Estudio sobre la situación de los mercados de abastos en Madrid

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Los Mercados: Patrimonio Material e Inmaterial en Madrid

Laura San Román, Leticia García, Nadia Forero, Violeta Gil, Belén Giraldez, Rosario Weis, Rafael Agudo


铆ndice Introducci贸n La ley de Patrimonio Hist贸rico de la Comunidad de Madrid Los mercados de abastos como

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patrimonio material

Patrimonio Cultural Inmaterial El futuro de los mercados de

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abastos

Conclusi贸n

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Introducción En el presente trabajo nos proponemos estudiar los mercados como elemento distintivo de la cultura y sociedad de Madrid, considerándolos patrimonio tanto material (edificios) como inmaterial (espacio de intercambio de relaciones, bienes y servicios) de sus ciudadanos. Desde una perspectiva teórica analizaremos estas dos facetas de los mercados, que los convierten en el objeto de estudio idóneo para aplicar los conocimientos obtenidos durante el módulo de Patrimonio. Antes de empezar el análisis debemos diferenciar entre lo que consideramos el tradicional mercado de abastos patrimonio cultural de nuestra sociedad y los actuales mercados comerciales, similares a supermercados pero situados y con una disposición similar a la de un mercado tradicional. En este trabajo nos centraremos en el mercado de abastos tradicional para su análisis patrimonial y en un último apartado, reflexionaremos sobre la transformación de los mismos. Entendemos los Mercados de Abastos como espacio público, lugar de encuentro y plaza de intercambio comercial que ha contribuido a la actual configuración de las ciudades y sus centros históricos. La Ley 16/1985, de 25 de junio, del patrimonio histórico español dedica su Título VI, integrado por dos artículos, el 46 y el 47, al llamado patrimonio etnográfico, y manifiesta que forman parte del Patrimonio Histórico Español los bienes muebles e inmuebles y los conocimientos y actividades que son o han sido expresión relevante de la cultura tradicional del pueblo español en sus aspectos materiales, sociales o espirituales. Consideramos que los mercados pueden enmarcarse en esta definición y explicaremos los motivos e implicaciones de esta afirmación en un primer apartado del trabajo. En el artículo 47 establece una clasificación de este patrimonio etnográfico y el primer apartado lo dedica a los bienes inmuebles de carácter etnográfico, que define como aquellas edificaciones e instalaciones cuyo modelo constitutivo sea expresión de conocimientos adquiridos, arraigados y transmitidos consuetudinariamente y cuya factura se acomode, en su conjunto o parcialmente, a una clase, tipo o forma arquitectónicos utilizados tradicionalmente por las comunidades o grupos humanos. Es decir, su valor como inmueble no responde a la importancia del edifico por su función o relevancia en la historia, sino en su capacidad de representar un tipo de construcción tradicional o propia de una determinada comunidad. Hemos considerado que los mercados se corresponden con esta tipología ya que albergan una actividad de intercambio económico y social característico de la cultura barrial tradicional del pueblo español y su arquitectura responde a unas necesidades concretas. En nuestro caso, nos centraremos en el Mercado de San Antón -mercado donde sitúa la institución que hemos elegido para el proyecto de fin de máster, Espacio Trapezio-; analizaremos su evolución a lo largo de los años, su disposición anterior al derribo y remodelación y la situación actual, que lo aleja de lo que entendemos como un mercado de abastos que forme parte del patrimonio histórico. Como hemos comentado, Plug in Culture tiene una especial vinculación con el mercado como espacio cultural. Espacio Trapezio, se sitúa en el antiguo mercado de abastos de San Antón, hoy reconvertido como muchos otros en un espacio comercial de ocio y consumo “gourmet”. A este respecto y tras el análisis teórico del carácter de patrimonio inmaterial y material de los mercados, queremos realizar una reflexión en torno al futuro del mercado como patrimonio de la cultura de una ciudad, sus barrios y sus ciudadanos. Centrándonos en la transformación y amenazas que han sufrido los mercados de Madrid en los últimos diez años y en qué modo la legislación vigente protege estos espacios de ser derruidos (perdiendo importante piezas de arquitectura única en la ciudad, como por ejemplo el amenazado Mercado de la Cebada en La Latina) o convertidos en superficies de consumo muy alejadas del intercambio

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cultural que suponían hace años. Tomaremos como ejemplo algunos mercados que mantienen su carácter identitario de la cultura de barrio como el Mercado de San Fernando y otros mercados que se han desprendido de su identidad cultural y se han convertido en espacios comerciales y turísticos como el mercado de San Antón o el de San Miguel. El estudio de los mercados nos conduce hacia muchas áreas de investigación diferentes como el espacio y la arquitectura, las relaciones humanas y la construcción de tejido social, la conservación de los espacios públicos, la defensa del pequeño comercio, su historia como plazas o la demanda patrimonial. Intentaremos dar cabida a todos ellos para aportar una visión general de la situación de los mercados en el contexto actual de la ciudad de Madrid.

