El ser y la nada

Page 1

El ser y la nada Pedro TzontĂŠmoc + David Huerta


La fotografía y la escritura nos permiten llevar con nosotros fragmentos excepcionales del mundo para contemplarlos, estudiarlos y vivir con ellos. Luz portátil nos presenta libros en los que un ensayo fotográfico y un experimento de escritura se funden para invitarnos a ver, a comprender y a adueñarnos de esos instantes lúcidos que quisiéramos atesorar.



El ser y la nada Artes de México, 2006 Primera edición Dirección de la colección: Alberto Ruy Sánchez y Pedro Tzontémoc Coordinación general: Margarita de Orellana Coordinación editorial: Gabriela Olmos Coordinación por Luz portátil: Natalia Alonzo Romero Lanning Diseño: Pedro Tzontémoc Asesoría en diseño: Leonardo Vázquez Asistencia editorial: María Luisa Cárdenas Consejo editorial: Alberto Ruy Sánchez Pedro Tzontémoc Margarita de Orellana Jorge Vértiz Graciela Iturbide D.R. © texto: David Huerta, 2006. D.R. © fotografías: Pedro Tzontémoc, 2006. contacto@pedrotzontemoc.com D.R. © Artes de México, 2006 Córdoba 69, Col. Roma, 06700, México, D.F. Teléfonos 5525 5905, 5525 4036 www.artesdemexico.com www.luzportatil.com D.R. © Secretaría de Cultura de la Ciudad de México Avenida de la Paz 26, cuarto piso Chimalistac, 01070, México, D.F. ISBN: 970-683-239-4 Prohibida su reproducción por cualquier medio mecánico o electrónico sin la autorización del editor. Impreso en México

Gobierno del Distrito Federal Alejandro Encinas Rodríguez Jefe de Gobierno del Distrito Federal

Secretaría de Cultura de la Ciudad de México Raquel Sosa Elízaga Secretaria Alicia Rangel Venzor Coordinadora interinstitucional


El ser y la nada Pedro TzontĂŠmoc + David Huerta



Para Natalia, por su luminosa presencia, por compartir la búsqueda y los encuentros. Pedro Tzontémoc

Para Antonio Bolívar Goyanes. David Huerta



La filosofía fotográfica David Huerta La nada pugnaz se da la mano con el pacifismo problemático del ser: cortocircuito de las categorías, fundidas unas con otras a la manera de un sistema simbiótico o interpenetradas debido a un error extraño que las contrasta equívoca o equivocadamente. Causalidad imantada por el pensamiento desinteresado: ¿por qué hay cachivaches y no más bien un almacén vacío? (Se escucha una voz detrás de una cortina de plástico, una cortina horrenda con estampados florales de un extenuado estilo gótico: “¿De dónde sacas que la nada representa eso y el ser aquello otro, diferente? Concéntrate en lo que estás haciendo y no te distraigas ni distraigas a los lectores. Sobre todo, no confundas las imágenes. A ellas deberás acercarte con un espíritu de sagacidad y de transfiguración sedienta. No escribas cualquier cosa; sé tú mismo, según reza la consigna al uso y que debes entender de la siguiente manera: explora y examina tu nada con reverencia, con tenacidad, con una resignación de héroe”.) El ser desaparecería en la nada si solamente se arreglara con toda claridad esta confusión metodológica, mas ¿quién se preocupará de hacerle saber a todos los implicados (¿todos?, ¿nadie?, ¿seres o nadas?) que se harán algunos ajustes de cierta importancia y que el espectáculo deberá suspenderse? Tal como ocurren y se manifiestan los fenómenos, esa desaparición del ser en la nada —como la del agua absorta en los lavabos (efecto Coriolis), líquido más o menos danzante que avanza rumbo al rezumadero trazando gráciles espirales—, esa ausencia repentina del ser entre nosotros no sucederá en los próximos minutos, pero ¿quién puede garantizarlo? ¿Usted, que avanza rumbo a los ojos de los asistentes con una actitud de retratista de la época victoriana, empapada su cara de observador intransigente por unas gotas gruesas de voluntarismo eidético?

Porto, Portugal, 2001. Detalle.


