de resolver el impasse era mediante la intervención del virrey, el Conde de Santisteban.15 Este último, que gobernaba durante las primeras fases de la visita, no era la persona ideal para mediar entre los funcionarios enfrentados. Él era un hombre piadoso y casi tímido, que evitaba las controversias siempre que fuera posible. Nada hábil en las maniobras políticas, y particularmente en Lima, Santisteban consideraba que los políticos peruanos eran excesivamente egoístas y difíciles. En lugar de ello, confiaba en asesores vigorosos, como Álvaro de Ibarra, el inquisidor general del Perú, y posteriormente en Juan de Cornejo.16 Santisteban confiaba en él porque creía que era indispensable realizar una visita general. El virrey era un trabajador diligente, con particular interés y habilidad en las cuestiones financieras. En realidad, él había estado llevando a cabo su propio estudio de las finanzas virreinales antes del arribo de Cornejo, y aparentemente vio en él un aliado en su intento de reformar el sistema de hacienda. El puritano virrey, asimismo, desconfiaba de Manzolo, de quien temía ya había sido cooptado por las élites locales. Como dijera al rey en 1664, “Mucho ha de aprovechar para todo la venida del Sr. Dr. Don Juan Cornejo, que parece ministro muy recto y bien intencionado. Algo se mostró esquivo a su entrada el Contador Francisco Antonio Mançolo, puede ser inducido de otros contra su natural y buen concepto que yo tengo hecho de él. Ahora se ha casado con una hija de otro contador, que lo fue de este tribunal...”.17 Con el patronazgo del virrey, Juan de Cornejo se fue haciendo más audaz y pretencioso en Lima. Por ejemplo, en 1666, los miembros de la Audiencia se quejaban de que Cornejo intentaba opacar al mismísimo virrey en los actos públicos. También usaba libremente su título de fiscal del Consejo de Indias, aun cuando se trataba solo de un nombramiento futuro, y asumía las prerrogativas de una persona noble, tales como sentarse en una silla con cojín de terciopelo en un lugar de honor delante del virrey. Además, tuvo la temeridad de dirigirse a la Audiencia mientras se
15. Ibíd. 16. Mendiburu 1874, 2: 413-28; Lohmann Villena 1946: 66. 17. Hanke y Rodríguez 1978-80, 4: 155. 212 | KENNETH J. ANDRIEN