Sin brújula y sin prisa

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Y SIN PRISA

Cr贸nicas de viaje por un paisaje cercano

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Primera edición: abril 2013

© Del texto, 2013 José Manuel Almerich Iborra © De esta edición, 2013 Perifèric Edicions C. Sèquia de Montcada, 13 46470 Catarroja (València) Tel. 609 426 131. Fax: 961 270 038 e-mail: periferic@periferic.es web: www.periferic.es blog: http://perifericedicions.blogspot.com/ Diseño de portada: maytemar.com Maquetación: maytemar.com Fotografía de portada: Juan Carlos Sansaloni Impresión: Grafo ISBN: 978-84-92435-56-2 Depósito Legal: V-394-2013

Esta publicación no puede ser reproducida, copiada o trasmitida, de ninguna manera ni por medio alguno, sin la autorización previa y escrita del editor, con excepción de reseñas en revistas, diarios o libros si se menciona la procedencia.

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Índice

El Mar Les Marines................................................................................ 11 Las dunas de Pinet...................................................................... 15 Sierra de Irta............................................................................... 19 El cabo de Sant Antoni............................................................... 23 Rumbo 93 ...................................................................................27 La Montaña Monte Perdido............................................................................ 37 Serra Gelada............................................................................... 41 El Maserof.................................................................................. 43 Vall de Relleu............................................................................. 47 Gran Tuc de Colomers............................................................... 51 La Roca Bardenas Reales......................................................................... 57 Pedraforca................................................................................... 61 Pica d’Estats............................................................................... 65 Gredas de Bolnuevo................................................................... 69

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El Bosque Sierra de Aracena....................................................................... 75 El misterio del holandés............................................................. 79 Bosques de Occitània................................................................. 85 La mujer que se enamoró de mi voz.......................................... 93 El Agua Rojales...................................................................................... 103 Los cañones del Júcar............................................................... 107 Doñana..................................................................................... 109 Los molinos de Ares................................................................. 113 Los pescadores de El Palmar.....................................................117 El Hielo Las cavas de Mariola................................................................ 125 Anie.......................................................................................... 129 Posets........................................................................................ 131 Valle de Cofrentes.................................................................... 133 La Soledad El amigo irlandés...................................................................... 139 Las Dueñas............................................................................... 143 El Otonel.................................................................................. 147 La Estrella................................................................................ 151 Capaimona.................................................................................155 El Silencio Los frescos de la Catedral........................................................ 161 La caseta del tío Honorio......................................................... 165 La Balma.................................................................................. 169 El santuario de Montgarri......................................................... 175 El hermano Romaguera............................................................ 179 La Cartuja de Portacoeli........................................................... 185

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Licenciado en Geografía e Historia por la Universitat de València, José Manuel Almerich es uno de los escritores que más ha aportado al conocimiento del patrimonio cultural y natural valenciano. Autor de una veintena de libros, su primera publicación Montañas de la Comunidad Valenciana. Caminos, parajes y paisajes abiertos al Mediterráneo fue declarada por el Ministerio de Economía Libro de Interés Turístico Nacional. Divulgador y conferenciante, es también guía organizador de actividades culturales, viajes y travesías tanto a pie como en bicicleta de montaña. Escribe y publica periódicamente en revistas especializadas que han sido traducidos a distintos idiomas. Participa en debates, mesas redondas y conferencias dedicadas al patrimonio rural y medio ambiente. Ha sido guionista de documentales y presentador de programas de televisión dedicados a dar a conocer el paisaje y la riqueza histórica de nuestra tierra. Sus textos e imágenes forman ya parte del patrimonio cultural valenciano y algunas de ellas han sido premiadas en distintos concursos de fotografía. Entre sus obras más importantes destacan Espais Naturals Valencians, la colección Rutas en Bicicleta de Montaña por el patrimonio cultural y natural de la Comunidad Valenciana; Los Rios, caminos de agua y de vida; Pobles abandonats, els paisatges de l’oblit; Paisajes fortificados, torres, murallas y castillos y el libro La huella morisca en tierras valencianas.

