
9 minute read
Dos genocidas fuera de la Macarena pag
DOS GENOCIDAS FUERA DE LA MACARENA
JUAN MANUeL VALeNCIA
Advertisement
Presidente de la Asociacion de Memoria Histórica de Andalucía del PTE-JGR
En la madrugada del 2 al 3 de noviembre de 2022 los restos del general Francisco Bohórquez, y poco después los del general Queipo de Llano y su esposa Genoveva Martí, fueron exhumados y sacados fuera de la basílica de la Macarena de Sevilla. Se daba así cumplimiento a lo establecido en la Ley de Memoria Democrática aprobada hace menos de un mes. La intervención del Gobierno fue insólita por su rapidez, al comunicar por carta a la Hermandad de la Macarena su obligación de proceder a las exhumaciones con carácter inmediato. Es posible que si los gobiernos andaluces hubieran desplegado la misma energía y determinación en aplicar la Ley de 2017 de Memoria Histórica y Democrática de Andalucía (Art. 32.4 y Disposición adicional segunda), las exhumaciones se hubieran realizado hace ya años.
La Hermandad de la Macarena ha declarado que “la exhumación se ha realizado en la más estricta intimidad y con absoluto respeto a los familiares presentes”, justificando así que la actuación se haya efectuado con nocturnidad y notorio deseo de ocultarla a la ciudadanía, lejos de los honores públicos que se han tributado a ambos personajes en múltiples ocasiones. En cualquier caso, supone una gran victoria para el movimiento memorialista andaluz.
Asesinos sanguinarios para un genocidio planificado
Gonzalo Queipo de Llano, erigido en verdadero virrey de Andalucía tras el golpe de Estado contra la República, fue responsable directo del asesinato en Andalucía, al margen de los frentes y hechos de guerra, de al menos 45.566 personas, que hoy yacen sepultadas en 708 fosas comunes. Entre sus víctimas más conocidas, el poeta Federico García Lorca, el reconocido como Padre de la Patria Andaluza, Blas Infante, o el último alcalde republicano de Sevilla, Horacio Hermoso, en cuya muerte estuvo directamente implicada la Iglesia.
El golpe de Estado contra la República, en el que los militares sublevados tuvieron como instigadores y cómplices al gran capital y a la jerarquía de la Iglesia Católica, fracasó y se transformó en una guerra civil en la que, caso único en la historia universal, el pueblo español resistió durante tres años la agresión del fascismo español e internacional. La victoria de Franco, conseguida gracias a la decisiva ayuda de la Alemania nazi y la Italia fascista, provocó que España sufriera la dictadura fascista más bárbara, cruel y genocida que ha conocido la Historia europea, después de la de Hitler. Tras la guerra Franco siguió asesinando a todo adversario de su régimen opresor, y continuó matando hasta el final de sus días.
La carnicería alcanzó tales proporciones que con toda propiedad utilizamos el término genocidas para designar a sus responsables. La Real Academia Española de la Lengua define el vocablo genocidio como “Exterminio o elimi-
memoria histórica
nación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad”. Eso fue exactamente lo que sucedió en España. El plan diseñado por Mola, cerebro del intento de golpe de Estado, preveía el exterminio sistemático de todo aquel que permaneciera leal al régimen legal de la República: “Es necesario crear una atmósfera de terror, hay que dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todo el que no piense como nosotros” (General Mola, Instrucción Reservada. Base 5ª). El plan fue llevado a efecto a rajatabla por Franco, erigido en jefe del alzamiento fascista, y en Andalucía por su virrey, Gonzalo Queipo de Llano. Los asesinatos comenzaron nada más producirse el golpe y en todos aquellos lugares que los fascistas iban ocupando se iban realizando matanzas a gran escala, fuera de los frentes de batalla. Así se produjo lo que el prestigioso historiador británico Paul Preston ha llamado el Holocausto español.