—¿Dice usted que es fotógrafo? ¿De dónde viene usted? ¿Tiene sus papeles en orden? ¿Me pide usted de veras que le permita acercarse a esa plaza más o menos a la hora de la puesta de sol, entrar en esos lugares venerables, visitar el espacio de las devociones? (Esa plaza, ¡ah!, qué recuerdos en ella, esos brazos acariciados y aquel volumen de etimologías deliciosas, ¿o eran los brazos el motivo de mi deleite y acariciaba yo las etimologías con dedos de filólogo, con falanges de lingüista en éxtasis de olvido?, no sé, este señor fotógrafo, este individuo eidético no me deja pensar, evocar, concentrarme en mi nada.) ¿Conoce usted el significado histórico y moral de esa plaza? Entonces, según entiendo, ¿ésta es la primera vez que viene? Tengo que consultarlo, tengo que preguntar algunas cosas. Mi sensación es que todo esto es irregular, que usted no debería querer lo que quiere. El par opuesto complementario, civilizado y bárbaro al mismo tiempo, de la nada no es el ser sino el todo. Que se lo digan a Jáideguer, a los alumnos de la penúltima clase de filosofía moderna que se extravió en el fango categorial; que se lo digan a ese fotógrafo insistente que se ha plantado ante la plaza vacía, y está a punto de disparar. Que alguien vaya y lo diga, lo proclame ante las autoridades y ante los fantasmas ávidos, que lo anuncie por los pueblos y por las megalópolis, en medio de los parlamentos y por las orillas expansivas de los barrios bajos. Disparar: fusión de la nada, el ser, el todo y las categorías. Entra Jorge Cuesta, individuo alquímico situado entre el mito oscuro y la Tabla Periódica de los Elementos: el fotógrafo está ante dos tipos de individualidad, la del paisaje que contiene una serie de objetos y la de éstos contra el fondo de aquél. Paisaje, objetos: partes del todo, presencias del ser. En el disparo fotográfico, la irrupción de la nada que se convierte en imagen: una fulguración para entrar en los ojos, para esmaltarlos o jaspearlos con figuras diversas, plazas abandonadas y perfiles en la niebla, siluetas contra los edificios rotos, cuerpos que se esfuman con un gesto de hambre magnífica.


Pero, explica Jorge Cuesta, el fotógrafo debe hacer sacrificios. —¿Y aun así dice usted que es fotógrafo? ¿Que busca imágenes y por medio de un disparo las recoge en ese aparato extraño, jeroglífico, hermético, esfinge maquínica que discierne, acaso por medio de una serie de sacrificios, la individualidad de los objetos dentro del paisaje, la individualidad misma del paisaje, esa identidad o individualidad global, enorme, llena, repleta de ser, fragmento de totalidad, negación activa de la nada, culminación de una clase de filosofía? La nada se desplaza entre las palabras disfrazada de silencio, un silencio inimaginable, infotografiable, vuelo de ceniza despedazada, desmenuzada. Esta ceniza de nada se filtra en toda imagen, resto de algún naufragio descomunal, pedacería de una fogata heroica encendida en una azul planicie del mundo clásico, hace muchos siglos. Ceniza de una locura invisible que se transforma en festín de monstruos en cuanto le damos la espalda a la imagen fotografiada. —¿Un sacrificio? ¿Quizá muchos sacrificios? ¿Y será usted quien los consume, quien los lleve a cabo…? ¡Un sacrificador! Es decir, ¡un enviado de la nada, de la nada sangrienta, negadora, con una actitud sampeterburguesa de nihilista desencadenado, sin control y despeinado por la Avenida Nievski, llamado sin medir las consecuencias Varlam o Aliosha, proclamando con un susurro estentóreo la desaparición, la aniquilante y letárgica incursión de esa negrura que es totalmente blanca o de esa cementina y lóbrega solidez que es pura transparencia, anunciando con voz de barítono la nada, la verdadera y vacante nada en forma de una mano invasora, conflagración de espumas y sustracciones, concierto de furia y ruido al mismo tiempo silencioso y sereno, despliegue de tibias transparencias de miedo! El profesor de filosofía ha entrado en la plaza. Silencio. Camina con una lentitud calculada, con un aire romántico, con un talante de capítulo extraviado en una novela definitiva.

Venecia, Italia, 2001. Detalle.


