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Autonomía y primacía de la política
Pizs ro, el Rey de la Baraja geografía y el tiempo político italianos, que parecían reproducir la dispersión de las ciudades estado griegas y sus conflictos en los siglos previos a la er? cristiana. Fue esa circunstancia la que le permitió, mejor que otras e perienci t >, analizar los movimientos, las competencias y las acciones que conducen al poder, sin convertirse en juez moral de esas acciones y limitándose a considerar su efectividad.
Al comenzar el siglo XVI, Italia tenía cinco estados; además tres potencias europeas participaban de sus decisiones y existían también numerosas ciudades independientes las unas de las otras. En pocos años se habían sucedido cuatro papas: Alejandro, Sexto, Pío, Julio, Segundo y León, todo lo cual significó un mundo de confusión, intriga y desorden. Era el reino de la iniciativa política. Para disciplinar tal confusión, Maquiavelo propuso la construcción de un Estado único, una monarquía que subordinara a las oligarquías, a los caudillos y a las ciudades con el propósito de lograr mayor orden social y disminuir así las guerras y la destrucción. Esa fue su motivación «altruista».
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Entonces, lo que parece un conjunto de consejos despiadados y fríos, llamados después «maquiavélicos», tuvo como objetivo central construir un Estado Italiano, como ya había ocurrido en esos años en Francia, con Francisco I, o como también ocurrió con la unidad de Castilla y de Aragón y la del Imperio Español-Alemán, dirigido por Carlos I de Alemania o Carlos V de España. Pero ese proceso demoraría todavía cuatro siglos en Italia. Maquiavelo propuso la unión política, como lo hizo en Grecia Filipo II, padre de Alejandro el Magno, permitiendo con esa unificación la expansión posterior del helenismo hacia el Asia Menor, Persia y la India.
En 1513, el posible año de redacción de «El Príncipe», Francisco Pizarro cumplía ya nueve años en el Nuevo Mundo, primero en La Española (República Dominicana) y luego en Panamá, donde participó en el descubrimiento del Océano Pacífico como lugarteniente de Vasco Núñez de Balboa.
El big bang ideológico del siglo XVI en la conquista
Ciertamente Pizarro, que fue analfabeto, no pudo leer a Maquiavelo, pero actuó como si lo hubiera hecho gracias a sus condiciones psicológicas, su conocimiento de los seres humanos y su
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razonamiento político, tal como lo comprobaremos al estudiar las quince reglas orientadoras de su acción.
Pero hay algo más que no debemos olvidar. Cada uno de los españoles descubridores y conquistadores, codiciosos y racistas o, en otros casos, fanáticamente religiosos e impregnados de ambición histórica, representaban, sin saberlo, uno de los momentos más importantes y estelares de la historia humana. Cada uno de ellos expresaba el big bang social y psicológico del Renacimiento. No solo fue el afán por el oro y la ambición de dominio social. Fue mucho más. Que Pizarro era analfabeto es verdad, pero más del ochenta por ciento de la población europea también lo era, por la simple razón de que la imprenta de Gutemberg solo había comenzado su trabajo diez años antes del nacimiento de Pizarro. Sin embargo, el mundo consciente e intuitivo de una sociedad o el de un personaje no puede reducirse a la grafía. Eso es tan absurdo como afirmar que antes de la escritura no existían ni la filosofía ni la creación poética. Además, la cultura de la época era grupal, aldeana y con uno que en la hueste supiera leer sería suficiente y a ese escucharían los demás en tomo al fuego, en un campamento militar. Así, el libro y las informaciones leídos por el alfabetizado eran intermediados oralmente para los demás.
Un actor social cumple un papel y expresa un significado mucho mayor que el de sus propósitos conscientes. De la misma manera, reducir la acción colectiva de la conquista a la codicia o a la ambición de cada actor es condenar el análisis histórico y social al individualismo «evennementiel» más empírico. He llamado big bang a la explosión inicial del Renacimiento que dio voluntad y sentido a cada actor y prestó un significado a sus acciones gracias a múltiples contenidos: a) Copémico y Galileo habían revolucionado la ciencia y la posición del hombre y la del propio Dios demostrando el giro de la tierra alrededor del sol; b) Desde 1470 la aparición de la imprenta había democratizado la cultura y las ideas, incluida la Biblia, abriendo paso a la libre interpretación y lanzando la idea básica de la libertad y de la individualidad; c) El Estado Nacional integraba la dispersión de los feudos, surgiendo como nuevo actor histórico, y en España la unificación política se dio tras la reconquista de los territorios árabes con la caída del
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Fizan*©, el Rey de la Baraja Reino de Granada en 1492; d) Con ello, el viejo espíritu de las Cruzadas y el afán de recuperación de los Santos Lugares como e1 propósito de lucha contra los infieles se fortalecieron ctra vez; e) La Reforma de Lutero inició desde 1517 el debate religioso en Europa, aunque fuera después violentamente reprimida en España; f) El avance de las artes, la medicina, la mecánica, del estudio del cuerpo humano y del conocimiento de la historia y la geografía constituyeron un arma psicológica fundamental para los aventureros ante pueblos ajenos a todo ese avance; g) El triunfo de Carlos V sobre Francisco I de Francia, en Pavía en 1524, había devuelto el aura de invencibilidad a los españoles, y h) Aunque ingresando al Renacimiento, los libros de caballerías que enloquecieron al Quijote eran los más difundidos, entre ellos y como principal, el Amadís de Gaula (Irving Albert Leonard. «Los libros del Conquistador». 1953). Pero la introducción de este y otros en América fue prohibida por la Corona desde 1500 para evitar el conflicto y el ánimo de aventura.
