es lo que quiere decir el escritor y para qué quiere decirlo? ¿Para qué y para quién?»3, se pregunta, y ella misma responde con su acción: escribe para algo, para producir un efecto, «para que alguien, uno o muchos, al saberlo, vivan sabiéndolo, para que vivan de otro modo después de haberlo sabido» (HSA, pág. 36). En «Alegría y dolor» habla de las dos moradas sin especificar. Se refiere a ellas sin procurar ejemplos, y de ahí deriva la reflexión y discusión sobre posibles perfiles y contenidos de ambos sentimientos —y sobre su valor, por lo que atañe principalmente al dolor—, según he tenido la oportunidad de comprobar las veces que he compartido la lectura del texto en espacios y tiempos diferentes y distantes. Atendamos ahora a otro escrito en el que sí figuran nombres para uno de los dos afectos. Se trata de Notas de un método, donde la filósofa mencionará cuatro acontecimientos de dolor extremos. También encontraremos allí, como veremos más adelante, algo de gran importancia: el recordatorio de la capacidad que la alegría tiene para intensificar nuestra potencia. El saber, el saber propio de las cosas de la vida, es fruto de largos padecimientos, de larga observación, que un día se resume en un instante de lúcida visión que encuentra a veces su adecuada fórmula. Y es también el fruto que aparece tras de un acontecimiento extremo, tras de un hecho absoluto, como la muerte de alguien, la enfermedad, la pérdida de un amor o el desarraigo forzado de la propia Patria4.

Zambrano se refiere en diversas ocasiones a ese saber que se revela después de vivir experiencias como las mencionadas. Así, para ilustrar su relación con algunas de ellas5, he escogido —decía— páginas de varios de sus escritos, que entreveraré con notas de su propio método. Comenzaré con la reflexión sobre «la muerte de alguien» y me remitiré a unas líneas de El hombre y lo di3. Zambrano, María, «Por qué se escribe», Hacia un saber sobre el alma, Madrid: Alianza, pág. 33. Citado en adelante por la sigla HSA. 4. Zambrano, María, Notas de un método, Madrid: Mondadori, 1989, pág. 108. Citado en adelante por la sigla NM. 5. Me referiré aquí solo a las dos primeras, la muerte y la enfermedad.

vino en las cuales advierte que «en la muerte de la persona lo que más nos interesa queda sustraído a nuestros ojos»6. Zambrano desea hablar de lo que suele quedar ocultado a nuestra mirada. Quiere narrar la «historia no contada» y mostrar un legado que no se limite a la memoria superficial de los «hechos» de quien se ha ido, y lo hace a fin de exponer lo que considera el verdadero legado que nos deja la muerte ajena: Toda muerte deja una herencia, lo que en vida fue del que se ha ido y que aparecía ante los ojos de los que le amaban en diversa forma como algo cierto —casi «una cosa»—, al desaparecer el soporte personal, se traspasa a las vidas de quienes lo lloran. Y le sigue la aparición de algo del que murió en los consanguíneos, que toca a lo más íntimo y sustancial de la vida, algo que nos lleva a sentir en la persona viviente, algo así como una sustancia. Y las cualidades morales o intelectuales y el «estilo» que aparecen en quienes lo amaron; incorporadas, transformadas, a veces (HD, pág. 215).

Sin minimizar el dolor insoportable que produce la muerte de un ser querido, Zambrano elige reflexionar sobre los bienes sustanciales que, sin testamento alguno, observa incorporados en quienes amaban al que se ha ido, y expresa con ello su sentido de eternidad. A toda muerte le sigue una lenta resurrección, «que comienza tras el vacío irremediable que la muerte deja». Según la filósofa: «El doliente o el dolido, está más cerca del trascender que el que ha acallado su queja precipitadamente, desgarrándose. No hay que temer el quedarse embebido en este instante de desgarramiento, tampoco hay que llenarlo» (NM, pág. 79), palabras estas que recuerdan a otras leídas antes, según las cuales: «No hay que rehuir el dolor […], ni claro está perseguirlo», y que nos facilitan el paso a algunos de los textos que escribió sobre la enfermedad, otro «hecho absoluto», que Zambrano experimentó muy pronto en primera persona. Sin embargo, quisiera citar antes unas líneas de Nietzsche, para quien la enfermedad visibiliza la salud. Su forma de describir el lado útil de la dolencia emerge, como se verá, en la filósofa malagueña: La enfermedad me proporcionó […] un derecho a dar completamente la vuelta a todos mis hábitos: me 6. Zambrano, María, El hombre y lo divino, Madrid: Siruela, 1991, pág. 215. Citado en adelante por la sigla HD.

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