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La ley de Patrimonio Histórico de la Comunidad de Madrid Artículo 1. Objeto. 1. La presente Ley tiene por objeto el enriquecimiento, salvaguarda y tutela del Patrimonio Histórico ubicado en la Comunidad de Madrid; exceptuando el de titularidad estatal, para su difusión y transmisión a las generaciones venideras y el disfrute por la actual generación, sin perjuicio de las competencias que al Estado le atribuyen la Constitución y el resto del ordenamiento jurídico. 2. Las Administraciones Públicas desarrollarán su actuación en materia de Patrimonio Histórico de acuerdo con los siguientes fines: a) Promover las condiciones que favorezcan el ejercicio del derecho a la cultura. b) Facilitar, difundir y estimular el conocimiento y aprecio por parte de los ciudadanos de los bienes culturales ubicados en la Comunidad de Madrid. c) Promover programas de divulgación escolar sobre los bienes culturales. d) Establecer relaciones de colaboración, cooperación y coordinación con otras Administraciones en la consecución de los objetivos de la presente Ley. e) Facilitar la participación y colaboración de los ciudadanos en la consecución de los objetivos de la presente Ley. f) Proteger los bienes culturales de la expoliación y de la exportación ilícita dentro de las competencias atribuidas a la Comunidad de Madrid. 3. Integran dicho patrimonio, los bienes muebles e inmuebles de interés cultural, social, artístico, paisajístico, arquitectónico, geológico, histórico, paleontológico, arqueológico, etnográfico, científico y técnico, así como natural, urbanístico, social e industrial, relacionados con la historia y la cultura de la Comunidad. También forman parte del mismo, el patrimonio documental y bibliográfico, los conjuntos urbanos y rurales, los lugares etnográficos, los yacimientos y zonas arqueológicas, así como los sitios naturales, jardines y parques de valor artístico, histórico o antropológico y aquellos bienes inmateriales que conforman la cultura popular, folclore artes aplicadas y conmemoraciones tradicionales. Dentro del apartado de Patrimonio Material trataremos las incongruencias que acarrea la actual actuación municipal con lo dispuesto en este primer artículo respecto al ejercicio de la cultura y la protección de los bienes culturales. El nuevo plan de modernización de los mercados municipales ha dinamitado edificios emblemáticos en favor de intereses privados y especulatorios. Plan de modernización de los mercados municipales Fue una iniciativa municipal, en colaboración con la Comunidad de Madrid, la Cámara de Comercio de Madrid, las Asociaciones de Comerciantes de los Mercados Municipales y otros agentes económicos, principalmente supermercados privados, dirigida a «modernizar las estructuras físicas y comerciales de los mercados madrileños.»

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Quiso promover la transformación de los mercados municipales, en declive comercial y obsolescencia de estructuras en el año 2003, en «nuevas estructuras comerciales modernas y competitivas, manteniendo su esencia y los rasgos que hacen de los mercados establecimientos emblemáticos, referentes para la compra cotidiana, por su entorno de cercanía y familiaridad y motores de desarrollo económico y social.» El balance oficial de ayuntamiento sacaba las siguientes conclusiones de su operación de modernización: - Beneficio económico y social (ausencia de conflictos) de permitir y respaldar la iniciativa privada en actuaciones de desarrollo económico de la ciudad. - Beneficio de la realización de actuaciones en colaboración con diferentes administraciones u organismos (Comunidad de Madrid y Cámara de Comercio e Industria de Madrid). - Éxito comercial de la diversificación de la oferta y adecuación a los hábitos de los consumidores. La realidad vecinal es otra distinta. Las necesidades reales no han sido cubiertas con los nuevos modelos. Y no son pocas las asociaciones vecinales que se han opuesto al nuevo plan de modernización, iniciando acciones donde la vecindad está muy implicada. Valga como ejemplo el conocido mercado de la Cebada. El ayuntamiento llegó a estas conclusiones tras llevar adelante una serie concreta de remodelaciones que incluían a mercados de distintas zonas de la capital. Las diversas obras de remodelación fueron incluidas en una lista que hacía una distinción en base al grado de intervención: - Mercados rehabilitados integralmente con introducción de nueva actividad comercial: Guzmán el Bueno, Numancia. Sª. María de la Cabeza, Chamberí, Puente de Vallecas, San Antón, Usera. - Mercados rehabilitados integralmente sin introducción de nueva actividad comercial: San Isidro, Tetuán. Sª. María de la Cabeza, Chamberí, Puente de Vallecas, San Antón, Usera. - Mercados en proceso de construcción: Puerta Bonita. (una vez finalizado se procederá al traslado de los comerciantes al nuevo mercado en el centro integrado de Vistalegre). - Mercados en los que se han realizado mejoras parciales (la rehabilitación integral no era necesaria): Chamartín, La Paz, Las Águilas, Las Ventas, San Pascual, Vicálvaro. - Mercados en los que se aprobó la realización de mejoras parciales en 2006, (la rehabilitación integral no era necesaria): Antón Martín, La Paz, La Remonta, Las Águilas, Las Ventas, Maravillas, Tirso de Molina y Vicálvaro. - Mercados que actualmente están en fase de proyecto de rehabilitación integral: Argüelles, Bami, Embajadores, Ibiza, Moratalaz, Orcasitas, San Enrique, Santa Eugenia, Villaverde Alto.