El genocidio, además de eliminar cualquier posible oposición al levantamiento militar, tenía otra finalidad: crear tal clima de terror entre los supervivientes que el miedo quedara inoculado en la sociedad durante largo tiempo, haciendo así imposible dar una respuesta a la dictadura que iba a instaurarse. Un tercer elemento clave del plan: la estrategia de ocultación que trataba de borrar las huellas del exterminio. Un muro de silencio, tierra y olvido que continuó durante la Transición desde esa dictadura bestial a la democracia, que se hizo de la manera más conveniente a los antiguos partidarios de la dictadura. Triunfó la reforma diseñada desde dentro del franquismo y no la ruptura democrática que deseábamos quienes luchábamos contra la dictadura. Llegamos a la democracia por la puerta trasera, y eso dejó intactos innumerables resortes de poder del franquismo, en el Ejército, la policía, la judicatura, la Iglesia. Sólo la enérgica acción de los familiares de las víctimas y del movimiento memorialista, ayudados por algunos historiadores rigurosos y valientes, ha logrado quebrar en las últimas décadas el plan de ocultación de los crímenes del franquismo. Sus resultados están a la vista: exhumación de múltiples fosas comunes en todo el país, Ley de Memoria Democrática, Queipo y Bohórquez, por fin, fuera de la Macarena.
Queipo de Llano, el republicano traidor
Fue un personaje execrable, que suscita el rechazo de cualquier persona decente por su crueldad, por su brutalidad, por su zafiedad, por su avidez de riqueza y honores, por su condición traicionera: del apoyo inicial a la dictadura de Primo de Rivera (1923-1929), pasó, tras su enfrentamiento personal con el dictador, a dirigir la trama militar de quienes conspiraban a favor de la República, protagonizando el intento de sublevación del aeródromo de Cuatro Vientos, que le obligó a exiliarse en Portugal. Tras la proclamación de la República en 1931 regresó

(Viene de pág. 5)
aclamado como un héroe y fue designado Capitán General de Madrid. Después fue destituido varias veces de sus cargos por su turbia conducta. Su lealtad terminaba donde comenzaban sus intereses personales, y tras la victoria del Frente Popular se unió tardíamente a la conspiración para acabar con República. Encargado de la sublevación en Sevilla, tras imponerse por la fuerza militar a la resistencia que pudieron presentar los barrios obreros, lo que siguió fue una política de exterminio total y salvaje, en la que estuvo secundado por un grupo de esbirros sin escrúpulos: Manuel Díaz Criado, José Cuesta Monereo y los auditores Felipe Acedo Colunga y Francisco Bohórquez. Junto a las órdenes de eliminación sistemática se dictaron instrucciones específicas para que no se inscribiera a los asesinados en la Registros Civiles, para esconder el rastro de sus crímenes, y sus cadáveres se mezclaban con otros enterrados para mayor confusión. En sus brutales locuciones radiofónicas Queipo daba rienda suelta a toda su bajeza:
Nuestros valientes legionarios y regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad. Y, a la vez, a sus mujeres. Esto es totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen y pataleen.
Mañana vamos a tomar Peñaflor. Vayan las mujeres de los «rojos» preparando sus mantones de luto.
Estamos decididos a aplicar la ley con firmeza inexorable: ¡Morón,
Utrera, Puente Genil, Castro del Río, id preparando sepulturas! Yo os autorizo a matar como a un perro a cualquiera que se atreva a ejercer coacción ante vosotros; que, si lo hiciereis así, quedaréis exentos de toda responsabilidad. En los años siguientes el sanguinario militar aprovecharía su privilegiada posición para hacerse mediante métodos mafiosos con una serie de propiedades rústicas, como el cortijo Gambogaz y otras fincas en Isla Mayor.