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DE ALMERICH No hay más sombra que las nubes ni más agua que la transparencia del mar. Como decía Saramago, aquello que el viajero no puede ver, lo imagina, y quizás por eso, también viaja. Pero la imaginación en estos textos se funde con los paisajes y transmite, como pocas veces, aquellos lugares donde la naturaleza se muestra tan benévola con el ser humano como es el Mediterráneo.

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De Oliva a Dénia por la orilla del mar

No puedo imaginarme un verano sin mar, ni tampoco un mar que no sea el Mediterráneo. No puedo concebir una luz que no sea la que nos ciega todas las mañanas y cuyo reflejo sobre el agua produce minúsculos destellos como estrellas. Una luz que reverbera en la arena mojada e inquieta y brilla con el vaivén de las olas como un infinito universo de piedras incandescentes. Gironella decía que el Mediterráneo era un hombre disfrazado de mar y el escritor polaco Kapuscinski confesó que jamás había conocido un lugar donde la naturaleza se mostrase más amable y benévola con el ser humano que el Mediterráneo. Y que en él había de todo y a un tiempo: el sol, el frescor del viento, la transparencia del aire y el plateado brillo del mar. Hacía ya tiempo que tenía en mente la idea de impregnarme de este universo azul, de esta luz cimbreante desde la misma orilla, desde el mismo momento de su aparición, de ser navegante en tierra y andar por esa estrecha franja entre la arena y el mar. En la medida de mis posibilidades he recorrido a pie la práctica totalidad de la costa valenciana. Y en muchas ocasiones he corrido por la orilla para ganar tiempo y poder volver a recuperar, en el mismo día, el medio de transporte. A veces también he utilizado la bici, pero sólo cuando los caminos lo permitían. En esta ocasión han sido los pies los que han soportado la abrasión de la arena y el sol ascendente donde apenas una leve brisa trataba de minimizar el transcurrir del tiempo.

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Pertrechado como si del desierto se tratase, comencé a caminar temprano desde la playa de Oliva. La idea era muy sencilla, recorrer la línea de costa que la separa del cabo de Sant Antoni en un trayecto donde sólo la arena, el agua y la sal han creado la esencia del paisaje. Bebida isotónica congelada, sombrero de ala ancha y crema solar en abundancia, una pequeña mochila, gafas de sol y zapatillas de montaña para tierra mojada. Éste fue nuestro equipaje en una aventura tan cercana como interesante a la que mi hijo quiso acompañarme. Y entre el paisaje de aparente monotonía la luz, siempre la luz, sería la que daría las tonalidades y las formas a las dunas modeladas por el viento. Desde Oliva comienza la inmensa playa virgen de Rabdells, donde los cordones dunares y las restingas de arena protegen los últimos campos cultivados. Paraíso de windsurfistas, los últimos cámpings y chiringuitos dan paso a la soledad más absoluta. Atrás quedan figuras de cartón piedra que semejan dioses y a lo lejos el perfil de la Segària que parece el rostro de un indio acostado. La playa va cambiando de textura según avanzamos y se alternan ríos y gravas, lagunas de agua dulce y rocas ocultas por la mareas. Los ríos Girona, Vedat, Molinell, Gallinera, Bullent o Racons desembocan en la misma arena como hace siglos en un paisaje poco o nada alterado por el hombre. Sin escolleras que rompan el mar ni líneas rectas que lo encierren, los ríos se hacen libres a pesar de las olas que se empeñan en no dejarlos morir. En estos tramos es necesario descalzarse o buscar hacia el interior puentes que a veces se encuentran muy alejados. La corriente limpia y fresca, recién nacida en la Font Salada o en los manantiales del corazón del marjal de Pego, te empuja hacia el mar con la fuerza de la juventud y la suavidad del oleaje. Ríos de corto recorrido que en su parte final forman pequeños estuarios de configuración caprichosa donde el hilo de agua dulce destella entre la arena. Agua que durante la noche hervirá de vida cuando crucen en la oscuridad miles de angulas, verrugatos y lubinas. Casas en ruinas junto a las dunas, campos yermos a la espera de agricultores que jamás volverán, chalets modernistas a punto de ser tragados por el mar y jardines enterrados por la arena con palmeras que