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Los mercados de abastos como Patrimonio Material A continuación vamos a analizar el caso extremo de dos de los más emblemáticos mercados de abastos de la ciudad de Madrid. En primer lugar analizaremos el mercado de San Miguel; situado en la zona más turística de la capital, es el único mercado declarado bien de interés cultural. Se trata del único mercado que se conserva de la época dorada de los mercados de abastos, donde la estructura de hierro forjado dotaba al edificio de un interés no solo gastronómico sino arquitectónico. Analizaremos su evolución hasta convertirse en uno de los mercados más visitados de la ciudad. Gracias a la remodelación del edificio manteniendo la estructura original. No ocurrió lo mismo con otro de los mercados de las mismas características arquitectónicas, el mercado de la Cebada; en 1956, el entonces Concejal de Urbanismo, Joaquín Campos Pareja, decidió derribar el bello mercado modernista de hierro, justificando que tenía problemas de seguridad estructural el edificio. Los comerciantes reaccionaron contra la amenaza de derribo, pagando un estudio de viabilidad del edificio, en el cual se certificaba el buen estado estructural del edifico, apuntando la necesidad de hacer ciertas reformas puntuales en su interior. Pero fue derribado en 1956, construyéndose en su lugar el actual mercado de la Cebada, de hormigón perdiendo toda la identidad con la que había nacido. En el otro extremo al mercado de San Miguel, estudiaremos el caso del mercado de San Antón. Donde la remodelación ha pasado por una edificación de nueva planta; destruyendo el antiguo mercado e ideando un concepto nuevo de mercado de abastos donde se ha dejado de lado las necesidades del vecindario en favor de un modelo de negocio exclusivista. En ambos casos, entraron a formar parte del plan de modernización y dinamización del ayuntamiento de Madrid, pero con proyectos diferentes. Los negocios de ambos estaban en franca decadencia y, mientras que en San Miguel se apostó por una restauración que conservase el antiguo mercado (casi centenario) y una nueva reestructuración de sus negocios, en San Antón, dado que el antiguo edificio estaba exento de interés arquitectónico, se apostó por una remodelación íntegra de su continente y contenido; llegando a albergar el centro cultural Espacio Trapezio, espacio que es motivo de nuestro análisis para el proyecto de fin de máster.

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A) El mercado de San Miguel Situado en la Plaza del mismo nombre, el mercado de San Miguel es un mercado único y singular de entre todos los que hay en la capital de España, de hecho está considerado Bien de Interés Cultural en la categoría de Monumento por la Ley de Patrimonio Histórico de la Comunidad de Madrid. Es un lugar especialmente destacado por dos motivos principales: arquitectónicamente no hay otro igual en Madrid ya que sólo este mercado conserva su estructura original en hierro forjado, siguiendo las tendencias europeas de principios del siglo xx ; y por su particular ubicación en pleno casco antiguo, allí donde comenzó la historia de la ciudad. Se encuentra ubicado en la plaza del mismo nombre, junto a la Plaza Mayor, en una zona llena de reminiscencias históricas y literarias, testigo del devenir de la Villa y Corte, inspiración para muchos de los grandes autores españoles desde Lope de Vega (1562-1635), -la casa donde nació Lope de Vega está frente al mercado-, hasta Benito Pérez Galdós (1843-1920). El mercado de San Miguel, de titularidad privada, cuenta con dos plantas y una superficie de 1.200 metros². Su visita es imprescindible para todos aquellos interesados en conocer lugares emblemáticos de la capital incluidos en los principales itinerarios turísticos. Evolución El mercado de San Miguel fue construido entre 1913 y 1916 bajo la supervisión del genial arquitecto Alfonso Dubé y Díez, inspirado en otros mercados europeos realizados en hierro al estilo del de Las Halles de París. Sin embargo, su actividad comercial es muy anterior ya que en su ubicación ya existía antes un mercado de comestibles al aire libre.

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En sus orígenes, el solar ocupado por el mercado fue el emplazamiento de la iglesia parroquial de San Miguel de los Octoes, lugar dónde fue bautizado el ya mencionado Lope de Vega. Si bien no se sabe si el edificio era el original, la parroquia (es de suponer que con su iglesia parroquial) ya existía a principios del siglo xiii, tal y como menciona el fuero de Madrid de 1202. Toda la zona, con el templo incluido, fue arrasada por un terrible incendio ocurrido en 1790. A pesar de ser rehabilitado, su estado siguió siendo preocupante, hasta tal punto que en 1804 Juan de Villanueva recomendó su demolición. La demolición se efectuó el 28 de noviembre de 1809 por orden del rey José I Bonaparte, dentro de su política de apertura de espacios en el casco urbano de Madrid. El solar se transformó en una plaza pública en la que se celebraba un mercado de productos perecederos, para lo que se disponían hileras de cajones de madera y tenderetes. El economista y en su día gobernador de Madrid, D. Pascual Madoz, en su Diccionario Geográfico-EstadísticoHistórico de España aseguraba en 1847 que el mercado callejero acogía ciento veintiocho cajones y ochenta y ocho tenderetes. Durante la segunda mitad del siglo xix empezaron a abrirse paso las ideas higienistas y funcionalistas de urbanistas, médicos y científicos que buscaban remediar los problemas de la suciedad e insalubridad de los mercados callejeros. El periodista y escritor madrileño Ramón de Mesonero Romanos (1803-1882), maestro de los artículos de costumbres, reflejó en numerosos escritos la penosa situación de las plazas de entonces. Además, provocaban otro grave inconveniente al interferir con el creciente tráfico rodado y peatonal de la capital, ya que los mercados atraían a nuevos vendedores y compradores que se desparramaban por las calles contiguas. Ya en 1835 el arquitecto Joaquín Henri diseñó un proyecto, que aparecería en el Diario de Avisos de Madrid, del que sólo llegaron a construirse las portadas delanteras a fin de ocultar los cajones de los puestos de los mercados de la vista de los transeúntes. Sin embargo, no será hasta la década de 1870 cuando el ayuntamiento comienza a construir mercados cubiertos, de los que a finales de siglo ya existían cuatro, todos con estructura de hierro. Se trataba de los mercados de los Mostenses (construido en 1875), la Cebada (1875), Chamberí (1876) y la Paz (1882). A pesar de la construcción de estos nuevos mercados, seguía sin haber suficientes para atender la demanda de una ciudad en crecimiento, por lo que siguieron existiendo mercados al aire libre en las plazas públicas.

