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La nueva realidad post COVID-19: Experiencias en la reapertura de la construcción

Ingeniero Diego Fernando Prada. Gerente General, Prabyc Ingenieros SAS Ingeniera Carolina Rodríguez Rubio. Gerente Técnica, Prabyc Ingenieros SAS

Fotos: Cortesía Camilo Plata Rubiano

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La educación en los protocolos no era tarea fácil, y varios contratistas entraron en choque con las gerencias de proyecto argumentando que la bioseguridad era responsabilidad única del contratante.

Reconociendo su rezago en temas de innovación, la industria de la construcción en Colombia ha emprendido en los últimos años un desafío sectorial para adaptar sus prácticas a un mundo cada vez más digitalizado. Los líderes de la industria hemos reconocido la importancia de formar a nuestros equipos en el manejo de información, el pensamiento estructurado, la gestión del tiempo y la inteligencia emocional para garantizar que los ejecutores de los proyectos estén capacitados para responder con acierto ante el cambio constante. A pesar de este esfuerzo conjunto, ninguna empresa ni sus equipos de trabajo estaban preparados para enfrentar una declaratoria de emergencia por pandemia, un cierre temporal de actividades, y el reinicio de labores en medio la incertidumbre económica, social y de salud pública que ha significado el COVID-19.

El pasado 24 de marzo de 2020, menos de

dos semanas después de la declaratoria de emergencia sanitaria en todo el país, nuestras obras se cerraron enviando a casa al 7% de la población ocupada de Colombia (cifra estimada según estadísticas de Camacol en 2019). Y si bien el 27 de abril de 2020 se autorizó a nuestro gremio para reiniciar labores, de todos es sabido que las decisiones de los gobernantes locales extendieron un mes más el aplazamiento, previa implementación de protocolos de bioseguridad y verificación de entes particulares que cada alcalde definió para su ciudad. Ese “retomar” en medio de la presión que significaba detener la propagación del COVID-19 llevó a un momento que se grabará en la historia empresarial colombiana como antecedente de cooperación y solidaridad, ya que todos los constructores –grandes y pequeños– abrimos las experiencias y conocimientos que poseemos para que la gran cadena logística de nuestra industria estuviera lista a tiempo para seguir construyendo el futuro del país.

El primer paso fue redactar e implementar el Plan de Aplicación del Protocolo de Seguridad/Sanitario para la obra (PAPSO), que cada proyecto del país debió acoger y adaptar a su realidad física. Debemos reconocer que el Gobierno Nacional, a través de la circular conjunta 001 del 11 de abril de 2020 del Ministerio de Vivienda, Salud y Trabajo, entregó una hoja de ruta clara sobre el procedimiento para prevenir y mitigar la exposición y contagio por COVID-19, pero también expuso la precariedad en infraestructura de bioseguridad que presentaban todas las obras del país. Por ejemplo, la invitación al distanciamiento social en los campamentos era un objetivo fácilmente alcanzable en aquellas obras donde el espacio construido ya era suficiente para redistribuir a un alto número de trabajadores. Ejemplo de ello eran obras que ya tenían listos los parqueaderos, pues estos se podían acondicionar para cumplir con los dos metros de distanciamiento entre cada trabajador. Pero no era el caso de los proyectos en etapas tempranas, donde el uso de contenedores dejó de ser una solución eficiente y la redistribución de espacios representó un costo importante que golpeó el capítulo de actividades preliminares del presupuesto. Otros factores como el uso de desinfectantes químicos y la formación y especialización de ciertos trabajadores para aplicarlos, el reemplazo de los uniformes por trajes antifluidos y la permanente reposición de elementos desechables, han distorsionado la dinámica de las obras porque antes de la pandemia no formaban parte del día a día en la actividad constructiva.

El personal de obras estaba ansioso por reiniciar labores, en gran medida porque muchos operarios dejaron de percibir salarios durante la cuarentena obligatoria total, pero la reincorporación no fue sencilla. Para empezar, la educación en los protocolos no era tarea fácil, y varios contratistas entraron en choque con las gerencias de proyecto argumentando que la bioseguridad era responsabilidad única del contratante. Lo que parecería un asunto netamente contractual, en algunos casos tomó días para aclararse, dilatando así el reinicio completo de labores. Sea este el momento de mencionar, sin generalizar, que las Aseguradoras de Riesgos Laborales, ARL, no mostraron la fuerza y respaldo que los constructores necesitábamos en esos momentos de inquietud y duda y que, si bien su gestión ha mejorado exponen-

cialmente con los días, es oportuno que se autoevalúen como gestores de los riesgos de los empleados y como entidades expertas que deben ser el estandarte de apoyo para sus asegurados ante eventos como esta emergencia.

