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¿POR QUÉ CONFIAMOS EN LA POLÍTICA?

El concepto de política surge en la vértebra del mundo occidental en la antigua Grecia que en su multitud de referencias y usos hacia énfasis en la organización de quienes podían participar dentro de las ciudades: los ciudadanos.

La politiká como vocablo natural que definió Aristóteles en la obra homónima realizada en el 323 a.C. no fue el descubrimiento exclusivo o propuesta de los griegos sino la categorización y descripción de un fenómeno, un síntoma de tres condiciones que los seres humanos habían establecido desde que pudieron llegar a la organización: el acuerdo, la decisión y la seguridad.

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La afirmación que se busca hacer es que hubo política antes de Grecia, desde la edad más temprana de la humanización de nuestra especie, pero sin ser conscientes de que aquella actividad en grupos poseería en el futuro un concepto para nombrarse.

Este concepto ha sido un molde de trazo maleable y contradictorio, tan rígido como manipulable, tan virtuoso para promover la seguridad y tan maligno para ocasionar eventos belicosos. Es en este segmento donde interrogamos ¿Por qué confiamos en la política?

Para la persona lectora (que seguramente la familiaridad de sobre pensar el término es materia diaria) podría ser sencillo dar una respuesta bastante capaz. Para quien es más vago podría contestar que es porque siempre ha sido así y su conjetura no estaría del todo alejada de lo que proponen estas líneas.

Evitamos hablar de política como si se tratase de invocar al conflicto, ponemos en duda a diario los mecanismos de gobierno que se han desprendido de esta y si llegamos a emitir opiniones con respecto a la palabra caemos en un vacío de desprecio, inconformidad y resignación, esto se deriva al uso de otro concepto aun con más vestigios que la política, hablemos del poder (político).

Buena parte de la indiferencia hacia la política viene de quien ejerce parte de su ejecución, quien posee el poder de esta. Sí la política es el acuerdo, la decisión y la seguridad, el poder es la imposición de estos acuerdos, (una imposición que surgió desde que aquel ser con más poder actuó con dominio sobre otros) pero se impone sobre quienes aceptan la coerción para obtener seguridad (y el poder vuelve a ser política), se llega a un acuerdo y deja de haber dominio.

En este ecosistema de retroalimentación bilateral se nos muestra que las personas se sienten seguras con la política pero desconfían del poder. Si bien una guerra provocada por un gobierno establecido con política puede llevar a sumergir en concreto y balas a naciones enteras, a la reconstrucción de cualquier conflicto –ya sea marcial, diplomático o legislativosiempre se vuelve a recurrir a la política para una reestructuración, es un modelo en el que se tiene confianza.

Una primera respuesta podría ser esta: que por antigüedad la política da una función de estabilidad en los sistemas (sociales, económicos y de gobierno) que hemos establecido como colectivos (pueblos con sus culturas, ciudades, naciones y Estados organizados).

La segunda respuesta puede ser la que recuerda a nuestro pasado más primigenio. Al hacerse el homo sapiens de este título se hizo de política, si bien no tenía la fuerza y energía violenta para ejercer dominio sobre otros, se hizo de una habilidad para sistematizar esta violencia, crear un lenguaje y poder convencer a los otros y otras de su misma especia (con un entendimiento igual) de confiar.

A 200 mil años de la aparición del sapiens y casi 2300 años desde las polis griegas hemos convivido con la política, la hemos catalogado, descrito y estudiando; hemos aprendido de su uso y concebido modelos más sofisticados para ella: gobiernos, democracias, sistemas electorales, campañas políticas, poderes legislativos y ejecutivos, instituciones, ideología y organizaciones, sociedades públicas, mixtas o privadas, planes, contratos, tratados y constituciones.

Confiamos en la política no solo por seguridad, sino porque ha sido una cualidad inherente de la humanidad para relacionarse (así como la ha sido el lenguaje en la comunicación o la creencia en las instituciones).

Hemos aceptado que al igual que la sangre circula por las venas y el oxígeno se procesa en nuestros pulmones seriamos incapaces de coexistir sin la política en nuestros cuerpos, ya sea como individuos o en colectivos.

Imagine el lector que al despertar un día son pocas las personas con las que puede llegar a acuerdos para abordar el metro en una mañana difícil, que si es profesor es incapaz de obtener la atención de sus alumnos, que si es doctora se le prohíbe hacer una cirugía de emergencia por parte del lesionado, precisamente que si es político no se le permite participar en una asamblea ¿recurriría violentar a los otros para obtener lo que desea? Si su respuesta es no y ha buscado otra alternativa para lograr su objetivo, felicidades, está haciendo política.

Rafael Arias Quintero Licenciado de la carrera de Ciencia Política en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM @rafa_aquin

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