Pizai a, el Rey de la Baraja otra que va constituyendo su homogeneidad, coa !o que se cumple su teoría de la circulación de las élites. La historia política resulta así un cementerio de IX* cnerdo con Pareto, las élites noson necesariamente econónu.as o de cumulación de medios productivos, como el marxismo afirmó en el siglo XIX, sino que puede tratarse también de élites religiosas, de élites intelectuales, de élites militares o de fuerza, que asumen la dirección de la sociedad para verse a su tumo desplazadas por otras nuevas. Según el autor, la política tiene como motor esencial el conflicto de las élites. El lector economicista puede responder que la carestía, el desempleo, la necesidad de acumular o redistribuir es el tema fundamental. En algunos casos lo es. Pero aquí el tema es comprender por qué un grupo o una persona determinados toman la decisión y por qué son ellos y no otros los que por el momento actúan en nombre de todos. Ese es el análisis político. Y no tiene como una respuesta fácil la que el marxismo vulgar ofrece. Antonio Gramsci, el mayor intelectual marxista en la Italia de entreguerras, se preguntaba en la cárcel por qué el cambio político al socialismo no se producía allí si las condiciones económicas, según él, ya estaban dadas. Y debió concluir admitiendo que ello era producto de que la élite había capturado la cultura, el mundo de la formación y trasmisión de las ideas «orgánicas» dentro del Bloque Histórico; en otras palabras, aceptó que el dominio del pensamiento, de las iniciativas, de la persuasión, es decir, la política, era tan o más importante que la acumulación de la riqueza y de la producción. Eso ya lo había demostrado Lenin decenios antes, sin aceptarlo conceptualmente, al adueñarse del poder en Rusia con un pequeño equipo político profesional, proporcionalmente mucho más pequeño que el de Pizarro en el Tawantinsuyo. Así, quienes creen, en el caso del conquistador, que la fuerza militar fue lo fundamental, reducen la historia a un análisis muy simple y previo a las inteligencias de Polibio, Pareto o Gramsci. Ni la realidad ni la historia tienen respuestas tan simples. Finalmente y entre otros autores, mencionemos a Robert Dahl, quien desarrollando las ideas de Parsons formuló su tesis de la «poliarquía», según la cual es verdad que el poder está distribuido desigualmente, pero de tal forma que todos participan de él. En su célebre texto «¿Quién gobierna?», que estudia las decisiones admi 28