Estos eventos parecen ahora cosa del pasado cuando podemos reportar con satisfacción que la construcción es una actividad en marcha que apuesta con fuerza a la recuperación económica y social del país durante la emergencia. Sin embargo, la manera de construir cambió en Colombia desde mayo de 2020: tanto es así que nuestros equipos profesionales, técnicos y operativos todavía están adaptando sus prácticas, sus decisiones y modelos para cumplir las metas planteadas antes del cierre de los proyectos en marzo de 2020.

El personal de obra estaba ansioso por reiniciar labores, pero la reincorporación no fue sencilla.

Una industria madrugadora

Una vez autorizado el reinicio de actividades productivas en el país –comenzando por la construcción y la manufactura– era prioridad nacional evitar las aglomeraciones en el servicio de transporte público. Esto llevó a modificar el horario de ingreso y salida de los trabajadores, siempre en línea con las decisiones tomadas por autoridades locales. Para citar dos casos en regiones diferentes del país, Bucaramanga reactivó labores autorizando el ingreso a las 9:00 a.m. para descongestionar los buses urbanos, pero limitó hasta las 6:00 pm la salida de transporte público hacia Girón y Floridablanca. Muchos empleados no alcanzaban a completar su jornada diaria porque debían salir antes de la partida de los últimos buses autorizados. Esta medida fue desmontada desde el mes de julio, pero su impacto se sintió en el rendimiento de las obras durante los meses de mayo y junio. Actualmente las labores retomaron el horario normal de inicio a las 7:00 am, y es de destacar el esmero con que los trabajadores de esta ciudad han retornado al trabajo diario en construcción, con un rendimiento muy similar al que reportaban antes de la pandemia.

Bogotá refleja una realidad completamente opuesta. La ciudad movió el horario de la construcción, tradicionalmente madrugador, para las 10:00 a.m. con el objetivo de descongestionar el trasporte público utilizado por 70.000 trabajadores del gremio cada día, según datos de Camacol. Este cambio en el horario, que parecería una medida menor en el contexto general de la reapertura, ha pegado con fuerza en la logística de la construcción. Ejemplos de ello son que la jornada tradicional ahora es hasta las 7:30 p.m., el horario de almuerzo y el acostumbrado descanso con un juego informal de fútbol desapareció, y los trabajadores prefieren omitir las pausas de merienda, para evitar aglomeraciones. Parecen detalles sin importancia, pero afectan la motivación del empleado, su ritmo regular y, en consecuencia, su rendimiento.

Rendimiento o productividad

La construcción no es un negocio aislado en que los trabajadores erigen estructuras, sino una actividad sincronizada donde participan cientos de actores para alcanzar metas de programación, presupuesto y calidad. Durante la pandemia esos actores han tenido que adaptarse a sus realidades particulares, y esas novedades han repercutido en toda la cadena involucrada en esta industria. Cada proveedor, importador o fabricante ha implementado los protocolos a su manera, en algunos casos sabiendo que sus decisiones podrían afectar la productividad. Aunque desde mayo hasta hoy todos los participantes en la cadena hemos venido mejorando nuestros procesos para que se ajusten cada vez más a los protocolos de bioseguridad, eventos como una infección focalizada en una fábrica han llevado a que algunos proveedores deban cerrar sectores de sus bodegas y a notificar a sus clientes sobre futuras demoras en despachos. También es conocido el efecto tan importante de las cuarentenas por sectores, en el caso de Bogotá, o de los toques de queda los fines de semana en otras ciudades del país, porque desarticulan los grupos de trabajo e impiden completar actividades en el plazo programado.

Considerando lo anterior, seguimos dando gran importancia a la medición de los rendimientos, pero también hemos potencializado el seguimiento a la productividad. A partir de junio las metas no se establecen por fecha límite para terminar una actividad, o por los metros cuadrados o cúbicos a ejecutar por trabajador, sino por hitos: el plazo máximo en el que puedo terminar una actividad sin afectar la programación general. Las contingencias de plazo se convierten en reprogramaciones inmediatas, buscando mejorar procesos o compras para que después los tiempos se compensen. Para ilustrar con un ejemplo, supongamos que un piso de un edificio de apartamentos debe terminar sus enchapes de baño el último día del mes, de tal manera que las actividades vinculadas (aparatos sanitarios, espejos, divisiones, mesones, lavamanos, muebles de baños, accesorios, entre otros) se logren terminar también a tiempo. Si definitivamente el enchape no puede completarse en la fecha prevista, a causa de problemas en el rendimiento derivados de las restricciones mencionadas en el párrafo anterior, habrá que pactar un tiempo menor de instalación de las divisiones, y el cambio del conjunto mesón + lavamanos + mueble por una solución monolítica. Otro ejemplo puede ser la afectación al rendimiento de una cimentación, que será compensada con métodos de construcción de estructura en sistemas livianos o con concretos acelerados, que en el futuro permitan recuperar el tiempo perdido por efectos atribuibles a la pandemia. En todos los casos –sea cual sea la propuesta del constructor para retomar su productividad– es indiscutible que muchas soluciones implican desde ya mayores costos en la construcción.