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mueren poco a poco, muros caídos y alguna escollera destruida por las tempestades. Paso a paso nos vamos acercando a Les Marines y el castillo de Dénia se intuye difuso, enmarcado como un lienzo por las colosales paredes calizas del Montgó. Les Deveses, l’Almadrava, els Poblets, Les Sorts de la Mar, Badia Calma, la punta dels Molins, Les Bovetes y la Platja del Raset, son topónimos que sugieren un Mediterráneo lleno de humanidad, limpio de edificaciones y una costa virgen hasta hace unas décadas. Y a mitad del camino una sugerencia: los Baños, un antiguo balneario en la misma playa donde encontrar la paz inalterada del invierno o la brisa refrescante del verano. Un lugar donde descansar o comer, tomar un mojito de hielo picado con hierbabuena o simplemente dejarse llevar por un masaje tonificante para quitarse de encima los ataques de rabia. Supongo que alguien me condenará por contar este secreto, pero no creo que mis palabras alteren la autenticidad de este lugar sólo perturbado por la brisa que nos trae el olor a sal, relajante y tranquilizadora. Un proverbio inglés decía que para aprender a rezar había primero que conocer el mar. Poco a poco la playa se va cubriendo de sombrillas y los niños juegan con las olas. Ayudo a un anciano a salir del agua y un grupo de turistas rodean curiosos una extraña criatura que se mueve, perezosa, a merced de la corriente. La posidonia forma colonias de gran tamaño a lo largo de la costa y su presencia indica la calidad y pureza que tiene el agua. Como bosques que son, sus hojas caídas cubrirán, en parte, la orilla del mar. Seis horas después la escollera norte del puerto de Dénia nos impide el paso. Hará falta rebasarlo para seguir, camino de Les Rotes, hacia la Punta Negra y el Parque Natural del Montgó. La Marineta Cassiana marcará el final de nuestra ruta, una ruta de mar por el borde de la tierra, sencilla, reconfortante y enriquecedora, donde nada es lo que parece y todo cambia por momentos. Un reencuentro con nuestra esencia mediterránea, donde el suave balanceo de las olas es una invitación constante a viajar y buscar lo desconocido, como cuando recorremos a pie las montañas, cuyo esfuerzo no es más que la expresión física de nuestras pasiones.

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Impregnarse la piel de

arena y sal

Está tan cerca del mar que las olas con frecuencia invaden la terraza. Durante el último temporal –me cuenta Arsenio, su propietario– el agua rompió la puerta, entró con fuerza en el interior del hotel y rebasó, incluso, el mostrador de recepción. Afectado por la ley de costas, el Hostal Galicia tiene los días contados, pero hace unas décadas su situación no era la misma. Basta ver unas postales antiguas para darse cuenta de que la distancia entre el hotel y el mar era mucho mayor. ¿Cambio climático o acción directa del hombre sobre el entorno? Arsenio no me sabe responder, pero recuerda los camiones que venían a cargar arena y trasladarla a las playas de Benidorm y Santa Pola. Tampoco sabe cuánto tiempo más podrán seguir aquí. –Estamos ocupando un terreno público en mitad de las dunas de Pinet, un paraje protegido en la marina d’Elx. Pero el hotel no rompe en absoluto con el entorno, más bien al contrario, lo enriquece, se integra en él. En sus inicios fue una tienda de ultramarinos que daba servicio a las familias de los carabineros destinados en un cuartel cercano del que sólo quedan las ruinas. Arsenio Gallego, el abuelo, fue uno de los guardias destinados en este apartado lugar hasta que el azul del Mediterráneo y los ojos de una mujer ilicitana le atraparon para siempre. En los años cuarenta decidió montar su pequeño negocio, lo fue ampliando y convertido después en hospedería, ofrecía alojamiento y comida a los pescadores, marineros y contrabandistas

