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La historia de Davidias e Ysidorus
Cuenta la leyenda que, en un reino llamado Mataronius, había un joven caballero, Davidias, que tenía la aspiración de conseguir el trofeo más preciado de todo el reino, una joya que ofrecía la princesa del pueblo, un diamante que se llamaba Amor Eterno. Si quería conseguirlo, tenía que superar el reto que la princesa proponía: acabar con cinco dragones que atacaban a toda la población de Mataronius.
Isidoro Aranda
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Isi, home, 33 anys. Professor de Física i Química a la ESO. Activista dins de l’associa- ció Mataró LGTBI+. En una relació amb un altre home, el destinatari del text, en el seu primer aniversari com a parella. Aficionat als videojocs en línia, la salsa i la bachata, l’esport i les trobades amb amics.
Un día Davidias se hallaba en una taberna meditando como llevar a cabo tan difícil tarea. Mientras planificaba su objetivo, apareció un aprendiz de caballero, Ysidorus, algo más joven que él. No se sabe qué vio Davidias en él, que le propuso casi de inmediato que luchara junto a él contra los dragones para conseguir el Amor Eterno. El primer dragón al que se tuvieron que enfrentar se llamaba Dudas. Cuando llegaron ante él, el aprendiz pensó que quizás no valía la pena enfrentarse a esa bestia para conseguir el Amor Eterno, pero Davidias, que era un caballero más experimentado, sin planteárselo dos veces, cogió su espada y se lanzó a rebanar el cuello de su primer enemigo, para demostrar a Ysidorus que, con valentía, no había dragón que pudiese hacerles daño. Juntos fueron a por el segundo dragón, llamado Celos. Este dragón tenía dos cuernos enormes en su cabeza. Davidias había sido herido hacía años por otro dragón con cuernos, una cicatriz en su pecho se lo recordaba, y este dragón le paralizó. Pero entonces Ysidorus, que no cargaba con esa herida, quiso demostrar que él también podía matar dragones y se enfrentó al dragón arrancándole los cuernos, anulando a Celos, para que ni Davidias ni nadie temiese otra herida igual nunca más. Cuando descubrieron que ambos podían luchar, fueron a por el tercer dragón: Complejos. Éste tenía una gran barriga, pelos y miembros desiguales, y era tal la rabia que sentía este dragón por no ser como los dragones más fuertes del reino, que resultaba el más difícil de matar por estar lleno de ira. Así pues, los dos protagonistas cambiaron de estrategia. Luchando contra él cerca de un lago, le sujetaron la cabeza y le forzaron a mirar su propio reflejo en las aguas hasta que Complejos aprendió a quererse, desactivó su ira y dejó de ser peligroso para ellos y para el resto del reino. El cuarto dragón se llamaba Autoexigencia. Tenía una boca enorme con la que podía comerse a cualquier soldado, por duro que fuera, y obligaba a los habitantes del reino a hacer tra-


bajos que no les eran propios provocando una gran frustración: al panadero a hacer armaduras, a la granjera a ir a la guerra y al médico a domar caballos. Estudiando a Autoexigencia, observaron que su único peligro radicaba en su gran boca. Davidias e Ysidorus se armaron con unas cuerdas y decidieron cerrarle el hocico para que no pudiese enviar mensajes de frustración nunca más. El panadero volvió a hacer pan, la granjera a cuidar de su huerto y el médico a salvar vidas, y fueron tan felices haciendo lo que querían hacer que nunca más volvieron a sentirse frustrados. El quinto y último fue el más difícil. Tenían que acabar con el dragón llamado Libertad. Libertad era un dragón blanco, alado, precioso, al que le encantaba volar a otros pueblos, pasearse y perderse durante días por todo el mundo enseñando sus alas. Este dragón siempre había fascinado a Ysidorus, y éste se veía incapaz de matarlo. Ante la pasión de Ysidorius por la bestia, Davidias decidió que con Libertad lo harían diferente: a ese dragón había que domarlo sin herirlo. Un día en el que Libertad estaba descansando en una montaña, Davidias e Ysidorus se le acercaron sigilosamente por detrás y se subie- ron ambos a su lomo, lo ataron y le pusieron dos
sillas de montar. Empezaron a alimentarlo y a cuidarlo, hasta que Libertad aceptó a Davidias y Ysidorus como sus nuevos cuidadores, sus nuevos amigos, y que no había razón para pelear ni con ellos ni contra ningún otro humano. Los caballeros y el dragón forjaron una preciosa amistad. En ocasiones, Ysidorus se subía a Libertad y se iba a volar, le encantaba sentir el viento frío en su cara mientras volaba sobre en dragón. Durante esos viajes Libertad nunca olvidaba a Davidias y, más tarde o más temprano, el dragón daba un giro brusco en pleno vuelo y volvía a Mataronius para encontrarse con su añorado. Libertad ya no concebía la vida sin sus nuevos amigos juntos. Con el control de los cinco dragones, los protagonistas fueron al castillo a buscar la recompensa. La princesa, conocedora ya de sus hazañas, tenía su trofeo preparado: el diamante Amor Eterno. Cuando llegaron Davidias e Ysidorus, la princesa les dijo que habían superado con éxito el reto planteado, que se desposaría con cualquiera de ellos y que el elegido podría quedarse en el castillo viviendo como príncipe. Los caballeros se miraron inmediatamente. Eso no era lo planeado. Ninguno de los dos quería casarse con la princesa, ni querían quedarse en el castillo si tenían que separarse y no volver a verse. La princesa, enfadada por el desplante, les dijo que si no aceptaban su condición no les entregaría el diamante Amor Eterno. Los archivos municipales no recogen muchos documentos que expliquen el final de la leyenda. Los habitantes de Mataronius cuentan que los jóvenes caballeros renegaron de su trofeo y que jamás volvieron al castillo ni a por la joya que se les había prometido. Dicen también que, el día de Sant Jordi, si se mira al cielo, todavía se les puede ver cogidos de la mano, subidos a Libertad, surcando el cielo en busca de más dragones contra los que combatir juntos.”