El empleador no puede hacer más que apropiarse de la capacitación continua para mantener las buenas prácticas y reducir al mínimo el riesgo de contagio.

Decisiones como las mencionadas transmiten optimismo y tranquilidad a clientes, inversionistas, financiadores y socios, pero reconocemos que la situación de este momento es tan incierta para el país y las comunidades como para cada uno de los proyectos de construcción que se realizan en Colombia. Los constructores hacemos frente a la situación y asumimos el compromiso de cumplir a nuestros clientes e inversionistas, pero es innegable que el efecto de la suspensión de las obras y su posterior reapertura en medio de la incertidumbre incrementará el valor de los proyectos. La fluctuación del dólar golpea al alza el precio de los insumos importados. Los créditos al constructor se extienden en plazo, aumentando los intereses y su peso sobre el total de costos financieros de los proyectos. Muchas obras que estaban planteadas para entrega en 2020 ahora se entregarán en 2021, lo que significa un sobrecosto en mano de obra y precios de materiales con el cambio de año. Por último, pero no menos importante: nos mantenemos del lado de los clientes escuchando sus necesidades de ampliación de plazos de pago, por lo que el comportamiento de la caja será muy diferente al previsto antes de abril, cambiando la dinámica de recursos disponibles para cumplir con las entregas. Para recoger todo lo anterior en cifras redondas, en un proyecto de interés social que se pospone de 2020 a 2021, el efecto de los factores arriba mencionados puede aumentar hasta en cinco puntos

porcentuales el valor total de los costos directos, y en dos puntos los indirectos. Más que afectar la utilidad, esta realidad puede llegar a poner en riesgo la viabilidad de una construcción.

Retos del autocuidado

La gran mayoría de las actividades que hacen parte de la construcción representan una demanda física importante y, en consecuencia, elevan el ritmo cardiaco de los trabajadores en ciertos momentos del día. Por ejemplo, el proceso de armado de estructura con formaleta autoportante, que antes de la fundida exige que los paneles se ajusten empleando la fuerza física del trabajador. En estas labores que incrementan el ritmo cardiaco y pulmonar, el uso de tapabocas es incómodo y poco práctico; y ni hablar de la temperatura, que en climas cálidos hace insoportable usar una mascarilla. Como se mencionó, estos dos meses de adaptación y aprendizaje de los protocolos de bioseguridad han representado mejoras en ciertas prácticas, entre ellas el uso de tapabocas y trajes antifluidos. Pero hay ciertas situaciones en que la única alternativa es suspender labores por unos minutos para que el trabajador se sienta cómodo nuevamente. Entre tanto, los empleadores vamos entendiendo estas complicaciones y buscamos mejorar las dotaciones por otras mucho más funcionales. Sin embargo, la conciencia del buen uso de los elementos de protección es personal, particular y única del empleado, y el empleador no puede hacer más que apropiarse de la capacitación continua para mantener las buenas prácticas y reducir al mínimo el riesgo de contagio.

En línea con lo anterior, y en el caso particular de las obras que adelantamos, la caracterización de los casos positivos de COVID-19 muestra una estadística muy baja de contagio interno, de hecho, casi nula. Esto ratifica lo que han dicho sin descanso la OMS, el Ministerio de Salud y cada secretaría local de Salud, cuando repiten que el uso correcto de tapabocas, el lavado constante de manos y el distanciamiento social son las medidas más efectivas para evitar la propagación del virus. Así es como hemos podido detectar que los casos positivos no han sido foco de transmisión entre sus grupos de trabajo, con ejemplos tan contundentes como dos profesionales que comparten la misma oficina donde uno se contagió, pero no fue causa de contagio para su compañero. Los casos positivos que hemos presentado proceden del exterior de la obra sin haberse propagado dentro de ella, reafirmando que el uso correcto de los elementos de protección personal en obra y las buenas prácticas de desinfección sí funcionan. Ante esta realidad, solo podemos seguir promoviendo campañas de autocuidado en la ruta a casa y en el domicilio de cada trabajador, donde a veces se relajan las medidas y pierden efectividad en contener la propagación de la enfermedad. Eventos fuera de la obra