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El mercado de San Miguel fue inaugurado el 13 de mayo de 1916. Había sido construido en dos fases (la primera finalizada en 1914) para no interrumpir el funcionamiento comercial del mercado. Sus elementos más característicos son los soportes de hierro de fundición de la estructura, la composición de las cubiertas, el sistema de desagües y la crestería cerámica que corona la cubierta. El coste de las obras fue de trescientas mil pesetas de la época. El acristalamiento exterior es posterior. San Miguel es la única muestra de su tipo que queda aún en la ciudad de la denominada arquitectura del hierro, ya que todos los mercados cubiertos construidos en el último tercio del siglo xix fueron demolidos y, en general, sustituidos por nuevas construcciones. En 1999 la Comunidad de Madrid abordó con fondos europeos y de los propios comerciantes una remodelación que ascendió a 150 millones de pesetas de la época y que devolvió al mercado su aspecto original. Sin embargo, su actividad comercial fue decayendo poco a poco ya que sus instalaciones no podían competir frente a los modernos supermercados y centros comerciales.

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B) El de mercado de San Antón El mercado de San Antón está ubicado en el barrio de Justicia, en la zona de Chueca, y durante su larga historia ha sido el gran surtidor de alimentos de la zona, abasteciendo viviendas, negocios y restaurantes. Actualmente ocupa el solar que produce la intersección de las calles Augusto Figueroa, Barbieri y Libertad, pero no siempre fue así. Durante los siglos xviii y xix, los emigrantes que llegaban a Madrid procedentes del campo fueron asentándose poco a poco en las zonas limítrofes de la antigua muralla y el Palacio Real. Así surgieron los nuevos mercados, por necesidad, simplemente para suplir las carencias de una población que poco a poco iba creciendo y a la que había que alimentar. Se situaban al aire libre, en calles y plazas y sus puestos estaban hechos de cajas de madera y lonas, a modo de tenderetes. Huevos, pollos y pescados llegaban a la ciudad en carros procedentes de las diferentes provincias, entre ellas las famosas pescaderas de la región de Maragata. A mediados del siglo xix comienzan también a surgir las ideas higienistas promovidas por médicos y científicos y la idea de cubrir, tapar, proteger y limpiar los mercados comienza a extenderse. Viendo la necesidad de aliviar a las viviendas colindantes de la suciedad y malos olores que producía el mercado callejero se construyó un primer edificio, un primer mercado muy básico en la calle de Augusto Figueroa con la actual calle de Pelayo, antigua de San Antón. Durante un siglo este pequeño edificio fue el mercado de abastos de la zona aunque con su construcción no se consiguió que tenderetes y puestos dejaran de

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ejercer su actividad comercial en la calle. Finalmente el Ayuntamiento de Madrid cedió un solar más amplio para la construcción de un nuevo edificio, el segundo, en la manzana aledaña, entre la calle Libertad y Barbieri, en un solar que había dado cobijo a un convento, un gimnasio, una fábrica de madera y unas viviendas. Un nuevo edificio para una nueva etapa La obra fue proyectada por el arquitecto Carlos de la Torre y Costa en el año 1943 y su construcción finalizó en el año 1945 siendo el propio alcalde, D. Alberto de Alcocer y Ribacoba, el encargado de presidir el acto. El nuevo edificio, desafortunadamente, carecía de carácter e interés arquitectónico. Fue construido íntegramente en hormigón y se recurrió al continuo uso de pilares para disminuir al máximo la utilización de acero, un metal que como consecuencia de la situación que vivía España y Europa en esos años, era muy difícil conseguir por escasez y precio. El continuo despliegue de pilares en las plantas entorpecía enormemente el paso y la visibilidad de los puestos. El suelo, de terrazo, añadía simpleza a un edificio que no contaba con ningún material noble. A pesar de ello, el mercado gozaba de gran popularidad, abastecía a los mejores restaurantes de la zona y se convirtió de nuevo, en una plaza pública de encuentro donde los vecinos se daban cita diariamente. A comienzos de los años 70 la vida del barrio comenzó a degradarse, viviendo su época más decadente en los años 80. El mercado de San Antón fue testigo de la desaparición del comercio de la zona y aunque estaba protegido por sus amplios muros de ladrillo no pudo evitar los efectos de las grandes expansiones urbanas, ya que al igual que los demás mercados de abastos, se fue quedando poco a poco desplazado de las vías de acceso, sin espacio para el tráfico y el tránsito, encerrándose y asfixiándose en su entorno. El anterior modelo de negocio dejó de funcionar y los comerciantes poco a poco fueron cesando su actividad. El mercado de San Antón, a pesar de su excelente ubicación, presentaba graves deficiencias estructurales, funcionales y de accesibilidad. Desde su apertura en 1945 no había sido reformado, su diseño generaba molestias a los vecinos, y su actividad comercial estaba en franco declive. En el momento de su demolición en julio de 2007 sólo estaban ocupados 6 de sus 38 puestos. En el año 2004 el Ayuntamiento de Madrid incluyó al mercado de San Antón en su Plan de Modernización y Dinamización de los Mercados de Madrid considerando en un primer momento restaurar el antiguo mercado. Finalmente las necesidades que urgía implantar en el nuevo edificio hicieron inviable esta opción y se decidió construir un mercado adaptado al nuevo barrio y a los nuevos tiempos. El nuevo mercado La zona donde se ubica el nuevo mercado de San Antón se caracteriza urbanísticamente por tener uno de los tejidos de viviendas más homogéneos de Madrid. Viviendas antiguas, propias del último tercio del siglo xix, muy al gusto de la época, con sus balcones…

