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Las desigualdades como construcción histórica

Por: José María Calderón Rodríguez.

No hablaré de las desigualdades en general. Me concentraré en las económicas que, a partir de los siglos XV-XVI serán las más significativas, ahondándose aún mayormente a partir de los siglos XVIII-XIX con la afirmación de revolución industrial y el capitalismo fabril primero en Inglaterra y después, en la medida que se fueron conquistando, colonizando o abriendo nuevos mercados en otras áreas geográficas, por el resto del mundo.

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Desde luego, habría que señalar que desde el siglo XVI, en los países de América Latina, las desigualdades fueron una clara construcción social al establecer, como afirma el sociólogo peruano

Aníbal Quijano, la diferencia entre la minoría conquistadora europea y el vasto universo indígena. A partir de este momento, se establece una profunda separación a partir de las diferenciaciones raciales que se van a consolidar a través de los sistemas de tenencia de la tierra, de las regulaciones jurídicas, de las jerarquías educativas y políticos y de los mecanismos de apropiación y redistribución fiscales. Hoy, en estructuras sociales y económicas como la nuestra, mismas que se homologan a otras experiencias nacionales de América Latina y el Caribe, el clasismo y el racismo se entrelazan para mantener las desigualdades y privilegios que hoy caracterizan y definen a nuestras sociedades. Por lo anterior, podemos afirmar enfáticamente, que la desigualdad no es natural, no es inherente a la humanidad, pues ha sido construida como ideología, como una gigantesca construcción cultural que hoy nos pesa peor que si fuera una invisible lápida de la que no logramos liberarnos.

Por lo anterior, suscribo lo que señala Thomas Piketty, director de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales (EHESS) y profesor de la Escuela de Economía de París, autor de El capital en el siglo XXI (2013) y de la recientemente obra magistral intitulada Capital e Idelogía (Editorial Seuil, 2019) de

1232 páginas, un texto que indaga sobre la formación y justificación de las desigualdades en el mundo:

“La desigualdad no es económica ni tecnológica: es ideológica y política...(….)…En otras palabras, el mercado y la competencia, los beneficios y los salarios, el capital y la deuda, los trabajadores calificados y no calificados, los nacionales y los extranjeros, los paraísos fiscales y la competitividad, no existen como tales. Son construcciones sociales e históricas que dependen enteramente del sistema legal, fiscal, educativo y político que elegimos implementar y de las categorías que establecemos. Estas elecciones se refieren ante todo a las representaciones que cada sociedad tiene de la justicia social y de la economía justa, y de las relaciones de fuerza políticoideológicas entre los diferentes grupos y discursos implicados. Lo importante es que estas relaciones de fuerza no son sólo materiales: son también y sobre todo intelectuales e ideológicas. En otras palabras, las ideas y las ideologías importan en la historia. Permiten constantemente imaginar y estructurar nuevos mundos y sociedades diferentes. Múltiples trayectorias son siempre posibles”.

La pandemia del Covid 19 ha puesto de manifiesto la profundidad y diversidad de desigualdades dentro de las naciones y de éstas entre sí. En las sociedades económicamente más ricas son las minorías raciales y los sectores más vulnerables (mujeres y hombres de la tercera edad con enfermedades crónicas subyacentes, afrodescendientes, migrantes árabes y latinos, etc.) los que presentan los mayores índices de mortalidad. Asimismo, entre naciones, las más desarrolladas, económica y socialmente más organizadas y con mayores protecciones socioeconómicas y sanitarias enfrentan con mayores ventajas sus consecuencias. En sentido contrario, las naciones más pobres de los continentes americano, asiático y africano resienten proporcionalmente las más grandes pérdidas humanas. No hay, empero, en estas afirmaciones la expresión de un destino inevitable pues hay sociedades que, aún teniendo un PIB global y per capital bajo, demuestran que bajo otras formas de organización y producción, con otras orientaciones médico-sanitarias y un amplio y profundo respecto a la Naturaleza y al medio ambiente ostentan altos niveles de bienestar humano.

Después de la experiencia del Trentenio Dorado del capitalismo (1946-1975), el capitalismo de las grandes corporaciones privadas ha puesto de manifiesto su incapacidad para generar desarrollo humano y, por el contrario, ha devenido la más poderosa maquinaria de destrucción de la Naturaleza y del ser humano por sus niveles de afectación negativa a las condiciones generales de trabajo y la preferencia a figuras ficticias que han entronizado a los sistemas bursátiles generadores de burbujas financieras que al romperse con una creciente reducción de temporalidad, desmantelan irrefrenablemente las expectativas de mejoramiento y sustentabilidad de la vida social, profundizando las desigualdades socioeconómicas.

No obstante las promesas que periódicamente se ofrecen para mitigar las contradicciones políticas derivadas de la profundización absoluta y relativa de las desigualdades, es cada vez más urgente e imperioso pensar en alternativas que, como dice Piketty, hagan posible construir otros modelos de sociedad, de organización productiva y de consumo y de organización de la participación y expresión políticas.

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