El profesor tendría que lucir un clavel en el ojal de su solapa, pero ni siquiera lleva un saco, que debería —en caso de llevarlo— ser de gamuza, gris acaso, o amarillo, o de un color desesperante que indicara reflexión, meditabundez y cansancio, metodologías quebradizas, tarjetas con datos, proclividades europeas o por lo menos inglesas, insulares, inclinadas a considerar el lenguaje como “nuestra textura interior”. Ni saco gris de gamuza ni ojal ni solapa ni clavel: formas diversas, divergentes y convergentes, de la nada. Sólo un profesor de filosofía entrando a paso lento en una plaza. La plaza está desierta, naturalmente. Nadie podría precisar los rasgos físicos, fisonómicos, de este individuo. Nadie conoce su edad, sólo él. El único dato disponible se ramifica en direcciones múltiples: dimensiones, silabeos, chispazos verbales de su filosofía enseñada, de sus clases impartidas con un desgano disfrazado de juvenil entusiasmo, en realidad puro ectoplasma de sus vetustos maestros, ya olvidados por él para su eterna e ignorada vergüenza. Lo que se sabe de él: primo, se desplaza; secundo, entra en una plaza; tertio, está a punto de experimentar un encuentro. En este párrafo la palabra nadie está teñida por una angustia de clandestinidad y oprobio, de persecuciones políticas y desgarrones mentales. No falta quien diga —pero ese tal puede ser nadie— que “no es para tanto”, concediéndole así a un prosaísmo enfermizo un papel que nadie aquí —una vez más: nadie— querría concederle. Balaustradas en la linde exterior de esa plaza desierta. Un fresno y un laurel adjuntos en la cercanía de las balaustradas barrocas. Verdor. Crepúsculo y exhalaciones de mundo, y cuando menos se lo esperaba uno, el búho de Minerva que se posa en una rama intempestiva del laurel, a tres metros del profesor de filosofía. El profesor quiso alcanzar a la ninfa Filosofía, dicen los calumniadores y los chismógrafos. Quizá la ninfa se volvió el ave minervina, el denunciador Ascálafo de los ojos de oro.


El profesor extiende una mano hacia el ave de la sabiduría que anuncia el fin de los tiempos intelectuales. En ese momento el fotógrafosacrificador entra en la plaza y dispara. Espacios vacíos, párrafos deshabitados. (Otro error categorial.) Una escritura de luces y una sintaxis de figuras: fotogramas, rasgos de lo existente maravilloso y atroz, simultaneados en el romanticismo de tantas noches junto a los parques desiertos, cautivos de un nerviosismo sin causa ni asidero. ¿Quién anda por ahí? Perros por la orilla izquierda de este silencio, de estos huecos imperturbables; pájaros calcinados en medio de este cielo ficticio, tejido de relámpagos y tormentas larvarias. ¿Quién anda por aquí? Una sombra de lentitud, un espejo roto precisamente en las orillas, un remolino de preguntas negadas. ¿Quién anda por allá? Un enorme pedazo de tela demostrativa para cubrir la desnudez de la palabra deíctico, engranaje de los discursos que aprovecha la versatilidad de los adverbios para orientar al fotógrafo rumbo a su destino imaginario. —Usted no puede saberlo, pero al beber imágenes, al atraparlas con esa redecilla técnica, ese artilugio ultrasensible, esa caja de encantamiento y tiempo encarcelado, se ha cubierto usted de tintas rituales, de emulsiones prodigiosas, de claroscuros tenues y profundos como una serie de mitos recién aparecidos. Una música lo cubre de pies a cabeza y usted la escucha como una emanación de magia que le sale del pecho y le llena las manos de sonidos con orlas amarillas y violetas. Está usted a dos pasos de convertirse en objeto de brujería y hechizo. Nadie es la nada personificada. Personne, dice el francés: vacía máscara de los carnavales metafísicos. Una fotografía de tanta ausencia acumulada deberá ser por fuerza en blanco y negro, dentro del juego infinito de la nada y el ser.

Lisboa, Portugal, 2001. Detalle.