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Pero en este Madrid tan castizo y galdosiano poca importancia se prestaba al carácter y estética de los edificios públicos, siendo el caso del mercado de San Antón un ejemplo más que significativo. Conscientes de esta realidad, los arquitectos de este nuevo proyecto, afrontaron la nueva intervención del mercado de San Antón tratando de entrar en sintonía con el barrio desde el contraste matizado y sin estridencias. Una vez se decidió derrumbar el anterior edificio fue prioritario insertar el edificio de forma armoniosa en la trama de la zona, a sus distintas direcciones, manzanas y calles colindantes. El resultado es un original movimiento de fachada que da al edificio cierto aire de escultura, movimiento que surge de forma original por la naturaleza del propio espacio que ocupa. Esta inserción en el entorno permite la configuración de una terraza inmensa en los frentes de Augusto Figueroa y Barbieri, 325 metros² de superficie, que van a convertir al mercado de San Antón en un balcón privilegiado del barrio de Chueca. Pero donde el mercado se hace de verdad público en sus entradas, magníficas en tamaño y en disponibilidad. Estas puertas están dotadas, en primer lugar, de un tamaño descomunal, recordando o imitando las de los edificios históricos. En segundo lugar, están pensadas para que puedan plegarse en su totalidad y permanezcan abiertas de continuo.

Sin embargo, la necesidad de adaptarlo y convertirlo en una nueva plaza pública de encuentro ha hecho que la verdadera importancia recaiga en el interior del edificio. La escala y disposición de las entradas junto a la poca ornamentación de la fachada provoca una reacción de sorpresa en el visitante que entra por primera vez. Una sensación que viene otorgada por la disposición de la terraza y su lucernario central, cuya visibilidad desde el patio resulta vital para que el mercado sea entendido como una unidad y no como un mero centro comercial. Cada local y cada actividad deben encontrar sinergias con el resto de las actividades. Ésta fue una de las muchas causas que provocó el fracaso de los mercados tradicionales, olvidarse de la importancia del conjunto por encima de cada uno de los personajes. Gracias a esta disposición

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de las zonas interiores se logra una amortización del espacio y del nuevo edificio: el anterior contaba con 2.800 metros útiles, el nuevo con 6.200 m². En cuanto a los materiales utilizados ha primado la elección de un material terroso, el ladrillo macizo de tejar. La disposición del ladrillo está originalmente lograda, ya que viene pautada por la trama metálica logrando un aparejo nada tradicional en su conjunto. El segundo material en importancia es una base de fundición de basalto fundido, en color negro, un material inédito en nuestra ciudad que es, además, ejemplo de cómo los materiales reciclados pueden lucir y presidir edificios públicos. Proviene de los residuos de las fundiciones y es un material volcánico con nula absorción de agua, lo que permite que un espacio sensible a la suciedad como es un mercado tenga un suelo impermeable en su conjunto. El diseño del interior de los puestos viene protagonizado por una mirada uniforme y personalizada de cada uno de los establecimientos. Los catorce mostradores de la primera planta y los diez de la segunda están diseñados con encimeras de corian blanco, azulejos viselados también de color blanco y cuentan con unos cierres de rejilla y acero inoxidable común a todos ellos.

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Patrimonio Cultural Inmaterial El patrimonio cultural inmaterial es transmitido de generación en generación, lo recrean permanentemente las comunidades y los grupos en función de su medio y la interacción con la historia, la salvaguardia de este patrimonio es una garantía de sostenibilidad de la diversidad, a partir de esta teoría se analizan diferentes conceptos que giran en torno a la los elementos que construyen y hacen parte de la cultura como patrimonio inmaterial, la música, el baile, las tradiciones que se fortalecen con el pasar de los años a través de familias, pueblos y naciones. En este contexto, se quiere exaltar el papel que cumplen los mercados típicos de Madrid, como parte del patrimonio inmaterial de la capital española. El mercado de San Fernando, el de la Cebada o el de San Antón son parte del amplio grupo de mercados que los madrileños durante décadas han construido, fortalecido y enmarcado como patrimonio. Son elementos que en conjunto constituyen una representación importante del patrimonio cultural de nuestra sociedad. Son también prácticas sociales que giran en torno a nuestras particularidades culinarias y populares que se avivan diariamente. Según palabras de Néstor García Canclini «la identidad es una construcción que se relata, en la cual se establecen unos acontecimientos fundadores, casi siempre referidos a la apropiación del patrimonio dentro de un territorio a la independencia lograda enfrentando a los extraños». Entendemos los mercados como ese territorio ganado por el pueblo a lo largo de los años, a través de al uso comercial y social que se da al espacio. Por otra parte, es indudable el valor patrimonial que la gastronomía encierra. Es considerada un valor intangible porque, si bien está materializada en tomates, utensilios, platos típicos y recetarios, conlleva todo un contexto, legado de historias, conocimientos, vivencias y prácticas tradicionales que incluyen el mercado como punto de encuentro y gestación gastronómica. La dinámica del mercado de abastos con el encuentro social marcado por el intercambio de recetas y conocimientos culinarios afecta a los modos de alimentación que en España han sido parte importantísima de nuestra identidad cultural. No en vano, la dieta mediterránea fue incluida en la Lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad tras presentar una candidatura conjunta con Italia, Grecia y Marruecos. El nuevo modelo marcha en sentido opuesto a la Declaración Final del Foro Mundial sobre Soberanía Alimentaria, celebrado en Septiembre de 2001, donde la FAO define la soberanía alimentaria como: El derecho de cada pueblo a definir sus propias políticas y estrategias sustentables de producción, distribución y consumo de alimentos que garanticen el derecho a la alimentación de toda la población, con base en la pequeña y mediana producción, respetando sus propias culturas y la diversidad de los modos campesinos, pesqueros e indígenas de producción agropecuaria, de comercialización y de gestión de los espacios rurales, en los cuales la mujer desempeña un papel fundamental. La propia UNESCO se ha encargado por su parte de aclarar que la amplia tipología existente de patrimonio cultural comprende también tradiciones o expresiones vivas heredadas de nuestros antepasados y transmitidas a nuestros descendientes. En 1998 la UNESCO estableció una distinción internacional, la «Proclamación de obras maestras del patrimonio oral e inmaterial

