AGENDA PARROQUIAL: 24 LUNES • 19 h: Misa 25 MARTES • 19 h: Misa 26 MIÉRCOLES • 17 h: Cáritas • 17’30 h: Legíon de María • 19 h: Misa 27 JUEVES • 18 h: Exposición del Santísimo • 19 h: Misa 28 VIERNES (S. Simón y S. Judas, apóstoles) • 19 h: Misa 29 SÁBADO (S. Juan Pablo II) • 12 h: Catequesis con padres de 1º • 19 h: Misa 30 DOMINGO Domingo 31 Tiempo Ordinario • 9’30 h: Misa • 12 h: Misa • 20 h: Misa
Oración del DOMUND Señor, despiértame, llámame. Sácame de mi mundo. Que no me invente más historias para justificar que no me muevo, que no reacciono. Que abra mi alma a lugares que no sé dónde están, a culturas que no conozco, a seres humanos que me necesitan casi tanto como yo a ellos. Ponme en camino hasta esas personas que me esperan, porque sueñan con alguien que pueda hablarles de Dios; de un Dios bueno, compasivo, de verdad, no como los dioses de los hombres. Señor, dímelo también a mí: "Sal de tu tierra".
CARTA PASTORAL EN CAMINO HACIA EL SUEÑO MISIONERO DE LLEGAR A TODOS (EG 31) Introducción y comentario al Plan pastoral 2016-17
I. ALGUNOS ACENTOS PARA EL PLAN PASTORAL Un Plan pastoral inspirado en el de la CEE […]
Hoja Parroquial Parroquia de la La Inmaculada y San Pedro Pascual de Jaén
REMA Domingo 30 del Tiempo Ordinario
Hagamos un acto de consagración mi‐ sionera Para eso os propongo de entrada que confese‐ mos juntos, como en una especie de acto de consagración misionera, lo que dice el Plan pastoral de la Conferencia Episcopal Española, en el que nosotros, como acabo de decir, nos hemos inspirado: “Deseamos aprender a vivir como una Iglesia «en salida», que sale realmente de sí misma para ir al encuentro de los que se fueron o de los que nun‐ ca han venido y mostrarles el Dios misericordioso revelado en Jesucristo. «La alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misione‐ ra».” El sueño misionero no será posible, sin em‐ bargo, si no entramos todos juntos en una pro‐ funda conversión pastoral. Cuando digo todos me refiero a toda la comunidad cristiana, que se ha de reconocer como “comunidad de discí‐ pulos misioneros”. El sentido comunitario es tan importante y necesario para la evangeliza‐ ción, que el Papa Francisco nos ruega: ¡“No de‐ jemos que nos roben la comunidad”! Pues tam‐ bién yo os lo digo y de ese modo reitero el pri‐ mer olor del perfume que, como dije en mi ho‐ milía de entrada en la Diócesis, quería para mi ministerio episcopal. “Contad conmigo para cultivar una espiritualidad de comunión, siem‐ pre naturalmente en tensión misionera (cf. PDV 12). Para ser una Iglesia misionera en salida he‐ mos de cultivar el buen olor de la unidad entre todos nosotros: hemos de tener un solo corazón y una sola alma”. Quizás sea por eso que, con una lógica aplastante, se nos recuerda lo que nosotros constatamos cuando no cultivamos en nuestros ambientes la unidad fraterna y pasto‐ ral: “La mayor de las crisis que podemos pade‐ cer es la que nos lleve a empobrecer “el com‐ promiso comunitario” (cf. EG 50-109). La re‐ novación personal y comunitaria es la clave para que podamos “ser misión” (EG 273) y ha‐ cer misión entre nosotros.
23 de octubre de 2016
Ciclo C
Señor, Dios nuestro: Tú eres bueno, eres fiel y misericordioso, y justo con todo lo que haces; mientras que nosotros te hemos traicionado y abandonado, hemos manipulado tu Buena Noticia y expoliado tu hacienda. Delante de todos los hermanos nos reconocemos pecadores y te pedimos perdón. Hemos clavado muchos clavos en el cuerpo de nuestros hermanos. Clavos de soberbia y de orgullo: nos creemos superiores. Clavos de envidia: hemos sido mezquinos. Clavos de lujuria: hemos buscado placeres sin medida. Clavos de avaricia y posesión de riquezas: no hemos compartido lo que tenemos. Clavos de gula: tenemos el estómago l eno. Clavos de miedo al compromiso: nos hemos refugiado en nosotros mismos. Clavos de ira: no hemos tenido paciencia ni ternura. Clavos de cobardía y pereza: hemos olvidado nuestras promesas bautismales. Nuestros pecados son martillazos que damos, sin piedad, a nuestros hermanos. Señor, escucha nuestra súplica arrepentida. Acógenos en tu regazo y danos un corazón nuevo.
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Dos
hombres subieron al templo a orar”. Así comienza la parábola que se lee en este domingo XXX del tiempo ordinario. Uno fariseo, perteneciente a los “observantes de la ley, a los devotos en oraciones, ayunos y limosnas. El otro es publicano, recaudador de tributos al servicio de los romanos, despreocupado por cumplir todas las externas prescripciones legales de las abluciones y lavatorios.
Orar en fariseo o en publicaco
El fariseo más que rezar a Dios, se reza a si mismo; desde el pedestal de sus virtudes se cuenta su historia: “ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo”. Y tiene la osadía de dar gracias por no ser como los demás hombres, ladrones, injustos y adúlteros. Por el contrario, el publicano sumergido en su propia indignidad, sólo sabía repetir: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Aunque el fariseo nos resulte antipático y bufón, hemos de reconocer que la mayoría de las veces nos situamos junto a él en el templo e imitamos su postura de suficiencia y presunción. Vamos a la iglesia no para escuchar a Dios y sus exigencias sobre nosotros, sino para invitarle a que nos admire por lo bueno que somos. Somos fariseos cuando olvidamos la grandeza de Dios y
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nuestra nada, y creemos que las virtudes propias exigen el desprecio de los demás. Somos fariseos cuando nos separamos de los demás y nos creemos más justos, menos egoístas y más limpios que los otros. Somos fariseos cuando entendemos que nuestras relaciones con Dios han de ser cuantitativas y medirnos solamente nuestra religiosidad por misas y rosarios. Es preciso colocarse atrás con el publicano, que sabe que la única credencial válida para presentarse ante Dios es reconocer nuestra condición de pecadores. El publicano se siente pequeño, no se atreve a levantar los ojos al cielo; por eso sale del templo engrandecido. Se reconoce pobre y por eso sale enriquecido. Se confiesa pecador y por eso sale justificado. Solamente cuando estamos sinceramente convencidos de que no tenemos nada presentable, nos podemos presentar delante de Dios. La verdadera oración no es golpear el aire con nuestras palabras inflamadas de vanagloria, sino golpear nuestro pecho con humildad. La fraternidad cristiana exige no sentirse distintos de los demás, ni iguales a los otros, sino peores que todos. Es un misterio que la Iglesia de los pecadores se haga todos los días la Iglesia de los santos.