Hoja Parroquial
AGENDA PARROQUIAL: 12 LUNES • 19 h: Misa 13 MARTES • 19 h: Misa 14 MIÉRCOLES DE CENIZA • 17 h: Cáritas • 17’30 h: Legión de María • 19 h: Misa 15 JUEVES • 18 h: Adoración al Santísimo • 19 h: Misa • 20 h: Reunión con padres de Comunión 16 VIERNES • 19 h: Misa 17 SÁBADO • 19 h: Misa 18 DOMINGO 1 de Cuaresma • 9’30 h: Misa • 12 h: Misa • 19 h: Misa
REMA Inmaculada y San Pedro Pascual de Jaén
Al principio, solo los domingos
El año litúrgico, como ya hemos dicho, no procede de la época apostólica, sino que se fue formando a lo largo de los primeros siglos del cristianismo, poco a poco. O sea que la idea que tal vez alguien pudiera tener, en el sentido que desde el principio la comunidad cristiana, dirigida por los apóstoles, or‐ ganizó a lo largo del año las celebra‐ ciones de la fe tal como ahora las co‐ nocemos, no se corresponde con la realidad. Al principio, y durante todo el primer si‐ glo de la vida de la Iglesia, los cristia‐ nos se reunían cada semana, el do‐ mingo, para celebrar la Eucaristía. Todos los domingos eran iguales, y no había ninguna fiesta especial. El do‐ mingo era el día en el que celebraban la Eucaristía, y vivían la experiencia co‐ munitaria de la presencia del Señor muerto y resucitado en el pan y el vino que compartían. Aquellas reuniones eran el punto de referencia de sus vi‐ das, y en ellas escuchaban la enseñan‐ za de los apóstoles, o leían sus escri‐ tos, oraban juntos, se reafirmaban mu‐ tuamente en el compromiso de seguir el Evangelio, se explicaban entre ellos las dificultades con las que se encon‐ traban, recogían dinero para los nece‐ sitados, y todo culminaba en la acción de gracias al Padre y la repetición de las palabras y los gestos de Jesús en la última cena, a través de los cuales el pan y el vino se convertía para ellos en alimento con el que se unían con Jesús y se unían también entre sí. Su única celebración era, pues, la cele‐ bración dominical. Seguramente que, cuando eran los días de la Pascua ju‐ día, recordaban que era en aquellas fe‐ chas cuando el Señor había sido clava‐ do en la cruz, y había resucitado ven‐ ciendo las ataduras de la muerte. Pero este recuerdo no se traducía en ningu‐ na celebración especial.
Domingo 6 del Tiempo Ordinario
11 de febrero de 2018
Ciclo B
Amigo de los excluidos
Recuerdo, con cariño y dolor, la pregunta de un joven: ¿De qué me tiene que salvar Cristo? ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Qué he hecho yo para que me tenga que salvar nadie? ¿La muerte de un ajusticiado de qué me sirve? El cuidado con que lo intenté conquistar de nada sirvió. Mis palabras eran fórmulas hechas, manidas, sobadas, conocidas, sin frescura, de manual. Sabían a pan duro, olían a sacristía cerrada. ¿De verdad que no hay respuestas para estas preguntas? ¿Tenemos que conformarnos con decir que no sabemos? ¿Y si respondes a lo que nadie le interesa? La fe es pregunta y es don. La pregunta por el éxito o el fracaso de cada persona, por la historia que solo uno mismo conoce, su mayor misterio. El don que se recibe con gratitud sentida, con sorpresa y limpieza, nunca con soberbia. La salvación es pregunta inquietante de quien sabe que está vivo y don que hay que acoger con las manos abiertas. Solo así podemos decir que ahora, y en el futuro, «seremos salvos»
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J esús
era muy sensible al sufrimiento de quienes encontraba en su camino, marginados por la sociedad, olvidados por la religión o rechazados por los sectores que se consideraban superiores moral o religiosamente. Es algo que le sale de dentro. Sabe que Dios no discrimina a nadie. No rechaza ni excomulga. No es solo de los buenos. A todos acoge y bendice. Jesús tenía la costumbre de levantarse de madrugada para orar. En cierta ocasión desvela cómo contempla el amanecer: «Dios hace salir su sol sobre buenos y malos». Así es él. Por eso a veces reclama con fuerza que cesen todas las condenas: «No juzguéis y no seréis juzgados». Otras, narra una pequeña parábola para pedir que nadie se dedique a «separar el trigo y la cizaña», como si fuera el juez supremo de todos. Pero lo más admirable es su actuación. El rasgo más original y provocativo de Jesús fue su costumbre de comer con pecadores, prostitutas y gentes indeseables. El hecho es insólito. Nunca se había visto en Israel a alguien con fama de «hombre de Dios» comiendo y bebiendo animadamente con pecadores. Los dirigentes religiosos más respetables no lo pudieron soportar. Su reacción fue agresiva: «Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de pecadores». Jesús no se defendió.
nº 88
Era cierto, pues en lo más íntimo de su ser sentía un respeto grande y una amistad conmovedora hacia los rechazados por la sociedad o la religión. Marcos recoge en su relato la curación de un leproso para destacar esa predilección de Jesús por los excluidos. Jesús está atravesando una región solitaria. De pronto se le acerca un leproso. No viene acompañado por nadie. Vive en la soledad. Lleva en su piel la marca de su exclusión. Las leyes lo condenan a vivir apartado de todos. Es un ser impuro. De rodillas, el leproso hace a Jesús una súplica humilde. Se siente sucio. No le habla de enfermedad. Solo quiere verse limpio de todo estigma: «Si quieres, puedes limpiarme». Jesús se conmueve al ver a sus pies a aquel ser humano desfigurado por la enfermedad y el abandono de todos. Aquel hombre representa la soledad y la desesperación de tantos estigmatizados. Jesús «extiende su mano» buscando el contacto con su piel, «lo toca» y le dice: «Quiero, queda limpio». Siempre que discriminamos desde nuestra supuesta superioridad moral a diferentes grupos humanos (vagabundos, prostitutas, toxicómanos, psicóticos, inmigrantes, homosexuales…) y los excluimos de la convivencia negándoles nuestra acogida nos estamos alejando gravemente de Jesús.