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de la humanidad», en la que se incluyen los lugares culturales donde tradicional y periódicamente se llevan a cabo actividades de carácter cultural y comunitario, por ejemplo, donde los cuentacuentos narraban sus relatos, donde se celebran rituales o festivales y, muy significativamente, incluye los mercados. De hecho, en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad existe un mercado reconocido como tal, el mercado de Houtem, en Bélgica, debido a que cumple las características necesarias. Los mercados de abastos, han constituido durante años, los espacios de intercambio comercial en nuestra ciudades. Han sido conocidos como las plazas de los pueblos, barrios y ciudades. Eran los sitios de reunión, donde acudían los pequeños productores, para vender sus productos alimentarios frescos, estableciendo una conexión directa entre éstos y los consumidores finales. Con el tiempo esta situación derivó en la generación de pequeños distribuidores, comerciantes minoristas que mantenían la relación directa con el productor y su cliente. El concepto de patrimonio cultural inmaterial está conformado por la dimensión o parte intangible del denominado patrimonio etnográfico o etnológico. No obstante, dentro de este más amplio grupo, la diferencia fundamental radica en que el patrimonio cultural inmaterial acompaña a las sociedades en su historia y en la formación y fortalecimiento de su identidad, de modo que es indiscutible que los mercados forman parte de aquellos bienes patrimoniales que, pese a ser intangibles, siguen vivos en la vida diaria de una comunidad ya que son los habitantes (actores directos) quienes construyen dentro de este espacio sus prácticas cotidianas, aquello que forma parte de una historia común y de una cultura propia, logrando así un reconocimiento y puesta en valor. Según palabras de Martín Barbero «se debe descubrir y analizar el sentido de la diversidad cultural desde la alteridad, entendiendo y defendiendo las culturas subalternas y de la otredad como un desafío respecto a las culturas hegemónicas». Por ello, planteamos el término patrimonio intangible desde un reconocimiento y valoración de la diversidad en la ciudad y a partir de esto, recobrar los símbolos, expresiones, recuperar la riqueza, la memoria, y saberes acumulados y transmitidos en el tiempo y el espacio. Canclini defiende un mundo donde la certezas locales pierden su exclusividad y pueden por eso ser mezquinas, donde los estereotipos con los que nos representábamos a los «otros» -en el sentido en el que Kapucinski denominaba a las culturas ajenas a la nuestra- se descomponen en la medida que nos cruzamos con ellos a menudo. Un mundo que acoja la diversidad, la tradición y la vanguardia, en su seno, presenta la ocasión (sin muchas garantías) de que la convivencia global sea menos intolerante y con menos mal entendidos, que en los tiempos de la colonización y el imperialismo. Para ello es necesario que la globalización no enguya de los imaginarios con que trabaja y la interculturalidad que moviliza. Siguiendo este concepto, el patrimonio cultural se entiende como una construcción social compleja, donde las ideologías y prácticas son los verdaderos protagonistas sociales en determinados contextos históricos, y por tanto, cambiantes en el tiempo y el espacio. Ello implica también el reconocimiento de los conflictos que puedan surgir por consecuencia a estos cambios, tanto en la definición del concepto como en la relación que los habitantes de un territorio de patrimonio cultural. Pero estos conflictos deben incluir en su resolución a los miembros de la comunidad en que surgen, teniendo en cuenta sus costumbres y tradiciones, que forman

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parte de un patrimonio cultural, que ha de ser protegido por los estados, sobre todo cuando los conflictos se presentan. Actualmente, en Madrid los mercados populares se ven amenazados a desaparecer a causa de la economía global y la concentración de la riqueza. La globalización provoca una competitividad que pone en desventaja a los pequeños comerciantes que forman parte de los mercados de abastos durante décadas. En esta situación de conflicto el ayuntamiento no está protegiendo si no actuando en contra de lo que los madrileños consideran parte de su historia y su patrimonio, sin mencionar que, por otro lado, los mercados son parte tradicional de los equipamientos municipales públicos. Los grandes almacenes comerciales conocen el atractivo de los mercados de abastos como epicentro de los intercambios económicos y su primer impulso es comprarlos y apropiarse de ellos. Aquí es donde el ayuntamiento de Madrid debe actuar y tomar las medidas adecuadas para defender su estatus de patrimonio cultural de los ciudadanos y no el modelo de negocio que los grandes agentes de la economía pretenden imponer. Sin embargo, y como veremos en el siguiente apartado, las leyes y normativas más recientes no parecen perseguir su protección.

