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TESTIMONIOS MISIONEROS
Ser y hacer familia
Yolanda y Ángel Cortes, de Arecibo - Puerto Rico, comparten su historia y su llamado a vivir la comunión para la misión ad gentes como casados misioneros de la Comunidad Misionera de Villaregia
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Somos Yolanda y Ángel, casados misioneros de la CMV en Arecibo, Puerto Rico. Tenemos 31 años de casados y tres hijos: Ana María de 27 años, Iván Gabriel de 24 y José David de 22. Somos misioneros de la Comunidad desde hace 23 años, justo cuando inició nuestra fundación en Arecibo. A solo días de la llegada de los primeros misioneros y misioneras, sin comprender de todo el paso que estábamos dando, pedimos iniciar un camino de discernimiento como casados de la Comunidad.
Comprometidos con la Misión
De nuestro camino de pareja podemos decir que nos conocimos cuando éramos estudiantes universitarios. Yolanda estudiaba para ser profesora de Educación Física y yo, Ángel, estudiaba Administración. Sin embargo, fue el trabajar juntos en la pastoral juvenil diocesana, lo que nos permitió encontrarnos y conocernos más. Trabajamos ofreciendo retiros y talleres de formación a otros jóvenes; mientras, recibíamos una formación que fue fundamental en nuestro desarrollo como jóvenes, permitiéndonos crecer y madurar en la fe, el compromiso social y la misión. Recordamos cómo en este grupo de jóvenes nos formábamos con un fuerte sentido de amistad que invitaba a respetar cada etapa de madurez personal. Podemos afirmar que fue allí donde aprendimos a ser amigos; fue allí donde Dios nos mostró el valor de la amistad como fundamento de nuestro posterior noviazgo y matrimonio.
Ser familia y hacer familia
Ya de casados y coincidiendo con el nacimiento de nuestra hija, iniciamos un camino con otras parejas que tenían el deseo de encontrarse y de tener experiencias de profundización de la Palabra. Así se iban dando estas dos fuerzas que empezaban a dar forma a nuestra vida de pareja: ser familia y hacer familia con otros. Una noche, a este encuentro de parejas, llegaron unos misioneros de la Comunidad Misionera de Villaregia, que estaban en Puerto Rico visitando a familiares de jóvenes que ya comenzaban
a entrar como misioneros en la Comunidad. Aquel día nos hablaron, por vez primera, del carisma de la CMV que tiene tres pilares fundamentales: la comunión, la misión y la Providencia.
En nuestro corazón comenzó a darse una identificación con este carisma, que hacía eco y sintonía con nuestras más profundas aspiraciones como pareja, familia y con nuestro deseo de construir familia en la fe con otros. Sobre todo, con este sentido de comunión del que hablaban y al cual nos sentíamos llamados a vivir como parte de nuestro ser esposos.

Esta misma inquietud también se dio en otras parejas con quienes, aun hoy, continuamos en este mismo camino, sea como parejas misioneras o parejas voluntarias.
Experiencias misioneras
En este grupo de parejas, también compartíamos una sensibilidad misionera. Algunos, de hecho, participaban muy activamente en el proyecto de Verano Misionero que auspician las Obras Misionales Pontificias de Puerto Rico. Juntos vivimos una experiencia de misión en la República





Familias Misioneras es un programa de la Pontifcia Obra de la Propagación de Fe, a través del cual se ofrece un medio a las familias cristianas para vivir en plenitud su vocación específca y misionera. Es una manera de responder a la realidad familiar de nuestra sociedad, considerando a la familia como núcleo en la construcción de verdaderas comunidades de vida y amor.
Dominicana. Allí fuimos, parte de este grupo, incluidos los niños que ya comenzaban a nacer. Esta fue una oportunidad de encontrarnos con la sencillez de la gente, con su pobreza material y su riqueza de fe. Fue un gran aprendizaje para todos. Para nosotros como pareja, fue una manera anticipada de vivir y confirmar la alegría y el llamado a la misión juntos… en comunión. Mas adelante tuvimos la oportunidad de vivir experiencias en nuestras comunidades de Lima - Perú y en Texcoco - México.

