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MISIÓN Y PERSPECTIVA

Todos hermanos

«Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está y camina en las tinieblas» (1 Jn 2,10-11).

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El pasado 3 de octubre, en Asís, Italia, el Papa Francisco firmó su tercera Encíclica: Fratelli Tutti. Inspirado en San Francisco de Asís, el Papa hace un recorrido por los desafíos del siglo XXI, enfatizando la necesidad de apartar el individualismo radical y los intereses personales para mirarnos unos a otros y reconocernos como hermanos, para así crear un mundo más fraterno y solidario.

Un mundo de sombras

De entre las múltiples sombras que acechan nuestra realidad, el Papa, hace mención de algunas; como los nacionalismos cerrados originados por conflictos anacrónicos que dan paso a la xenofobia; el fin de la conciencia histórica, ocasionada por las distintas formas de colonización cultural; la falta de un proyecto en común puesto que la «política ya no es así una discusión sana sobre proyectos a largo plazo para el desarrollo de todos y el bien común, sino sólo recetas inmediatistas de marketing que encuentran en la destrucción del otro el recurso más eficaz»1 .

La deshumanización de las personas convirtiéndolas en descartables en beneficio de un sector de la población; la falta de derechos humanos auténticamente universales; el miedo, las guerras, el miedo al otro, la soledad autoimpuesta, la globalización que pretende unificarnos eliminando la riqueza cultural, el individualismo, la crisis migratoria, la falsa ilusión que brinda la comunicación digital, el exceso de información y la virtualidad que nos ha hecho perder el gusto y olvidar el sabor de la realidad; el menosprecio de la identidad cultural que nos hace renegar de nuestras raíces.

Sin embargo, nos dice el Papa, a pesar de las sombras «Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien. La reciente pandemia nos permitió rescatar y valorizar a tantos compañeros y compañeras de viaje que, en el miedo, reaccionaron donando la propia vida. Fuimos capaces de reconocer cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes que, sin lugar a dudas, escribieron los acontecimientos decisivos de nuestra historia compartida: médicos, enfermeros y enfermeras, farmacéuticos, empleados de los supermercados, personal de limpieza, cuidadores, transportistas, hombres y mujeres que trabajan

para proporcionar servicios esenciales y seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas… comprendieron que nadie se salva solo»2 .

Luz en medio de lo que vivimos

Si queremos sanar al mundo hay que comenzar sanando nuestras heridas unos a otros, para ello el Papa nos invita a profundizar en la parábola del Buen Samaritano: «Esta parábola es un ícono iluminador, capaz de poner de manifiesto la opción de fondo que necesitamos tomar para reconstruir este mundo que nos duele. Ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el buen

FRATERNIDAD HUMANA

Por la Paz Mundial y la convivencia común. Extracto del documento frmado por el Papa Francisco y el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb

Este Documento, siguiendo los Documentos Internacionales precedentes que han destacado la importancia del rol de las religiones en la construcción de la paz mundial, declara lo siguiente: • • La fuerte convicción de que las enseñanzas verdaderas de las religiones invitan a permanecer anclados en los valores de la paz; a sostener los valores del conocimiento recíproco, de la fraternidad humana y de la convivencia común; a restablecer la sabiduría, la justicia y la caridad y a despertar el sentido de la religiosidad entre los jóvenes, para defender a las nuevas generaciones del dominio del pensamiento materialista, del peligro de las políticas de la codicia de la ganancia insaciable y de la indiferencia, basadas en la ley de la fuerza y no en la fuerza de la ley.

La libertad es un derecho de toda persona: todos disfrutan de la libertad de credo, de pensamiento, de expresión y de acción. El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos.

La justicia basada en la misericordia es el camino para lograr una vida digna a la que todo ser humano tiene derecho.

El diálogo, la comprensión, la difusión de la cultura de la tolerancia, de la aceptación del otro y de la convivencia entre los seres humanos contribuirían notablemente a que se reduzcan muchos problemas económicos, sociales, políticos y ambientales que asedian a gran parte del género humano.

El diálogo entre los creyentes signifca encontrarse en el enorme espacio de los valores espirituales, humanos y sociales comunes, e invertirlo en la difusión de las virtudes morales más altas, pedidas por las religiones; signifca también evitar las discusiones inútiles.

La protección de lugares de culto —templos, iglesias y mezquitas— es un deber garantizado por las religiones, los valores humanos, las leyes y las convenciones internacionales.

El terrorismo execrable que amenaza la seguridad de las personas, tanto en Oriente como en Occidente, tanto en el Norte como en el Sur, propagando el pánico, el terror y el pesimismo no es a causa de la religión —aun cuando los terroristas la utilizan—, sino de las interpretaciones equivocadas de los textos religiosos, políticas

de hambre, pobreza, injusticia, opresión, arrogancia; por esto es necesario interrumpir el apoyo a los movimientos terroristas a través del suministro de dinero, armas, planes o justifcaciones y también la cobertura de los medios, y considerar esto como crímenes internacionales que amenazan la seguridad y la paz mundiales. Tal terrorismo debe ser condenado en todas sus formas y manifestaciones.

El concepto de ciudadanía se basa en la igualdad de derechos y deberes bajo cuya protección todos disfrutan de la justicia.

La relación entre Occidente y Oriente es una necesidad mutua indiscutible, que no puede ser sustituida ni descuidada, de modo que ambos puedan enriquecerse mutuamente a través del intercambio y el diálogo de las culturas.

Es una necesidad indispensable reconocer el derecho de las mujeres a la educación, al trabajo y al ejercicio de sus derechos políticos. Además, se debe trabajar para liberarla de presiones históricas y sociales contrarias a los principios de la propia fe y dignidad. También es necesario protegerla de la explotación sexual y tratarla como una mercancía o un medio de placer o ganancia económica.