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que venían de Santa Pola y Guardamar. Después su hijo y ahora sus nietos llevan el pequeño hotel. El avance del mar les ha dejado indefensos, pero también lo ha convertido en un lugar privilegiado donde sus huéspedes parecen dormir en un barco varado en la arena mientras escuchan durante toda la noche el murmullo de las olas y ven por la ventana el reflejo de la luz de la luna sobre el agua. El trato es sencillo, honesto, de carácter familiar, como en los viejos balnearios donde la decoración y las habitaciones te trasladan en el tiempo y el comedor, con vistas, te recuerda que el Mediterráneo es un hombre disfrazado de mar. La playa del Pinet, entre los términos de Elx y Santa Pola se extiende a lo largo de seis kilómetros en un estado primigenio, casi intacto, de arena blanca y sólo interrumpida por los antiguos canales de las salinas todavía en funcionamiento. Las barcas de madera, abandonadas en la orilla, vencidas por el sol y albeadas por el salobre, se funden con la arena y son, en su agonía, refugio de especies como la perdiz de mar, que anidan en el suelo y crían a sus polluelos a la sombra de la proa, o lo que queda de ella, un carcomido esqueleto que desafía su prominencia al viento de Llebeig. Los antiguos muelles de madera y las montañas de blanca y cegadora sal, como cumbres alpinas sacadas de su entorno, forman parte del paisaje luminoso y transparente de la costa alicantina. Protegida íntegramente, la playa de Pinet no se puede apenas ni pisar, pero nadie nos privará del largo paseo por la orilla hasta Santa Pola, excursión que en poco más de hora y media nos lleva a playa Lisa. Fue allí donde en mayo de 1900 los pescadores observaron cómo los marineros ingleses del buque Theseus se entretenían en sus ratos de ocio con un extraño juego en el que corrían tras una pelota divididos en dos bandos. Lo llamaban foot-ball y décadas después este juego se había convertido en la obsesión enfermiza de miles de españoles. Entre tanto, a lo largo de esta estrecha franja entre la tierra y el mar, las dunas de discreta altura y dilatada ondulación parecen no querer rivalizar con el suave oleaje y la horizontalidad de las salinas donde colonias de flamencos pasan el invierno. Hace años que se quedan aquí. Con el cambio climático ya no necesitan cruzar a África.

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Las salinas de Santa Pola con sus distintos ecosistemas, canales inundados de agua, lagunas que parecen desiertos de cristal, cordones dunares y vegetación que se aferra a la arena adaptada a la dureza de estas condiciones donde los pinos adoptan extrañas formas azotados por el viento, dan refugio a infinidad de aves y permiten la vida a especies que de otra forma se hubiesen extinguido. El Hostal Galicia, y el helénico entorno donde se ubica, nos recuerdan cómo eran nuestras costas hace medio siglo. Y nos recuerda también que el mar siempre ha formado parte de nuestra historia aunque vivamos de espaldas a él. Es un privilegio pasar unos días como Ulises antes de volver a Ítaca. Dejarse llevar por un buen libro, sombrero de paja y descansar, disfrutar del arroz a banda de la familia Gallego e impregnarse la piel de arena y sal como los viejos pescadores que vivían en la marina ilicitana. Ahora que el mar se va acercando al hostal y las olas exigen su retirada, es el momento de visitar el lugar antes de que sea demasiado tarde. Y ver cómo en nuestras costas, a pesar de todo y de la salvaje cimentación a que han sido sometidas, todavía quedan lugares que mantienen intacta su benévola horizontalidad. Hoy ha comenzado el otoño y apetece más ver cómo se desvisten las montañas mientras los bosques cambian de color. Y aunque en la Marina siga haciendo buen tiempo, quizás sea mejor esperar al verano que viene. María, la hija de Arsenio, no sabe si volverán a abrir. Esperemos que sí, que resistan un año más, para que al menos una noche podamos dormir como en un barco varado en la arena junto a la orilla del mar.

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