Una imagen se traslada a otra. Paseantes olvidadizos, ciudades europeas, calles torcidas, mar bullente, aguas continuas de la mirada. Una imagen se mezcla con otras: proceso constante de contaminación. El fotógrafo ejerce una forma superior de vigilia, farero de una Milimetriada portentosa y oceánica. La memoria se despierta en la plenitud harapienta de los olvidos. Memoria del ser, olvido de la nada: he aquí una verdad flotante, discutible y novelesca. A menos que sea al revés, y si es al revés, ¿no deberíamos revisarlo todo, poner en harapos de juicio a la memoria e investir al olvido con plenos poderes, los poderes del ser, mientras a la memoria le tocan las potestades naufragantes de la nada? La noche, la nada; el día, el ser / la memoria, el ser; el olvido, la nada / llenura, ser; vacuidad, nada…: equivalencias rápidas, taquigrafía del pensamiento simbólico, armazón de metáforas raudas. Todo deliberable, a diferencia de la toma y destrucción de Cartago. El espíritu se inclina a ver el río de sus creaciones y admira, Narciso extraordinario, su silueta bellísima de poderosa fantasmagoría. En cada imagen se ha perdido un Egipto y se ha ganado una posibilidad de erigir a la Esfinge en las playas del ojo. (Esto quiere decir que las civilizaciones se hunden pero los enigmas permanecen. Significa, mejor dicho, que la grandeza de las estatuas y los edificios del poder se desvanece, pero el ánimo inquisitivo perdura sobre toda potencia material. ¿Quiere de veras decir eso?) Mira las arenas del Nilo y las navegaciones ansiosas de las barcas y sus tronos bruñidos y el hastío “en su trono cejijunto”. Ahora considera las imágenes, estas fotografías y sus bálsamos para “la cena que recrea y enamora”.


—Le puedo decir a usted que la contemplación de los grandes espacios estimula en los espíritus sensibles un asombro y un apetito, una sed universal y un hambre específica, un deseo formidable de acercarse… ¿de acercarse a qué? A las presencias minúsculas que puntúan los espacios grandes a la manera de grafías heroicas procedentes de un mundo perdido, testimonios escritos en un lienzo de magnitudes cósmicas. (La voz trasmite una seguridad plúmbea, una rotundidad de bola de acero, esos planetoides utilizados en las demoliciones.) —Entiendo lo que me dice usted y trato de establecer una relación entre su discurso y lo que veo en estas fotografías. Lo grande y lo pequeño se rozan, transdestilan, se aparean; rechinan, resoplan —uno a lo largo y ancho de kilómetros y hectáreas, otro en la escala de micras y nanomilímetros. (Titubea y no está seguro de entender; hay un principio de tartamudeo en la sola elección de las palabras, un desliz de mudez. No hay en el tono de estos parlamentos más que una unción académica, un talante de explicación y charla de sobremesa, una actitud de mesa redonda informal, como las que se acostumbran insaciablemente en estos tiempos.) —Lo grande tiende a la plenitud suntuosa del ser… pero la incantación de lo pequeño lo somete al redil de las meras magnitudes acotadas de inexistencia. Lo pequeño se siente atraído por la nada pero la masa jupiterina de lo grande lo ancla en el mundo del peso, la cantidad, las determinaciones, los congresos.

París, Francia, 2003. Detalle.


En ese plato había ingredientes parmenídeos y de él, de sus bordes de porcelana decadente, se desprendían olores áticos, colores coronados, largas ínfulas de nocturna blancura. Había ahí nada más una ensalada griega o un embutido alemán, reposterías de Friburgo, postres indescifrables de intuiciones asiáticas, promulgaciones procedentes del Barrio Latino para definir los tiempos que corren, lentas cosas egipcias, impenetrables objetos de muerte y exaltación. Y debajo de todo eso corría un río de fotografías, ojos ávidos, cuerpos retratados y rostros desnudos, la fiesta de los lugares paladeados, los abismos repentinos de los descubrimientos inolvidables. El profesor de filosofía tomó en sus manos el rectángulo de una fotografía que encontró al pie del árbol e hizo el gesto de espantar al búho con ese pobre papel, agitándolo como cuando con un periódico quiere uno ahuyentar a un perro amenazante. El búho no se inmutó, sabedor de que testimoniaba el fin de los tiempos intelectuales. El profesor no se había preocupado por ver la fotografía. La vio. —Ahora procurará usted explicarnos qué lo ha traído por esta parte del mundo. Tome usted en cuenta de que se lo solicitamos de buena manera. Primero nos gustaría saber qué o quién es usted. ¿Un viajero, dice? Es decir, un turista, ¿no? Y toma fotografías. No quiere convertirlas en postales, entonces, sino mostrárselas a todo el mundo. Eso no lo entiendo; aquí no lo entendemos. Quizá lo mejor sería que volviera usted al lugar del que vino y se olvidara de todo esto. No creo que pueda usted asomarse a nuestra plaza. No creo que podamos extenderle el permiso. ¿Qué está usted haciendo? ¿Me quiere tomar una fotografía? ¿A mí? ¿Por qué? ¡No, no, se lo prohíbo! ¡Esto es de lo más raro! No, le digo. Tendré que llamar a los guardias…


El profesor veía la fotografía bajo el árbol. Ya no le prestaba atención al búho. La sombra del árbol era fresca, una extraña forma de intimidad. La filosofía no se alejaba de él al considerar la fotografía; más bien se metía dentro de él, se encarnaba en su presencia corporal, en su inmediatez física, fisiológica. Ideas. Siempre había estado atento a las ideas, a sus transformaciones, a su historia, a la manera en que se organizan en sistemas y en visiones de mundo. A veces le tocaba examinar cómo las ideas se dedican a explorar, a explicar aun el trasmundo. Aquí estaba, entonces, esta imagen, el rectángulo de esta fotografía. —Aquí no hay movimiento, no hay acción. Nadie se mueve, ¿y así me quieres convencer? ¿Qué? ¿No me quieres convencer de nada? ¿Dónde está la acción, dónde los actos, que no los veo? ¿Aquí? No veo nada. Estás loco. No, no veo nada. Durante algún tiempo no veremos al profesor. Quiero decir, durante el tiempo que nos tome examinar las fotografías. La primera que él vio es parte de esta colección. Pero por el momento no sabrás cuál es. Te toca descubrirlo. ¿Que quién habla, que quién dice esto? Examina tus filosofías para saberlo, pero no tiene importancia. Dos dimensiones, nada más. Todo plano. Blanco y negro, dos solos colores hechos a partes iguales de pobreza y misterio. Con esos instrumentos el fotógrafo entra en los mundos paralelos. De ahí regresa con sus ligeros cargamentos.

Marsella, Francia, 2003. Detalle.



El ser y la nada Pedro Tzontémoc

La filosofía fotográfica David Huerta

19



I


II


III


24


V


VI


VII


VIII


IX


X


31


XII


XIII


34


XV


XVI


XVII


38


XIX


XX


XXI


XXII


XXIII


XXIV


XXV


46


XXVII


XXVIII


XXIX


50


XXXI


XXXII


XXXIII


XXXIV


55


XXXVI


XXXVII



Un punto de intersección entre el ser y la nada Pedro Tzontémoc Cada uno debe convertirse en centro de sí mismo y hallar la fuerza espiritual para pender sin sostén en el vacío, buscando un respaldo en el interior, no en el exterior. Arthur Zajonc Atrapando la luz El acto creativo es un mecanismo eficaz en la búsqueda de uno mismo. La fotografía me ha permitido capturar esos instantes en que el universo interno se toca con la realidad exterior de manera sutil e instantánea. Cada imagen lograda a partir de esa premisa es única y subjetiva, no es una mera copia de la realidad sino su interpretación: es hacer visible la invisible turbulencia interior. Ya lo dijo Goethe: “mi percepción es en sí misma un pensamiento, y mi pensamiento es percepción”. De pronto el centro de uno mismo parece desaparecer, se desfasa, o sale del campo de visión. Cuando esto sucede, el rumbo pierde sentido y se deambula sin dirección. Se vuelve necesario encontrar ese punto perdido y aprehenderlo, un instante al menos, hasta que vuelva a esfumarse en su constante cambio. Las fotografías de este libro responden a un momento en el que había perdido ese centro interno. Poco a poco captaron mi atención imágenes en la que había siluetas humanas bien definidas que contrastaban con espacios inmensos. Era como si estas presencias humanas mínimas, fueran un centro que se integraba al campo de visión, al encuadre fotográfico. Al mismo tiempo que este personaje quedaba plasmado, descubrí que existía una correspondencia con mi propio centro. Al fijar la imagen fotográfica en la película quedaba impresa su huella en mi interior. A cada accionar del obturador las preguntas se hicieron respuestas. Este tipo de encuentros se repitieron tantas veces que acabé por hacerlos conscientes, con lo que quedaba evidenciada mi necesidad de ubicar el centro perdido y de situar, así, al ser en la nada.

