Rayuela. Definiciones y apuntes. Diccionario de conceptos. Isaac Levín . 1a. ed. digital. 2016

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por supuesto, no había aviones para pasajeros, no se podía viajar en barcos porque los submarinos alemanes los hundían a todos. Tuvimos que quedarnos en Barcelona, y mis primeros confusos recuerdos de niño, muy pequeño, son recuerdos de Barcelona. A los cuatro años volví a la Argentina, me olvidé del francés, que era el idioma que yo había hablado en ese tiempo, y me convertí en lo que soy: un argentino.

Hice mi educación primaria y secundaria en la Argentina. Por cierto, aprovecho para aclarar un malentendido, porque justamente el otro día, aquí en Cuba, unos compañeros me dijeron: “Se ve por tu acento, por la manera de pronunciar la erre, que tu vives hace 25 años en Francia”. Yo les dije: “No es así, es un defecto de nacimiento, y no tiene que ver nada con el francés”. Cuando yo era niño no había eso que se llama foniatra, que ahora en unos pocos meses arregla ese problema en un niño. Ya cuando eres adulto eso es más difícil. Yo sé que con buena voluntad, haciendo ejercicios, en un año podría, pero verdaderamente estoy muy viejo para hacerlo, y entonces que me aguanten el acento. Finalmente, lo comparto con Alejo Carpentier, que también lo tiene.

—Después, ya en la Argentina, tú iniciaste tus estudios primarios, secundarios. ¿Puedes hablarnos de esta época de colegial? Bueno, mi familia se fue a vivir a un suburbio de Buenos Aires, un pueblito llamado Banfield, que era casi el campo en aquella época. Nosotros éramos, ya te darás cuenta por lo que te conté de mi familia, no burgueses, sino pequeños burgueses. Mi padre se fue de mi casa cuando yo tenía seis años, y nos quedamos solos mi madre, mi hermana y yo, lo cual obligó a mi madre a ponerse a trabajar para educarnos. Yo me eduqué en escuelas primarias oficiales, populares. —Como las llamábamos en Cuba: escuelas públicas. Exactamente, escuelas públicas. Tuve suerte, porque si la familia hubiera seguido digamos en las condiciones en que estábamos cuando mi padre trabajaba en la diplomacia, probablemente me hubiesen mandado a esas escuelas pagadas inglesas o alemanas o francesas, donde me hubieran deformado mucho más que en escuelas públicas en que yo me crié en compañía de compañeros que eran gente muy humilde, muy pobres, hijos de obreros, hijos de pequeños empleados. Todo eso fue muy bueno, pues desde niño yo estuve en contacto con capas populares y completamente separado de esa cosa más sofisticada en la que probablemente me hubiera movido. Luego, cuando terminé la escuela primaria, entré en una escuela normal, y me recibí de maes-

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