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EL TRUENO DE LAS CINCO DE LA TARDE

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Ed Kambas

Ed Kambas

“ … Quédate un poquito más, dime que vas a besarme…” (Stay –Maurice Williams & The Zodiacs).

El tren avanzaba cruzando la estepa de Luisiana, mire aquellos verdes de soja que antes eran blancos por los copos de algodón, mire mi reloj, faltarían quince o menos para llegar a New Orleans, me preguntaba cómo estaría la ciudad después de quince años de mi ida al norte del país… ¿Y cómo estaría ella? El tren llegó al andén de aquella ciudad sureña y antes de bajar volví a tocar el bolsillo interno de mi chaqueta y sentí la carta, me tranquilizo eso, me puse mi mochila y acomode mi sombrero Stetson, sí, después de todo un auto exiliado en Chicago, pero nunca deje de ser un sureño. No tome ningún taxi, pues iba a ir viendo los cambios de aquella ciudad, mi ciudad natal, cruce en diagonal la plaza central, en el medio la estatua de bronce de un general sureño imponía respeto. Ya estaba cerca, aminore la marcha, divise la casa colonial de la esquina, estaba igual que antes pero recién pintada. Abrí el portón de madera y subí una escalera y antes de tocar el timbre respiré profundo, luego de ello lo hice. Espere un minuto, escuche unos pasos que venían a abrir la puerta, finalmente al abrirse apareció la figura esbelta de ella, estaba casi igual, nos miramos, no sé cuánto tiempo, luego ella irónicamente rompió el hielo:

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- Perdón, ¿usted es el fantasma de nombre Jeff? -

- El mismo – respondíNos miramos intensamente nuevamente y me dio dos besos de bienvenida en las mejillas, el clásico saludo sureño, luego me invito a pasar, en su patio un perro comenzó a ladrar, abrió la puerta trasera y entro.

- Te presento a “Boogie”, mi única compañía-

El boyero australiano entró contento saludándome con cariño, luego me invito a sentarme a una mesa y coloco un plato y un cubierto más.

Llegaste justo para el almuerzo, espero que aún sepas el gusto de la cocina sureña.

Me sirvió una cucharada inmensa de “Gumbo”, el olor intenso me llevo a mi infancia, luego destapo un vino patero y brindamos.

Tuviste suerte al encontrarme, la mayor parte de la semana, la paso en el campo-

—No tuve suerte, soy prevenido, llame a nuestra compañera de juergas Linda Smith que me indico que estabas los miércoles y jueves con pedido expreso que no te comenté nada, quería que fuera una sorpresaSonrió, luego me dijo:

—Si viniste por el camino de siempre, te habrás percatado que ya no existe la discoteca “Inferno”, ahora hay una pizzeríaSí que me percate.

¿Por qué me invitaste a bailar esa noche en “Inferno”?-me disparo-

La vi a Julia Taylor, aquella “vampiresa” que tenía locos a todos los muchachos fumando sobradoramente rodeada de una corte de chupamedias, tome coraje y me dirigí a invitarla a bailar cuando te cruzaste en mi camino, no supe que hacer, te quedaste mirándome como hoy en la entrada, me decidí y te invite a bailar, un cambio de plan sobre la marchaElla lo recordaba bien, fue el instante preciso en que el DJ cambio los temas rápidos a lentos, del movedizo “At The Hop” a “Stay”. Él la llevó a la mitad de la pista y puso su mano presionando su cintura y la izquierda tomo su mano derecha a la altura de su pierna del mismo lado.

¿Qué es lo que verdaderamente sucedió con tu exmarido? Ella tomó un vaso de vino como para tomar coraje.

Cuando todos se fueron a estudiar a distintos puntos del país me quede sin grupo para las salidas, me anote en la escuela de agronomía de New Orleans, fue el momento en que me di cuenta que comenzaban mis verdaderas responsabilidades, hasta ese momento mi única responsabilidad era ser una buena alumna del “Hight School” y una buena hija, nada más, pero el mundo se me venía encima y estaba Gordon, a quien conociste, alguien que no me atraía mucho, pero tal vez era el único que no estaba en el juego del “toma y daca” de esa etapa de mi vida, quede embarazada y como buena sureña acepte casarme para acallar los mentideros. Se levantó y fue hasta un estante de donde trajo un sobre que contenía una carta y los tradicionales cigarros franceses de Luisiana, me dio uno y encendió el mío con un fósforo, el humo de ambos se entrecruzó en aquella dependencia.

Después Gordon fue alistado para Vietnam, nuestras dos nenas eran aún pequeñas, a su vuelta era un hombre destruido por las drogas, íbamos de pelea en pelea, ya era irrecuperable, en una de nuestras peleas saco un arma y se voló los sesos justo en aquel rincón.

Hizo una pausa, cambio de tema.

Hace unos años te vi en la CBS entrevistado por Mike Wallace, me dije a mí mismo, Jeff logro ser el hombre sobresaliente que siempre quiso ser, en ese momento creí que nunca más te iba a ver. Esta carta fue la única que me escribiste y yo te la contesté y no recibí respuesta alguna.

Me quedé mudo, me di cuenta que aún la amaba intensamente como la primera vez que la vi, busque en mi chaqueta la carta y la puse sobre la mesa, era la carta que ella me había escrito y yo no conteste, la carta nunca había sido abierta y el sello postal decía la fecha en que fue recibida: 20 de enero de 1960.

—No me anime a abrirla porque no quería hacerte sufrir, me imaginaba lo que me decías, fue un error con el que tendré que lidiar toda mi vida.

Ella sonrió picarescamente, me dijo:

En esa carta están disipadas todas tus dudas, es más, la escribí con el alma y si hoy te tuviese que escribirte nuevamente no cambiaría ni una coma.

Se levantó y trajo un disco de vinilo y lo puso en el tocadiscos, el tema era “Stay”, la primera canción que bailamos en “Inferno”, extendió su mano inventándome, la tomé como la primera vez y comencé a marcar el paso.

“ … Quédate un poquito más, por favor dime que te vas a quedar un poco más…”

Sentí su perfume de jazmines que se me impregno en mi cuerpo desde el primer momento.

“ … Ahora que tu papi y tu mami no están, bailemos un poco más…”

La canción terminó, me quedé estático, abrazado a ella, quise besarla, pero ella puso su dedo índice sobre mis labios, me dijo que primero tenía que leer su carta, se fue a sentarse y me quedo mirando, le dije que tenía que volver a Chicago y el último tren salía a las 18 horas, asintió con la cabeza. Me puse mi chaqueta y guardé la carta.

—Voy a leer la carta en el tren y luego te llamo desde Chicago. Nos dirigimos hasta la salida y nos despedimos con dos besos en las mejillas, ella me recordó:

—Apúrate hasta la estación, te podés encontrar con el trueno de las cinco de la tarde.

Sonreí, era el trueno que casi siempre resplandecía sobre New Orleans en ese horario y traía una llovizna fugaz y fue el momento en que quince años atrás, la bese por primera vez, el amor de mi vida, mi bella Dorothy.

Martin Venialgo

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