Todo esto formaba la «personalidad básica» del conquistador promedio, usando el concepto de Abraham Kardiner. Por tanto, el conocimiento no estaba ya determinado y cerrado como en los siglos anteriores, tampoco lo estaban la riqueza y el poder. Siempre estarían «más allá». Era la mentalidad de la causa y el efecto, la actitud de la explicación natural y la investigación, y ante los problemas, de la pregunta «qué hacer», que encontró en el mundo indígena otra distinta, que Zvetan Todorov ha sintetizado en «cómo saber», interrogante que busca descifrar los signos sobrenaturales y aquello que está predeterminado.
Con ese impulso, el big bang, la conquista fue en gran parte un escenario mitológico y quijotesco para los propios actores. Tal vez por eso Cervantes, que publicó «El Quijote» ochenta años después, pidió por dos veces a la Corona algún humilde empleoen el Perú. Como el Renacimiento, la conquista fue una irrupción de individualidades con inmensa vitalidad. No se comprende de otra manera la presencia de personajes como Pedro de Al-varado, que preparó tras su presencia en el Perú una expedición para conquistar China, ni la de Sarmiento de Gamboa, que propuso construir ciudades y cadenas para bloquear a los ingleses y franceses el Estrecho
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de Magallanes y terminó conferenciando en persona y en latín con Isabel de Inglaterra, o a De Soto, que marchó a La Florida y más allá, hasta descubrir el río Mississippi; o al casi desconocido portugués Aleixo García, que en 1524, con dos mil indios guaraníes, llegó por el sur y antes que nadie al Tawantinsuyo, a través de la actual Bolivia.
Esta recapitulación es importante, pues en el estudio sobre Pizarro existen dos tendencias: la de los pizarristas teóricos, como Porras Barrenechea o Del Busto, y la de los furiosos antipizarristas, que atacan moralmente la crueldad y los fundamentos de la conquista. Pero esa discusión solo reproduce las ya entabladas en muchos casos y sobre otros personajes. Ocurrió así en el ejemplo extremo de Hitler, cuyo más importante biógrafo, Alan Bullock («Hitler, A study in tiranny»), lo definió en su primera versión como un aventurero sin principios, impulsado solo por su afán totalitario de poder, abusando de la exageración para movilizar los instintos y pasiones. Pero a él respondió otro inglés, por tanto insospechable de simpatía por Hitler, Hugh Trevor-Roper («Hitler’s table talks» y «Hitler’s place in history») explicando que Hitler sí tuvo objetivos ideológicos y convicciones y que sus acciones expresaban esas creencias y lo expuesto en «Mein Kampf». Esta última es la perspectiva más acertada, porque no existe en la sociedad un deseo de poder o dominio desnudo de inspiración ideológica o creencia, sea esta equivocada o no.
El actor político tiene siempre una convicción y normalmente esta va más allá de su propia personalidad. Se pretende altruista, portador de un mensaje general y puede serlo en el sentido racional, sintiéndose promotor de las condiciones económicas y la reivindicación del pueblo por la redistribución económica o tal vez el mensajero de la superioridad espiritual y racial. Pero el actor político afirmará siempre ante sí mismo su rol y su convicción, promoviendo con su propia fe la aceptación posterior o el respaldo social que solo son posibles cuando el emisor o líder está, a su tumo, convencido. En el caso de los conquistadores la labor «expansiva», «misionera» o «civilizadora» fue parte de su fuerza. Y Pizarro lo expresó y sintetizó con capacidad política.
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Pizarro, el Rey de la Baraja
Por todas estas razones, a comienzos del siglo XVI, los descubridores y conquistadores comprendían que la acción sobre la realidad no es solo la mera aplicación de normas tradicionales o de la aparente voluntad divina. Se sentían creadores. Por tanto, para ellos, la decisión política, como ciencia o como técnica del poder pasó a cobrar un importantísimo papel.
¿Por qué la política fue el arma fundamental?
El objeto de este libro es demostrar que el hecho asombroso por el que 168 hombres pudieron superponerse a la etnia cusqueña, integrada por cien mil personas que, a su tumo, dominaba a ocho o diez millones de habitantes en el actual Perú, no puede explicarse solamente por factores tecnológicos, como la pólvora o el hierro que los indígenas no conocieron ni utilizaron como metal. No puede tampoco explicarse por el uso de los caballos o por la escritura que permite una comunicación compleja, ni por el conocimiento histórico del mundo que los europeos trajeron además de sus descubrimientos científicos, astronómicos y anatómicos. Por otra parte, el limitado alcance y escasa precisión del primitivo arcabuz, anterior al mosquete que solo llegaría al Perú en 1548, al final de la guerra civil, descarta que tuviera una decisiva influencia, salvo por el gran estruendo, explosión o illapa inicial.
Todos esos factores fueron importantes, pero esencialmente mecánicos. En ningún caso explican por qué 106 soldados de infantería y 62 de caballería, llegados en tres carabelas en diciembre de 1530, pudieran abrirse camino tan fácilmente en un inmenso territorio, totalmente desconocido, y que, después de unos meses y apenas en una hora, resultaran la élite dominante total. Sin la inspiración y el planeamiento político las fuerzas mecánicas son inertes.
Recordemos que solo en la zona norte, recorrida por Pizarro desde enero de 1531 hasta el 16 de noviembre de 1532, vivían más de un millón de varones adultos en capacidad de portar armas, y que a lo largo de las quince jomadas de camino hasta el Cusco, podía vivir otro millón de adultos capaz de participar activamente en la lucha contra los españoles. Cuando Atahualpa, según los cronistas, informó a Pizarro sobre la ubicación del Cusco y de Pachacamac, le señaló que unos chasquis o mensajeros de relevo podían llegar en