3 minute read

Mi cuaderno

Empiezo por la sorpresa de haber encontrado un cuaderno mío, (poco antes de tener la consigna) ya que no soy de guardar ese tipo de cosas, ej. Los cuadernos de mis hijos GUSTAVOY LAURA, no los guarde.

Hacerle las preguntas que me surgen al hojearlo.

Advertisement

¿Por qué no tenía amigxs? ¿por qué no recuerdo el rostro ni los nombres de compañerxs y maestras?

Quizás influía el malestar o algo más de la conducta de mi madre que sufría de “parafrenia” cosa que me avergonzaba mucho. Me pregunto si el cuaderno notaba que me gustaba haberlo encontrado y ver los mapas, si él se daba cuenta del placer que tenía al hojearlo.

Margarita Caffati

¡Hola tintero!

1950 - 4to.grado

Estrenamos escribir con tinta, llega Isolina, la portera, con una gran botella de aceite Cocinero, llena de un extraño líquido azul marino, que llenará tu blancura de loza esmaltada.

-Tengo preparadas una lapicera de madera, y dos plumas relucientes, la "Cucharita" y la "Cucharón" en una bolsita de tela, que me hizo mamá, y te escucho:

-Moja tus plumas, querida, y traza tu futuro!

- ¿Sí gracias, estás decidido a acompañarme por este camino lleno de sueños y posibilidades?

Las manchas,en mis dedos contestaron rotundamente que Sí.

Lita DeAngelis

El objeto elegido es mi bolsita de tela.

Mi bolsita de tela, hecha por mamá con los restos de una sábana, tiene mi nombre bordado en punto yerba por sus hábiles e incansables manos.

Me acompañó en los desayunos escolares de la primaria, rondando los años setenta.

Guardaba la taza que esperaba diariamente el mate cocido dulce y caliente junto con un pancito que para mí sabía a gloria. ¡Yni hablar de los esperados viernes que traían una factura cubierta de membrillo!

Mi bolsita y yo recorrimos un tramo escolar juntas, hoy guarda un juego de lotería que disfrutamos con mis nietos. Mañana… ¿qué nuevos caminos le tocará transitar?

Noe Saleh

Estos días de frío gélido me recordaron los días invernales en Wilde. Creo que eran más fríos. La esquina de casa era la calle Belgrano, adoquines unidos por pastito verde. La de mi casa Cnel. Lynch, de tierra, pura tierra con anchas zanjas. Las herraduras de los caballos en la calle Belgrano sacaban chispas y había en zanjas y pasto, con escarcha, mucha. Por esa calle arbolada iba a mi escuela Nro. 8. Caminaba unas seis cuadras.Allí hacía tanto frío como afuera. Pantalón corto, bufanda, medias tres cuartos con rombos, zapatos Gomicuer. Éramos muy pobres, no lo relato como una tristeza sino como una foto. Fuimos a vivir de una pieza en un conventillo en Barracas, frente al Loquero, Vieytes 468 a Wilde a una casita en construcción, dos habitaciones y un baño de material. Cocina de maderas y chapa separada del resto. Nunca volví a comer tortas fritas y facturas con sabor a lluvia en chapas de zinc.Todo esto para decir que mi deseo más imperioso, en esa pobreza, era un compás. Esos en caja azul de tela con muchos elementos ubicados prolijos en pequeños huecos forrados. Ese que tenía mi compañero, el hijo del Dr. Cantoni.

Tenía un compás. Mi compás era tosco, de lata, había que ponerle un lápiz para hacer los círculos. El otro tenía minas de lápiz, en un tubito tapado por un corchito.Ysi le daba vuelta el portaminas, se mojaba en tinta china y hacía círculos perfectos de tinta negra. Tenía un compás. Mi compás era tosco, de lata, había que ponerle un lápiz para hacer los círculos. El otro tenía minas de lápiz, en un tubito tapado por un corchito.Ysi le daba vuelta el portaminas, se mojaba en tinta china y hacía círculos perfectos de tinta negra. Un día helado, al volver de la escuela encuentro una caja azul tirada entre los pastos. Rápido la levanto y la guardo, sin abrirla, en la valija de cuero con los útiles.

¡Es un compás! pensé.Ycomencé a temblar…casi no podía caminar ni hablar…

Cuando llego a casa, mi vieja conocedora de mis regresos con incidentes, pregunta qué me pasó.Abro la valijita y le doy la caja azul.

- ¡Me encontré un compás!

- ¿Dónde?

- En la vereda, entre el pasto… - ¿Dónde?

- Cerca de la peluquería de Nino. Mi madre abre la caja azul, me mira.

- Es una navaja Solingen, Negrito. La guardo acá y se la damos a papá cuando vuelva. Lloré hasta ahogarme, mucho y sin consuelo. No era mi compás, era una navaja.

Pasaron más de 60 años y aún conservo vivo el recuerdo de la cajita azul.

Es ésta y no es un compás, es sólo una navaja Solingen.

Ricardo E. Carreras

This article is from: