Querido Zufre tu eres

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Con el tiempo, mi padre desistió en su intento de convertirme en un cazador. Pero aquellos bellos años, en los que montados en la Vespa, lo acompañaba en sus aventuras campestres, descubrí bellos rincones naturales, que siempre guardaré en mi memoria. A cada paso que dábamos, me iba enseñando a leer las huellas del terreno: “Estos pelos duros que están enganchados en la alambrá, son de un jabalí” , decía entusiasmado. “¡Mira qué buen ojero de gurumelos!”. Yo trataba de mostrar empatía con su entusiasmo, pero era incapaz de ver un gurumelo, donde mi padre clavaba el pincho. A veces, me montaba sobre su espalda para pasar un terreno peligroso, era todo tan salvaje, y estábamos tan sólo los dos. Recuerdo un día, que estábamos apostados en un barranco, entre adelfas y pedregales, a varios kilómetros de donde habíamos dejado la Vespa. A lo lejos se podía divisar una especie de acantilado calizo, parecido al Cañón del Colorado, que a mí me fascinó por su belleza. Aquella tarde sentí un poco de miedo. Pensé en qué sería de mí, si a mi padre le pasara algo, sin teléfono móvil, y yo con siete años. A mí me embelesaban los paisajes de nieblas matutinas, los antiguos pilares y abrevaderos, las grandes portadas de hierro que abríamos, para continuar hacia un destino desconocido. Recuerdo una tarde en que, junto a las faldas de la charca de los Chopos, nos rodearon dos grandes motos, eran los Rurales. Dando vueltas a nuestro alrededor como si fuéramos forajidos de la justicia, le hablaban a mi padre en términos despectivos y amenazantes. En el camino de vuelta, mi padre me miró con tristeza en los ojos, y me dijo: “¡Qué poco tiempo queda, para que podamos disfrutar del campo en libertad!”. ¡Qué razón tenía, y qué tristeza me causa recordarlo! Al llegar a casa, nuestras ropas olían a naturaleza, y el olor del gasoil de la Vespa se metía en todos los rincones de mi casa. Con entusiasmo, abríamos la mochila para mostrar nuestros trofeos, al tiempo que mi padre se quitaba la canana y guardaba con cuidado sus escopetas. Me encantaba oler el buche caliente de las palomas torcales, jugar a mover los dedos de las patas cortadas de las perdices, tirando de los tendones,

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