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El futuro de los mercados de abastos en Madrid En un mundo globalizado en que sólo tiene valor aquello que resulta rentable de uno u otro modo, y en que el valor de lo consuetudinario o lo tradicional cede ante la reducción de costes y queda sólo como un producto del marketing y la publicidad, resulta aún más importante la protección del patrimonio intangible a nivel internacional. Sin embargo, existe en muchos estados una insuficiencia o inexistencia de normas estatales o subestatales que garanticen la pervivencia de actividades sociales con un valor más allá del puramente material y económico. En España, como no iba ser menos, tampoco existe una legislación estricta y clara al respecto. Las disposiciones de la UNESCO promueven e incentivan que los países establezcan sus propios inventarios de su patrimonio inmaterial y adopten medidas para protegerlo, y promoviendo la participación de los artistas y creadores locales. Es contradictorio observar como la protección del patrimonio inmaterial viene casi siempre fomentada desde la ciudadanía y amenazada por los poderes públicos. En el caso de los mercados, donde hay tantos intereses económicos y comerciales de por medio, la situación es aún más crítica. Y los conflictos están hoy en día en pleno debate popular. Como ya mencionamos, con la inclusión de un mercado (el mercado de Houtem, Bélgica) en la Lista Representativa, la UNESCO defiende la importancia los mercados para la identidad de la comunidad, que los consideran un elemento esencial de su patrimonio cultural inmaterial. En Madrid no sobran las muestras por parte de los ciudadanos que reclaman la defensa y conservación de los mercados como parte de la cultura de la ciudad y por otra parte como servicio básico que se debe asegurar al ciudadano. La Plataforma por la Defensa de los Mercados Tradicionales o la Asociación Madrid, Ciudadanía y Patrimonio (en defensa del patrimonio histórico, artístico, cultural, social y natural de la Comunidad de Madrid) son ejemplos claros de la importancia que los ciudadanos dan a los mercados. Sin contar con los muchos ejemplos individuales que vivimos cada día, cómo esta carta al director de una vecina del barrio de Chueca que se queja de la remodelación del mercado de San Antón y su poca consideración hacia el barrio y sus habitantes. Pretende contribuir a que se tome conciencia de la importancia de mercados similares, reforzando así el diálogo intercultural. Se trata por tanto de patrimonio cultural inmaterial que las comunidades y los Estados Partes consideran que necesitan medidas de salvaguardia urgentes para asegurar su trasmisión. Su necesidad de especial protección se debe a la natural fragilidad de aquello que no encuentra sustento físico, su protección como factor de proyección de la diversidad cultural frente a una globalización que, desde lo económico y con la ayuda inestimable de las tecnologías de la información y la comunicación, promueve de manera cada vez más agresiva una homogeneización de la sociedad de acuerdo a unos cánones o estándares globales de base eminentemente material. Esto sin duda, tiende a su vez a minimizar el valor de aquello que no es cuantificable, exportable o comercializable, en definitiva, aquello cuyo valor es inmaterial.

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La inclusión en esta lista de un mercado de similares características e implicaciones en la cultura y comunidad local nos sirve para hacer hincapié en la necesidad de una protección legal por parte de las autoridades de estos mercados de abastos tradicionales. Algo que en Madrid está lejos de suceder. Cómo hemos visto anteriormente, la Ley de Patrimonio Histórico española, en el apartado 3 del artículo 47, reconoce valor etnográfico y consecuentemente protección por parte de las Administraciones públicas a aquellos conocimientos o actividades que procedan de modelos o técnicas tradicionales utilizados por una determinada comunidad. Sin embargo, aquí la protección resulta prácticamente inexistente, pues la Ley se limita a prever que las Administraciones competentes adopten medidas para el estudio y documentación científica de estos bienes cuando se hallen en previsible peligro de desaparecer, limitando por tanto la actuación administrativa a un registro de defunción o una crónica histórica de costumbres que tuvieron valor pero cayeron en desuso y no han merecido una pervivencia sino una mera conservación gráfica. Antes de analizar la situación de vulnerabilidad de los mercados en Madrid y su inestable futuro, debemos explicar cómo es su funcionamiento en términos de gestión económica. Los mercados de abastos son dotaciones municipales públicas, es decir, que pertenecen o, al menos, están al servicio del ciudadano. Funcionan de la siguiente manera: su gestión es cedida durante 50 años a las asociaciones de comerciantes y los nuevos proyectos deben entrar en el mercado en régimen de concesionarios, con iguales condiciones, derechos y obligaciones que los antiguos comerciantes. Si eres comerciante decides en la asamblea todo lo que sucede en este espacio que te es cedido. Es un servicio público para el barrio. Sin embargo, en Madrid la Nueva Ordenanza de Mercados Municipales aprobada en diciembre de 2010 permite a los concesionarios alquilar los puestos y comerciar con el derecho de uso, una medida orientada a la privatización encubierta de nuestros mercados. Esto ha supuesto en mercados como el de San Antón o San Miguel la especulación sistemática con los puestos, llegando a precios en torno a los 3.500 euros en San Miguel y a la venta de toda una planta del de San Antón al Corte Inglés. Otros mercados como el de San Fernando han luchado con el apoyo de las asociaciones de comerciantes y vecinos para proteger al mercado de la entrada de especuladores comerciales que disparen los precios. De este modo han mantenido el alquiler en unos precios asequibles (en torno a 300 euros) permitiendo además, la entrada a nuevos proyectos que defienden el comercio de cercanía y de barrio, pero que no sólo abastecen de alimentos sino que introducen proyectos culturales que promueven la diversidad y atraen a la nuevas generaciones. «La diversidad comercial es, en sí misma, de una enorme importancia para las ciudades, tanto social como económicamente. No obstante, siempre que descubramos un distrito urbano con una variedad exuberante de comercios, también descubriremos una amplia gama de otros tipos de diversidad, como oportunidades culturales de diferentes clases, variedad de escenarios y ambientes, y, sobre todo, una gran variedad de personas y usuarios. Esto es algo más que una simple coincidencia. Las condiciones físicas y económicas que generan la diversidad comercial están íntimamente ligadas, al mismo tiempo, a la producción, o a la presencia, de otras clases de variedad urbana». Jane Jacobs El funcionamiento de los pocos Mercados de Abastos que se mantienen en la actualidad, es un ejercicio de variedad en la oferta de productos frescos, además de ser de los pocos espacios públicos que van quedando, que permiten la construcción de tejido social. Sin embargo, con la transformación radical que han sufrido en los últimos años, el vecino de barrio, poco a poco va dejando de encontrar en su entorno una forma directa de abastecimiento que le permita ga-

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rantizar su alimentación básica, sin tener que ir a una mediana superficie. El vecino de barrio es excluido en un proceso similar al producido por la gentrificación. Este proceso de gentrificación se asemeja a una especie de desmantelamiento del patrimonio etnográfico de la ciudad. Este comienza con la propia actividad residencial de los barrios históricos, desplazada ante la ausencia de servicios y la concentración comercial que sufren, lo que elimina progresivamente la pluralidad real de la ciudad. La homogeneización de los barrios implica

La Casquería, tienda de libros al peso en el Mercado de San Fernando

Sandwich Mixto, tienda de fanzines en el mercado de Antón Martín

que los espacios culturalmente diversos solo perviven en la medida en que se rearticulan como formas de la cultura de consumo, pero nunca manteniendo sus rasgos identitarios culturales tradicionales. Así ocurrió en el barrio de Chueca y así sucede actualmente en Triball (nueva denominación para los alrededores de la Plaza de la Luna), cuya marginalidad y capacidad subversiva se canaliza en una imagen «multicultural» y sofisticada lista para exportar: el gueto transformado en barrio trendy. Nuevos agentes y fuerzas comerciales se apropian del espacio de los ciudadanos

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para dejar paso a turistas, artistas, comercios y negocios varios, nutridos por la moda pasajera, echando abajo un entramado social que ha formado parte de la historia de la ciudad a lo largo de los años. Como epicentro de esas redes de relaciones sociales se encontraban los mercados, donde se llevaba a cabo el intercambio de bienes y servicios y los ciudadanos se abastecían de los productos básicos. Por ello, el mejor ejemplo de esta tendencia al desmantelamiento de lo tradicional lo representa el Plan Municipal de Innovación y Transformación de los Mercados de Madrid de 2003 que permitió derruir los mercados de abastos del centro histórico para construir en su lugar edificios icónicos de nueva factura. Así, el mercado de Barceló se convirtió en el «Centro Comercial Mercado de Barceló», como también se planea con el de La Cebada o Mostenses, en un proceso paralelo al que sufrió el mercado de San Miguel o el de San Antón, que de dar servicio a los habitantes de la zona se transformó en un espacio delicatesen con productos y precios dirigidos al visitante ocasional. El programa se completa con el Plan FICOH de Modernización y Promoción del Comercio, que propone ayudas económicas al pequeño comercio para su integración en centros comerciales y centros comerciales abiertos, así como su inclusión en circuitos turísticos y su «adecuación» tecnológica y estética. Y en último lugar la Nueva Ordenanza de Mercados Municipales de diciembre de 2010 sigue avanzando en el camino a la privatización de lo que formaba parte de los equipamientos públicos y del patrimonio etnográfico de la ciudad.

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Conclusión En conclusión podemos afirmar que el modelo de centro comercial al que se dirige Madrid con sus diferentes políticas municipales relativas a la gestión de los mercados y el comercio en la ciudad, no respeta la soberanía de los pueblos sobre su patrimonio cultural inmaterial, que incluye todos estos conocimientos y actividades relativos a los modos de alimentación y a las relaciones comerciales entre productores, distribuidores y clientes en un mercado tradicional que crea comunidad. La defensa del patrimonio etnográfico es aún más importante para el ciudadano de hoy en día, pues en muchas ocasiones de su conservación depende el mantenimiento de los últimos espacios que nos quedan como lugares de encuentro y construcción de lo social. Más allá de un horario de visitas al monumento histórico de turno, el patrimonio etnográfico es resultado del intercambio social y el devenir cultural de un pueblo. Como bien apunta el artículo 47 de la Ley de Patrimonio Histórico, aquellas edificaciones e instalaciones cuya factura se acomode, en su conjunto o parcialmente, a una clase, tipo o forma arquitectónicos utilizados tradicionalmente por las comunidades o grupos humanos han de ser igualmente salvaguardadas, pues acogen el verdadero ser y estar de una comunidad. Si desaparecen ellas, desaparecen las culturas tal y como las conocemos porque de la sustracción física del espacio público deriva la desaparición del escenario donde una ciudadanía puede desarrollarse como sociedad. El patrimonio etnográfico, más allá de los monumentos históricos, es la base de una sociedad con una herencia cultural, unas tradiciones y unos modos de hacer identitarios y consuetudinarios.

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Este trabajo ha sido realizado para el Máster de Gestión Cultural de la Carlos iii por Laura San Román, Leticia García, Nadia Forero, Rafael Agudo, Violeta Gil, Belén Giraldez, Rosario Weis


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