Un secuaz a la medida de Queipo: Francisco Bohórquez
Este general, auditor de guerra, fue el despiadado ejecutor en el terreno jurídico de la política aniquiladora y sangrienta de Queipo. Al decir del investigador Francisco Espinosa, “eran tal para cual”. Todas las causas y consejos de guerra pasaban por él, era el encargado de ratificar las sentencias de los tribunales militares, y su firma aparece junto a la de Queipo al final de cada sumario. Además, Bohórquez dictaba a varias provincias las directrices de cómo había que proceder para cumplir el plan exterminador de su jefe. Un mes antes del golpe de Estado fue nombrado Hermano Mayor de la Macarena, y por su mediación Queipo sería nombrado Hermano Mayor Honorario de la cofradía.
Una vergüenza para la Iglesia Católica y la Hermandad de la Macarena
La Iglesia Católica, por decisión de su jerarquía, comenzó a conspirar contra la República desde el mismo día de su proclamación, el 14 de abril de 1931. No estaba dispuesta a perder ninguno de los privilegios de que disfrutaba hasta entonces. Tras el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, fue cómplice directa del golpe
memoria histórica
de estado contra la República, aportando a la sublevación la justificación ideológica que la legitimaba como una “Cruzada” en defensa de la Iglesia y contra el marxismo internacional. Después supo aprovechar los largos años de la dictadura de Franco para consolidar sus bases económicas y sus palancas de poder ideológico y educativo. Hay que recordar además que la Iglesia fue culpable directa de muchas de las ejecuciones practicadas. Entre ellas, las del último alcalde republicano de Sevilla, el azañista Horacio Hermoso, cuya muerte fue decisión directa del cardenal Ilundain, personaje por cierto que, para oprobio de las autoridades municipales, sigue conservando una calle en Sevilla. Ni siquiera pudieron salvarle las gestiones realizadas ante Queipo por los cónsules alemán y belga. La venganza de Ilundain estaba decidida. ¿Qué “crimen” había cometido el alcalde?: salvar la Semana Santa de ese año, para evitar ataques contra la República. La Iglesia no se lo perdonó. Las cosas no cambiaron con la Transición. Ni los mandatarios de la Iglesia Católica ni los directivos de la Hermandad de la Macarena han sentido escrúpulo alguno en albergar en su basílica a dos genocidas manifiestos como Queipo y Bohórquez. No han tenido ni una gota de sensibilidad ni respeto para los familiares de sus miles de víctimas. El Hermano Mayor declaraba sin ambages que ambos militares sólo saldrían de allí cuando la ley les obligara a sacarlos. Y así ha sido. Sólo ha permitido las exhumaciones cuando se ha visto forzado a efectuarlas por la Ley de Memoria Democrática aprobada por las Cortes y la rápida actuación del Gobierno conminando a su inmediata realización. Por eso causa indignación que en la declaración oficial emitida el mismo 3 de noviembre, tras las exhumaciones, la cúpula de la corporación macarena reclame “ser dejada al margen de cualquier polémica ideológica y política ajena a los fines de la misma y a su condición de asociación de fieles católicos”, , y que “nadie la utilice con intereses partidistas, políticos o ideológicos, instando a ser respetada como lo que es: una asociación de creyentes católicos fiel a los principios evangélicos, a la doctrina de la Iglesia Católica y a la fraternidad entre hombres y mujeres”. Lo cierto es que la Iglesia y la Hermandad han tomado partido claramente al albergar durante largas décadas a dos sanguinarios asesinos de miles de personas. No parece muy evangélico, ni conforme a una verdaderamente sentida “fraternidad entre hombres y mujeres”.
Los restos de Queipo de Llano y su esposa Genoveva Martí han sido incinerados. Si alguien tiene intención de llevar sus cenizas al columbario de la Macarena, ha de saber que el movimiento memorialista de Sevilla no lo va a permitir. En mi opinión las exhumaciones suponen también una victoria del laicismo, cuya esencia es la nítida separación entre Iglesia y Estado, entre la esfera privada en la que deben realizarse las prácticas religiosas, y el ámbito de lo público, de lo político. Las exhumaciones practicadas rompen ese vínculo, pues la conservación de los restos de ambos genocidas en la Macarena era expresión manifiesta de la convivencia entre el nacionalcatolicismo y el régimen de Franco.