La protección de los derechos fundamentales de los niños a crecer en un entorno familiar, a la alimentación, a la educación y al cuidado es un deber de la familia y de la sociedad. Estos derechos deben garantizarse y protegerse para que no falten ni se nieguen a ningún niño en ninguna parte del mundo.

La protección de los derechos de los ancianos, de los débiles, los discapacitados y los oprimidos es una necesidad religiosa y social que debe garantizarse y protegerse a través de legislaciones rigurosas y la aplicación de las convenciones internacionales al respecto. Con este fn, la Iglesia Católica y al-Azhar, a través de la cooperación conjunta, anuncian y prometen llevar este Documento a las Autoridades, a los líderes infuyentes, a los hombres de religión de todo el mundo, a las organizaciones regionales e internacionales competentes, a las organizaciones de la sociedad civil, a las instituciones religiosas y a los exponentes del pensamiento.

Al-Azhar y la Iglesia Católica piden que este Documento sea objeto de investigación y refexión en todas las escuelas, universidades e institutos de educación y formación, para que se ayude a crear nuevas generaciones que traigan el bien y la paz, y defendan en todas partes los derechos de los oprimidos y de los últimos.

En conclusión, deseamos que: esta Declaración sea una invitación a la reconciliación y a la fraternidad entre todos los creyentes, incluso entre creyentes y no creyentes, y entre todas las personas de buena voluntad; sea un llamamiento a toda conciencia viva que repudia la violencia aberrante y el extremismo ciego; llamamiento a quien ama los valores de la tolerancia y la fraternidad, promovidos y alentados por las religiones; sea un testimonio de la grandeza de la fe en Dios que une los corazones divididos y eleva el espíritu humano; sea un símbolo del abrazo entre Oriente y Occidente, entre el Norte y el Sur y entre todos los que creen que Dios nos ha creado para conocernos, para cooperar entre nosotros y para vivir como hermanos que se aman.

Esto es lo que esperamos e intentamos realizar para alcanzar una paz universal que disfruten todas las personas en esta vida.

samaritano. Toda otra opción termina o bien al lado de los salteadores o bien al lado de los que pasan de largo, sin compadecerse del dolor del hombre herido en el camino. La parábola nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común. Al mismo tiempo, la parábola nos advierte sobre ciertas actitudes de personas que sólo se miran a sí mismas y no se hacen cargo de las exigencias ineludibles de la realidad humana»3 .

Hoy en día esta historia se repite, así como hay personas que miran al prójimo y le tienden la mano, hay otras que pasan de largo. Pero también hay salteadores, y son el detonante de esta historia; personas que perjudican a otros en beneficio de sus propios intereses. ¿Dónde está la luz en todo esto? En comenzar por reconocer en el otro el rostro de Jesús.

Mirar a nuestro prójimo y ver en él el rostro de Jesús es reconocer su dignidad como persona, no su nacionalidad, el color de su piel o su religión, sino aquello que nos une. Esta actitud no solo es un primer paso para apartar prejuicios o actitudes xenófobas o racistas, sino el comienzo de la construcción de un mundo más abierto.

«Hay un reconocimiento básico, esencial para caminar hacia la amistad social y la fraternidad universal: percibir cuánto vale un ser humano, cuánto vale una persona, siempre y en cualquier circunstancia (…). Todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente, y ese derecho básico no puede ser negado por ningún país. Lo tiene, aunque sea poco eficiente, aunque haya nacido o crecido con limitaciones. Porque eso no menoscaba su inmensa dignidad como persona humana, que no se fundamenta en las cir-

cunstancias sino en el valor de su ser. Cuando este principio elemental no queda a salvo, no hay futuro ni para la fraternidad ni para la sobrevivencia de la humanidad»4 .

Decir que todos somos hermanos no es tan complicado como creerlo realmente y vivir esta relación de fraternidad universal. Los discípulos misioneros no podemos verlo como una afirmación abstracta o como simple metáfora sino como algo concreto que nos plantea una serie de retos que nos descolocan, nos obligan a asumir nuevas perspectivas y a desarrollar nuevas reacciones.

Una de estas reacciones es la de abrir el corazón al mundo, abrir el corazón para comprender la crisis migratoria a las crisis humanitarias de quienes tienen que salir de sus lugares de origen y se enfrentan al difícil proceso de aceptación y acogida en otros países. Este corazón debe favorecer procesos de acogida, promoción, protección e integración de los migrantes refugiados en el valiente acto de la gratuidad. Pero para es importante no caer en la falsa apertura universal que procede de la superficialidad vacía de quien no es capaz de penetrar hasta el fondo en su patria, o de quien sobrelleva un resentimiento no resuelto hacia su pueblo.

Pero en su Encíclica, el Papa Francisco va más allá de las iniciativas particulares y los vínculos interpersonales, pues propone una política que sea promotora del bien común, una política que facilite el desarrollo en todas los niveles sociales y comunitarios, generando fuentes de empleo, propiciando oportunidades de crecimiento, velando por el acceso igualitario y equitativo a todos los servicios.

Son muchos los temas que se abordan en este nuevo documento de nuestro Pontífice que, asumiendo su papel, se ha aventurado a construir puentes. Ahora, es tarea de todos los bautizados hacer eco de esta propuesta y salir de nuestros muros para mirar nuestro entorno con el cristal del Evangelio, para mirar a nuestro prójimo y reconocer en él el rostro de Cristo, reconocer a nuestro hermano.

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