LAICOS Y FAMILIAS EN EL MUNDO

El Concilio Vaticano II, describiendo positivamente la vocación del laico y su misión, sin lugar a dudas ha signifcado un cambio. Los feles laicos: «Son, pues, los cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el pueblo de Dios y que participan de las funciones de Cristo: sacerdote, profeta y rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo» (Lumen gentium, 31).
El papel vital y crucial de los laicos se ha ido aclarando progresivamente en las décadas siguientes y tuvo un nuevo punto de infexión con el Sínodo de 1987, centrado en los laicos: el título de la Asamblea sinodal era La vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo. En 1988, como resultado de la refexión de ese Sínodo, san Juan Pablo II publicó la Christifdeles laici, donde la vocación y la misión de los laicos se describen a través de la imagen de los trabajadores que un propietario, después de acordar la paga, envía a trabajar a su viña (cf Mt 20,1-2). «La viña es el mundo entero (cf Mt 13,38), que debe ser transformado según el designio divino en vista de la venida defnitiva del reino de Dios» (Christifdeles laici, 1).
La familia cristiana, fundada en el sacramento del matrimonio, es misionera por defnición en virtud de la vocación y la tarea de transmitir la fe y la vida. La misión de educar a los hijos e hijas, presentándoles el verdadero sentido de la realidad y de las relaciones humanas y ecológicas a la luz de la verdad cristiana de la fe, representa lo específcamente misionero de la familia cristiana. Educar en la fe resalta la responsabilidad de evangelizar a los niños y hacerlos discípulos y misioneros de Cristo en un contexto sociocultural que no siempre es favorable a la familia humana fundada en el matrimonio, una realidad de amor y unidad entre el hombre y la mujer.

La familia es una realidad universal que se presenta como la célula básica de la sociedad. Las numerosas metamorfosis y mutaciones que la afigen en el espacio y el tiempo (cf Amoris laetitia, 31-57) nos obligan a recordar que, sean cuales sean las olas de cambios que causan una cierta erosión y perversión, la familia no es solo una realidad socioantropológica, sino un lugar teológico inscrito en el plan salvífco del Dios uno y trino que es, él mismo, la comunión del amor original (cf Amoris laetitia, 10-11). De hecho, con los conceptos de pareja y familia, el Dios del amor se revela a los hombres como el esposo (cf Familiaris consortio, 13), indicando que la familia trinitaria es el arquetipo de la familia humana y que esta última es el icono de la comunión divina compuesta por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
En este sentido, las familias humanas y cristianas, llamadas a convertirse en iglesias domésticas, sirven de base antropológica para la construcción eclesial y social. Mejor aún, la alianza nupcial establecida a imagen de la relación esponsal de Cristo con la humanidad (la Iglesia), hace de la familia humana un lugar de crecimiento espiritual y una herramienta pedagógica de la misión de Cristo para llevar a los hombres a la plena comunión con Dios amor.
Respuesta a un llamado
Entre 1992 y 1998, Dios Trinidad fue «cocinando» en nosotros la vocación. Durante estos años, continuamente, vivimos la experiencia de acoger como grupo la visita de algún misionero o misionera de la Comunidad (sobre todo de Lima), que compartía con nosotros en nuestros encuentros diarios, por unos diez o hasta quince días.
El 8 de junio de 1997, se inició la fundación de la CMV en Arecibo. Para ese tiempo y por la relación que ya se había desarrollado con los misioneros y misioneras que habían venido a Puerto Rico, pedimos iniciar un camino de formación como esposos misioneros. Para nosotros fue un momento fuerte de discernimiento, renuncias y también muchas dudas. No obstante, nos lanzamos entre dudas y confirmaciones.
Una familia más grande
Sentimos y vivimos agradecidos del lugar y espacio de vida que ha sido para nuestros hijos la Comunidad: experiencia de encuentro con la Iglesia universal y con el hermano pobre… lugar de vivencia de relaciones de hermanos, miembros de una familia más grande que siempre les invitaba a no quedarse entre las «cuatro paredes» de su casa. Hoy, cada uno de ellos va asumiendo su vida y sus «cargas», muchas de ellas puestas por nosotros, padres

llenos de límites. Pero sentimos la alegría y el profundo agradecimiento a Dios porque son hijos con raíces. Raíces que se alimentaron y se alimentan de la relación de sus padres, de la Comunidad, del hermano pobre y del amor a la patria de la que también son hijos, por gracia de Dios.
Esposos y misioneros
Para nosotros, ser esposos misioneros de la Comunidad Misionera de Villaregia significa sentirse llamados, juntos, a vivir un carisma que habla de comunión, misión y providencia al mundo. Es organizar, pensar y desplegar una vida de esposos y padres, en la cual las relaciones tienen como fundamento y modelo la Trinidad, en su continua dinámica de donación recíproca. Esto habla de nuestra meta, de nuestro fin y llamado personal y de pareja… habla del rostro de Dios que hemos conocido. Pero, sabemos que en el día a día, nos sentimos siempre limitados y superados ante tal llamado. Por eso, sobre todo, nos parece que ser esposos misioneros es también buscar tenernos una mirada misericordiosa, el uno hacia el otro. Pero, ser esposos misioneros, también significa saberse parte de una familia mayor, que incluye hermanos(as) llamados(as) a vivir este mismo carisma, desde su específico estado de vida.