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SALVEMOS A LA DIOSA

Georgina Rosado Rosado

La Diosa ha sido herida, su pecho abierto se desangra. Estando débil y exhausta, al regresar de una gran batalla contra hordas patriarcales, dormitaba en el lecho, cuando el macho cabrío con suma crueldad le clavó su espada.

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Una legión de mujeres se avista en el horizonte, vienen en su ayuda, cargan hechizos y yerbas sanadoras, cantan salmos y aleluyas; del Norte llegaron las Chamanas, del Sur las Mamaconas, las Tabibas del Sahara, del Este las Valkirias y las Miko del Oriente.

Un ser obscuro se atraviesa en su camino acompañado de sus hordas y con sus flechas poderosas logra abatir a muchas, la sangre bendita es derramada, miles de cuerpos inertes se amontonan en los bosques. La tierra tiembla, un torrente de lágrimas cae del cielo y amenaza con inundar al planeta, enormes grietas se forman en los continentes tragando grandes porciones.

Algunas resisten y logran repeler el ataque, con sus escudos y sus flechas ungidas de sabia sagrada logran atravesar el corazón de algunos monstros, que convertidos en astillas ardientes alimentan al infierno. Están exhaustas pero dispuestas a derramar su sangre para tratar de salvar a la Diosa.

La batalla es desigual, las matriarcas de las legiones de mujeres gritan invocando ayuda, desesperadas: - ¡Debemos ser más!

¡O moriremos todas!

Mientras la guerra transcurre una fi gura celestial visita el Xilbabá en busca de ayuda.

- Y tú, María, la bien amada, te quejas porque te obligaron a dividir tu esencia, cuando a mí me convirtieron en un ser fantasmal, te lamentas porque te encerraron en templos silenciosos y a mí me obligaron a vagar en el monte sagrado convertido en lugar de perdición para borrachos y trasnochados. Nuestro sagrado Ya’axche’ talado, quemado, porque saben que es ahí donde se me encuentra. Tu reino fue suplantando, el mío lo han querido convertir en infierno candente. A tí te llamaron Virgen, reina de los cielos; a mi paria, pecadora, peor aún ¡la Xtabay! Y se me acusa de perder a los hombres, cuando mi sagrado nombre es Ixtab y mi principal misión es transportar a los que, llevados por un gran dolor, terminan sus vidas, y darles consuelo en este lugar sagrado. Son hombres malvados, seguidores del macho cabrío, los que todos los días; violan, torturan y asesinan mujeres, mientras que yo ejerzo justicia contra esos mal nacidos que lastiman mujeres y los transporto a ese lugar que ustedes llaman infierno.

- No es por mí, es por la humanidad

- ¿Cuál? ¿La que ignora nuestra existencia o nos desprecia? Nuestra vida transcurre tranquila en el Xilbabá, ya nadie nos invoca, no hay oración que se refiera a nosotras, déjanos al menos disfrutar de esta paz que nos rodea al igual que los ríos que nos dan vida.

- Lo que tú no sabes, mi hermosa Ixtab, es que esa tranquilidad de la que gozas, ajena e indiferente a la humanidad, está a punto de ser destruida, una bala atravesará el río sagrado que conecta el mundo terrenal con el Xilbabá y el llamado progreso terminará por destruir la delgada capa que los separa. Acaso desde aquí no se escuchan los gritos angustiantes de los seres que habitan el monte y que son destruidos por enormes máquinas que atropellan y desbastan los k’u’che’, las punab, y la nikte’il.

- A los aluxes que por milenios fueron los guardianes del monte nadie les pide permiso para talar, arrasar, destruir, ni hay ofrenda para ellos entre las piedras que marcan los caminos, más bien huyen espantados ante los rugidos de las máquinas infernales que atraviesan sin saber, sin temer y menos honrar los centros sagrados. ¿No ha llegado hasta aquí la pestilencia de las aguas negras que son arrojadas todos los días desde las granjas a las entradas de los ríos que conectan con el mundo sagrado, con el Xilbabá, donde moras tranquila? Ya llegará, te lo aseguro.

Fue ese momento cuando Ixtab lívida y desencajada miró con preocupación a María, pero aún así tenía sus dudas ¿Acaso debía unirse a la batalla? Lo consultaría con su hermana Ixchel.

En el horizonte se escuchan caracolas, tejidos multicolores ondean cual banderas en el horizonte; ¡guerra!, ¡guerra!, gritan las Xmeen, somos seres libres, transitaremos de nuevo por este mundo. Que nos escuche la humanidad; ni conquistadas, ni vírgenes, ni santas, somos las hijas del sagrado monte, las olvidadas que mueven la rueda del destino y permiten florecer la vida. Nuestra sangre es bendita, la venimos a ofrecer una vez más por las que callan, por los que lloran, por las amorosas y hasta por las cobardes, salvaremos a las pequeñas y a las poderosas, sin distingo ni condición, ése es el mandato, no se asombren. Nuestra misión es el equilibro, no imponer el paraíso, el eterno devenir de luces y sombras, de risas y lágrimas, porque todas son útiles para este universo que muere y renace en su devenir interminable. Acérquense criaturas y beban de la leche que mana de nuestros cuerpos, limpien sus cuerpos con la sangre menstrual que brota, porque somos las Xmeen, y venimos a salvar a la Diosa de la que somos parte. Disfruten, gocen de este momento de vida que les obsequia el universo, porque es irrepetible y eterno, porque no hay premio para las abstemias de placer, más bien condena eterna por mal agradecidas. ¿Es que aún no lo entienden? Sólo las flechas acompañadas de gritos poderosos y placenteros acertarán y cambiarán el final de esta guerra, así que griten, griten hermanas, que sus gritos resuenen como estallidos poderosos hasta penetrar a quienes nos impiden nuestra sagrada misión. Y las mujeres del mundo tomaron las calles.

“Nuestra misión es el equilibro, no imponer el paraíso, el eterno devenir de luces y sombras, de risas y lágrimas”.

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