Sierra Tarahumara, México, 1992. Detalle (autorretrato en sombra).


Índice de fotografías Pedro Tzontémoc


I II

Santiago Atitlán, Guatemala / 1990 Lisboa, Portugal / 2001

III

Sierra Tarahumara, México / 1992

IV

París, Francia / 2003

V VI

Lisboa, Portugal / 2001 Lugo, España / 2003

VII

Lisboa, Portugal / 2001

VIII

Cebreiro, España / 2001

IX

Mérida, España / 2001

X

Ciudad de Panamá, Panamá / 2003

XI

Ciudad del Carmen, México / 2004

XII

Marsella, Francia / 2001

XIII

Porto, Portugal / 2003

XIV

Granada, España / 2001

XV

Lisboa, Portugal / 2001

XVI XVII

Teotihuacán, México / 2000 Vigo, España / 2001

XVIII

Porto, Portugal / 2001

XIX

Porto, Portugal / 2001

XX

París, Francia / 2003

XXI XXII

Lisboa, Portugal / 2001 París, Francia / 2003

XXIII

Girona, España / 1995

XXIV

Lisboa, Portugal / 2001

XXV

París, Francia / 2003

XXVI

París, Francia / 2003

XXVII

Venecia, Italia / 2001

XXVIII XXIX

Fortaleza, Portugal / 2001 Burgos, España / 2003

XXX

Venecia, Italia / 2001

XXXI

París, Francia / 2001

XXXII

Río Gallegos, Argentina / 2001

XXXIII

Lisboa, Portugal / 2001

XXXIV

Génova-Barcelona / 2001

XXXV

Lugo, España / 2003

XXXVI

Lisboa, Portugal / 2001

XXXVII

Mérida, España / 2001


El ser y la nada, de Pedro Tzontémoc y David Huerta es el segundo libro de la colección Luz portátil de Artes de México. Se utilizaron las tipografías Slimbach y Officina Sans. La primera diseñada por Robert Slimbach y la segunda por Erik Spiekerman y Ole Schäfer. Se terminó de imprimir y encuadernar en noviembre de 2006 en los talleres de Grupo Fogra S.A. de C.V. Mártires de Tacubaya 62, Col. Tacubaya, 11870, México, D.F.


Otros títulos de esta colección Lugares prometidos Gabriel Figueroa + Alberto Ruy Sánchez

Hojas sueltas Adrián Mendieta + David Martín del Campo

El bosque erotizado Alicia Ahumada + Alberto Ruy Sánchez

Mar Urbe Jorge Lépez Vela + Óscar de la Borbolla

Cielo y tierra Jorge Vértiz + Alberto Blanco / Elsa Cross


Pedro Tzontémoc nació en la ciudad de México en 1964. A los 17 años empezó a tomar fotografías y dos años después comenzó a hacerlo de manera profesional en el Instituto Nacional Indigenista. Con su lente ha captado fragmentos de historias y paisajes en países como Honduras, Cuba, Estados Unidos, Polonia, España, Egipto, Palestina y México. Ha participado en diversas exposiciones individuales y colectivas en México y en el extranjero, y ha publicado cuatro libros. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte desde el 2005. Las imágenes de este libro responden a una búsqueda del fotógrafo por encontrar un punto de equilibrio, para así conocer la dirección correcta que lo lleve a descubrir al ser en la nada. David Huerta nació en la ciudad de México en 1949. Es poeta, periodista y profesor universitario. Ha publicado varios libros de poesía, entre los que destacan Versión, Incurable, La calle blanca y Cuaderno de noviembre; también ha escrito diversos ensayos y preparado antologías. Desde 1993 forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte y actualmente da clases de literatura en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Recibió el Premio Xavier Villaurrutia en el 2006. En este libro, David Huerta entabla un fascinante diálogo en el que se descubren grandes reflexiones sobre el ser y la nada, que son el mejor acompañante para el trabajo fotográfico de Pedro Tzontémoc.


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.