Casi nadie creía en la posibilidad de implementar la virtualidad en la construcción, y entre tales escépticos nos encontrábamos nosotros. Sin embargo, muchos procesos administrativos han probado que siguen siendo eficientes desde el trabajo en casa. Con ajustes que no tomaron mucho tiempo, tareas como la contabilidad, el control de costos, la gestión de ventas y las estrategias comerciales han podido manejarse de manera virtual, sin afectar su calidad ni su capacidad de reacción. Pero hay que ser contundentes: el teletrabajo no es sinónimo de correo electrónico. Es continuar atentos desde casa a los requerimientos administrativos y operativos habituales, y es aceptar que hay momentos en que es obligatorio ir personalmente a las obras.

La invitación al distanciamiento es un objetivo fácilmente alcanzable en aquellas obras donde el espacio construido es suficiente.

“Hay que ser contundentes: el teletrabajo no es sinónimo de correo electrónico”

Esta es una prueba superada muy importante para el sector, y será una gran ventaja competitiva para los constructores que la mantengan una vez se reabra del todo el país. De hecho, serán muchos los empleos que esta modalidad de trabajo permita generar, superando incluso el número de puestos de trabajo actuales.

Infortunadamente, esta apertura a la digitalización y a la virtualidad no ha marchado tan rápido en otros sectores de vital importancia en el negocio, como son los fiduciarios, bancarios y legales. En estos casos se mantiene la exigencia de documentación física, sin tener en cuenta la importancia de la información en tiempo real que representa el contacto virtual con los representantes de las constructoras. Es inadmisible que, bajo una situación en que un sector clave como el de la construcción debería recibir apoyo, entidades que manejan recursos se tomen hasta tres semanas para dar respuesta a una requisi-

ción o a un desembolso de dineros. Estas demoras no solo afectan la productividad, como ya se dijo, sino las finanzas del constructor, quien continúa navegando contra la corriente para cumplir a sus clientes e inversionistas, y también para cumplirle al sector bancario que le venía financiando desde antes de la emergencia. Entes del gobierno nacional pueden ser mediadores en la solución de estas ineficiencias operativas.

La radicación de documentación pública también tiene muchas opciones de mejorar después de la reactivación. No hay duda de que la prioridad de las autoridades locales es mantener las iniciativas que minimicen el impacto de la pandemia en sus ciudades, pero la carencia de oficinas donde radicar documentación, o la poca disponibilidad de los funcionarios son inconvenientes que cada día crecen más y más en todas las ciudades del país. Las autorizaciones de intervención de espacio público, por ejemplo, se han quedado sin solución en algunas localidades, prolongando los plazos de respuesta en un proceso que, de por sí, ya era bastante demorado.

Conclusiones

Aunque ningún empresario colombiano estaba preparado para afrontar una declaratoria de emergencia que paralizara parcialmente la economía del país, los actores de la industria de la construcción han dado ejemplo de cómo un sector productivo viene enfrentando con vigor la dificultad gracias a su actuar solidario. Esa solidaridad, en cabeza de los gremios que la agrupan, no es más que el reflejo de la fortaleza y el empuje de los obreros de la construcción, quienes con sus ganas y optimismo se reintegraron a trabajar después de un mes largo de cuarentena obligatoria, para seguir edificando el futuro del país.

La reapertura de las obras fue retadora, pero todos los comprometidos hemos participado en ella con nuestra mejor actitud. Hay actores que pueden hacer más por mejorar sus procesos, agilizando decisiones clave para mantener el ritmo de las obras, pero nadie discute que son muchas las lecciones positivas que ha dejado esta emergencia, y que varias de ellas pueden hacerse permanentes en el futuro con resultados económicos y logísticos muy favorables para los constructores.

Para quienes fuimos educados en el campo de la ingeniería –reconociendo que nuestra formación nos facilita la toma de decisiones en medio de procesos inciertos– no queda más que seguir fortaleciendo nuestro pensamiento crítico sin desconocer que hoy, más que nunca, los equipos que manejamos necesitan líderes con gran empatía y capacidad de motivación. La pandemia se superará, pero el camino que nos queda después de ella también tomará tiempo y adaptación.

La construcción es una actividad en marcha que apuesta con fuerza a la recuperación económica y social del país durante la emergencia.

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